Reyes y Borges: algunas cuentas de un largo collar

Dije casi todo lo que hace un decenio sabía acerca de la relación entre Reyes y Borges en mi libro de 2010, Discreta efusión. Desde entonces, apenas puedo rein­­ter­pretar, poner algunas cosas en relación con otras, suministrar aquí y allá un detalle, compartir el último descu­bri­miento. Escojo algunos mo­mentos espe­cialmente llamativos o novedosos de esta relación, privilegiando aspectos que usual­mente no se consideran al hablar de ella.

 

CARLOS GARCÍA*

 


 

Las primeras dos cartas (1923)

 

Como simbolizando todo lo que no sabemos y quizás no sepamos nunca, la que debe haber sido la primera carta de la correspondencia entre ambos no parece haberse conservado, o no ha sido dada a conocer aún. (Más abajo se verá que hay que tener cuidado con esta clase de aseveraciones). Yo imaginé la exis­tencia de esa carta con base en el envío que Borges hizo a Reyes, a mediados de julio de 1923, de su libro Fervor de Buenos Aires, desde Buenos Aires, apenas salido de la im­pren­ta, con esta dedicatoria: “a Alfonso Reyes, hombre de docta pers­pi­ca­cia” (uanl, signatura: PQ7797/.B635/ F4 FAR).

Es de imaginar la zozobra del joven Borges ante la incertidumbre: ¿respondería el autor mayor? Lo hizo. Y su carta trasunta no sólo goce estético ante la poesía del argentino, sino preconiza un aire sereno, casi goe­theano: “ya hacía falta con­certar la novedad con la sobriedad, descu­briendo disci­plina a la nueva respira­ción del alma”. La estética de Reyes tiende a lo medido, lo clásico; en sus líneas se lee una crítica al Ultraísmo español del momento, del que Borges se apartaba con su libro, pero también al Estridentismo mexicano (no extraña que se sintiera más afín al grupo de Con­temporáneos). Pero al cierre de la carta, des­borda a Reyes la emoción: “Me conmueve […] esa ascendencia de abuelos y bisabue­los soldados…”. Y luego agrega un suscinto y pudoroso “Yo también…”, que deja heridas y recuerdos flotando en el aire. Menos pu­do­­roso, Borges utilizó pasajes de la carta de Reyes en un volante de propa­ganda para su poemario.

 

Reyes y Borges en “Pombo” (¿1923-1924?)

 

Otra imprecisión ensombrece nuestro tema: No se sabe a ciencia cierta cuándo se conocieron Reyes y Borges. Circulan diversas versiones al respecto.

La anécdota que Reyes rela­tará más tarde acerca de Borges y Ramón Gómez de la Serna procede, verosímilmente, de co­mienzos de 1924, aunque no resulta claro si es de su pro­pia cosecha o de segunda mano (Anecdotario, 1968; Obras completas (OC), t. XXIII, p. 353):

¡Atiza!

Esta palabreja es toda una veta de la psicología española: la psicología plebeya, se entiende, la que considera con “escama” toda alta manifestación del espíritu, y co­rres­ponde a la actitud de Guardia Civil que, según Ortega y Gasset, asumen ciertos espa­ñoles ante la poesía lírica.

Jorge Luis Borges apareció por Madrid casi niño, grave y solemne. Lo llevaron a la tertulia de Pombo.

—¿Y qué hace ahora el joven poeta argentino?— le preguntó el pontífice Ramón Gó­mez de la Serna, y Borges con la mayor seriedad, entre la perplejidad muda de los con­tertulios, dejó caer esta bomba de profundidad:

—Estoy traduciendo la Ilíada.

Ramón no pudo menos de exclamar:

—¡Atiza!

Durante la segunda estadía de Borges en Madrid, Reyes se encontraba, hasta donde alcanzo a ver, fuera de la corte, con una muy breve excepción en el pe­riodo marzo-abril de 1924. No es del todo imposible, pues, que sus caminos se cruzaran en esa ocasión. Podrían haberse visto, siquiera por una vez, pre­cisamente en la tertulia del café “Pombo”, regentada por Ramón. Un manuscrito de Reyes parece corro­borar esa hipótesis: en un proyecto de carta a Borges, el mexicano anota (carta núm. 32 en mi libro; el texto carece de fecha, pero es quizás de la segunda mitad de la década del veinte): “Encuentro a Borges, afectado, en Pombo. Pre­siento amistad”. Borges, sin embargo, negará rotundamente, decenios más tar­de, haber conocido a Reyes en “Pombo” o siquiera en España. La incógnita sub­siste.

 

La marihuana, la mezcalina y el peyote (1928-1929)

 

En la aporía cuántica de Schrödinger, el gato encerrado en una caja está vivo y muerto al mismo tiempo.

El dejar las cosas vibrando en un impreciso umbral es mérito de artista. Que Reyes lo era muestra su pericia al hablar del consumo de alucinógenos. ¿Probó alguno de ellos? Hay indi­cios que permiten suponer que sí, pero ninguna prueba suficiente, y él mismo lo niega en algún pasaje de su obra. Queda claro, sí, que el tema le interesó sobre­manera. Recojo algunas citas en que Reyes se ocupa de él, como introducción a una anécdota relatada por Borges:

En 1935, Reyes ofrece “algunas simientes del misterioso péyotl o peyote” al Jar­dín Botánico de Riojaneiro (OC IX, 90): “Al hombre en delirio de péyotl, los sones de la guitarra le producen fantásticas alucinaciones coloridas”. Algo similar relatará en “La paradoja de la piel” (OC IX, 288):

[La piel] no comunica simplemente con el mundo, sino que lo traduce, lo transforma al tiempo de dejarlo entrar hacia nosotros. Imaginad un teléfono que oyera una cosa y dijera otra. O mejor pensemos en la radio que metamorfosea una vibración en otra. La radio recibe un choque de ondas que pertenecen a la familia de la luz oscura, y entrega una onda de sonido, obrando así al revés del peyotl, la droga tarahumara, que con­vierte los sonidos en sensaciones luminosas.

“Interpretación del péyotl” (1944) comienza con este párrafo (OC IX, 358):

El péyotl, la hierba sagrada de los tarahumaras, posee, entre otras, la propiedad de transformar los sonidos en visiones, las notas musicales en alucinaciones luminosas. Como la energía del objeto vibratorio se mantiene idéntica, es de suponer que, por relatividad einsteiniana, lo que se modifica es la energía receptiva del sujeto afectado por la droga.

Reyes resume sus saberes acerca de alucinógenos en “La mezcalina”, un ensayo escrito en junio de 1956, en el que también re­cuerda sus tempranas incursiones en el tema. Hay aquí una frase, breve, y quizás cifrada: “Por mi parte, yo no he sido indiferente al enigma de los desiertos mexicanos” (OC XXII, 688). Insistirá con los alucinógenos en 1957, en “Breve visita a los infiernos” (OC XXI, 69-70): “Valle Inclán os habrá contado algo sobre los maravillosos efectos de la yerba; la visión que ella produce obedece a la voluntad, de suerte que el sujeto, en mitad de la calle, ordena y dice: ‘¡Que ande la Tierra Bajo mis Plantas!’. Y la tierra se echa andar, con teoría y procesión de paisajes, como en los telones rodantes del Parsifal.

Según relatara Reyes (“Historia documental de mis libros, 1955-1959”: OC XXIV, 282), Valle-Inclán lo acusó en broma, por la época de Plano oblicuo, de ser fu­mador de marihuana, como lo era él mismo.

Subsiste un delicioso testimonio de las charlas mantenidas por Reyes y Borges sobre el tema. Se conserva en una carta sin fecha redac­tada por Borges en el verano (argentino) de 1928-1929 para un corres­pon­sal ignoto, llamado “Carlos” (¿Carlos Pérez Ruiz o Carlos M. Grünberg?; el manuscrito se conserva en la Uni­versity of Virginia Library, Char­lottesville, VA; véase el ítem núm. 588 en el catálogo de esa colección con­fec­cionado por C. Jared Loewenstein en 1993). Borges carac­teriza de “lindísimo” el episodio que pasa a narrar, ignorando que Reyes mismo lo narrará más tarde en un texto de 1944 (OC XXI, 72-73):

Reyes, D. Alfonso, me conversó anoche de los mari­guanos, o pe­laos (compadritos de México) fumadores de mariguana, que de­be ser una especie de opio. Me dijo este incidente lindí­simo. Es­ta­ban en el patio de un caserón antiguo tres mariguanos (tam­bién los llaman gri­fos, porque se erizan todos) y decidieron probar este juego, mezcla de es­con­dida y de mancha. El pavi­mento era ajedre­za­do, blanco y negro, y re­solvieron que el ter­cer mari­guano, per­se­guido por los otros dos, sería invisible cada vez que pisara en bal­do­sa negra. (Con la mariguana, se pueden elegir las alucinacio­nes y son colectivas, es decir, son realidad, me­ta­físi­camente). Pro­baron y salió bien: cada vez que el perseguido caía de un salto en baldo­sa negra, desaparecía para los otros. Pero una vez, estando co­rrec­tamente en baldosa negra, los demás lo vieron y agarraron. Él se maravilló. Te vi­mos trasparente, pero te vimos, le dije­ron los com­pañeros. Se fijaron entonces y compro­baron que la baldosa ne­gra estaba de­scolorida. Es decir, el mundo fantástico ya funcio­naba solo. ¿No parece cuento de Chesterton?

 

La obra de teatro (1929)

 

El Diario de Reyes da cuenta de tra­bajos que no llegaron a cuajar, como el de una obra de teatro que debía ser escrita en conjunto con Borges. El 12 de septiembre de 1929, Reyes anotó: “Proyecto teatral con Bor­ges”, sin acla­rar de qué se trata. Decenios más tarde Reyes escribió más claramente al res­pecto (“Só­focles y la posada del mundo”: Marginalia, segunda serie, 1954; Las burlas veras, OC XXII, 227):

Solía yo decir a Jorge Luis Borges, allá en mis días de Buenos Aires:

—¿Qué efecto podría causar una obra escénica cuyos personajes, en vez de dialogar como suelen, simplemente monologaran uno junto a otro? Cada Juan Pirulero atien­de su juego, cada uno habla de lo que le interesa o fascina, cada uno sigue su sueño y no da oídos al interlocutor, por mucho que lo tenga de­lante. En el fondo, y si pu­dié­ramos arrancar el disfraz a muchas conver­sa­ciones, esto es lo que realmente sucede.

Y por aquí llegué a concebir una pieza teatral que podría llamarse, simbólica­mente […] La posada del mundo. […] La empresa no nos parece imposible, y quizás algún día la intentemos.

Reyes tuvo ya desde temprano una clara percepción de los diferentes sistemas de signos de comunicación, según muestra en ese divertido diálogo callejero entre españoles, que sólo consiste en interjecciones y frases hechas, o en las reflexiones que le suscitan las gesticulaciones y “convenciones mímicas” de Juan Peña (OC XXIII, 156).

 

Una carta inédita (1941)

 

En mi ya citada edición de la correspondencia entre Reyes y Borges, recopilé y comenté todas las cartas en ambas direcciones llegadas a mi co­noci­miento hasta esas fechas (32 en total). El largo trato y el mutuo aprecio intelectual, así como al­gunos indicios en las car­tas conocidas, permitían suponer que hubo más. Y, en efecto, hay al menos una más, que se conserva en Virginia. (No termino de expli­carme por qué se con­servan tan pocas en el archivo de don Alfonso, tan escru­puloso en otros casos).

Borges la remitió a comienzos de 1941 desde Mar del Plata, sitio de veraneo ubi­cado a unos 400 kilómetros al sur de Buenos Aires, en la costa del Atlántico. Por su tono ligero, de charla cotidiana, sugiere que hubo misivas semejantes con alguna frecuencia, que intentaban retomar y suplir el diálogo personal.

Téngase en cuenta que Borges y Reyes no se veían desde que éste abandonó Bue­nos Aires. Quizás se encontraran por última vez en alguna de las dos cenas de despedida a Reyes que organizaron la sade (Sociedad Argentina de Es­cri­to­res) y la revista Sur el 29 y el 30 de diciembre de 1937, respectivamente.

Borges escribe a “Don Alfonso” acerca de “las gratas obligaciones de turista”, que consisten principalmente en mirar el mar, pasear y comer: “Reaniman estos días marinos los mitos de cualquier pueblo costero: el agua, los árboles. […] Hemos podido ver algún barco beligerante fondeado a desgano en alta­mar. […] La observación del mar melancoliza al entrañable campo […]. La comida es obstinadamente española: paella, pescado, gallina y (criolla) un paraíso de postres”.

A Borges le parece curioso que la paella valenciana sea llamada aquí, absur­da­mente, “riz à la mode de Valence”. Requiere luego noticias acerca del conficto que por esos días asolaba Europa: “La guerra se ve distante desde aquí (cuén­te­me pronto el hecho examinado desde México)”.

Cierra su misiva con saludos a “nuestros inolvidables amigos” Xavier Villaurrutia y Luis Mar­tínez.

Yo cierro esta glosa con un saludo agradecido y cordial a ese fiel amigo que, a tra­vés de los últimos 20 años, me ha sido don Alfonso Reyes.◊

 


 

* CARLOS GARCÍA

Es investigador independiente.