Secretos de museo

Los museos, creados en principio para exhibir sus colecciones, han ocultado sistemáticamente algunas: las de arte erótico, en primer lugar. En México, estas obras se reservaron durante mucho tiempo a los investigadores (no a las investigadoras) de edad madura y debidamente casados. Pero es necesario catalogar estas colecciones y dar cuenta de su historia, como dice Amaury García en este texto, donde aprovecha la colección de arte erótico del Museo de Historia de Chapultepec para darnos una muestra de cómo podría hacerse.

 

AMAURY A. GARCÍA RODRÍGUEZ*

 


 

Ocurrió en el verano del año 2000. Sarah E. Thompson, Michiko Tanaka y yo1 habíamos viajado a Zacatecas para tener una idea concreta de la pequeña colección de estampas japonesas ukiyo-e que, nos comentaron, poseía el Museo Pedro Coronel de esa ciudad. Nos recibieron amablemente y nos enseñaron el pequeño grupo de estampas que estaba expuesto en uno de los salones. Después de verlas y comentar sobre las normas necesarias para la conservación de este tipo de piezas, que no pueden exhibirse en una muestra permanente, nos revelaron que tenían tres más, pero que estaban aparte.

—¿Por qué? —preguntamos—. ¿Están en mal estado?

—No, es que no las podemos exhibir porque aquí vienen niños. Son eróticas —nos dijeron.

Para mí, que en ese momento estaba justo comenzando mi investigación doctoral sobre el control de la producción de estampas eróticas japonesas, la reacción fue inmediata. Me incorporé, y creo que los tres a la vez les dijimos: “¿Podemos verlas?”.

Nos llevaron entonces a los salones interiores del museo, cerrados al público, donde sinceramente me imaginé que entraríamos y, de algún mueble de alguno de ellos, sacarían las obras. Para nuestra sorpresa, después de que abrieran los seguros de la puerta, no había allí mueble alguno. Sólo un retrato al óleo de Pedro Coronel, justo frente a la entrada, y tres formas colgadas de las paredes y cubiertas con papel de estraza que, supusimos entonces, eran las estampas.

—Las tapamos con esas cubiertas de papel para que no llamen la atención —aclararon­­—. Ya saben, el personal de limpieza puede ser curioso.

Mientras levantábamos el papel para ver qué había debajo (finalmente resultaron ser dos pinturas eróticas chinas sobre seda y un dibujo japonés), no dejaba de llamarnos la atención cómo todo el ambiente creaba la sensación de que estábamos haciendo algo vedado, efecto que acentuaba la mirada inquisidora de Pedro Coronel, quien, desde su retrato, parecía vigilar el lugar y nuestras acciones.

A pesar de lo curioso, y hasta jocoso, de la anécdota, esto no es algo único de un museo de provincia, o de un museo de México, sino que fue (y sigue siendo en algunos casos) una práctica bastante común en la mayoría de los museos del mundo, donde se han habilitado espacios, llamados salones o gabinetes secretos, para recluir allí cualquier obra sexualmente explícita.

El especialista en literatura victoriana Walter Kendrick, en su magnífico libro The Secret Museum,2 brinda una muy completa historia no sólo de la aparición de estos salones secretos en el mundo moderno sino, además, de su relación con la construcción de la categoría “pornografía” entre los siglos xviii y xix. Estos espacios nacieron de una mezcla de fascinación ante dichas obras, muchas de ellas recién “descubiertas”, y el deseo de clasificar para regular (y, por ende, confinar) aquellas imágenes que, se consideraba, poseían una carga perniciosa para la sociedad moderna.

Es así como surgió, en 1819, el gabinete secreto del Museo de Nápoles, que hoy es, si no uno de los más antiguos, al menos uno de los más famosos, donde se guardan muchos de los objetos, esculturas y frescos con representaciones sexuales de las antiguas ciudades de Pompeya y Herculano, y que desde el año 2000 está abierto al público.

Además del Museo de Nápoles, el Museo Británico fue otro de los que tuvieron una sección secreta —llamada Secretum—, creada en 1865 y que existió hasta la década de 1960, cuando las piezas fueron incorporadas a las colecciones generales. Un tercer caso interesante es el del Museo de Bellas Artes de Boston, sobre todo por la historia de su excelente colección de estampas y libros ilustrados eróticos japoneses de los siglos xvii, xviii y xix, que en buena parte proviene del acervo que William Sturgis Bigelow (1850-1926), importante coleccionista bostoniano de arte japonés, donara al Museo. Estas estampas y libros ilustrados eróticos estuvieron guardados en cajas y sin clasificar por cerca de cien años. Había instrucciones muy claras sobre el acceso a estas piezas, que estaban reservadas para investigadores que fueran hombres maduros y casados. Sumado a este sesgo sexista, el conjunto nunca se estudió, rara vez se abrió a investigadores y se mantuvo en discreción hasta el año 2003, cuando precisamente una mujer (la misma Sarah E. Thompson que nos acompañó a Zacatecas) fue nombrada curadora de la colección de ukiyo-e de ese museo y comenzó la tarea de clasificar y estudiar por primera vez estas piezas.

Mucho más al sur de Boston, acá en México, también tuvimos nuestro propio salón secreto. Según consta en documentos del archivo histórico del actual Museo Nacional de Historia, década de 1920-1930,3 y como él mismo comenta en su libro,4 es por sugerencia de Ramón Mena Isassi (1874-1957), a la sazón profesor-conservador del Departamento de Arqueología, que el entonces director del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, Luis Castillo Ledón (1879-1944), decidió crear, en 1921, un Salón Secreto para “cobijar las piezas ‘fálicas’ que formaban parte de las colecciones del museo”.5 Si bien en un inicio este salón estuvo integrado por piezas de las propias colecciones prehispánicas del museo, muy pronto, y por insistencia otra vez de Mena, quien evidentemente estaba hechizado por estas creaciones, fueron incorporándose objetos de otras culturas.

El primer grupo documentado de piezas eróticas asiáticas que llegó al museo lo hizo mediante una compra que se efectuó a principios de 1924. En el oficio, del 29 de marzo de ese mismo año, firmado por el propio Mena y dirigido al director del museo, se informa de una “colección fálica” china y japonesa que se compró a un tal S. Ortiz Vidales, por el valor de 4 mil pesos mexicanos. Como vemos, en este caso Mena utiliza de nuevo la palabra “fálica” para clasificar estas piezas, cuando la gran mayoría de esos objetos chinos y japoneses no son precisamente “fálicos”. Tampoco lo es buena parte de los de las culturas no asiáticas, como las prehispánicas, a los que también catalogó como tal, quizás asumiendo que se trataba siempre de objetos vinculados con el culto a la fertilidad, desconociendo tal vez sus otras funciones, o no sabiendo manejar el hecho de que muchas de esas piezas asiáticas estaban directamente vinculadas con la satisfacción de fantasías sexuales.

Este núcleo erótico asiático estaba compuesto por un total de 77 objetos. Como puede verse en la lista de 1924 que se conserva, hay un desconocimiento de cuáles de ellos son chinos y cuáles son japoneses. En el documento se registran unas 20 porcelanas (platos, floreros y figurillas), 18 figurillas de marfil, 6 objetos de carey y 12 de madera, todos con representaciones sexuales. Además, se suman a la lista abanicos, fotografías, acuarelas, rollos ilustrados, estampas y juguetes sexuales. Como parte de la compra, se enlistan 41 títulos de libros, en su mayoría franceses o en traducción al francés, también de contenido sexual. Muchos de estos libros fueron de los más famosos en su género durante la segunda mitad del siglo xix, por ejemplo: Chronique scandaleuse aux siécle xviii (1912), Le pornographe (1911), Erotika Biblion (1910), Memoires de Fanny Hill (1914), Musée secret Napoles (1914), así como varios títulos del Marqués de Sade, entre otros autores.

Por lo menos en esos primeros años pareciera que el Salón Secreto tuvo una vida bastante activa. Ramón Mena informa, en oficios de junio y agosto de 1924, que el salón recibió varias visitas, que continuó la gestión de compra de obra (sobre todo prehispánica), que se encontraba preparando un catálogo de la colección asiática y que se habían realizado varias cédulas explicativas de las piezas exhibidas allí. Una de las pocas visitas documentadas que recibió el salón fue la de Takeo Ito, profesor de ciencias sociales de la Universidad de Tokio que, según documento del 27 de mayo de 1927, visitó el Salón Secreto y clasificó la colección erótica japonesa. Lamentablemente, no hemos podido encontrar aún los resultados de este trabajo del doctor Ito.

El Salón Secreto del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía continuó existiendo hasta que, en 1934, Eulalia Guzmán, jefa del Departamento de Arqueología, “informa con honor” al director del museo que el salón queda clausurado, que las piezas prehispánicas se integrarán al resto de las colecciones y que se enviarán a la dirección tanto la colección erótica chino-japonesa como los libros franceses, ya que “no responden a ningún estudio científico”.6 Estas piezas, junto con otras, son trasladadas en 1941 al nuevo Museo de Historia de Chapultepec. Todavía el 2 de mayo de 1944 se menciona en un memorando del museo que el contenido del antiguo Salón Secreto se encontraba en un clóset anexo a la dirección de este nuevo museo.

Aún hoy, estas piezas siguen resguardadas por el Museo de Historia de Chapultepec. Además de las que se registran en los documentos de 1924, hemos podido encontrar otro conjunto (en este caso de libros eróticos ilustrados japoneses del siglo xix) cuyo origen y manera de llegar al museo seguimos investigando. Además de una correcta y completa catalogación de estas piezas, es necesario un estudio en profundidad de ellas y de su historia en México. También es necesario romper el silencio que las ha rodeado durante todos los años que han permanecido escondidas en almacenes y desentrañar no tanto sus secretos, sino los nuestros, que han marcado la historia del coleccionismo de arte asiático en México, la historia de nuestras instituciones y nuestra propia fascinación y escándalo ante la representación histórica del sexo.◊

 


1 En aquel entonces, profesora de la Universidad de Oregon la primera, y mi directora de tesis en el Colmex, la segunda. Yo era un recién estrenado estudiante del doctorado del ceaa en el Colmex.

2 Walter Kendrick, The Secret Museum: Pornography in Modern Culture, Nueva York, Penguin Book, 1988.

3 Agradezco a la maestra Erandi Rubio, de la Subdirección Técnica del Museo Nacional de Historia, por su gentileza y por permitirme el acceso a estos documentos. Agradezco también a la maestra Azucena Capistrán, quien fue mi becaria de investigación durante 2016-2017.

4 Ramón Mena, Catálogo del Salón Secreto. Culto al falo, México, Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, 1923.

5 Ramón Mena, op. cit, p. 3. Véase también Felipe Solís, “El imaginario mexicano en torno a la sexualidad del México prehispánico. El mítico salón secreto del viejo Museo Nacional”, en Arqueología Mexicana. vol. XI, núm. 65, 2004, pp. 60-63.

6 Según consta en oficio del 21 de junio de 1934.

 


* AMAURY A. GARCÍA RODRÍGUEZ

Es profesor-investigador en el Centro de Estudios de Asia y África (ceaa) de El Colegio de México.