Ser y libertad en la sociedad civil

Acuñado desde hace siglos, el término sociedad civil ha encontrado nuevos aires y una pluralidad de significados en tiempos recientes. En las siguientes líneas, Cordourier Real reflexiona acerca de su utilidad como herramienta del análisis sociopolítico en nuestros tiempos y sobre la aceptación o rechazo que recibe por parte de los regímenes políticos la actuación social de los individuos.

 

CARLOS ROMÁN CORDOURIER REAL*

 


 

Sólo en la libertad estoy realmente.
Mi raíz es lo múltiple.

“Trópico”, Verónica Volkow

 

En un breve ensayo en el que aborda el significado que tiene para Erich Fromm la llamada “naturaleza humana”, Ramón Xirau ha resaltado uno de los descubrimientos más relevantes de su humanismo radical: el carácter social de las personas. Receloso de la idea que afirma que existe una definición fija de la naturaleza humana, Fromm —señala Xirau— ha optado por referirse mejor a un conjunto de potencialidades que designa “atributos esenciales”, tales como la libertad, la racionalidad, el amor, el juego y la propia sociabilidad. Se trata de elementos comunes que nos permiten aproximarnos a lo que es el ser humano, sin necesidad de postular la existencia de una sustancia ontológica inmutable. Esta perspectiva, con un eminente filo histórico, representa, quizá, el medio más idóneo para acercarse al problema de nuestra naturaleza y afiliarse, junto con Fromm y Xirau, a la siguiente idea seminal: el ser humano es un ser que se hace a sí mismo.

Podría explorarse cada atributo apuntado por Fromm a la luz de nuestro tiempo, pero parece oportuno detenerse en el carácter social de las personas. Justifica este interés, además del peso que le atribuye Xirau para la comprensión del humanismo frommiano, la extendida increpación moral que se le hace al individualismo en el discurso público y en algunas corrientes filosóficas e ideológicas críticas del atomismo liberal. Concedamos, por lo pronto, que el individualismo —entendido como una forma de alienación que separa y antagoniza a las personas— erosiona nuestro carácter social y, en consecuencia, nos deshumaniza.

¿Cómo, entonces, se hace social el ser humano en la modernidad? Es posible pensar en tres ámbitos si seguimos la trilogía que plantea G.W.F. Hegel en su análisis del orden ético: la familia, la sociedad civil y el Estado. Destaca la sociedad civil porque en ella el mundo moderno ha afincado los fundamentos para el ejercicio de las libertades individuales, incluidas las económicas, que desconoció el orden feudal. Cabe advertir que las relaciones sociales del sistema económico fueron un componente de la concepción hegeliana de la sociedad civil (bürgerliche Gesellschaft), cuya inclusión aceleró la ruptura teórica, iniciada por la Ilustración escocesa, respecto a la previa indiferenciación entre sociedad civil y sociedad política. Con este novedoso planteamiento —imprescindible, como lo entendió Karl Marx, para analizar al ser humano y sus relaciones en la era moderna— queda expuesto el hecho de que, en la sociedad civil, los individuos nos percatamos de que nuestras necesidades subjetivas sólo pueden ser satisfechas a través de las necesidades de otros. En ese espacio afirmamos nuestra particularidad y autointerés, pero también descubrimos nuestra interdependencia. Asimismo, es en la sociedad civil —cargada de contradicciones inherentes a su pluralidad— donde se engendran las normas éticas y los derechos que, a través de la legislación, institucionaliza el Estado.

En la actualidad, esta teorización de la sociedad civil podría resultar extraña, pues, con toda la polisemia que aqueja el uso del término, estamos habituados a enfoques que emplean significados claramente más acotados. Éstos excluyen, en principio, lo que Hegel —influido por los descubrimientos de la economía política de la época— identificó como el “sistema de necesidades”. Pese a lo anterior, la referencia hegeliana parece ser un buen punto de partida porque implanta en la conversación la idea de que existe un orden social altamente diferenciado que tiene relaciones de intermediación con el Estado. Para el análisis sociopolítico, esta perspectiva resulta fructífera debido a que profundiza en la complejidad de la sociedad moderna, subraya la importancia de distinguirla del Estado y expone sus múltiples relaciones orgánicas de imbricación. En particular, interesa aquí remitirse a ella para radicar la trascendencia de la sociedad civil en la formación ética y social del ser humano moderno, aunque, al mismo tiempo, no deje de advertirse —con el propio Hegel— su inestabilidad como medio de integración social. Si bien el espacio de la sociedad civil no es autosuficiente para salvaguardar la libertad individual, tampoco las sociedades modernas pueden prescindir de él sin amenazar al ser humano. Es por ello que las ideologías y los regímenes políticos que antagonizan abiertamente con la sociedad civil, o que se proponen colonizarla, tienen una naturaleza deshumanizante: buscan anular o inhabilitar la esfera donde se ejercen libertades fundamentales para el individuo moderno, entre las que se encuentran —a partir de la útil clasificación de John Stuart Mill— las del ámbito de la conciencia (pensamiento, opinión, expresión, publicación), la libertad de realizar aquellas actividades que estime convenientes el propio plan de vida, la libertad de gustos y la libertad de asociación.

En este punto es preciso incorporar dos dimensiones contemporáneas de la sociedad civil que habitan en las acepciones más conocidas de la literatura especializada actual: el mundo asociativo civil y la esfera pública (entendida, a grandes rasgos, como un espacio social en el que, a través de procesos intersubjetivos de comunicación, se definen los asuntos de interés público). Me refiero a ellas porque, dicho sin ambivalencias, estos medios de humanización (en cuanto que habilitan potencialidades de los individuos) están siendo objeto de un asalto en varios países del mundo. El ataque que llevan a cabo autoritarismos plenos, regímenes híbridos y gobiernos de democracias en descomposición tiene varios frentes. El primero de ellos es legislativo y comprende tanto la promulgación de normas que vulneran los derechos de asociación, reunión, opinión y expresión de la ciudadanía como la estipulación de regulaciones para limitar o prohibir el trabajo de organizaciones civiles o medios de comunicación internacionales críticos. A través de análisis especializados y revisiones periódicas regionales y globales, el Centro Internacional para el Derecho No Lucrativo ha podido documentar un deterioro de las condiciones para el ejercicio de las libertades de asociación, expresión, reunión y participación proveniente de marcos jurídicos hostiles a los medios de la sociedad civil. Infecta esta táctica de hostigamiento, al que se avienen gobiernos de izquierda o derecha, el veneno de una honda idea antidemocrática: lo público es jurisdicción de la clase gobernante.

De manera simultánea, existe una ofensiva financiera para afectar sus fuentes de recursos. En el caso particular de las organizaciones civiles, los gobiernos cancelan el financiamiento público (si existía previamente), imponen una regulación fiscal que daña su sostenibilidad financiera (pues aplican cargas tributarias excesivas a las organizaciones y a sus donantes) y descalifican, limitan o anulan la recepción de recursos legítimos procedentes del extranjero (bajo alegatos soberanistas o de seguridad nacional). Políticamente, distintos gobiernos ejercen presión, vigilan o acosan a grupos ciudadanos, organizaciones civiles, universidades (públicas y privadas) y medios informativos críticos; se interviene en el ámbito de su autonomía organizacional y se persigue (a través de vías judiciales y extrajudiciales) a líderes sociales, periodistas, intelectuales y académicos.

Asimismo, en regímenes autoritarios o híbridos de corte populista, existe una embestida ideológica para desestimar la complejidad social y encumbrar como dispositivo retórico de legitimación la invocación al “pueblo”. La inhabilitación de la idea de sociedad civil pretende soslayar que existe un espacio heterogéneo de intermediación social con el que se relacionan las instituciones del Estado, de forma que la operación ideológica y política de anteponer como sujeto político universal al pueblo tiene un propósito estratégico para el gobernante populista: desactivar la autenticidad de demandas particulares que no acaten su designio, incluso si aquéllas son afines a los supuestos principios que animan sus objetivos (como el combate a la desigualdad y a la pobreza).

Si partimos de la idea de que el individuo moderno se hace ser humano en virtud de su sociabilidad y del ejercicio activo de sus libertades, cualquier régimen que vulnere los medios de la sociedad civil es deshumanizante. En un artículo publicado en Periódico de Poesía en el que relata el espíritu que animó a la revista Diálogos, Verónica Volkow ha recuperado la preocupación de Ramón Xirau respecto al peligro de la mutilación humana que conllevan los sistemas filosóficos cerrados —y, podríamos sumar, las certezas ideológicas—. Se pregunta, para dar razón a su maestro, cómo podríamos evolucionar como seres humanos, desde un sistema cerrado de pensamiento, desde una visión del mundo que no permita la revolucionaria, la propulsora presencia de las incógnitas. Es, pues, el ámbito de la sociedad civil, con todas sus contradicciones, donde yace el manantial de nuestras preguntas comunes, albergadas en los diálogos que podemos entablar cada día como individuos libres, sociales e iguales.◊

 


 

* Es profesor-investigador de la Universidad de Guanajuato. Licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el cide; maestro en Política y doctor en Gobierno por la Universidad de Essex, Reino Unido, sus líneas de investigación son gobierno, sociedad civil e instituciones y teoría política. Ha publicado, entre otros libros, Transnational Social Justice (Palgrave Macmillan, 2010) y Participación ciudadana y sociedad civil en el proceso de democratización en México, coordinado junto con Jesús Aguilar López (Universidad de Guanajuato, 2018).