Rafael Segovia 1928-2018: la política y la docencia como vocaciones

Hace apenas unas semanas, a los 90 años de edad, murió Rafael Segovia, profesor emérito de El Colegio de México, donde ejerció la docencia y la investigación en el Centro de Estudios Internacionales desde 1962, así como en el Centro de Estudios Históricos. Francisco Gil Villegas, uno de sus muchos alumnos, rememora en las siguientes líneas las enseñanzas que recibió de Segovia, tanto aquellas recibidas en las aulas como, tal vez más valiosas, las que aprendió en las múltiples charlas que compartieron en tertulias y sobremesas.

 

–FRANCISCO GIL VILLEGAS M.*

 


 

El 26 de agosto de 2018 falleció Rafael Segovia Canosa, historiador, politólogo y maestro entrañable de varias generaciones de politólogos e internacionalistas hispanoamericanos. Pilar institucional de El Colegio de México a partir de la década de los 60 y referente fundamental para el desarrollo de la ciencia política en México por su pionera investigación  empírica sobre La politización del niño mexicano, tuvo también una destacada y fructífera labor por sus artículos sobre temas electorales, la política comparada y el estudio de las relaciones internacionales, así como por su agudo análisis del acontecer político cotidiano en diversos diarios y revistas de la prensa nacional. Testimonios importantes de su lucidez analítica pueden encontrarse en Lapidaria política (1996) y El gran teatro de la política (2001), dos excelentes volúmenes de artículos, compilados por algunos de sus más distinguidos discípulos.

Nacido en Madrid y “transterrado” muy joven a México, en 1940, como consecuencia de la Guerra Civil Española, Rafael Segovia tuvo su formación media en la Academia Hispano Mexicana y la universitaria, como historiador, en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam, donde fue discípulo de Edmundo O’Gorman, Wenceslao Roces, Pablo Martínez del Río, Luis Weckmann y también, aunque de manera más indirecta, de José Gaos. Su incorporación a El Colegio de México en 1962 estuvo precedida por su etapa formativa de posgrado en Londres y París. Las influencias más importantes que recibió en esa etapa fueron las de Jean Baptiste Duroselle, Jean Touchard, Maurice Duverger y Raymond Aron. Ya de regreso a México, sus intercambios académicos e intelectuales más importantes en su formación como politólogo provinieron de Daniel Cosío Villegas y Jesús Reyes Heroles.

La integración de Rafael Segovia a El Colegio de México fue de una extraordinaria importancia, sustantiva y simbólica, porque, como uno de los miembros más jóvenes de la inmigración española que llegaba a una institución fundada originalmente como La Casa de España en México, siempre fue un referente crucial para tender y mantener puentes intelectuales e institucionales con esos orígenes. De esta manera, Segovia no sólo fue uno de los más profundos conocedores del sistema político mexicano, sino que también contribuyó a que se conocieran mejor en México la historia y los sistemas políticos europeos.

En este y otros aspectos, Rafael Segovia fue un maestro excepcional, y no sólo en el aula, sino quizá aún más en las ricas y generosas conversaciones en corto, en las tertulias, en las sobremesas y en la sala de su casa. En mi caso personal, se esmeró mucho más en transmitirme su erudición histórica, sus conocimientos de historiografía francesa y su amplio conocimiento de la historia de las ideas políticas que en formarme mediante el arsenal de sus originales ideas sobre el sistema político mexicano, que es lo que más aportó a muchos otros de sus más distinguidos alumnos y amigos. Segovia dominaba magistralmente, por ejemplo, no sólo los textos teóricos de Jean Paul Sartre que le permitían entender la transición de su crítica de la razón dialéctica desde el existencialismo hasta el marxismo, sino también sus artículos de polémica política sobre el fantasma de Stalin, los comunistas y la paz, la guerra de Argelia y el liderazgo plebiscitario del general De Gaulle durante la V República Francesa. Y, por supuesto, también conocía y exponía la brillante respuesta de Raymond Aron a todas esas cuestiones, lo mismo en su crítica a Sartre que a Merleau-Ponty y Althusser en sus “marxismos imaginarios” que en su crítica al consumo de dosis enervantes de marxismo y su función como “opio de los intelectuales”.

Por lo menos en mi caso, Segovia siempre prefirió la polémica en corto, y no pontificar desde la atalaya de su cátedra magistral, pero disfrutaba mucho mostrando el tipo ideal de explicación histórica, política o socio-económica mediante el versátil análisis de las dieciocho lecciones sobre la sociedad industrial o el ensayo sobre las libertades de Aron. La lectura de esos textos, que seguí en mi aprendizaje informal con él, mucho después de haber tomado sus cursos, me permitió entender mejor el sentido de algunos de los temas que nos había dejado originalmente como tema de examen; por ejemplo, sobre cómo usar el análisis contrafactual e imaginar, con el riguroso control de la “posibilidad objetiva”, qué hubiera sucedido si los girondinos no hubieran sido avasallados por los jacobinos en la etapa inicial de la Revolución Francesa, o reflexionar sobre hasta qué punto Napoleón fue un continuador o un traidor a los ideales y principios de esa Revolución. Así descubrí la enorme importancia que el “hubiera” tiene para los juicios de imputación histórica; que la mayoría de los grandes historiadores tiene que usar el análisis contrafáctico de causalidad histórica, tal como se lo demostró Isaiah Berlin a Edward Hallet Carr en su polémica sobre la libertad, el determinismo y la “inevitabilidad” del proceso histórico; y sobre todo que, en contra de lo que repiten muchos que ignoran estos textos y esta forma de análisis, el “hubiera” sí existe y tiene que existir para poder formular juicios de imputación histórica y, sobre todo, de responsabilidad moral. Por supuesto que esto sólo puede hacerse mediante el riguroso control de lo que se tipifica en la categoría de “posibilidad objetiva”, pero para ello se requiere de un amplio y preciso conocimiento de todos los factores que influyeron, o pudieron haber influido, como variables dependientes o independientes, en la gestación de un determinado acontecimiento histórico, sea éste la batalla de Maratón, el cruce del Rubicón, el tamaño de la nariz de Cleopatra, la batalla de Celaya, la llegada a la estación de Finlandia o el asesinato de Luis Donaldo Colosio.

Por la vertiente de corte político, de Segovia podían aprenderse sobre todo dos cosas: a calibrar bien las virtudes, y no sólo los defectos, del sistema político mexicano, establecido desde hace un siglo, y a comprender la importancia de la Realpolitik y la ética de responsabilidad en el liderazgo político. Lo primero tiene mucho que ver con su perspectiva del alto costo que pagó España por su Guerra Civil, lo que contrasta con el orden, la estabilidad política y la continuidad constitucional de los gobiernos civiles que se han sucedido en México desde 1946 y que acabaron por configurar eso que algunos, en el contexto de todos los sistemas políticos de habla hispana desde hace un siglo, han denominado “el excepcionalismo mexicano”.

Lo segundo tiene que ver mucho más con la teoría política y se refiere a la lectura de “La política como vocación”, de Max Weber. En esa conferencia, Weber estableció la célebre diferencia entre el político regido por una ética de responsabilidad, que calcula las consecuencias de su acción y está dispuesto a negociar y hacer compromisos en aras de alcanzar un resultado pragmático y responsable, y el político regido por una ética de convicción, basada en principios fundamentalistas inconmovibles, sin que le importen las consecuencias de no negociar y sin estar dispuesto a hacer ningún tipo de compromiso que contravenga el fundamentalismo de sus principios y convicciones. Max Weber no consideraba aconsejable que un estadista se rigiera por una ética de principios inconmovibles. Hombres así deben quedar fuera de la acción política, o por lo menos de la responsabilidad del estadista, pues lo mejor es que éste se rija exclusivamente por criterios consecuencialistas, basados en una acendrada ética de responsabilidad y con fundamento en una combinación equilibrada de pasión y mesura, a fin de evitar los riesgos a los que conduce el demagogo profesional con sus veleidades y vanidades, que acaban por ser catastróficas no sólo para él mismo, sino sobre todo para el bien del Estado.

También se debe valorar a Rafael Segovia por lo que representó e hizo durante varias décadas y muchas generaciones con sus actividades docentes, administrativas y directivas en la configuración y consolidación del Centro de Estudios Internacionales (cei) de El Colegio de México y, en general, por lo que simboliza hoy para esta institución. Con su incorporación a El Colegio de México, a principios de los años 60, inicio una labor pionera en la formación humanista y técnica de generaciones enteras de politólogos, internacionalistas, historiadores, sociólogos, escritores, diplomáticos, políticos y funcionarios públicos del México contemporáneo. Fue uno de los primeros directores y configuradores de la revista Foro Internacional, uno de los más importantes directores del cei y el único que ocupó ese cargo en tres ocasiones diferentes, para, entre otras cosas, crear la licenciatura en Administración Pública. Tuvo también un destacado desempeño como coordinador general académico de El Colegio y un peso fundamental en la creación del Sindicato de Profesores e Investigadores de El Colegio de México, separado del sindicato de los trabajadores administrativos, con lo que contribuyó a resolver la legendaria huelga de 1980. En el Centro de Estudios Históricos sus clases tuvieron una influencia decisiva en la formación de algunos de los más distinguidos historiadores del México actual —por ejemplo, en Héctor Aguilar Camín, quien recientemente reconoció el papel fundamental que tuvo el maestro español en el diseño y la realización de su tesis doctoral sobre la frontera nómada.

Rafael Segovia fue, durante más de medio siglo, el vínculo viviente más importante entre la República Española y El Colegio de México. Su estrecha relación intelectual con Daniel Cosío Villegas —a quien recordó en su último cumpleaños como la figura central entre los mexicanos que crearon instituciones (para, entre otras cosas, darles protección y asilo a los republicanos españoles)— fructificó en sus propias reflexiones y erudito conocimiento sobre la naturaleza y el valor del sistema político mexicano. Hay que decir que, en un principio, Rafael Segovia ingresó a El Colegio de México como especialista en lo que hoy llamamos “estudios europeos” y que sólo después, por influencia de las conversaciones que se llevaban a cabo en las “comidas de Don Daniel”, empezó a investigar y a escribir con una sólida fundamentación historiográfica y politológica sobre política mexicana. En parte por esto, pero también por muchas otras razones. En una conversación que sostuvimos recientemente, Luis Medina Peña y yo llegamos conjuntamente a la siguiente conclusión: mutatis mutandis, Rafael Segovia representa, para la ciencia política de El Colegio de México, lo mismo que José Gaos representó para la filosofía, en esta misma institución.

Aunque Rafael Segovia se identificaba orgullosamente a sí mismo, cuando alguien le preguntaba por su nacionalidad, como “un mexicano nacido en Madrid”, probablemente por su origen no pudo llegar a tener el espacio y las oportunidades para ejercer lo que muchos sospechamos que era una auténtica pasión por la acción política. Pero, a su manera y dentro de su circunstancia orteguiana, Rafael Segovia siempre desempeñó con excelencia, exuberancia y generosidad, con pasión y mesura, sus dos grandes vocaciones: la política y la docencia.◊

 


* FRANCISCO GIL VILLEGAS M.
Es profesor-investigador del Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México.