Racismo, discriminación etnorracial y relaciones de poder

El racismo y la discriminación etnorracial se analizan en términos de sus diferencias, sus relaciones y sus formas de expresión en México, reflexión que lleva a Patricio Solís a señalar la necesidad de desmontar las relaciones de poder que las sustentan si se busca realmente terminar con las creencias, ideas y prácticas que los materializan.

 

PATRICIO SOLÍS*

 


 

La conciencia sobre el racismo y la discriminación etnorracial en México se ha incrementado en los últimos años. Debido a razones diversas, entre ellas el impacto social del movimiento zapatista, la irrupción de múltiples movimientos de resistencia de pueblos indígenas y afrodescendientes, la inclusión de los temas de discriminación en la agenda gubernamental y el interés en el tema por parte de un creciente número de académicos, hoy en día el racismo y la discriminación etnorracial han pasado de la invisibilidad a ser problemas con un lugar en la discusión pública.

En esta novedosa etapa de “descubrimiento social” del racismo y de la discriminación etnorracial como problemas que nos conciernen como sociedad, es conveniente buscar consensos sobre ciertas preguntas básicas que pueden generar confusión e impedir avances en los debates. ¿Qué entendemos por racismo y por discriminación etnorracial? ¿Pueden usarse estos términos como sinónimos o, si no es así, cuál es la relación entre ellos? ¿Cómo se relacionan el racismo y la discriminación con la desigualdad social? ¿Existen el racismo y la discriminación inversos?

El racismo podría definirse como la creencia de que los grupos humanos con distintos orígenes étnicos o geográficos y con rasgos físicos externos racializados distintivos, así como, por extensión, las personas que los integran, se clasifican en una jerarquía social en función de supuestas diferencias, como aptitudes, habilidades, comportamientos y otros rasgos morales e intelectuales.

Durante buena parte del siglo xx, el racismo se apoyó fundamentalmente en falsas creencias científicas que atribuían a causas biológicas o genéticas las distinciones jerárquicas entre grupos racializados. En la medida en que el racismo “biológico” o “genético” ha perdido crédito en la comunidad científica y en la sociedad en su conjunto (sin jamás haber desaparecido), han surgido nuevas versiones que intentan justificar las distinciones jerárquicas entre grupos racializados a través de diferencias culturales; por ejemplo, la supuesta existencia de una subcultura de aversión al esfuerzo entre grupos racializados subalternos, como los pueblos indígenas y afrodescendientes. Esta metamorfosis de un racismo “biológico” a otro “cultural” demuestra la vigencia y plasticidad del racismo como ideología en las sociedades contemporáneas.

El racismo es un fenómeno que se presenta en el ámbito de los pensamientos y de las creencias. No obstante, es importante notar que, como ideología, no nació por generación espontánea. Su origen y fuente de reproducción en Occidente reside en la larga historia de relaciones de explotación y dominación de las poblaciones blancas de Europa y Norteamérica sobre otros grupos racializados, como las poblaciones negras provenientes de África y las poblaciones indígenas del continente americano.

A diferencia del racismo, cuyo dominio son ideas y creencias, la discriminación se materializa en el ámbito de las conductas y las prácticas. En términos generales, la discriminación se define como el conjunto de prácticas de maltrato, institucionalizadas e informales, contra ciertos grupos sociales, que limitan el ejercicio de sus derechos y contribuyen a la reproducción de la desigualdad social. Las prácticas de discriminación reproducen dinámicas de poder y subordinación en distintos ámbitos, como la dominación masculina, el control normativo de las preferencias sexuales, la dominación de clase y el capacitismo. En el caso particular de la discriminación etnorracial, ésta puede definirse como el conjunto de prácticas de maltrato dirigidas hacia quienes pertenecen, ya sea por autoadscripción o por adjudicación de quien discrimina, a grupos sociales racializados que se encuentran en una situación histórica de dominación y subordinación, como los pueblos indígenas y los afrodescendientes.

Uno de los riesgos al combatir la discriminación es reducir el ámbito de las prácticas de discriminación a conductas individuales en las relaciones interpersonales e ignorar las acciones de otros actores, como gobiernos o grandes corporaciones, que suelen tener poderosos efectos macrosociales. En México existe evidencia contundente de la persistencia y la omnipresencia de las prácticas de discriminación etnorracial en la vida cotidiana (Solís, Krozer, Arroyo y Güémez, 2019), pero también de “macroprácticas” de agentes gubernamentales o privados que tienen efectos generalizados sobre comunidades o territorios; por ejemplo, los obstáculos institucionalizados que impone el Estado mexicano a los jóvenes cuya lengua materna es una lengua indígena para continuar sus estudios en su propia lengua más allá de la primaria (Solís, 2017), o la imposición de proyectos “de desarrollo” en territorios con alta presencia de población indígena, que no garantizan ni el respeto a las formas de vida ni la participación justa de las comunidades. En este sentido, un enfoque adecuado de la discriminación etnorracial debe considerar tanto el papel de las “microprácticas” como de las “macroprácticas”.

Es evidente que el racismo y la discriminación etnorracial se encuentran relacionados entre sí. Con frecuencia, esta última es justificada por sus perpetradores a partir de estereotipos y prejuicios racistas, pero no necesariamente tiene una justificación ideológica en el racismo. Por ejemplo, ciertas prácticas de despojo territorial e imposición de proyectos de desarrollo contra pueblos indígenas pueden estar motivadas por una lógica estrictamente económica, pero constituirse como prácticas de discriminación en la medida en que limitan o menoscaban el derecho de estos pueblos a preservar sus formas de vida. Esto implica que el combate a las desigualdades etnorraciales va más allá del combate al racismo. No se trata, pues, sólo de combatir una ideología, sino también las prácticas concretas que reproducen relaciones de poder.

Más allá de esta distinción entre ideología y práctica, tanto el racismo como la discriminación etnorracial tienen como rasgo común que ambos se sustentan y al mismo tiempo contribuyen a reproducir un orden social desigual en el que existen jerarquías entre grupos racializados y que algunos han llamado “sistema social racializado” (Bonilla-Silva, 1997). Por ello, las perspectivas de solución al racismo y a la discriminación etnorracial basadas en la “iluminación” a través de la educación tienen un alcance limitado; no es suficiente “crear conciencia” o “educar”: es necesario desmontar las relaciones de poder de ese sistema social racializado que conceden privilegios de diversa índole en múltiples dominios sociales a las personas blancas, mestizas y con tonos de piel claro.

Es este sustento estructural en un sistema social racializado lo que otorga su carácter distintivo al racismo y a la discriminación etnorracial frente a otras ideologías y formas de maltrato basadas en características etnorraciales. Pueden existir prácticas cotidianas de maltrato que invierten las relaciones de poder etnorracial dominantes, pero éstas no representan ni “racismo inverso” ni “discriminación inversa”, justamente por no contribuir a la reproducción de las relaciones de poder racializadas predominantes. Hablar de “racismo inverso” o de “discriminación inversa” implica equiparar prácticas de maltrato aisladas hacia personas de piel clara con creencias y prácticas generalizadas que dan sustento a un orden social que impone desventajas a pueblos indígenas y afrodescendientes, así como a las personas que son asociadas a ellos por sus rasgos físicos racializados. Es, por ende, una forma de trivializar el problema y de tergiversar el combate contra el racismo y la discriminación etnorracial.◊

 


 

Bibliografía

 

Bonilla-Silva, Eduardo, “Rethinking racism: Toward a structural interpretation”. American Sociological Review, vol. 62, núm. 3, junio 1997, pp. 465-480.

Solís, Patricio, Alice Krozer, Carlos Arroyo Batista y Braulio Güémez Graniel, “Discriminación étnico-racial en México: una taxonomía de las prácticas”, en J. Rodríguez Zepeda y T. González Luna Corvera (coords.), La métrica de lo intangible: del concepto a la medición de la discriminación, México, Conapred/Universidad de Guadalajara, 2019, pp. 55-94.

Solís, Patricio, Discriminación estructural y desigualdad social. Con casos ilustrativos para jóvenes indígenas, mujeres y personas con discapacidad, México, Conapred/cepal, 2017.

 


 

* Es sociólogo y demógrafo, profesor-investigador en el Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México desde 2004. Actualmente dirige el Seminario de Desigualdad Socioeconómica y el Proyecto sobre Discriminación Étnico-Racial en México en esta institución. Entre sus trabajos recientes se encuentra el informe “Por mi raza hablará la desigualdad. Efectos de las características étnico-raciales en la desigualdad de oportunidades en México”, en coautoría con Braulio Güémez Graniel y Virginia Lorenzo Holm, publicado por Oxfam-México en 2019. Entre otras publicaciones, es autor y coordinador de Desigualdad, movilidad social y curso de vida en la Ciudad de México (El Colegio de México, 2017) y autor de Discriminación estructural y desigualdad social. Con casos ilustrativos para jóvenes indígenas, mujeres y personas con discapacidad (Conapred/cepal, 2017).