
01 Ene Zang Di en Kafkatitlán
JUAN PABLO JÁUREGUI*
Se me ocurren pocos libros que traten menos de México que Mexico City Blues, de Jack Kerouac. Hay en él una plétora de volutas de humo que se enroscan en torno al dharma y los bodhisattvas, a muchas ciudades (muy pocas veces la nuestra), a la intoxicación, a la soledad, al jazz. Si uno busca anécdotas sobre este suelo, no las encontrará, o tendrá que escarbar en el humo, y ¿cómo se escarba en el humo? Es un hecho, no obstante, que Kerouac estuvo en México, como otros tantos miembros de la generación beat. Es un hecho que este país inspiró de forma oblicua una sección importante de su obra.
Empecé por él como podría haber empezado por cualquier lado; el recorrido es amplio y la selección por fuerza es caprichosa, pero los poetas extranjeros han hallado en este país arcilla suficiente para confeccionar de forma variopinta sus respectivas alfarerías verbales.
Están, claro, los surrealistas. Todos hemos oído cómo Breton supuestamente consideraba que no había país más surrealista que México. Algunos dicen que porque una vez le cayó una vaca a su automóvil mientras nos visitaba (cayó desde un puente, no desde el cielo). Otros, que porque le parecía increíble la posibilidad de ver retretes en desuso tirados a la orilla de la calle. No he leído en sus páginas ninguna de las dos historias, y nunca me ha caído una vaca encima, pero, ciertamente, he visto muchos retretes tirados en banquetas y carreteras. Artaud, en esa misma trinchera vanguardista, halló entre los rituales tarahumaras una renovada inspiración para sus teorías sobre el teatro.
Luego está quien refutaría las palabras atribuidas a Breton. Por ejemplo, el autor italiano Pino Cacucci dice lo siguiente en su libro La polvere del Messico:
Kafkatitlán, la ha rebautizado alguien jugando con el antiguo nombre azteca de Tenochtitlán y el aparente surrealismo de sus habitantes. Un surrealismo que es tal sólo para los ojos estúpidos del extranjero, pero que representa la absoluta normalidad para esa indescifrable e impenetrable filosofía del vivir que podemos resumir en el término “mexicanidad”.
Volviendo a la época de Breton, y a su círculo de exiliados trotskistas, tenemos al célebre militante y escritor belga Víctor Serge, quien en sus diarios (de próxima publicación en español) habla de la ciudad mexicana como una “victoria impresionante sobre la soledad que la rodea radiante, pero implacablemente”.
Neruda, sobre nuestra tierra, dijo:
No supe qué amé más, si la excavada
antigüedad de rostros que guardaron
la intensidad de piedras implacables,
o la rosa creciente, construida
por una mano ayer ensangrentada.
El nicaragüense Ernesto Cardenal, que estudió aquí en su juventud, leyó hace un par de años en la unam un poema en el que comparaba el culto a Quetzalcóatl con la teología de la liberación.
Y así muchos otros. Seguramente interminables.
A Kerouac lo trajo su afán de aventura, iluminación y éxtasis. A Serge, el exilio. Breton y Artaud hallaron aquí surrealismo. Cacucci cree que el surrealismo no lo es para nosotros, porque vivimos con naturalidad en él. Para Neruda, las piedras, que tanto admiran a los que llegan, pierden primacía ante el arte (metafórico y literal) de sembrar, vivo aún, todo el tiempo. Cardenal reflexionó sobre las posibilidades libertarias de una de tantas ideologías precolombinas que aquí florecieron.
Entonces llegamos a Zang Di, que vino de más lejos. Escribió lo que esta tierra sembró en él y vuelve hoy a devolvernos un poco de los granos ya maduros.
Las pirámides, por supuesto. Otra vez los aztecas y teotihuacanos. Como tantos otros que subieron a la Pirámide del Sol, así subió Zang Di. Como Cardenal pensó en la oposición entre huitzilopochtlismo y quetzalcoatlismo, así Zang Di meditó, arriba de la inmensidad y de la no forma, sobre la manera en que no sólo los chinos aprendieron a contemplar el universo.
La Torre Latinoamericana. El amanecer. Y la soledad del cosmos, más grande que la verdad. La contemplación cuasitaoísta del silencio y de la poesía que pocos saben contemplar. Un paisaje de metal como correlato transoceánico de los paisajes del retiro que subyacen a esos versos que buscan las notas inaudibles de la naturaleza.
El Zócalo. Palacio Nacional. La Catedral. Ahí Zang Di descubre el carácter rectangular de la historia. Moles rectilíneas que le recuerdan el tumultuoso abigarramiento del paso del tiempo. Y, puesto que hablamos del Zócalo, también el tumultuoso abigarramiento de la gente apretujada. La lección para el poeta es no luchar contra la marea, sino “vivir en la vorágine sin batallar”. ¿Será que entre los vendedores ambulantes, los turistas y los carteristas halló una instancia del wu wei?
Una antigua ciudad azteca donde la buena orientación es una herramienta insuficiente. La Sierra Madre (¿cuál de las tres?). El chile y el tequila. Pero no es una lista, porque en todos esos puntos del obligado itinerario geográfico y culinario Zang Di pisa y paladea la soledad y la nada. Nuestros consabidos colores deslumbrantes y nuestra tan harto repetida propensión musical no bastan para ensombrecer ni acallar los destellos y las notas de los cuestionamientos esenciales.
Es claro que el poeta ha visitado los lugares que se tienen que visitar, que se pueden visitar, en una estancia breve, en tour académico o literario. Los demás (Kerouac, Serge, Breton, Artaud, Neruda, Cardenal) también pusieron una palomita (o sus guías la pusieron por ellos) a los habituales rubros de la lista. Pero eso es lo menos relevante.
Cada ser humano es un artista; eso pensaba Rimbaud, y por eso Zang Di dice gustar de su poesía. Pero, además, cada mirada es poética. Y cada poeta es un observador. Todos ellos lo son de distinto modo. Así, aunque los motivos de los poemas que se nos regalan hoy como grano florecido de esta tierra puedan recordar superficialmente el catálogo de pasos que México le depara a cualquier turista, vemos en ellos una convivencia con el verdor inesperado, no el de la montaña del ermitaño taoísta, sino el verdor y el latido naturales de la piedra y el metal, de estas ciudades nuestras que le han ganado una victoria al yermo circundante y que han podido dar pie al cultivo de sentimientos y meditaciones arrebatadas al vértigo de la prisa itinerante.
Tres poemas de Zang Di1
Traducción de Pablo Rodríguez Durán2
Pirámide madre
Ves en la revista ilustrada el rostro de una anciana indígena
que concentra más la belleza de una vida arrebatada por los dioses del destino
que las arrugas que el tiempo dejó como huella en él.
Pirámide del Sol, yaces solitaria; isla desierta en medio del vasto, invisible mar.
Y, a diferencia de tus hermanas,
no te place extraer del paisaje los secretos de la vida ni de la existencia;
cuánta belleza, celeridad meditada de una vida onírica;
casi la encarnación del alma al perder el control.
Pero ahora el caso parece distinto:
expresas claramente que quieres ver las pirámides sobre el altiplano.
Tal conmoción sólo ahí se puede sentir…
Imponente respiro, anterior a la intuición del azteca.
El gran silencio muta en arquitectura creyente;
en los rincones yace el milagro agazapado tras las ruinas.
O quizás el arte del silencio recuerda
que no sólo nosotros aprendimos a contemplar el universo.
Cuántas veces, con avidez, evité al turista
y me sumergí en la sombra brillante de la pirámide:
y ahí, madre querida, sólo puedo ver la altura que cobija tu no forma.
1 de diciembre de 2015
El orden del amanecer
Para Alí Calderón
En la percepción pura, el cosmos es más solitario que la verdad;
mas si nos limitáramos a tomar tales decisiones dentro de lo que podemos ver,
la vida resultaría más sola que todos tus cosmos.
Amanece Latinoamérica en el altiplano;
lo ignoto sojuzga lo incógnito.
Respira en círculos un rosa imponente sobre el horizonte.
Observa, escucha el guiño en la punta de la Torre Latinoamericana,
que en el interior de todos un lugar alberga, y si sabes observar,
verás que el domo curvo de Bellas Artes es metáfora del estómago de una ballena invertida,
el grito silencioso precipitado en la noche oscura de esta ciudad milenaria;
y si de verdad quieres oír lo que no es fácil de escuchar,
la poesía, siempre está superando nuestra curiosidad en vez de dignidad.
30 de noviembre de 2015
La Torre Latinoamericana
Una cosa que creía lejana ahora la siento cerca,
tan cerca que se yergue imponente, sin quererlo,
liberando a humanos y hormigas de su ambigua relación.
Luego, oído gigante, aguzado, quiere escuchar tu voz,
cosa cercana del pasado, la sientes lejos, muy lejos;
llamativo contraste, piensas sin desearlo,
con una vida donde adelante es y siempre será atrás.
27 de noviembre de 2015
1 Zang Di es poeta, profesor de literatura e investigador de poesía china en la Universidad de Beijing.
2 Pablo Rodríguez Durán es traductor literario y maestro en Estudios de Asia y África (especialidad China) por el ceaa de El Colegio de México.
* JUAN PABLO JÁUREGUI
Es estudiante de la Maestría en Estudios de Asia y África en el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México.