Vacío ético y responsabilidad ante el medio ambiente

La situación que vivimos es inédita: nuestra época es la primera en la que el actuar humano es capaz de acciones cuyos efectos tienen una dimensión cósmica. ¿De qué manera entender nuestra responsabilidad, como individuos y como sociedad, cuando existe un vacío ético ante la amenaza de la autodestrucción?

 

VICENTE UGALDE*

 


 

Con motivo de la publicación de Mémo sur la nouvelle clase écologique [Memorándum sobre la nueva clase ecológica], el libro más reciente del filósofo francés Bruno Latour en colaboración con el sociólogo danés Nikolaj Schultz, el diario Le Monde publicó una entrevista en la que Latour propone a la nueva clase ecológica elegir con cuidado las palabras para ganar la batalla cultural: utilizar prosperidad en lugar de decrecimiento permitiría contrarrestar lo que él percibe en la ecología cuando dice que está impregnada de moralismo y que sermonea, que entusiasma poco y, en fin, que aburre. El libro formula un llamado para que, en el contexto de lo que denomina un nuevo régimen climático, los ecologistas se constituyan en una nueva clase social. Una nueva clase ecológica que, a diferencia de la clase obrera que en la lucha de clases se opone al capital para cambiar el sistema de producción, se involucre en conflictos a fin de conservar la habitabilidad del planeta y cambiar el sistema, pero no el de producción, sino el sistema hoy vigente de destrucción.

Además de este llamado, el libro advierte, como lo señala su editorial, que la ecología no ha sido capaz de articular en torno a ella a la política. Esta idea conduce a preguntar si esa incapacidad no se explica por el hecho de que, a pesar del tono catastrófico de los informes sobre el calentamiento del planeta, la discusión sobre las razones para imponer sacrificios a la actual generación sigue abierta. La dificultad para volver aceptables las cargas generadas por el actuar humano en el pasado (deforestación y emisiones), así como las cargas definidas en favor de futuros —y por ende inciertos— beneficiarios, hace que el imperativo de salvaguardar la habitabilidad del planeta no constituya por ahora una razón determinante para definir el horizonte político actual ni para la resolución de los dilemas en el actuar cotidiano de la gente ordinaria, es decir, un motivo para actuar asociado a una nueva ética.

En estos párrafos me interesa presentar algunas de las consideraciones formuladas por Paul Ricoeur respecto a la exigencia que situaciones relacionadas con la actual era de la técnica plantean a la ética en términos de una renovación. Me interesará especialmente reflexionar sobre cómo el principio de responsabilidad de Hans Jonas constituye, en la perspectiva de Ricoeur, una respuesta posible a la interrogante sobre una nueva ética. El propósito de estas líneas se limita a llamar la atención sobre algunos de los debates inconclusos en la discusión sobre nuestra incapacidad para organizar una acción convincente para frenar la dinámica que destruye el medio natural y compromete el futuro.

 

La cuestión del vacío ético

 

Hace algunos años el filósofo y periodista Frederic Lenoir publicó una serie de entrevistas en las que preguntaba a un reducido grupo de filósofos, científicos y personalidades diversas si, ante la situación que él calificaba de inédita en la historia humana —marcada por el escepticismo moral, el relativismo de valores, el individualismo, la manipulación genética, el efecto invernadero y, entre otros, la amenaza de la autodestrucción—, había que pensar en cambios profundos en la ética. Las transformaciones relacionadas con la ciencia y el avance tecnológico exigían, de acuerdo con el entrevistador, una revolución global de la conciencia humana: a nuevas capacidades corresponderían nuevas responsabilidades. Se preguntaba, por ejemplo, con base en qué ontología y antropología podría el hombre contemporáneo fundamentar una ética; cómo se podían definir reglas y cómo se podrían reestablecer restricciones en ausencia de referentes objetivos o trascendentales; o, como lo plantea Hans Jonas ante esta misma situación, cómo sería posible tener una ética para poner frenos a esas capacidades extremas sin necesidad de recuperar la categoría de lo sagrado. Lenoir se preguntaba, en suma, cómo llegar a un consenso sobre un cierto grupo de valores y principios éticos con los que cada individuo se sienta libre de crear su propia moral. El volumen, que incluye además un texto de Emanuel Levinas, cierra con un luminoso epílogo de Ricoeur.

Si, como lo plantea Lenoir, estamos en una época que exige una nueva ética, Ricoeur considera necesario responder, en primer término, cuáles son las situaciones por las que esa exigencia es urgente. Para responder se concentra en lo que considera cambios que afectan la naturaleza profunda, es decir, la calidad del actuar humano en la actual era de las ciencias y las técnicas. Ricoeur prefiere no entrar en el tema de una nueva fundamentación de la ética, sino que se plantea una reflexión intermedia que se interese solamente en la formulación espontánea de las convicciones éticas que dan cuenta de lo que llama las mutaciones cualitativas en el actuar humano. Esa reflexión le remite a la idea de la responsabilidad y a recordar la necesidad de conducir de una manera democrática el diferendo que afecta la inevitable tentativa de la justificación última de la ética.

Aunque algunas críticas se han dirigido recientemente a la idea de la responsabilidad formulada por Hans Jonas, en estas líneas me interesa retomar los principales elementos de la reflexión que al respecto propone Ricoeur en este epílogo. Creo que se trata de una propuesta capaz de volver aceptable la imposición de cargas a las actuales generaciones en nombre de las que vengan en un futuro remoto.

 

Situaciones inéditas

 

Las situaciones calificadas por Lenoir y de quienes respondieron a las entrevistas incluidas en el libro se refieren a la biología —en especial la manipulación genética—, a los intercambios económicos, a la actividad de las empresas, a la comunicación a través de nuevos medios, a la política y al medio ambiente. Recupero la reflexión de Ricoeur sobre lo último por cuanto me parece portadora de una cierta capacidad de justificar lo que hoy se presenta como una carga difícilmente aceptable y porque creo que de ello se derivan algunas de las dificultades para que la ecología se sitúe en el centro de la política.

Situaciones y procesos en curso, como el efecto invernadero, la deforestación, la afectación a la capa de ozono, la contaminación del agua, las lluvias ácidas, la disposición de residuos radiactivos y la extinción de especies, comparten dos rasgos que llaman la atención de Ricoeur: sus escalas temporal y espacial. En su análisis, no duda en conceder el carácter inédito de estas situaciones, ya que es la primera vez en la que el actuar humano es capaz de acciones cuyos efectos peligrosos tienen una dimensión cósmica. Eso marca una diferencia con respecto al mundo de la Grecia antigua, en el que por primera ocasión la conciencia moral fue objeto de una articulación racional, y en la cual el actuar humano sobre una naturaleza, muchas veces hostil, sólo podía alterar a ésta de forma temporal. A diferencia de aquella época, en la nuestra la relación se ha invertido, pues esta vez, apunta Ricoeur, la naturaleza se encuentra amenazada por el actuar humano.

Otra razón por la que él considera la degradación ambiental como una situación que desafía la ética consiste en que, en ese caso, los efectos no deseados del actuar humano son a escala planetaria. Si bien los comportamientos relacionados con los progresos técnicos tienen, de forma aislada, un efecto cuantitativamente menor, y por lo tanto nimio, hay un efecto acumulativo de esos comportamientos que reviste un cambio cualitativo mayor: se presenta esa inversión en la relación hombre-naturaleza, en la que la naturaleza deja de tener el papel de elemento amenazante y se convierte en el elemento amenazado.

 

La respuesta a las situaciones inéditas

 

La responsabilidad, subraya Ricoeur, por ser una idea que llegó tarde al vocabulario técnico de la filosofía moral, ha sido poco analizada. Se ha confundido con la idea de imputabilidad, en el sentido de que por ésta se entiende el proceso por el que se identifica al autor de una acción. En esa confusión, la responsabilidad se piensa con relación al pasado; se busca quién está en el origen de una cadena de cambios en el curso de las cosas y se aísla a uno o varios agentes humanos, a los que se les declara responsables. Esta noción, minimalista para Ricoeur, tiene sus implicaciones: hacerse responsable por una acción realizada en el pasado supone estar dispuesto a dar cuenta de ella, tanto en el sentido de justificarla como en el de reparar o, dicho de otra forma, de pagar algún precio por los daños infligidos por la acción. A partir de ese rozamiento volcado hacia el pasado, la invitación de Ricoeur es pensar la responsabilidad, pero esta vez hacia el futuro: considerar las consecuencias previsibles y asumir la carga correspondiente, pero, además, asumir una carga que supone también efectos imprevisibles respecto a un futuro más remoto, consideración esbozada también por Hans Jonas en El principio de responsabilidad.

Una consecuencia inmediata se desprende de ese rozamiento según Ricoeur: la misión que se le confía al agente que acepta ser responsable por el futuro es la de proteger una realidad que es frágil, que es incluso finita. Reconoce que esa misión tiene fundamento en la exigencia de asegurar la perpetuación de la historia humana, la cual Jonas formula en estos términos: “Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra” (en la traducción publicada en español por Herder). Se trata de un imperativo que, como lo explica Jonas, prescinde de la idea tradicional de derechos y deberes que se funda en la reciprocidad, además de que pone en el centro la condición de la humanidad como algo extinguible y frágil. Para Ricoeur, la noción de responsabilidad remite a la idea de un mandato, al mismo tiempo exterior y superior al hombre, que se ve, por este mismo mandato, encargado de la misión con respecto a lo que es finito.

La cuestión de una nueva ética que responda a las preguntas de Lenoir, o al vacío ético al que se refiere Hans Jonas, estaría resuelta —al menos parcialmente— con esa ética de la responsabilidad, a pesar de las objeciones al principio de responsabilidad que se han planteado.

 

Algunas conclusiones

 

Sin proponer un cuestionamiento sistemático a la formulación de la idea de responsabilidad, en un texto reciente (“Adieu à la raison. La menace de Sparte” [“Adiós a la razón. La amenaza de Esparta”]), publicado en la revista Front Populaire, el filósofo francés Michel Onfray dirige algunas objeciones a El principio de responsabilidad, principalmente respecto al uso político del que ha sido objeto la propuesta. La heurística del miedo, consideración clave en el libro de Jonas, serviría para hacer a un lado la razón y la deliberación propias del pensamiento de la Ilustración. Onfray dirige su crítica, entre otros aspectos, a la formulación del imperativo de El principio de responsabilidad de Jonas, debido a que adopta superficialmente una forma kantiana, formalismo que para él encierra una negación de los valores de la Ilustración. Advierte que El principio de responsabilidad se ha convertido en el software del ecologismo europeo a pesar de que, al reivindicar un linaje religioso contra uno filosófico laico, y al dar la espalda a la deliberación democrática, constituye una negación de las ideas de la Ilustración.

La relación entre la obra de Hans Jonas y la retórica acusatoria del ecologismo radical que ve Michel Onfray ciertamente se acerca, aunque no por las mismas razones, a la preocupación expresada por Latour respecto al discurso aburrido y moralizador de un sector del ecologismo. Sin embargo, ¿sería razón suficiente para dejar de lado esa propuesta? La dificultad de proponer una justificación para el actuar humano en la era tecnológica invitaría más bien, como lo hizo Ricoeur, a revisar el principio de responsabilidad y a reconsiderarlo como propuesta plausible al vacío ético de esta inédita situación planetaria, así como, de paso, como un recurso para superar la dificultad de colocar la ecología en el primer plano de la política.◊

 


 

* Es profesor-investigador en el Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México. Es titular de una licence en philosophie por la Universidad Sorbonne Paris IV. Su trabajo se centra en el estudio de la gobernanza metropolitana, las políticas ambientales, la juridización del medio ambiente y en los conflictos socioambientales. Entre sus publicaciones más relevantes, como editor, se encuentra El derecho ambiental en acción. Problemas de implementación, aplicación y cumplimiento (2014). A su cargo se encuentra la Secretaría General de El Colegio de México.