“Que lo rompan todo”. A propósito de la rabia feminista

 

DORA BARRANCOS*

 


 

Dolor y política. Sentir, pensar y hablar desde el feminismo.
Marta Lamas.
Océano, México, 2021.

 

Estamos frente a una escritura encarnada que exhibe, sin pudores y sin prevenciones, sentimientos hondamente reflexionados, ideas que alcanzan una estatura singular entre las recientes producciones feministas y que van más allá de la cuenca latinoamericana. Este libro de Marta Lamas —una de las principales protagonistas de la escena feminista de nuestra región—, obra como un auto de fe y contiene una profunda vibración que debe movilizar a las múltiples canteras feministas, estén o no de acuerdo por completo con sus posiciones. Se advierte el resultado de lo que seguramente ha sido un enorme esfuerzo de la autora para atender el principio enunciado por Norbert Elias, “compromiso y distanciamiento”, que cifra el método del conocimiento al que aspiramos. Ésa es la síntesis de este texto que, en todo caso, tiene la innegable cualidad de haber resuelto el desafío de la entrañable subjetividad perceptiva frente a acontecimientos que la han alcanzado —varias veces hasta el vilipendio—, así como de distanciarse para comprender la índole de procesos de los que ha sido infatigable animadora y que exhiben ahora formas violentas.

La violencia que ha exhibido gran parte de las manifestaciones feministas mexicanas conduce a Lamas a hacer inteligibles las razones profundas de esos comportamientos, sin ánimo de condena, aunque no faltarán intérpretes del libro que se empeñen en no conmover ni un ápice el punto de vista contrario a esta formulación. Con lente erudita, Lamas recorre numerosas fuentes bibliográficas para dar cuenta de la complejidad de la ira y la rabia —sostiene que hay una referencia semántica diferente entre ambos sentimientos—, y ameniza la idea de que sólo un determinado sustrato de jóvenes rabiosas —urbanas, esclarecidas, ideologizadas antisistema— sean las protagonistas exclusivas de la saga destructora en que han culminado muchas movilizaciones de los últimos años en México. Muchachas iconoclastas, iracundas, encapuchadas, con certeza no son la mayoría de las miles y miles de mujeres que se manifiestan en diversos lugares del ágora, pero resulta indudable que hay una atmósfera de aquiescencia, una cierta laxitud justificadora. Lamas nos brinda una referencia testimonial a propósito de una de las manifestaciones masivas: frente a los incendios que pretendía provocar un grupo de activistas con teas encendidas, escuchó a una señora mayor, de trazos populares y con características que no indiciaban en absoluto a una militante, alentar en voz baja: “Que lo rompan todo”. Para Lamas no es posible escindir, en las interpretaciones acerca de la “furia destructiva”, las consecuencias del ominoso sistema patriarcal situado mexicano, las inmemoriales formas de las violencias ejercidas contra las mujeres (y contra las otredades), la holgura atribulada de los feminicidios que desde luego no están concentrados en la emblemática Ciudad Juárez. Pero también hay una referencia al clima epocal violento, a las devastadoras guerras relacionadas con el narcotráfico, a las imposturas del sistema político, sobre todo a las corrupciones que moldean sus hábitos. ¿Por qué debería eximirse de violencia a las nuevas expresiones por las demandas de derechos? ¿Por qué habría que exigir a las mujeres un molde moral pacífico, desprovisto de iracundia?

Lamas trabaja como una filigrana la cuestión de las emociones, un resorte fundamental que, aunque hace mucho pudo asomar en los análisis de la interacción humana —la racionalidad weberiana no puede entenderse sin el condimento de las emociones—, sólo recientemente ha obtenido un estatuto angular para comprender el sentido que les actores otorgan a sus acciones. Trae a colación especialmente las contribuciones de Norbert Lechner y de Sara Ahmed, y concluye que la inteligibilidad de cualquier fenómeno se apoya en los resortes subjetivos, en la trama de la sensibilidad y los sentimientos. Cambiar un orden de cosas —y creo que Antonio Gramsci entendía notablemente la cuestión— requiere un cambio de sensibilidad. La letra teórica tiene un fluido conductor en el orden de los sentimientos. Es claro que se coloca el problema “estratégico” de nuestras acciones para erradicar no sólo el sistema patriarcal, como sostiene Lamas, sino también los sistemas concomitantes de sometimiento económico —a la cabeza el orden capitalista—, que completan el aciago escenario de la desigualdad humana. No podemos sustraernos a la idea de que, por justificadas que estén nuestras acciones violentas —¡y cómo sabe de esto mi generación sesentista!—, se impone la tremebunda cuestión de si tales comportamientos sirven mejor a nuestros objetivos, y la otra más perturbadora, a quién somos funcionales, si finalmente nos decidimos por la belicosidad destructiva. Con inspiración en varias autorías, pero especialmente en Judith Butler, Lamas trabaja con enorme cuidado la cuestión de la violencia de quienes reaccionan frente a la desmesura de la desigualdad y se va, justamente, por la vertiente de conocer, comprender, interpretar, antes que fallar con el régimen de la potestad no absolutoria. Pero hay una advertencia acerca de las absorciones sistémicas de nuestras determinaciones rabiosas. Las emociones que nos determinan deben conversar con los mitigadores reflexivos, a menos que lo único que nos interese sea la más completa demolición, sin sobrevivientes del otro lado, pero tampoco del nuestro.

Hay una posición que Lamas ha sostenido desde hace mucho tiempo y que me interpela con el concepto de neoabolicionismo. Dedica un capítulo del libro a plantear su sostenida defensa del derecho al reconocimiento del comercio sexual como categoría de trabajo. No me disgusta que nos configure dentro de esa nomenclatura a quienes pensamos que la prostitución “no es un trabajo como cualquier otro”, no sólo por la lexicalidad, respetuosa de nuestra disidencia, sino porque exhibe una argumentación densa, descollante desde esa perspectiva que ha ido ganando fieles en los feminismos regionales. Creo no equivocarme al decir que, en Argentina, el principal aspecto divisor de aguas entre las militantes feministas es justamente este problema. En su argumentación, la autora vuelve sobre un marco de ideas que reconozco perfectamente como argumentación de las viejas posiciones libertarias, y de otras configuraciones del libre pensamiento, que aseguraba que había dos modos de ejercer la prostitución, al por mayor —lo cual alude a las meretrices que se ganaban la vida mercadeando sexo—, y al por menor, alusión drástica a las mujeres casadas por interés, o por la fuerza de las costumbres. Éstas medraban también con intercambios sexuales para sobrevivir en medio de la impostura. No cejaré en sostener que el cuerpo es nuestro límite, pero tampoco en que las personas pueden decidir acerca de sus usos, aunque nos provoquen reacciones airadas. Transaccionar “libremente el cuerpo” es otra cuestión, porque más allá de muy determinados contextos, las mujeres, las personas trans —sobre todo éstas, despojadas de cualquier cobijo familiar amatorio— ejercen la prostitución impelidas por la necesidad de sobrevivir, y no hay cómo determinar jurídicamente que esto sea un delito. El abolicionismo jurídico no puede penalizar a las prostitutas, y me atengo a la formulación constitucional de Argentina.1 El neoabolicionismo en el que me inscribo está por completo reñido con el esencialismo moralista, con la prédica normativa edificante, y jamás confundiría los términos “prostitución = trata”. Me sitúo en la cuestión existencial de que no puede agregarse a la venta de la “fuerza de trabajo” el propio cuerpo en su integridad. Creo que nadie sostendría que es un “trabajo como cualquier otro” la venta de órganos. Y estoy persuadida de que hay una idealización de la subjetividad de las personas que ejercen la prostitución como inexorable “máquina deseante”; hay cierta distorsión en percibir el ejercicio sexual mercantilizado como signado por la procura de placer que persevera en ser demandante porque es insaciable… No son los relatos en clave de placer los que conocemos de muchas mujeres. Y qué decir de los riesgos permanentes de extinción, de letalidad, tantas veces narrados. Las luchas de las comunidades trans por el cupo laboral —conquista reciente en Argentina para incluirles en todos los poderes del Estado— hablan más alto que cualquier otro argumento respecto a la salida de la prostitución que reclaman las personas afectadas. Desde luego, hay que devolver derechos a quienes se encuentran en condición de prostitución: el primero de ellos, eliminar los marcos sociales condicionantes.

Finalmente, suscribo las entrañables proposiciones que realiza la autora para poder diseñar las formas de feminismos que deseamos sobre la base de puntos de vista discrepantes, que pueden ser enérgicos, pero que no pueden huir de un puñado de principios que permitan la caminada por derechos sin autoaniquilamientos. Sostiene que “todas las feministas hemos hecho demasiadas cosas buenas como para no poder dialogar y articularlos entre nosotras”. A veces los moldes supraidentitarios —y para esto se basa en las excelentes lecciones de Wendy Brown—, los fórceps de las fronteras, conducen a estados de opinión que se indexan y que se constituyen en agencias disuasoras de la visibilidad de los verdaderos sistemas adversarios. Lamas utiliza mucho el concepto de “espirales de significación”, del grupo inglés con especial regencia de Stuart Hall, que se asimila al de indexación de los significados que no permiten corregir a tiempo la articulación equivocada. Apuesta a la adhesión al “feminismo crítico” que se propugna desde nuestra Asociación Argentina para la Investigación en Historia de las Mujeres y Estudios de Género —aaihmeg—, que en todo caso es un feminismo abierto, reflexivo, plural, antidogmático, que no se compadece con las “políticas de la identidad” de los moldes sustancialistas.

Este notable libro de Marta Lamas aparece en el tiempo justo de volver a enlazarnos, en las tantísimas luchas que todas las cuencas feministas y de la diversidad sexosocial debemos enfrentar para erradicar las fuentes sustantivas de las opresiones. Hagámoslo con el doble acicate de nuestras emociones y de nuestras convicciones, pero no sucumbamos a la tentativa de damnificarnos porque no coincidimos completamente. Sentimiento y reflexión deben suscitar empatía por el desafío en el que nos empeñamos. Al menos esto es imprescindible en la búsqueda de la dignidad humana.◊

 


 

1 Constitución de la Nación Argentina, artículo 19: “Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados”.

 


 

* Es investigadora, socióloga, historiadora, educadora y feminista argentina, doctora en Historia por la Universidade Estadual de Campinas, Brasil, y profesora consulta de la Universidad de Buenos Aires (uba). Fue directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de esa universidad y es investigadora principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, en donde formó parte del directorio entre 2010 y 2019. Una antología de su extensa obra fue publicada en 2019: Devenir feminista. Una trayectoria político-intelectual, por la Facultad de Filosofía y Letras de la u­­ba y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales.