Una testigo privilegiada del siglo xx

Proveniente de quien fuera pionera en la regulación del número de hijos, el rescate del siguiente testimonio representa una pieza singular en el retrato de los cambios reproductivos habidos en México en el siglo xx y de la realidad social de las mujeres en nuestro país en esa centuria.

 

JULIETA QUILODRÁN*

 


 

Los hechos señeros que marcan la memoria colectiva no afectan a los individuos de la misma manera. Cada uno los vive desde sus propias circunstancias y construye, por lo mismo, sus propias historias, las cuales constituyen, muchas veces, itinerarios de vida que contienen experiencias interesantes de rescatar por el contexto en el que se dieron y por la manera en la que se encadenaron.

A finales de los años noventa, en el marco de un proyecto de investigación, entrevistamos a un número de mujeres pertenecientes a las “generaciones pioneras del cambio reproductivo en México” (Juárez y Quilodrán, 1990, 2009). En los relatos acumulados fue quedando claro que las que primero regularon su número de hijos provenían de familias en las que ya existía un deseo de cambiar esta situación. No fue fácil encontrar a alguien que poseyera características relativamente semejantes a las de las pioneras en las generaciones de sus madres: vale decir, mujeres socializadas en un medio urbano, que concluyeron al menos el nivel de educación secundario y que contrajeron una unión conyugal formal (matrimonio). La entrevistada fue una persona bastante mayor que la que buscábamos, pero que cumplía con creces los requisitos anteriores y cuyo aporte enriquece la interpretación de la realidad social del siglo xx.

Entrevistamos a la Dra. R. —como llamaremos a nuestra protagonista— en 1999, cuando acababa de cumplir 90 años. Lúcida, directa, optimista y generosa, nos relató sus vivencias, las cuales entrelazó con momentos históricos pertenecientes a un periodo que abarca desde la Revolución mexicana hasta la víspera del año 2000. Al volver a leer las transcripciones de sus relatos, queda de manifiesto el gran coraje que tuvo esta mujer para afrontar la sociedad de su época y adaptarse a sus exigencias sin transigir en sus aspiraciones.

 

Sus orígenes y su religión

 

La Dra. R. nació en San Luis Potosí en diciembre de 1909. Su madre era nativa de esta ciudad, y su padre, de Guanajuato, cuya familia había poseído minas en épocas pasadas. Sus abuelos paternos conocieron, hacia mediados del siglo xix, a un inglés que vino a Monterrey con la intención —quizá como excusa— de enseñar el cultivo del trigo y de la avena para diversificar la producción de granos y contribuir a que, de esta manera, la población no dependiera exclusivamente del cultivo del maíz. Esta misma persona los introdujo al protestantismo evangélico, religión que, además, “esparció” —retomando las palabras de la entrevistada— por todo Tamaulipas, Veracruz y San Luis Potosí. Su madre, que también era protestante, vivió y trabajó desde muy pequeña con una médica estadounidense que residía en San Luis Potosí. La cercanía con esta persona la marcó de manera muy intensa, ya que le inculcó que el cambio de la mujer en México no podía venir más que de la educación. Teniendo en mente la importancia de esta última en la realización de las personas, la madre de la Dra. R. logró encauzar a sus hijos en la vía de los estudios hasta convertirlos a todos en universitarios o en profesoras normalistas. Además, aprovechó los conocimientos médicos, aprendidos con la doctora antes mencionada, para criar a sus hijos.

  

La enfermedad

 

Muy pronto, a los nueve meses de nacida, la Dra. R. se enfermó de una poliomielitis que le afectó las piernas y le impidió caminar durante mucho tiempo.

No había conocimientos sobre la poliomelitis  [sic], aunque sí me llevaban [mis padres] donde doctores; sin embargo, no había mucho que hacer […] Mi madre me rehabilitó de una manera maravillosa, muy dolorosa para mí, pero muy buena para la vida […] Cuando era todavía niña mis padres se cambiaron a vivir a un lugar donde había mucha agua; era un lugar pequeño donde había ríos y pozas en Río Verde (San Luis Potosí) y ahí nadaba tres veces al día. Pero había otra cosa: me hicieron un aparato especial, un aro que mi papá metió en la pared para que ejercitara mis piernas. Ay, era una cosa terrible.

Fue una experiencia muy dura porque mi mamá se propuso que tenía que valerme por mí misma […] Se me obligaba a muchas cosas,  pero gracias a Dios que lo hice, porque sólo así pude caminar.

 

Carencias sanitarias y en la atención de la salud

 

Recién comenzada la Revolución, y por razones de trabajo, su padre se fue a Tamaulipas. Su madre embarazada quedó sola durante una temporada y fue entonces que dio a luz, sola, a un hijo que se le murió de un enfriamiento (uno de los nueve que llegó a tener). Sin duda, este hecho pasó a ser parte de la historia familiar.

También recordó, de esa misma época:

De la época de la Revolución, cuando ya era una niña más grande, recuerdo que las “clases” [los soldados] morían a montones; los mataban los revolucionarios. Se hacían zanjas y se enterraban así no más los cadáveres y se tapaban y entonces había epidemias […] Mi mamá hacía torundas, como esponjas. Cuando yo tenía cuatro, cinco años, mi papá todas las mañanas mojaba aquellas torundas en petróleo y a chicos y grandes nos daba toques a la garganta, para ayudarnos a que no tuviéramos difteria […] Era horrible; por eso todavía lo recuerdo muy claramente.

Este relato confirma la preocupación compartida de sus padres por la salud de sus hijos; hecho poco común, más en aquella época.

A la pregunta de si se cuidaba para evitar los embarazos contestó que se ponía “hisopos con aspirina y algo más”, pero que “no siempre funcionaban”. Sobre si otras mujeres controlaban el número de hijos en ese entonces, dijo: “Sí, yo vi cómo muchas mujeres casadas se practicaban abortos a escondidas de sus maridos, pero no todos los doctores querían hacerlo”.

Además, mencionó que llegó incluso a atender a mujeres con secuelas de los abortos, y se mostró totalmente de acuerdo con el uso de los anticonceptivos, porque, según ella, la situación de la mujer, al no poder regular el número de hijos, era “tremenda”. La opinión expresada es una mezcla de inquietud por los esfuerzos que representaban para las mujeres los numerosos embarazos y las exigencias derivadas del cuidado de los hijos en tiempos en los que eran muchos y predominaban las enfermedades infecciosas.

 

Educación y discriminación

 

Cuando estuvo en edad de ir al colegio, la mandaron, junto con otros de sus hermanos, a Aguascalientes, al Colegio Morelos. En San Luis Potosí no había colegios particulares que no fueran de congregaciones católicas (de maristas o monjas), y ellos eran protestantes.

En contraposición a San Luis, donde las mentes de las personas eran verdaderamente cerradas —por ejemplo, las niñas nunca salían a la calle y, si lo hacían, era con chaperón—, el Colegio Morelos en Aguascalientes no tenía ninguna fe, aunque el 90% de los alumnos eran católicos y solamente el 10% protestantes. Además, enseñaban inglés y mi mamá, que sabía inglés, quería que lo aprendiéramos. Era muy buen colegio, donde sabíamos que no nos iban a llevar al catolicismo romano.

Con todo y la apertura que reconoció en la gente de Aguascalientes, relató que los protestantes no eran reconocidos como mexicanos y, enseguida, refirió episodios a los que se enfrentó y que denotan una verdadera discriminación religiosa: “En el trayecto de la escuela teníamos caminos por donde sabíamos que podíamos transitar porque de otra manera nos apedreaban. Hasta tenían canciones especiales para decirnos ‘fuera, fuera los protestantes…’; entonces realmente éramos marginados; sí, así éramos”.

Al no haber preparatoria en el Colegio Morelos, cursó dos años en la Normal, durante los cuales se dio cuenta de que no quería ser maestra y se rebeló, en los hechos, contra la discriminación de género que representaba proporcionar exclusivamente a los hombres una educación de más prestigio, como la universitaria. Es en esta coyuntura que se manifiesta la mujer “atípica”, como ella misma se definió.

Quejándome con mis padres de que no estaba satisfecha con los estudios en la Normal, me llevaron de vuelta a San Luis. Entonces, entré al Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí, que luego se transformaría en la Universidad de San Luis Potosí. Ahí me revalidaron esos dos años de Normal y luego seguí; ahí terminé la secundaria, el bachillerato y cursé la carrera de Medicina.

A la pregunta sobre si existía discriminación hacia las mujeres universitarias, respondió: “De cierta manera, sí, porque siempre estábamos estudiando —a mí me costó mucho el estudio— y las otras chicas, pues, en bailes en la lonja. Nosotras nunca andábamos en ello, nunca alternábamos con ellas. Me parece que era más bien esto, propiamente, una discriminación”.

Terminó sus estudios de medicina en San Luis Potosí hacia 1933 y viajó a España, donde estudió y también trabajó en un hospital. No dio mayores detalles, pero el solo hecho de prolongar sus estudios en el extranjero delata un interés no sólo de superación académica, sino también de independencia; algo muy poco usual en la época, y menos para una mujer de provincia.

  

Trabajo, matrimonio y descendencia

 

Abandonada por su novio de mucho tiempo cuando éste se percató de su leve cojera —secuela de su poliomielitis temprana— migró, desilusionada, a Aguascalientes, donde pronto un admirador mucho menor que ella le propuso matrimonio. Se negó, aduciendo su juventud, y le puso como condición para aceptarlo que terminara los estudios de preparatoria. Cumplida esta condición, se casaron, y él continuó con sus estudios universitarios hasta graduarse. Con este matrimonio tan fuera de lo usual —marido menor que la esposa e, inicialmente, con un menor grado de estudios—, aunque de su misma religión, la Dra. R. desafió, una vez más, las normas vigentes.

Comenzó su carrera laboral trabajando en el recién creado imss en Aguascalientes y con un consultorio médico propio, pero dejó de trabajar al casarse. Retomó parcialmente sus actividades al trasladarse a vivir a la Ciudad de México.

Cuando vivíamos en la colonia Santa María la Ribera, no trabajaba, pero a veces le ayudaba a un doctor sin que mi marido supiera. Vivía a la vuelta y le ayudaba a anestesiar o a veces hasta a atender a algunos pacientes […] Luego nos fuimos a vivir a Mixcoac y me quedé sin el trabajo con el doctor, pero igual atendía partos, descalabrados, gripas y muchas cosas más. Y, sí, cobraba por estos servicios.

Años después, regresó a trabajar al imss y, una vez jubilada de esta institución, se reinventó laboralmente. Una enfermedad grave la llevó a acudir al yoga, y la experiencia positiva que experimentó la decidió a enseñar esta disciplina durante el resto de su vida.

Tuvo cuatro hijos biológicos y tres adoptados. Los tres primeros fueron hombres y, muy desesperada de no tener una hija, adoptó una. Inmediatamente después se embarazó de una niña. Años después, le entregan a un niño con seis meses de gestación de una madre que había fallecido en una inundación. Cuando ya tenía más de sesenta años, un día encontró sobre su cama a una bebé recién nacida. De acuerdo con sus hijos, ella y su esposo decidieron hacerse cargo de criarla.

La trayectoria de vida que acabamos de relatar nos muestra a una mujer que se adelantó a su época: sobreviviente de una enfermedad grave como la poliomielitis cuando no existía vacuna; profesional altamente calificada cuando la proporción de la población con estudios superiores no llegaba a 1% y estaba compuesta de contingentes inminentemente masculinos; casada a una edad tardía, hacia los 28 años, cuando el promedio de edad al matrimonio no superaba entonces los 20 años; y solamente con cuatro hijos biológicos, o sea, bastante por debajo de las descendencias de su generación, con lo cual formaría parte del contingente de “pioneras”. Trabajó de manera intermitente para adecuarse a la división del trabajo mujer-ama de casa/hombre-proveedor en el contexto de un hogar con características hasta cierto punto patriarcales. Es probable que el hecho de ajustarse, aunque fuera de modo aparente, al rol de mujer tradicional dedicada exclusivamente a las labores domésticas haya respondido a la necesidad de reforzar y prestigiar la posición del esposo en el contexto de un matrimonio poco convencional para, con ello, conseguir la estabilidad de éste.

El entorno de la Dra. R., aquel que se va delineando junto con su relato personal, pone en evidencia que el hecho de pertenecer a una religión distinta a la católica era motivo de una discriminación que hacia los años veinte del siglo pasado podía conducir, incluso, a la violencia física. Aparecen también en sus respuestas aspectos relacionados con las condiciones socioeconómicas y sanitarias que le tocó vivir. La salud era muy precaria, con altos niveles de mortalidad infantil, producto de las enfermedades infecciosas que prevalecieron durante casi todo el siglo xx. En lo que respecta a la fecundidad, el número tan grande de hijos que las mujeres llegaban a tener, primero, por la ausencia de métodos anticonceptivos y, luego, por la ineficiencia en su uso, impulsaba a muchas mujeres a buscar en el aborto la solución a un embarazo no deseado, con los riesgos consiguientes.

Cabe señalar que, en varios momentos de la entrevista, la Dra. R. se refiere al protestantismo como un credo que enseña a ser muy liberal, a la vez que es muy apegado a la Biblia.

Como conclusión, podemos sostener que la Dra. R., cuya vida transcurrió en el siglo xx, fue atípica en la medida en que actuó desde joven como una mujer empoderada. Navegó a través de un mundo poco tolerante con la diversidad religiosa, con la incapacidad física, con las desigualdades de género y sociales, encontrando siempre salidas compatibles con sus deseos de realización.◊

 


 

Bibliografía

 

Juárez, Fátima, y Julieta Quilodrán, “Mujeres pioneras del cambio reproductivo en México”,  Revista Mexicana de Sociología, vol. LII, núm. 1, Distrito Federal, Instituto de Investigaciones Sociales-unam, 1990, pp. 33-49.

Quilodrán, Julieta, y Fátima Juárez, “Las pioneras del cambio reproductivo: un análisis partiendo de sus propios relatos”, Notas de Población, núm. 87, Santiago de Chile, cepal, 2009, pp. 63-64.

 


 

* Es doctora en Demografía por la Universidad Católica de Lovaina, profesora-investigadora en el Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México y miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Sus principales intereses de investigación y docencia giran en torno a la transición de la fecundidad en México y la formación familiar en este país y en América Latina. Coordinó el libro Parejas conyugales en transformación: una visión al finalizar el siglo xx (El Colegio de México, 2011).