¿Por qué nos dividen las traducciones?

Juan Jesús Zaro reflexiona sobre sus experiencias internacionales como profesor universitario de traducción y traductología para hablar del español como lengua de traducción. En este artículo se examinan los sesgos editoriales impuestos a la labor de los traductores, la posibilidad de verter literaturas extranjeras en un “español neutro” y la defensa del valor de las traducciones en dialectos regionales.

 

JUAN JESÚS ZARO*

 


 

Podemos abrir este artículo con una pregunta: ¿es necesario, pertinente, relevante, hablar del castellano como lengua de traducción? Para contestarla, me disculparán si antes cuento brevemente mi historia personal en relación con este asunto.

Soy español, profesor universitario de un grado en Traducción e Interpretación desde el año de 1993, y les puedo decir que hace, digamos, diez o doce años no se me habría ocurrido pensar en esta cuestión. Pertenezco a una generación que leyó muchas traducciones en su momento, algunas procedentes de América, sobre todo de Argentina y de México. Recuerdo mis lecturas de novelas como Lolita, de Vladimir Nabokov, traducida por Enrique Tejedor para Sur (luego supe que era un pseudónimo de Enrique Pezzoni), o de Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, traducida por Julio Cortázar, y también de libros del Fondo de Cultura Económica, en su mayoría ensayos históricos, filosóficos o económicos traducidos en México. En general, nunca tuve dificultades para entender y disfrutar de estas traducciones, que en aquellos tiempos —hablo de los últimos años del franquismo— tenían el halo de ser una literatura distinta, ajena a la gris realidad española y reveladora de otra situada fuera de nuestro alcance, que anhelábamos conocer.

Durante mi etapa docente en la universidad, y hasta hace poco tiempo, procuré siempre formar a mis alumnos en el ejercicio de la traducción tomando como referente el castellano peninsular, que es la variedad utilizada por nosotros. Algunos de estos alumnos (no muchos, por no ser una profesión bien remunerada) se han dedicado después a la traducción literaria y, por indicación de sus respectivos editores, han traducido y publicado sus textos con el castellano de España como único modelo.

No obstante, hace unos diez años, tuve dos experiencias en el ámbito académico que me llevaron a cuestionar, o más bien a interesarme, por el statu quo lingüístico reinante en nuestras aulas y en nuestro proceder didáctico. Una fue la llegada a España, de forma progresiva pero numerosa, de alumnos latinoamericanos como estudiantes de nuestro grado y posgrado. De ellos, recuerdo especialmente a una alumna venezolana, dispuesta e inteligente, quien un día me confesó en mi despacho que algunos profesores habían puesto en tela de juicio sus conocimientos del castellano y que se sentía muy dolida por ello. El único motivo de este cuestionamiento había sido que utilizaba ciertos elementos gramaticales y léxicos ajenos a la variedad peninsular. Me consta que esto ocurrió con algún otro alumno latinoamericano, en algún momento, sin que nadie, al parecer, le concediera la menor importancia.

La segunda experiencia tuvo lugar en Argentina, en el curso de un primer viaje académico con ocasión de unas jornadas en la Universidad Nacional de La Plata. Unos años antes, en otra estancia de investigación en la Biblioteca Folger de Washington D.C., me había encontrado con una traducción de Hamlet desconocida para mí, realizada por el argentino Rafael Squirru en 1976 en castellano rioplatense, que me llamó mucho la atención. Pues bien, en aquellas jornadas cité esta traducción y tuve ocasión de comprobar que esta manera de trasladar a Shakespeare sorprendía a los propios argentinos, siendo ésta la única versión del Bardo de Stratford traducida al rioplatense que conocían. Aquello ya me hizo reflexionar más: en España traducimos a Shakespeare a nuestro castellano peninsular, pero los argentinos no lo traducen al castellano rioplatense. Reitero con toda sinceridad que nunca me había planteado este asunto, de gran complejidad, como pude comprobar cuando me metí de lleno en él en los siguientes años. Por lo que pude recordar entonces, en las lecturas de traducciones argentinas y mexicanas de mi juventud ni siquiera me había percatado de que los traductores habían usado un castellano transparente, desterritorializado, escogido específicamente para eludir los choques culturales, del que hablaré más adelante.

De vuelta a España, comencé a indagar en esta cuestión en círculos universitarios y editoriales. Descubrí, por un lado, que no era un tema que preocupara mucho, ni en círculos universitarios ni profesionales —al parecer en la doxa de la traducción como actividad intelectual y profesional en España no se calificaba como problema—, y, por otro, que algunas editoriales eran conscientes de que exportaban a América sus traducciones al castellano peninsular y conocían perfectamente las quejas al respecto, pero que también sabían que no ocasionaban ninguna repercusión económica apreciable, por lo que no lo consideraban un tema importante. También conocí o leí testimonios de traductores latinoamericanos que vivían y trabajaban en España, quienes me confirmaron que trasladaban los textos a la variedad dialectal que les imponían las editoriales, es decir, la peninsular, sin más matices.

De nuevo en Argentina, en otras jornadas en La Plata, tuve ocasión de asistir a la presentación de la nueva traducción al castellano rioplatense de los Sonetos de William Shakespeare, Solo vos sos vos, realizada por mi colega y amigo Miguel Ángel Montezanti, quien ya en su día había traducido el mismo texto a un castellano literario convencional. Escribí entonces que esta traslación era una experiencia audaz e insólita, cargada de simbolismo, cuya importancia en la historia de la traducción argentina se reconocería plenamente en las siguientes décadas. Aunque Montezanti incidió en el carácter paródico de los Sonetos como una justificación a su traducción, lo relevante era que había conseguido publicar a un clásico utilizando el rioplatense, recibiendo por ello buenas y malas críticas. Sé que desde entonces se han hecho más intentos de traducir clásicos al rioplatense, y que esto empieza a ser una tendencia, pero de ello, hasta ahora, sólo tengo datos dispersos. Y supe también que el Solo vos sos vos no era, ni mucho menos, el primer libro que se traducía a esta variedad lingüística: por ejemplo, los traductores de la “Serie negra” de la editorial Tiempo Contemporáneo dirigida por Ricardo Piglia —entre otros Floreal Mazía, Rodolfo Walsh o Susana “Pirí” Lugones, quien empleó el voseo en su traducción de las Cartas de Dylan Thomas en 1971— ya lo habían hecho en la década de los setenta. Y pensándolo bien… ¿qué tiene de extraño? Como dice Alejandrina Falcón, estas traducciones vertían el inglés “americano” de los originales a una variedad “americana” del castellano (Falcón, 2016: 13). Precisamente, las novelas negras de Chandler y Hammett se caracterizan por incluir magníficos diálogos muy coloquiales que se intentaron trasladar al coloquialismo local argentino en estas traducciones.

Como fui descubriendo poco a poco a lo largo de todo este período, la historia de la traducción literaria en la América de habla hispana, y en concreto en la argentina, no puede escribirse sin mencionar el recurso al castellano “neutro”, o lingua communis, que emplearon, entre otros, los traductores y traductoras argentinas de la “Constelación del Sur”, esto es, la época dorada de la traducción en Argentina —y, en menor grado, también en Chile y Uruguay—, definida en su día por Patricia Willson (2004). Su afán, y el de sus editores, era poder ser leídos con facilidad en todo el hemisferio hispanohablante (de ahí que yo no tuviera ninguna dificultad al leerlas en mi juventud). Por momentos, pareció que el castellano “neutro” era un ideal y una aspiración de los grandes profesionales de la época. Lo mismo sucedió en México, pues es evidente que las traducciones del Fondo de Cultura Económica tendían a utilizar ese castellano “neutro”, aspecto que, me parece, está por investigarse. Y… ¿qué es el castellano o español “neutro”? Ha habido algún intento de definirlo, pero me da la impresión de que siempre se escapa alguna cosa. Si examinamos las traducciones de la “Constelación del Sur”, comprobamos que se dan en esta variedad artificial ciertas constantes, por ejemplo el “tú” y su conjugación, lo que supone la drástica eliminación del voseo rioplatense. Y si ahondamos en el tema, podemos localizar otros rasgos no siempre constantes, como el empleo de “ustedes” para la segunda persona del plural, formal e informal —opuesto al “vosotros” español— y, quizá lo más importante, el uso de un vocabulario en apariencia “neutro” y comprensible en todos los países hispanohablantes, detalle del que ya se ocupó Alfonso Reyes en su ensayo “De la traducción”. La profesora argentina Ana Gargatagli (2012) ha descrito otros rasgos estilísticos de esta variedad artificial del castellano tal como se empleó en su momento en Argentina: poner los adjetivos detrás de los sustantivos, no tener miedo a repetir palabras, elegirlas por su sonoridad agradable, no renunciar a los extranjerismos, no utilizar frases hechas… Y Patricia Willson (2004: 103) señala otro: la extranjerización de los antropónimos, una estrategia de traducción que se adoptó en España más tarde. Este castellano “neutro” merecería mayor atención de los traductólogos actuales, que deberían concentrarse más en sus virtudes, sobre todo en su aspiración a la universalidad, que en sus posibles inconvenientes, entre ellos la pérdida de expresividad que se aprecia en determinados segmentos textuales, como los diálogos.

Se ha escrito también del rechazo español a las traducciones americanas. Es una historia complicada que en su mayor parte está por contarse, como muchas otras relacionadas con este asunto. Este rechazo fue (¿o es?) cierto: no hay más que comparar algunas traducciones argentinas para comprobar que fueron revisadas y españolizadas en sus ediciones españolas; a las ya mencionadas de la “Serie negra” podríamos añadir, por ejemplo, El revés de la trama, de Graham Greene, traducida por Juan Rodolfo Wilcock (1949), Los poseídos —en España se tituló Los posesos—, en traducción de Victoria Ocampo (1960), y El revés y el derecho (1958), traducida por Luis Alberto Bixio, obras, estas dos últimas, originales de Albert Camus. Además, otro fantasma recorre esta historia desde el principio, esta vez de carácter sociolingüístico: como señala la investigadora argentina Bárbara Poey Soweby (2017:182), parecería que los hablantes de variedades dialectales periféricas (cualquiera de las variedades americanas y ciertas variedades españolas como el andaluz, el canario o el gallego) son capaces de aceptar el desafío que a veces supone entender un texto escrito en la variedad dialectal predominante, que en este caso es el castellano peninsular “central”, pero esto no sucede al revés. O sí: desde hace unos años, me consta que la editora Vintage Español está “americanizando” traducciones hechas en España para sus lectores estadounidenses de habla castellana.

Vuelvo a hablar de mi labor como profesor. Creo que lo más apremiante es lograr que nuestros alumnos sean, al menos, perfectamente conscientes de la situación actual del castellano como lengua de traducción y de las políticas editoriales que subyacen a esta situación. No estoy seguro de que esto suceda ahora mismo, al menos según mi experiencia. Por eso me complace tanto encontrarme en las aulas con alumnos y alumnas latinoamericanos, que enseguida reconocen el problema y lo definen con acierto. Y, como dije antes, nuestros egresados profesionales de la traducción literaria tampoco parecen ser conscientes de ello: se limitan a traducir al castellano peninsular sin ningún titubeo, e incluso recurren con cierta complacencia al uso de la fraseología española, pues al parecer es lo que les enseñan sus profesores y lo que les exigen los editores que los contratan. Hay que disculparlos: no es algo que ellos hayan decidido ni que puedan cambiar por sí solos. Y aunque el tema aflore de vez en cuando en jornadas o congresos de traducción (más de carácter investigador que profesional), tampoco parece suscitar demasiado interés, a pesar de que se trata de un asunto en verdad atractivo para el investigador, abordable desde posiciones teóricas muy diversas. En este sentido, hay que mencionar la conspicua ausencia de trabajos académicos —trabajos de maestría, tesis doctorales o artículos en revistas— al respecto. La mención más frecuente cuando se pregunta por el tema en España es que “es un problema sin solución”.

Quizá lo sea. Juan Carlos Calvillo (2019) proponía hace poco algunas medidas que estimaba posibles: reclutar traductores latinoamericanos, contratar revisores para adaptar el texto a las variedades latinoamericanas, etcétera, y posiblemente podrían encontrarse más. E incidía en lo que, para mí, personalmente, es la parte más penosa de esta situación: las traducciones no son malas por ser españolas, sino porque son impuestas sin concesiones por los grandes conglomerados editoriales que dominan el mercado actual. Sirva pues este pequeño trabajo para expresar la crudeza de una desigualdad manifiesta, un conflicto enquistado que atañe a todos los hispanohablantes y del que todos, por lo menos, deberíamos empezar a hablar.◊

 


Bibliografía

 

Calvillo, Juan Carlos (2019), “Cincuenta años de traducciones de Anagrama”, Letras Libres, abril de 2019 (https://www.letraslibres.com/mexico/literatura/cincuenta-anos-traducciones-anagrama).

Falcón, Alejandrina (2016), “Traducir, aclimatar, argentinizar: la importación literaria en 1969”, Cuadernos Lírico, núm. 15, pp. 1-17.

Gargatagli, Marietta (2012), “La traducción neutra no es una pipa”, Ñ, 24 de septiembre de 2012 (https://www.clarin.com/rn/literatura/traduccion-neutra-pipa_0_r1C4dJhDmg.html).

Poey Soweby, Bárbara (2017), “‘Por el costadito podés ir metiendo cosas’. De normas, tradiciones y negociaciones”, Lenguas Vivas, 17 de noviembre de 2017, pp. 173-185.

Reyes, Alfonso (1983), “De la traducción”, en La experiencia literaria, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 130-136.

Willson, Patricia (2004), La constelación del Sur, Buenos Aires, Siglo XXI Editores Argentina.

 


* JUAN JESÚS ZARO

Es catedrático en el Departamento de Traducción e Interpretación de la Universidad de Málaga.