Utopía neoliberal: imaginario demográfico y la Cuarta Revolución Industrial

Con la revolución digital, la investigación biomédica y la exploración del espacio ¿somos protagonistas, en la vida real, de un relato de ciencia ficción con final feliz o conejillos de Indias de los proyectos científico-empresariales de Zuckerberg, Bezos, Musk y compañía, aliados con el neoconservadurismo patriarcal, misógino, clasista y racista?

 

ANDREU DOMINGO*

 


 

 

Lo demográfico y la utopía neoliberal en el Antropoceno

 

La popularización del concepto de la Cuarta Revolución Industrial (que no su acuñación) por parte del gurú de Davos Klaus Schwab (2016) ha delimitado el horizonte utópico que nos propone el neoliberalismo. Es, a la vez, una visión futurista y un futurible: crea las condiciones de realización del futuro. “Futuristas” son las producciones culturales que identificamos con el porvenir, mientras que “futuribles” serían aquellos elementos emergentes que lo estructuran. Después de la revolución de la información, la Cuarta Revolución Industrial avanzaría con tres arietes, todos ellos intersectados: la revolución digital, con la inteligencia artificial (ia) (y el Internet de las Cosas); la investigación biomédica, y la exploración del espacio. Esa utopía tecnológica se acompaña de un proyecto político —con la gestión de la población en su centro, desde el nacimiento de la biopolítica—, cuyas consecuencias van más allá del debate sobre la creación o destrucción de empleo y, con ellas, de la multiplicación de la población redundante.

Personajes como Mark Zuckerberg (Meta), Jeff Bezos (Amazon) y Elon Musk (SpaceX), a los que podríamos añadir a Bill Gates (Microsoft), Peter Thiel (PayPal), Larry Page (Google) o al fallecido Steve Jobs (Apple), entre otros, encumbrados a la categoría de héroes emprendedores, encarnan hoy las vanguardias de esas utopías fundamentadas en la innovación tecnológica. A través de lo que el filósofo Peter Sloterdijk (2010) calificaría como “los espejismos productivos de talentos autohipnóticos”, reconocemos esas propuestas de horizontes futuros: la utopía teletópica y telepática del propietario de Meta; el sueño de inmortalidad del fundador de Amazon, con inversiones en sociedades como June Therapeutics; o la colonización de Marte del director de Tesla, con SpaceX. Los tres, no obstante, diversifican sus incursiones en todos los campos. Por ejemplo, Zuckerberg invierte en compañías que cruzan ia con biomedicina, como ctr-Labs, y patrocina misiones espaciales como Breakthrough Starshot; Bezos participa en la carrera espacial con Blue Origins; Musk incursiona en la biomedicina con Halcyon Molecular y en la neurotecnología con Neuralink. Además, debemos añadir las empresas orientadas hacia la información y la conformación de la opinión pública (Instagram y WhatsApp, el primero; el Washington Post, el segundo; y Twitter, el tercero). Gracias a la financiación de la investigación en esas nuevas tecnologías, se está configurando un futuro mediatizado por la amenaza del calentamiento global. El objetivo de este breve artículo de tipo ensayístico es reflexionar sobre el papel de la población en esa triple utopía.

 

Teletopía: del enjambre de Facebook al metaverso

 

La teletopía, como anulación de la distancia durante la interacción en tiempo real, pero también la telepatía, la supuesta adivinación del pensamiento mediante la inteligencia artificial, concretada en la mercancía deseada, constituyen la médula del negocio propiciado por las redes, donde la comunidad interconectada se articularía como un enjambre. Ese anhelo inicial que alumbró Facebook resultó axial para lo que se ha llamado el capitalismo de la vigilancia (Zuboff, 2019), definido como el sistema que reclama la experiencia humana como materia prima de prácticas comerciales basadas en su predicción y venta.

La apuesta por el desarrollo de un entorno virtual inmersivo al que se accede con un visor 3D y que otorga un nuevo significado a la conectividad que supone el metaverso se inspira en la novela ciberpunk Snow Crash de Neal Stephenson (1992). No se trata únicamente del nombre: el mundo alternativo que fascinó a Zuckerberg funciona como el mercado perfecto en cuyo núcleo se sitúa la velocidad de la información —un “sol negro” en la ficción—. La construcción de la identidad virtual (el avatar) es el medio que redime a los jóvenes altamente formados, condenados a la precariedad y la irrelevancia fuera del entorno virtual: les permite “realizarse” y expresar su identidad —en toda su variabilidad y fluidez—, a la par que el reconocimiento de su talento. Sin embargo, ese haz de oportunidades tiene un precio, empezando por la propia confección del avatar (diseño, vestuario, habilidades, aparte de las actividades que se ofrecen). La apariencia del avatar nos recuerda de forma inquietante —desde la misma presentación del proyecto en octubre de 2021— la réplica robótica del propietario de Meta. Lo que podría ser atribuible a limitaciones en el desarrollo de la animación se revela, no obstante, como un paso más en la fusión entre ia y los humanos, que recurre al marco representativo de los videojuegos, otra de las inversiones especulativas de Mark Zuckerberg, a través de la compañía Beat Games. El metaverso se está proyectando como un bucle del turbocapitalismo y, como tal, doblemente productor de redundancia: fuera y dentro del entorno virtual.

 

Revolución biomédica: el sueño de la hidra

 

Si el debate de la demografía se ha centrado en los límites de la longevidad —y, concretamente, en la biodemografía evolucionista, es decir, en comprender la relación entre el tamaño de las poblaciones, las estrategias reproductivas y la mortalidad en diferentes especies—, el delirio de los empresarios ha sido encontrar la fuente de la eterna juventud. Aunque es un pólipo de agua dulce significativamente diminuto, la hidra —Hydra magnipapillata— ha seducido a unos y otros por su capacidad regenerativa.

Así, Jeff Bezos transita hacia la búsqueda de la inmortalidad con Unity Biotechnology o Altos Lab, dedicados a impulsar la investigación para frenar el envejecimiento. Exploran, por una parte, la reprogramación celular a partir de células madre pluripotentes y, por otra, la parabiosis —las transfusiones de sangre procedente de individuos jóvenes como una forma de prolongar la vida y luchar contra la senescencia—. Ésta es una inquietud compartida por otros magnates de Silicon Valley, como Larry Page o Peter Thiel, a partir de la cual se sustenta la leyenda urbana sobre la práctica sistemática con donantes de 18 años, que han tenido que desmentir.

 

La conquista espacial: próxima estación, Marte

 

La colonización de Marte se ha erigido como el emblema de la conquista espacial —pues ejerce de tractor de la New Space Economy—, lo cual incluye la militarización del espacio con el dominio de la conectividad y la información que permiten los satélites —no está de más recordar que, mediante Starlink, Elon Musk está financiando el despliegue de satélites que apoyan a Ucrania ante la invasión rusa—. Pero la expansión en el universo, además de la tecnología requerida para emprender viajes interplanetarios o la edificación de ciudades —colonias—, incorpora la “Terraformación”, lo que significa la capacidad de replicar la vida y crear sistemas ecológicos en otros planetas.

De los tres personajes aquí citados, Elon Musk es el único que se ha pronunciado directamente sobre el tema demográfico, postulándose como natalista inveterado. La explicación evidente es la necesidad de un ejército de reserva dedicado a la colonización, un proletariado altamente disciplinado dispuesto a afrontar las duras condiciones de la colonización espacial y la forzosa adaptación de su cuerpo a las mismas. Pero lo que más nos interesa de las reiteradas declaraciones de Elon Musk en las que señala el colapso de la población como el gran riesgo del futuro es que nos devuelven a las tesis de Julian Simon como gran defensor del “laissez-passer demográfico”. Sobre estas tesis se cimentó la “demografía de mercado” tal y como bautizó Ronald Reagan su involución neoconservadora en materia de población. La obra del economista en las últimas décadas del siglo xx proponía llevar el crecimiento económico más allá de los límites ecológicos y del control de la población que defendía el Club de Roma.

 

Las promesas del transhumanismo

 

Las tres propuestas analizadas comparten el proyecto transhumanista, definido como el intento de transformar sustancialmente a los seres humanos mediante la aplicación directa de la tecnología, sea fusionándose con máquinas o por la manipulación genética (Diéguez, 2017), de modo que la intervención en la evolución de la especie humana (y del resto) se presenta como alternativa a la extinción producida por el calentamiento global: el Plan B, una vez asumida la irreversibilidad del proceso y limitada la respuesta a la fórmula de conjugar la “mitigación” con la “adaptación”. La propia idea de “población” y su reproducción se sitúan así en el centro del tablero y, con ella, el cuerpo de la mujer como campo de batalla, oscilando entre la reapropiación de ese cuerpo como territorio reproductivo (invocada por el neoconservadurismo) y la externalización de la reproducción de forma industrial (materia recurrente en las obras de ficción). Pero la apuesta por esa fusión entre humanos y máquinas como solución al creciente antagonismo entre la reproducción demográfica y social en el sistema capitalista —aceptada por movimientos tan dispares como el feminismo o el propio neoliberalismo— tiene también un precio: el crecimiento de la desigualdad. Como señala Yuval Noah Harari (2015): no todos van a tener acceso a sus beneficios, empezando por la inmortalidad; sólo los que puedan costearlos.

La apropiación del futuro del credo neoliberal conlleva un modelo de relaciones de género y una concepción de la comunidad ideal que implica la estructura social. Esos mismos personajes que hemos citado como ejemplo de la innovación tecnológica se han propuesto como modelos revitalizadores de las masculinidades neoliberales (Horton, 2022), con una evolución que va de la supuesta fragilidad del “nerd” —imagen predilecta del “innovador de garaje”— al retorno del macho alfa mediante el body building. La virilidad y sus formas de sociabilidad para establecer el liderazgo aparecen como un valor constitutivo de las principales marcas de Silicon Valley, de forma que se ha establecido una analogía entre su cultura empresarial y el funcionamiento de las hermandades universitarias masculinas, en las que muchos de sus líderes construyeron su identidad competitiva (Chang, 2019). Por otro lado, se ha especulado que el enjambre instalado en la frontera espacial requiere del ascetismo monacal, por razones disciplinarias, para controlar el cuerpo (Federici, 2022), pero también por la necesidad de atribuir a un factor externo la institución social, papel que cumple a la perfección la religión. Por encima del auge de las sectas evangelistas o del islamismo, o de nuevas teosofías, la teoría de Gaia como autoconsciencia del planeta, formulada por James Lovelock, parece una candidata idónea para satisfacer esa necesidad.

 

Conclusiones: de vuelta a la tanatopolítica

 

Las tres propuestas citadas pueden relacionarse, como lo ha hecho Melinda Cooper (2008), con un capitalismo financiero convencido de la potencialidad de reinvención especulativa del futuro o, lo que es lo mismo, de la habilidad de eterna reanimación a partir de una deuda constantemente renovada. Resulta muy revelador que uno de los impulsos de la investigación biomédica en Estados Unidos —y, en general, de la Cuarta Revolución Industrial— fuera el viraje en materia de población y su relación con el medio ambiente, expresado en la Conferencia de Población de México en 1984, bajo el mandato de Ronald Reagan. Desde entonces, la reducción sistemática de los fondos norteamericanos en el Fondo de Población de las Naciones Unidas, en nombre de su oposición al aborto, que ha marcado el fin programático del control de la población a nivel planetario, dejó abierta de par en par la contradicción entre crecimiento económico sostenido y crecimiento de la población y medio ambiente. La paradoja ha sido enfrentada convirtiendo el crecimiento demográfico (y, con él, otros fenómenos demográficos) en “Riesgo Global”.

La Cuarta Revolución Industrial se revela en este contexto como una utopía escapista —sea en el espacio, sea en la red—, incapaz de dar respuesta a esa primera contradicción fundamental y la que también supone que la estrategia reproductiva del capitalismo esté basada en la producción de redundancia (de materiales y humanos). Al contrario, las exacerba. Los diferentes escenarios producto de la revolución tecnológica que compiten por conformar el futuro (no exentos ellos mismos de contradicciones), después de haber destruido la Tierra, se promocionan todos ellos como la última esperanza de salvar a la humanidad.

Las promesas de la innovación tecnológica de la Cuarta Revolución Industrial anticipan la cartografía de unas relaciones sociales —de género, de clase y raciales—, cimentadas en la tanatopolítica —la destrucción consentida o patrocinada por el Estado de vidas humanas— como pliegue de la biopolítica, al poner en el centro las preguntas: ¿A quién hay que salvar? ¿Qué individuos y poblaciones van a ser categorizados como redundantes y cuáles como resilientes?◊

 


 

Referencias

 

Cooper, Melinda, Life as a Surplus. Biotechnology and Capitalism in the Neoliberal Era, Seattle y Londres, University of Washington, 2008.

Chang, Emily, Brotopia. Breaking Up the Boys’ Club of Sillicon Valley, Londres, Penguin, 2019.

Diéguez, Antonio, Transhumanismo: La búsqueda tecnológica del mejoramiento humano, Barcelona, Herder, 2017.

Federici, Silvia, Ir más allá de la piel. Repensar, rehacer y reivindicar el cuerpo en el capitalismo contemporáneo, Madrid, Traficantes de Sueños, 2022.

Harari, Yuval Noah, Homo Deus. A Brief History of Tomorrow, Londres, Hervill Secker, 2015.

Horton, Lynn, Men of Money. Elite Masculinities and the Neoliberal Project, Londres, Rawman & Littlefield, 2022.

Schwab, Klaus, La cuarta revolución industrial, Barcelona, Debate, 2016.

Sloterdijk, Peter, En el mundo interior del capital. Para una teoría filosófica de la globalización, Madrid, Siruela, 2010.

Zuboff, Shoshana, The Age of Surveillance Capitalism, Londres, Profile Books, 2019.

 


 

* Es subdirector del Centro de Estudios Demográficos y profesor asociado del Departamento de Geografía de la Universidad Autónoma de Barcelona. Licenciado en Historia y doctor en Sociología, se ha especializado en el estudio de la población. Ha escrito numerosos artículos en revistas especializadas y ha publicado Cataluña en el espejo de la inmigración. Demografía e identidad nacional (2014) y Descenso literario a los infiernos demográficos: distopía y población (2008). Ganó el premio literario Marian Vayreda con El llegat del doctor Deulofeu (2004). En El Colegio de México, colaboró en el libro colectivo El género en movimiento. Familias y migraciones (María Eugenia Zavala, coord.) en 2014.