Poemas de 1939

 

ALFONSO REYES

 


 

Cara y cruz del cacto

A Carlos Pellicer, para agradecer su ofrenda botánica

 

I

cara

En lugar del olivo virgiliano,
la planta de cuchillo y de ganzúa,
y el árbol sirve de potencia y grúa
para izar por el cuello al hortelano.

¿Por qué brotan del suelo mexicano
la cólera, la víbora, la púa,
la espadaña que en pica se insinúa,
la garra en guante adentro de la mano?

Torva mitología nos espera,
y el crudo mineral nos solicita
más allá de la miel y de la cera.

Y la alquimia es adusta de manera
que la sangre en tezontle precipita
y sube en amarilla tolvanera.

 

II

cruz

No admite que se mueva ni se acabe
aquel solar misterio de infinito,
y el ojo que la mira de hito en hito
la purifica en oro verde y suave.

Así, serpiente reposada, grave,
hecha cristal de su primer delito.
sorbida por el cacto de su mito,
vacunada en su duelo con el ave.

En la tarde solemne, en el austero
valle tendido junto al ventisquero,
tan alto que la luz y el tiempo mudan,

Eva se inclina sobre el compañero
compadecida de su frente. Pero
la Serpiente y el Hombre se saludan.

México, otoño, 1939.—VS.

 


 

Álbum

 

Fresca la rosa temprana
rompe en el amanecer,
ansiosa de ser mujer
para toda una mañana.
Hija de Justo Santa-Anna,
guarda tu perfume huraño
del aire del desengaño,
porque yo, sin ser un lince,
adivino que tus quince
sólo han de durar un año.

México, 27 de diciembre, 1939.

 


 

A verdad sabida y buena fe guardada

 

Para decir verdad, no aguanto a nadie,
y yo sólo respiro junto al mar.
Les dejo ahí mis trajes, lo que llaman “trapitos
de cristianar”,
mi colección de pipas, de bastones,
de plumas-fuente, de láminas Gillette,
mi radio, los teléfonos en marcha,
el alquiler pagado,
la luz, el gas, los libros, las visitas,
los vecinos; les dejo el automóvil;
todo les dejo, a cambio
de una butaca al estribor
a donde cante el mar y pegue el sol.
Ya yo me arreglaré: déjenme en paz.
Sé muy bien lo que quiero cuando me quedo solo.
Olvídense de mí, que yo me entiendo
en cuanto dejan de pedirme el alma
prestada para esto y para estotro.
¡Y ya me tienen harto,
y déjenme dormido junto al mar!

México, 30 de diciembre, 1939.

 


 

El fraude

 

¡Ay, amor, quién me dijera,
amor, quién me lo diría
que sólo estrujas el alma
para dejarla vacía!
Una por una te apropias
las razones de la vida,
y, en cuanto fundas tu imperio,
dejas ver que era mentira.
Otros mares he corrido,
otras sirtes conocía,
otras sirenas vencí,
triunfé de otras fantasías;
bebí mi ración de llanto,
supe de otras porfías,
y no dejé que los goces
alteraran mis medidas.
Porque, entre los torbellinos
y las sirtes enemigas,
nunca me engañó la brújula
que en el corazón traía.
Me desnudaba del tiempo,
del mundo me desvestía
y, al consuelo de mi lámpara,
era el estudio mi guía.
Lo que me hurtaba el dolor,
la pluma lo devolvía.
¡Consuelo de la palabra,
graciosa prenda divina!
¿Cómo es que llenando páginas
tanto duelo se mitiga?
¿Cómo, que la soledad
nos colma de compañía?
Que yo alcancé aquella hora
en que no se necesitan
más amigos que un papel
y algunas gotas de tinta.
Pero tú rompiste, amor,
con tus armas escondidas,
y toda mi fortaleza
quedó en despojos y trizas.
Dijiste que me bastabas,
me dijiste que me henchías
para mejor encubrir
tu vanidad y tu envidia.
Me alejabas de los libros
todo el tiempo que querías,
y me cegabas de abrojos
la senda que ya era mía.
Y ahora que te conozco,
yo no sé lo que te diga:
que me devuelvas el frágil
cabello de que pendía,
que me le has quitado el gusto
al sabor de cada día,
que te alejes y no vuelvas…
¡Que vuelvas como solías!

Río, 1º de enero, 1939.