Tres viajes apócrifos de Gonzalo Fernández de Oviedo

 

ABRAHAM TRUXILLO*

 


 

Hawái

 

Tengo para mí que aquestas islas son, sin duda, las que Juan Gaetano, natural de la Villa de Córdoba, vio y nombró La Desgraciada, La Mesa y Los Monjes en una de las veces que su nao fue desviada de la ruta de Manila luego de zarpar de Puerto de Acapulco en Nueva España.

Los isleños de aquí tienen una costumbre harto grata y deleitosa de ver, de lo cual considero que su hacer es de mayor solaz y que no hay sobre la tierra ni el agua esparcimiento más gustoso ni de tamaño juego. Se abocan a tallar un tablón de dos amuras de un árbol muy ligero y resistente que llaman koa —que es a manera de roble, pero más oscuro—, el cual debe ser del ancho de la persona que valo a utilizar y del doble de su altura. Así como cada uno tiene su tablón, se adentran en el mar recostados en él cara abajo, utilizando sus manos a manera de remos por llegar adonde nacen las olas más grandes y recias, que bien pueden ser de hasta veinticinco pies; y si una de aquestas olas revienta contra ellos, sumergen el tablón para salir del otro lado donde no son afrentados, y tan pronto como están en sitio propicio, buscan una ola que crezca y se apuntale a fin de que los acarree en su deslizamiento, entonces se ponen de pie en el tablón y gobiernan con sus piernas mientras la ola se cierra a derecha o izquierda sobre ellos, de modo que pueden avanzar hasta un tiro de ballesta montados muy a su grado, ganando gran disfrute.

Yo he visto a muchos hacer estas suertes, desde niños hasta viejos. Los hay quienes son muy diestros y hazañosos; son muy admirados por entrarse en el mar cuando está fuertemente agitado y su bravura puede matar fácilmente. A fe mía que es destreza difícil, como poner pie sobre el dosel de un carro tirado. Asimismo, el mar resulta harto peligroso pues muchas son las posibilidades de ahogarse con los remolinos y corrientes.

Empero, lo más espantable son los tiburones. Dicen los isleños que con espacio de ocho o diez años un tiburón come a uno en su tablón. Yo mismo tuve la desgracia de mirar a Don Luis de La Cañada, doctor ilustre de la Villa de Acapulco, meterse en estas aguas y no salir más nunca, puesto que el tiburón se lo llevó atravesado en los dientes, siendo él un esforzado nadador. Encima, los tiburones de aquí no son como los que yo vide en la isla de La Española, mucho más cerca de tierra-firme. Aquellos se podían pescar desde un navío entre varios hombres con un anzuelo de cadena grueso; los de aquí tienen boca mucho más armada y el vientre blanco y alcanzan hasta dieciséis pies; lo cual tengo por muy cierto pues desde una canoa en la que me hallé una tarde, pude ver a uno de aquestos monstruos pasar debajo mío sin atenderme, y con mucha fortuna puesto que me habría vuelto fácilmente de haber querido, y el pez medía a lo menos dos palmos más que mi canoa, la cual es de dieciséis pies…

 

Australia

 

Muchos animales muy distintos de los de Indias y muy diversos entre ellos hay en este lugar, que aún no sabemos si llamarlo isla o tierra-firme. Según el dicho Luis Vaes, si hase ocultado hasta ahora de los navegantes es porque es isla, mas a este respecto yo no tomo conclusión.

Hay aquí un animal harto extraño e increíble de admirar, que es la suma perfecta de varias creaturas que yo vide a lo largo de una vida de exploraciones. Es de altura de hombre. Tiene la cabeza de ciervo y el cuerpo de liebre enjuta, pero de patas traseras mucho más luengas, y una cola según y de la manera de las ratas, mas apelambrada. Sólo en los brazos no tiene pelambre, el cual es todo pardo; y aquestos son también parecidísimos a los nuestros, excepto por las manecillas que son muy pequeñas y desproporcionadas según su gran tamaño. La boca la tiene como de oveja o como de aquel animal que he oído nombrar camello y que vi llevar una vez a la corte de Sevilla por la mano de un veneciano, quien dijo que el mentado camello podía andar hasta dos años sin beber gota de agua.

Pero tornando al dicho animal: es notorio que es bestia placentera, se alimenta de frutas y hierbas y no hace mal. Anda a saltos que alcanzan hasta treinta pies, y es velocísimo como ninguno; y cuando no salta, camina dando un paso con las dos patas a la vez, usando su cola de soporte, puesto que el tamaño de sus patas le impide dar pasos turnados. Asimismo, se sirve de sus extremidades para pelear con los de su especie a puños y patadas dobles, lo cual no puede ser visto sino con mucho placer de quien lo mira. Con todo, la mayor gracia que se puede notar de aqueste animal es algo que yo vi antes en la churcha, que en la Nueva España llaman tlacuache. Es decir que carga a sus crías en su seno por medio de un pliegue de piel a manera de bolsa ceñida a la barriga, que sujeta tanto que impide que las crías se salgan, aunque corra, y cada vez que quiere abre la bolsa y las libera para que anden a brincos; y si hay peligro, regresan a su seno y huyen casi sin dejar huella…

 

Congo

 

En estas tierras que se hallan al sur del Estrecho de Gibraltar, mucho más allá de la costa magrebí, hay monos gigantes que son mucho de ver, y que, a mi parecer, son las bestias que encontró Hanón, el navegante de Cartago, allende las Columnas de Hércules y de quien fuese dicho que en yendo a las antípodas —tal cual heme aventurado yo ahora— hallose con unos seres peludos que lo atacaron y que se nombran gorgadas.

Estos animales viven en las arboledas y espesuras de las montañas de aquí; son de proporción humana, aunque con una fuerza harto mayor que la de cualquiera, ya que su pecho, sus brazos y el total de su talle son más robustos que los de hombre alguno; pueden partir un árbol con sus mismas manos, de manera que el tronco no parece sino rama seca, según la facilidad con que lo rompen.

Los brazos del mono goliat —que así le hemos llamado— son más luengos y fuertes que sus patas. Tiene el pelo pardo, casi negro. Sus mandíbulas son desproporcionadas en su grosor. La cabeza asemeja a la de ciertos naturales de Indias que aplanan sus cráneos con tablillas desde nacidos, pero la cabeza del mono goliat es más gruesa desde la barba hasta el cabo. Las hembras cargan a sus hijos a sus espaldas y se ocupan de ellos, y a fe mía que aqueste animal es de los que yo vide el más parecido a nosotros, pues sus crías al nacer no tienen pelo y parecen mucha cría humana, y las hembras amamantan cual mujeres. Los machos tienen las espaldas plateadas y son muy fieros y espantables de ver; tienen colmillos con los que pueden matar a bocados y en su rostro se ve odio e ira.

Una vez, a la orilla de un río, me encontré con uno de ellos del otro lado: rugiome con furia al tiempo que con sus puños daba golpes velocísimos contra su pecho, y el sonido era temible, como de grandes tambores de los naturales de estas tierras. El almirante Pedro de Báez llegó presto a mi diestra y despachó a la bestia con un certero tiro de arcabuz, como siempre que veíamos de uno. Empero, fue imposible recuperar ningún despojo para embarcarlo, estando el traidor Juan de Ibáñez a nuestro acecho…◊

 


 

* Es poeta y docente mexicano. Estudió Letras Hispánicas en la unam. Ha colaborado en medios impresos y electrónicos como la Revista de la Universidad de México, Letras Libres, Tierra Adentro y La Jornada Semanal. Es autor del poemario Postales del ventrílocuo (Ediciones Sin Nombre, 2011).