
01 Abr Tres microrrelatos
CARLOS AZAR MANZUR*
Altar de muertos
Me dijeron que iban a dedicarme una ofrenda de muertos. Les dije que todavía estaba vivo. No me creyeron.
Me hablaron de que sería de cinco pisos con recortes de encaje, como las de Huaquechula. Les dije que todavía estaba vivo. Le pondrían mole poblano con arroz tricolor, verde con perejil, blanco y rojo como en las fondas, con una pechuga en el centro como si fuera el lábaro patrio. Me dijeron que si prefería pipián verde o almendrado podían hacerlo. El blanco de pulque y piñones se les complicaría más. Me dijeron que iban a dedicarme una ofrenda de muertos; me pidieron una fotografía, que pareciera vieja, de preferencia en blanco y negro. Les dije que todavía estaba vivo. No me creyeron. Me dijeron que pondrían una botella de tequila por si volvía sediento del reino de los muertos. Dejarían junto un caballito para que no me acabara la botella, les dejara tantito. Les dije que no me gustaba el tequila. No me creyeron. Me dijeron que iban a dedicarme una ofrenda de muertos, que la llenarían de cempasúchil y de dientes de león con su rojo aterciopelado. Me preguntaron si era alérgico a alguna porque está en la condición de algunos muertos. Les dije que todavía estaba vivo.
Me dijeron que iban a dedicarme una ofrenda de muertos. Les dije que les agradecía su esfuerzo y dedicación, que me conmovía mucho. No me creyeron.
El lápiz
Fuimos a escuchar a dos glorias de la literatura mexicana: Carlos y Augusto. Cada uno habló de su obra, de sus ideas, de sus influencias. Carlos era exuberante al hablar, abundaba en ejemplos, aposiciones, paréntesis y pies de página. Con la mirada fija en un punto infinito, Augusto era parco, contundente y devastador.
A la hora de las preguntas, un alumno de las primeras filas preguntó: “¿Me podrían explicar qué hacen en la vida para ser escritores?”.
Carlos saltó inmediatamente: “Yo viajo, conozco diversas ciudades del mundo, trato de comunicarme. Asisto a todas las fiestas, leo todos los libros, veo cada película. Cuando escucho una historia, trato de apoderarme de ella. Me caso, me divorcio, tengo amantes y amigos múltiples. Nazco y muero cada día y, cuando pierdo la línea invisible del horizonte, escribo todas las noches”.
Augusto todavía lo escuchaba en silencio. Cuando despertó, tomó un lápiz que tenía junto y lo exhibió. “Yo escribo a lápiz para poder borrar. Yo borro. Nada más”.
No hubo más preguntas. Cuando salimos, vimos un puesto improvisado de lápices. Compramos dos y volvimos al auditorio. Frente a Carlos, una larga fila de buenas conciencias coronaba la firma de sus libros. Augusto tenía menos gente. Como cualquier oveja negra, nos adelantamos y le regalamos los lápices. Sin mirarnos los tomó y los guardó en el bolsillo de su camisa.
Cartas posibles
Su historia de amor fue común. Ningún sobresalto, ninguna emoción. Ella quiso terminar la relación, pero cuando llegó la carta del laboratorio, ambos supieron que a él le habían descubierto un tumor cerebral. En ese momento ella supo que él era el hombre de su vida.
Todas las mañanas Álvaro llegaba a la oficina. Mientras la computadora se encendía, sacaba del cajón una carta. En ella escribía una nueva línea, en la que, desde hace catorce años, explica minuciosamente las razones de su suicidio.
Francisco llegó a Tláhuac según las indicaciones que leía en la carta. Allá le anunciaron la intención de los lugareños de hacerle una ofrenda de muertos. Les dijo que estaba vivo. No le creyeron.
“Mañana no tengo trabajo, ¿nos podemos ver?”, decía la carta que ella le había mandado a la oficina. Él arregló todo: adelantó un día la cita que tenía, acomodó el departamento y le preguntó a su novia si podían verse ese día porque al siguiente. No perdió detalle alguno. Por eso le sorprendió tanto el sonido de los tres golpes en la puerta. Fue así como las dos mujeres se conocieron; fue así como las perdió.
Cargo conmigo una carta con la historia de Ella, la de Álvaro, la de Francisco y la de Él. Siempre he temido abrir el sobre, porque una vez lo abrí y vi mi rostro escondido ahí.
* CARLOS AZAR MANZUR
Es poeta, narrador, ensayista y docente. Forma parte de la planta académica del Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México.