Un diálogo inconcluso: Borges y Paz

Dos grandes de la literatura latinoamericana protagonizan el siguiente texto, en el que Rafael Olea Franco rastrea caminos de una incomprensión mutua entre Jorge Luis Borges y Octavio Paz; senderos trazados como atisbos de un diálogo que nunca llegó a concretarse, ojalá ahora posible en donde sea que la muerte los haya reunido.

 

RAFAEL OLEA FRANCO*

 


 

Es probable que la primera recepción colectiva de la obra de Jorge Luis Borges en México haya sucedido hacia la década de 1940 en Guadalajara, ciudad donde los futuros escritores Juan Rulfo y Juan José Arreola lo leyeron, como parte de un grupo atraído por los libros provenientes de Sudamérica. Una mayor difusión de la literatura borgeana en nuestro país, ya no sólo entre escritores (en ciernes o profesionales), sino también entre un público más amplio y diversificado, se generó en 1964, cuando la Revista Mexicana de Literatura publicó un número especial titulado “Homenaje a Borges”. Además de la traducción de los dos poemas ingleses de Borges, preparada por José Emilio Pacheco, esta edición incluyó una entrevista de Keith Botsford al escritor argentino (trasladada al español por Carlos Monsiváis), así como tres ensayos analíticos, de Ramón Xirau, Emir Rodríguez Monegal y Juan García Ponce. Bajo el significativo título de “¿Quién es Borges?”, García Ponce planteaba así el enigma en el que se debatía entonces la lectura de su obra:

…abundan los que se empeñan en negarle precisamente todo rasgo personal, concreto y humano, los que tratan de verla como una pura construcción verbal, un gigantesco edificio vacío creado por una inteligencia fría y deshumanizada, olvidando […] que la inteligencia es muy exactamente una característica exclusiva del hombre y como tal esencialmente humana. (García Ponce 1964: 23)

De manera tácita, García Ponce intentaba refutar a algunos detractores mexicanos de Borges, entre ellos a Jaime García Terrés, quien en 1961 había emitido uno de los más virulentos ataques contra el argentino. Al declarar de entrada su desagrado por la obra de éste, él había intentado fundar su postura en las siguientes reflexiones:

Mi querella general es ésta: en Borges se consuma la perversidad de una inteligencia inhibida y replegada en una especie de vacío autosuficiente […] Los personajes de Borges carecen de alma y cuerpo; son puros nombres enlazados con otros nombres […] Si Borges pecara por agobio de la carne, tales abismos serían humanos y llevaderos. Su pecado, al contrario, es inteligencia pura; es un lejano resabio del pecado angélico. En ello estriba su cruel impostura, y también su indiscutida —pero no envidiable— grandeza. (García Terrés 1961: 163)

Estas palabras presagian la actitud asumida por Octavio Paz, quien en un profundo ensayo publicado apenas dos meses después de la muerte del argentino (acaecida el 14 de junio de 1986), ejecutó, con una excelente prosa poética, un artículo que bien podría titularse “Menoscabo y grandeza de Borges” (a semejanza del que éste escribió sobre Quevedo a mediados de la década de 1920). En primer lugar, Paz reconoce con justicia las enormes aportaciones de Borges a nuestra lengua:

Nadie había escrito así en español. Reyes, su modelo, fue más correcto y fluido, menos preciso y sorprendente. Dijo menos cosas con más palabras; el gran logro de Borges fue decir lo más con lo menos. Pero no exageró: no clava a la frase, como Gracián, con la aguja del ingenio ni convierte al párrafo en un jardín simétrico. Borges sirvió a dos divinidades contrarias: la simplicidad y la extrañeza. Con frecuencia las unió y el resultado fue inolvidable: la naturalidad insólita, la extrañeza familiar. Este acierto, tal vez irrepetible, le da un lugar único en la historia de la literatura del siglo xx. (Paz 1986: 27)

Luego de este “elogio desmesurado” (como también habría dicho el homenajeado, con su típica y a veces calculada modestia), Paz detalla con agudeza algunas de las características de la prosa y la poesía borgeanas. No obstante, a lo largo de su ensayo se percibe una astuta ambigüedad, la cual culmina cuando sugiere que la literatura del argentino sólo se despliega por una de las dos grandes vertientes del arte verbal:

Es verdad que [Borges] no provoca la complicidad de nuestros sentimientos y pasiones, sean las oscuras o las luminosas: piedad, sensualidad, cólera, ansia de fraternidad; también lo es que [sus textos] poco o nada nos dicen sobre los misterios de la sangre, el sexo y el apetito de poder. Tal vez la literatura tiene sólo dos temas; uno, el hombre con los hombres, sus semejantes y sus adversarios; otro, el hombre solo frente al universo y frente a sí mismo. El primer tema es el del poeta épico, el dramaturgo y el novelista; el segundo, el del poeta lírico y metafísico. En las obras de Borges no aparece la sociedad humana ni sus complejas y diversas manifestaciones, que van del amor de la pareja solitaria a los grandes hechos colectivos. Sus obras pertenecen a la otra mitad de la literatura y todas ellas tienen un tema único: el tiempo y nuestras renovadas y estériles tentativas por abolirlo. (Paz 1986: 29)

Para refutar este un tanto velado reproche, podría argüirse que los escritores no están obligados a tratar esos “dos temas” de la literatura, como los llama Paz; considero incluso que, si un autor los incluye en su obra, esto no implica, a priori, ninguna superioridad sobre quien no lo hace. También podría esgrimirse la frase citada por Borges al recordar que, luego del fallecimiento de Edgar Allan Poe, Whitman redactó una nota necrológica donde aseguraba que en la obra de aquél no se veía la democracia de Estados Unidos: “Yo no creo que Poe pensara jamás en la democracia americana […] siempre ocurre eso: se reprocha a un poeta no haber ejecutado lo que no se ha propuesto nunca” (Borges apud Ferrari 1992: 352). Pero como sospecho que esto podría juzgarse como una mera evasión, aventuro otra respuesta. Mutatis mutandis, la censura global de Paz es similar a la que se endilgó contra Borges (aunque de manera menos inteligente y con una prosa elemental) desde la década de 1920 en Argentina, cuando, por ejemplo, se le acusó de construir una literatura demasiado intelectualizada. Por ello, en El idioma de los argentinos, el escritor rebatió de manera sagaz ese vituperio; así, al hablar del punto de partida de su ensayo “Indagación de la palabra”, adelantó este comentario preventivo:

El sujeto es casi gramatical y así lo anuncio para aviso de aquellos lectores que han censurado (con intención de amistad) mis gramatiquerías y que solicitan de mí una obra humana. Yo podría contestar que lo más humano (esto es, lo menos mineral, vegetal, animal y aun angelical) es precisamente la gramática; pero los entiendo y así les pido su venia para esta vez. Queden para otra página mi padecimiento y mi regocijo, si alguien quiere leerlos. (Borges 1928: 9)

En efecto, como él aduce, no hay nada más humano que el lenguaje. De este modo, con sutil ironía, él acaba por asignar rasgos positivos a lo que pretendía erigirse como un juicio demoledor en su contra (con lo cual acude a un recurso retórico paralelo al de los defensores de Góngora, quienes ante la acusación de que la obra de éste era muy difícil, respondían que también es difícil el ajedrez, y por ello mismo resulta más rico y complejo).

Ahora bien, conviene especificar que Borges siempre fue consciente de que la literatura no podía reducirse a mera emoción verbal, como expresó cuando en 1977 se le cuestionó si consideraba inferior a Quevedo respecto de fray Luis de León:

Sin ninguna duda, Quevedo es glacial, no puede hacerse poesía sin emoción y en Quevedo la única emoción que hay es la emoción verbal, es la emoción del lenguaje. El poeta debe estar arrebatado por el tema. Hay grandes escritores: Joyce, Mallarmé, Góngora, Quevedo, Lugones, a quienes les interesa sobre todo el lenguaje. Si uno está emocionado, esa emoción le da sentido a las palabras. (Borges apud Miranda 2001: 20)

Se trataría, claro está, de una emoción sentida por el artista en el momento del acto creativo, pero que también debe transmitirse al lector por medio de un hábil manejo de los artificios verbales.

Asimismo, considero que la literatura de Borges sí “provoca la complicidad de nuestros sentimientos y pasiones”, como deseaba Paz. Cito uno de los múltiples pasajes donde puede apreciarse esto: el momento en que el narrador de “El Aleph”, un Borges ficcional, se aproxima a solas al retrato de la fenecida Beatriz Elena Viterbo para decirle: “Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges” (1996: 623). La escena es patética; como lector, me recuerda a Pedro Páramo, quien, en la novela homónima de Juan Rulfo, anhela algo imposible: que la desquiciada Susana San Juan sea consciente del amor que él le profesa.

Desde otra perspectiva, debe consignarse, en justicia, que, respecto de Octavio Paz, Borges incurrió, quizá involuntariamente, en la más ofensiva actitud hacia un colega: la indiferencia. En una serie de programas radiofónicos de 1984, Osvaldo Ferrari le propuso comentar la obra de dos grandes escritores mexicanos: Alfonso Reyes y Octavio Paz; Borges replicó de inmediato: “De Octavio Paz puedo hablar con escasa autoridad: no he leído nada suyo, tengo el mejor recuerdo personal de él. Hablemos sobre Alfonso Reyes” (Borges apud Ferrari 1992: 57). Ese recuerdo personal provenía de su segunda visita a México, en 1981 (la primera había sido en 1973, cuando se le otorgó el Premio Alfonso Reyes). En esa segunda ocasión, el objetivo principal del viaje fue recibir el efímero Premio Ollin Yoliztli, el cual había sido concedido a Octavio Paz el año previo (en 1982, último año de su vigencia, se otorgó al poeta español Jorge Guillén). Paz aprovechó su visita para invitarlo al programa televisivo que él dirigía. Así, en la Capilla Guadalupana del Palacio de Minería, se grabó el programa con el tema “La poesía en nuestro tiempo”, bajo la producción general de Miguel Alemán Velasco y la dirección general de Héctor Vasconcelos. Participaron Paz, Borges y Salvador Elizondo. Hay bellas fotografías de este encuentro tomadas por Paulina Lavista; en una aparece la joven María Kodama, quien pocos años antes había asumido la tarea de acompañar a Borges en sus viajes. Así que, después de este encuentro, se esperaría que el argentino hubiera tenido la cortesía de leer algún texto de Paz.

Pero por lo menos él conocía un poema del mexicano, si es que confiamos en el registro asentado por Bioy Casares el 6 de noviembre de 1960 en su monumental obra póstuma titulada Borges. Ahí, Bioy recuerda que Octavio Paz había enviado a la revista Sur su poema erótico “Agua y viento”, el cual contiene este soez verso: “tus pedos estallan y se desvanecen”, a partir del cual Borges observa con ironía: “[Octavio Paz] se verá a sí mismo como un conquistador de nuevas regiones para la poesía… Qué regiones”, y Bioy le sigue el juego: “Menos mal que se desvanecen” (Bioy Casares 2006: 695). Mi búsqueda del verso recordado por Bioy en los números de la revista Sur fue infructuosa, porque en ella nunca se publicó “Agua y viento”. Sin embargo, finalmente pude localizar (en la biblioteca de Boston University) la versión original del poema de Paz, el cual se publicó en Colombia en 1959. En agosto de 1960, en su columna regular “Simpatías y Diferencias”, el joven y dinámico José Emilio Pacheco difundió la noticia de esta obra: “agua y viento. Como homenaje de la revista Mito al gran poeta mexicano, se ha editado en Bogotá Agua y viento, una plaquette escrita en 1959 que es una vuelta hacia Raíz del hombre y una lograda tentativa por ir más allá de la perfección que rige los últimos poemas de Octavio Paz” (Pacheco 1960: 32). En efecto, se trata de una plaquette sin foliación, la cual apenas abarca un pliego de papel; la modesta edición, preparada por la editorial Mito, consta de 250 ejemplares, numerados. Contiene cinco poemas, tres de ellos múltiples. El último es precisamente “Agua y viento”, en cuya conclusión aparece el nombre de Octavio Paz, ausente de la portada. Es obvio que el autor otorgó mayor importancia al último poema, pues éste nombra toda la serie.

Los cinco poemas de esa humilde edición forman parte del libro de 1962 titulado Salamandra. En la versión definitiva de la poesía de Paz cuidada por el propio autor, el verso citado (poco afortunado, según yo) se lee: “Tus quejas estallan y se desvanecen” (Paz 1997: 315). Claro que esto es un mínimo detalle, porque en cualquiera de las dos versiones se trata de un excelente poema. En un sesudo artículo, Guillermo Sheridan analiza el libro Baubo. La vulve mythique, de Georges Devereux, donde éste alude a la diosa Baubo, antiquísima divinidad vulvar, cuyo principal atributo “es que representa un tipo de indecencia benéfica, asociada al humor, a la risa y al placer de la fertilidad” (Sheridan 2006: 88). Luego de citar un ejemplo clásico, donde las flatulencias de esta diosa provocan la risa de Deméter, este crítico asocia el verso de Paz a una intención semejante.

Más pedestre, yo propongo otra explicación, la cual quizá no contradiga la anterior: al revisar su poema, Paz pudo haber notado que el verso marcaba otra ruta para su poema, tangencial a lo erótico. En términos coloquiales, ese verso sería un distractor dentro de un texto que tiene estrofas tan bellas como ésta: “Habitas un rubí / instante incandescente / gota de fuego / engastada en la noche” (1959: s/p). Pienso que, si Borges hubiera leído con calma el poema completo, le habrían gustado varias estrofas, cuyos versos están construidos por medio del enfilamiento de imágenes, mediante una técnica cercana al ultraísmo, en el cual él militó en su temprana juventud.

En última instancia, la incomprensión (en mayor o menor grado) entre dos grandes escritores ha sido común en la historia de la cultura. A los simples lectores nos gustaría que los clásicos se estimaran entre sí, pero eso sólo es parte de las preferencias individuales, tanto en el nivel estético como en el personal. Pese al diálogo inconcluso entre Borges y Paz, nos queda la obra de dos autores de la lengua española que en el siglo xx nos legaron páginas memorables.

Me gustaría imaginar que el final de esta historia sólo sería referible en metáforas, a semejanza del texto “Los teólogos”, de Borges, en cuya trama Juan de Panonia y Aureliano sostienen una larga disputa teológica, la cual se resuelve con la ejecución del primero en la hoguera, acusado de hereje (el segundo también muere después bajo el fuego, en un incendio provocado por un rayo). Ya en el reino de los cielos, Aureliano conversa con Dios, quien “se interesa tan poco en diferencias religiosas que lo tomó por Juan de Panonia” (1996: 555). Pero como esto insinuaría una confusión en la mente divina, el narrador considera más correcto suponer que para la insondable divinidad los dos eran una sola y misma persona. De seguro Dios tampoco se interesa por las diferencias estéticas, pero sí por la literatura. Por ello pienso que estará disfrutando por igual de la obra de Jorge Luis Borges y de Octavio Paz, mientras ellos reanudan su diálogo, ahora en el Paraíso.◊

 


 

Referencias

Bioy Casares, Adolfo. 2006. Borges, ed. Daniel Martino. Destino, Buenos Aires.

Borges, Jorge Luis. 1928. El idioma de los argentinos. M. Gleizer Ed., Buenos Aires.

Borges, Jorge Luis. 1996. Obras completas I. Emecé, Buenos Aires.

Ferrari, Osvaldo. 1992. Diálogos con Borges. Seix Barral, Barcelona.

García Ponce, Juan. 1964. “¿Quién es Borges?”, Revista Mexicana de Literatura, mayo-junio, núm. 5-6, pp. 23-42.

García Terrés, Jaime. 1961. “Borges”, en La feria de los días. unam, México, p. 163.

Miranda, Álvaro. 2001. Conversaciones/versaciones. Eds. Del Mirador, Montevideo.

Pacheco, José Emilio. 1960. “Simpatías y diferencias”, Revista de la Universidad, agosto, p. 32.

Paz, Octavio. 1959. Agua y viento. Ed. Mito, Bogotá.

Paz, Octavio. 1986. “El arquero, la flecha y el blanco”, Vuelta, núm. 117, pp. 26-29.

Paz, Octavio. 1997. Obra poética I (1935-1970). Círculo de Lectores-fce, México.

Sheridan, Guillermo. 2006. “Reventar de risa”, Letras Libres, núm. 86, febrero, pp. 87-88.

 


* RAFAEL OLEA FRANCO

Es profesor-investigador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México.