Sobre Kintsugi, de Adrián Muñoz

 

ELSA CROSS*

 


 

Kintsugi
Adrián Muñoz,
México, Cactus del viento,
2019, 79 pp.

 

Adrián Muñoz ha tenido siempre una enorme curiosidad intelectual e intereses tan diversos que reflejan un espíritu y una sensibilidad de gran riqueza. Lo mismo lo han llevado a indagar sobre William Blake y Edgar Allan Poe que sobre la tradición hinduista de los gurus Nāth y los orígenes del haṭha-yoga. Su investigación ha cristalizado en traducciones, tanto del sánscrito como del inglés, y en la publicación de varios libros y numerosos artículos sobre estos temas y muchos otros, que tocan textos judeocristianos, literatura clásica de la India, tradiciones tántricas o un escritor contemporáneo de Kenya. Todo esto, dentro de un sólido marco académico y bajo el auspicio de instituciones tan prestigiadas como El Colegio de México y la unam, por lo que la irrupción, en su bibliografía, de un libro de poemas, me despertó un gran interés.

La poesía es donde pueden decirse cosas que serían irrelevantes en un cerco académico, pero que son inmensamente más vitales. Es donde se expresan las experiencias más complejas; donde toman forma impulsos e intuiciones a veces desconocidos para nosotros mismos; donde llegan de un silencio que se rompe, momentáneamente, revelaciones. De ahí que la escritura de un libro de poesía pueda ser un gesto de reconocimiento del rostro oculto de la realidad. Es un salto al vacío —y no es casual que esta imagen aparezca en el nombre de algunas colecciones de poesía.

Este libro comienza con otro salto mortal, justamente el de la muerte, y un perpetuo interrogante acerca del alma, cuestión que ha dado vueltas y vueltas tanto en la teología como en la filosofía de Occidente, durante milenios, y sigue viva. Es una pregunta que cada quien trata de responder, y es el caso en el primer poema:

 

Yo no quería morir y muero

No quiero que muera nadie pero mueren

Pero no morimos

Porque al cabo de la noche los párpados se pliegan

Y la caricia de la aurora nos roza mejillas y recuerdos

 

La imagen de la muerte y la resurrección con que empieza el segundo poema se abre hacia otra perspectiva más dialéctica. La muerte no es un final absoluto porque va seguida de una resurrección, y esto la convierte en una metáfora de una situación vital —o muchas— que son acaso las semillas del libro. Y puede comentarse al margen que la muerte no es sólo uno de los grandes temas de la poesía, sino casi un tema obligado, pues muy pocos deben ser los poetas que no hayan escrito sobre él. Y en este libro se vuelve algo complejo, pues el autor habla de la muerte física acaso sólo como una de las posibilidades mismas de la muerte, que no se contenta con esto y se manifiesta a su albedrío en medio de cualquier cosa. En otro poema encontramos:

 

Dices que el mundo no va a terminar

Mientras mi imagen se desvanece de tus ojos

Mientras la tuya nada en mis pupilas

 

El adiós es otro rostro de la muerte explorada en este libro, la ruptura, la rotura, a que da expresión su título mismo. Kintsugi designa un arte japonés muy original: el de reparar objetos rotos; por ejemplo, una porcelana muy fina, cuyos pedazos pueden unirse incluso con oro, creando así una estética sorpresiva que invita a la reflexión.

Surgido de una profunda crisis, este libro es justamente el ejercicio de ese arte. Su primera sección, “Sanboin. La existencia fracturada”, de la que he citado algunos fragmentos, recorre preguntas fundamentales que están en los orígenes tanto de la filosofía como de la poesía, sin dejar de lado un acento religioso. Esto ocurre no sólo con temas como el de la muerte, del que hablamos ya, sino con la impermanencia y, tal vez con mayor intensidad, con el de la permanencia en una vida que se encuentra justamente en medio de esa fractura existencial y que pierde sentido. La ruptura amorosa no es siquiera la más honda, porque en sí misma es resultado de esa fractura innata, que hay que intentar entender —y tal vez reparar. Uno de los versos dice: “La vida es más profunda / si aceptamos pétalo y espina”, y esto es justamente lo que puede unir las roturas.

A la pregunta sobre la muerte se suma también el interrogante acerca de la propia identidad y de la identidad del otro, del amor y el abandono, de la desolación y, al mismo tiempo, la confianza en la esencia indestructible de la vida. Además del grito desgarrado de la primera parte, el libro juega con otros tonos, como una ironía que se despliega en la sección “La imperfecta sabiduría del refrán”, que recorre diversas bifurcaciones del mismo sendero roto, pero donde también se vislumbra una salida: “Sólo por el amor será salvo el hombre / A pesar de las esferas quebradizas”.

Esa lucidez que permite ver otras caras de la realidad o del destino humano, aun desde el abismo de la pérdida y el desgarramiento, permite por momentos aligerar ese registro terrible, que toca las fibras mismas de la condición humana, en toda su complejidad, en el núcleo de su paradoja intrínseca. Frente a la aceptación de la coexistencia del pétalo y la espina, se abre después la posibilidad de quitar “la espina sin dañar el pétalo”. Esta metáfora, muy apta para describir los claroscuros de la existencia, reaparece al final, casi como un leit-motif.

En la sección que se llama “Ikebana o Florilegio mínimo” —el ikebana es el arte japonés de los arreglos de flores—, hay un contrapeso del dolor sobre el que gravita gran parte de los demás poemas y se libera un lirismo que antes estaba casi amordazado por la angustia. Estos poemas son como la línea que une las fracturas de la pieza rota y hace del libro un kintsugi. En esta sección se alterna la forma poética del tanka con otros poemas breves que, entre lirios, geishas y sake, parecerían ser un homenaje a la experiencia japonesa de José Juan Tablada y de Efrén Rebolledo.

Una nota final de ironía, que marca un contrapeso distinto, es el Glosario: aparece como una coda que aligera la gravedad anterior, dejando que el humorismo de las definiciones lance un guiño a la posibilidad de ver la vida misma, desde una mirada más lúdica, como una obra de arte.◊

 


* ELSA CROSS

Es ensayista, traductora y poeta. Es profesora titular en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam.