Pioneros de los estudios superiores en el continente americano: fray Bernardino de Sahagún y el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco

José Luis Méndez y David Vilchis escriben sobre el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, la primera institución de educación superior e investigación académica de América, y sobre uno de sus fundadores, fray Bernardino de Sahagún, figura señera de la historia de México.

 

JOSÉ LUIS MÉNDEZ* / DAVID VILCHIS**

 


 

A manera de introducción

 

En 2021 se cumplen 500 años de la caída de México-Tenochtitlan y el inicio de la etapa colonial en nuestro país. Se trata de un hito polémico, a la vez que crucial, en la formación de la identidad nacional mexicana, por lo que consideramos importante, a propósito del mismo, rememorar dos hechos ocurridos en esa época: el establecimiento del Colegio de la Santa Cruz de Santiago de Tlatelolco y la presencia en México de fray Bernardino de Sahagún, una de sus figuras centrales.

La importancia histórica de estos dos hechos no es menor. Por un lado, se estableció la primera institución de educación superior e investigación académica de América. Fue un centro de estudios superiores destinado a los indígenas, que incluso un tiempo fue dirigido por ellos mismos. Por otro lado, fray Bernardino fue el promotor de la Historia general de las cosas de la Nueva España, que puede considerarse la primera obra de investigación académica —e incluso científica— del continente, ya que se elaboró con metodologías que bien pueden catalogarse como modernas. No obstante, como se expondrá a continuación, no fue la única obra producida en el Colegio.

Si bien la Conquista implicó el ataque y destrucción de la capital y del imperio de los mexicas, así como —a veces con el uso de una fuerza extrema— la imposición del cristianismo sobre los “naturales”, nos parece conveniente señalar que, como ha dicho Antonio Rubial, también implicó un proceso de adaptación del cristianismo por parte de la población indígena, más que simplemente una imposición. El Colegio de la Santa Cruz fue un lugar especialmente significativo de este encuentro entre dos mundos y Sahagún fue su infatigable promotor. Además, consideramos que el binomio cultural formado por el Colegio y este fraile constituye un primer antecedente de la tradición académica de algunos centros de educación superior e investigación en nuestro país como, entre otros, El Colegio de México (que, por supuesto, pese algunas semejanzas, es una institución muy diferente). En el presente artículo queremos compartir algunas reflexiones sobre el papel, alcances y limitaciones de dicho binomio en el desarrollo pionero de la educación superior y de la investigación académica en México y América.

 

Del nacimiento de fray Bernardino de Sahagún a la creación del Colegio

 

Cuenta Miguel León-Portilla que cuando fray Bernardino de Sahagún, de entonces 29 años de edad, zarpó al Nuevo Mundo lo hizo con dos contingentes de personas que habían sido un preludio de su vida y obra en estas latitudes: por una parte, sus hermanos franciscanos, reclutados para evangelizar a los “indios”, y, por otra, un grupo compuesto en su mayoría por hijos de nobles mexicas que Cortés había enviado para que los presentaran ante el emperador y que ahora regresaban tras haber estado cerca de un año en tierras castellanas. En palabras de León-Portilla, acercarse a dichos jóvenes nobles de idioma náhuatl sería para fray Bernardino el comienzo de su muy prolongada y fecunda experiencia americana.

El fraile nació cerca de 1499 en Sahagún, una pequeña pero multifacética villa española, la cual se ubicaba en el Camino de Santiago, por lo que era lugar de paso y reposo para miles de peregrinos provenientes de todas partes de España y Europa. Tales circunstancias marcaban la riqueza y capacidad de irrigación cultural que caracterizó la vida de esta localidad y que se acrecentó cuando su convento se convirtió en un Estudio General (y, por lo tanto, un centro de estudios superiores). Ahí se editaría una obra sobre Aristóteles que recuerda a los modernos índices analíticos de referencias cruzadas. De esta villa Bernardino pasaría a la Universidad de Salamanca, lo que ampliaría el universo cultural al que ya había tenido acceso en su villa natal. Al ser uno de los centros del humanismo renacentista español, Salamanca dejaría su impronta en la vida y obra posteriores del fraile, sobre todo en su interés en la historia y en la lingüística.

Su ingreso con los franciscanos no mermó su formación humanista y renacentista, sino que la consolidó bajo la influencia del pensamiento de Erasmo de Rotterdam y de Joaquín de Fiore. El segundo es un autor mucho menos conocido, pero que ejerció gran influencia sobre los franciscanos llegados al Nuevo Mundo, incluido fray Bernardino. Los frailes intentaron hacer triunfar en la Nueva España el ideal de una edad de oro y perfección cristiana en la que se superara la corrupción imperante en el Viejo Mundo. Es decir, intentaron llevar a cabo la restauración en el nuevo continente de la Iglesia primitiva de los apóstoles.

No obstante, este esfuerzo sólo podía materializarse en un espacio, y éste fue el del Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco. Aunque radicó en varios lugares, la vida de Sahagún siempre estuvo estrechamente relacionada con el Colegio, pues, además de desarrollar ahí gran parte de sus investigaciones, fue su profesor y luego protector. Asimismo, Tlatelolco no fue sólo un lugar físico, un inmueble en cuyo interior se gestó su investigación: fue principalmente una comunidad académica en la que Sahagún convivió con otros frailes, como fray Andrés de Olmos y fray Juan de Roucher, y donde tuvo como colaboradores —incluso podríamos decir que coautores— a varios de sus discípulos nahuas. Varios de éstos elaborarían más tarde sus propias obras, como Antonio Valeriano.

 

La creación del Colegio y su desarrollo

 

El Colegio de la Santa Cruz se fundó el 6 de enero de 1536, una fecha bastante significativa y muy acorde con el nacimiento de una institución orientada a la educación indígena, ya que es el día en que se celebra la llegada de los magos de Oriente a Belén para entregarle ofrendas al recién nacido Jesús y que se ha interpretado como el llamado divino a los paganos para aceptar el cristianismo. En las festividades por su inauguración participaron el virrey Antonio de Mendoza y el obispo de México fray Juan de Zumárraga, quienes habían sido los principales promotores de la creación del Colegio, lo cual es una muestra del apoyo inicial que recibió el proyecto tanto de la Iglesia como de la monarquía.

El Colegio inició sus actividades en el convento de Santiago Tlatelolco y, aunque en diversos documentos se hace referencia a ambos como una unidad, todo parece indicar que unos pocos años después de creado se construyó un edificio propio (o quizá edificios) para el Colegio, adjunto o a sólo unos pasos del convento. Hay referencias a que era un edificio de dos pisos, con un claustro, un refectorio, aulas y dormitorios. Dado que en él se produjeron varias obras de gran envergadura que involucraron a diversos colaboradores y varios años de trabajo detallado, también es razonable suponer que tuvo un espacio habilitado para que éstas pudieran elaborarse, esto es, un scriptorium. Además, su biblioteca, según Miguel Mathes, fue la primera biblioteca académica de América. Según diversos estudios, llegó a albergar hasta siete u ocho decenas de ejemplares —para su época un acervo enorme—, entre ellos obras de Platón, Aristóteles, Cicerón, Marco Aurelio, Santo Tomás y Erasmo.

Entre otras cosas, el mantenimiento del mercado colonial donde se encontraba su homólogo indígena probablemente contribuyó a que, tanto para indígenas como para españoles, Tlatelolco tuviera una significación especial. Consideramos, sin embargo, que la creación de un colegio para indígenas con maestros españoles fue ya una clara expresión del encuentro que estaba teniendo lugar entre estas dos culturas. Ese significado ha perdurado hasta nuestros días, ya que a la plaza actual al noreste de la Iglesia se le ha llamado precisamente la Plaza de las Tres Culturas.

El objetivo original del Colegio fue formar a los indígenas para que, a su egreso, pudieran servir como sacerdotes, funcionarios o gobernantes en sus pueblos de origen, aunque luego el objetivo de ordenar sacerdotes ya no pudo realizarse. Por ello, estudiaban las disciplinas propias de la tradición escolástica europea del trivium y el quadrivium —gramática, retórica y lógica, por una parte, y aritmética, geometría, astronomía y música, por la otra—, así como moral, teología, historia y medicina. Se les enseñaba a leer y escribir el español, pero también latín, que era en ese entonces la lengua académica común en Occidente. Considerando que uno de sus objetivos era formar a los gobernantes de las parcialidades indígenas o pueblos de indios, se puede asumir que también se les impartían clases relacionadas con temas de gobierno.

El Colegio estaba destinado a los jóvenes de la nobleza indígena, al menos en las primeras décadas, aunque hubo excepciones a esa regla. La edad de admisión era aproximadamente entre los diez y doce años, para que los estudiantes se graduaran tres años después, y el número de alumnos osciló entre los setenta y ochenta. Terminados sus estudios se les enviaba a los pueblos, aunque algunos se quedaban como profesores del Colegio o ayudantes del convento o la iglesia. El Colegio observaba normas como las de los colegios europeos, que a su vez seguían las de los conventos. De modo que, según Torquemada, la vida entera del estudiantado transcurría entre misas y lecciones. A los estudiantes les pagaban todos sus gastos, desde su comida hasta su ropa y utensilios de estudio. Casi no salían del convento durante los tres años que estudiaban ahí.

Puede decirse que la creación y desarrollo exitoso del Colegio durante al menos las primeras dos décadas de su existencia se debió, en parte, a que continuaba las tradiciones educativas de las dos grandes culturas de inicios de la Nueva España: en el caso de la española, la tradición de los colegios de “estudios generales” y de producción académica de origen medieval que existían en España. En el caso de la indígena, continuó en cierta medida, por un lado, la tradición del calmécac, la escuela para los hijos de los nobles mexicas que había en Tenochtitlan y que, en forma parecida a los Estudios Generales europeos, era un internado en el que se capacitaba a los jóvenes para ser sacerdotes, maestros o gobernantes, educándolos en materias muy similares, como historia, astronomía, música y religión. Por otro, continuó también el oficio de los tlahcuiloque, que era un selecto cuerpo de pintores-escribas encargados de pintar los signos de los códices mexicas, así como de conocer y mantener los antiguos saberes indígenas sobre el tiempo, el espacio, el movimiento de los astros y los métodos de curación. Se ocupaban de registrar lo que acaecía cada año, las descendencias de los reyes y personas ilustres, las leyes, ritos y ceremonias, los sacerdotes, templos y dioses, las fiestas y calendarios, los límites de las provincias y los repartimientos de las tierras. Estos tlahcuiloque (también denominados tlacuilos) eran aprendices de los tlamatinime, es decir, los “sabios”, que eran maestros en el calmécac y que, usualmente ya ancianos, se consideraban los que conocían y debatían sobre temas tales como la verdad, la existencia, la naturaleza del universo y el lugar del ser humano en el mismo, muchas veces a través de la poesía.

En el Colegio se formaron latinistas, gramáticos, traductores, filólogos y cronistas, de entre los que destaca Antonio Valeriano de Azcapotzalco. Valeriano impartió clases de gramática en el Colegio, del cual llegó a ser rector, y posteriormente fue gobernador, primero de Azcapotzalco y luego, a partir de 1573, de las Parcialidades Indígenas de México-Tenochtitlan, posición desde la que promovió obras importantes de infraestructura urbana, como un acueducto. Asimismo, según algunos autores, fue el autor del Nican Mopohua, la crónica de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego Cuauhtlatoatzin, y que se ha considerado el primer texto literario escrito en náhuatl con caracteres latinos.

A los egresados del Colegio los han llamado “identidades de síntesis”, ya que, a la vez que eran integrantes de la sociedad colonial, eran indígenas que, en parte, buscaban rescatar en sus obras elementos del pasado mexica. Muchos de ellos hablaban español, latín y náhuatl y, aunque habían adoptado ya el catolicismo, de diversas formas reflejaron la cosmovisión indígena en las obras que produjeron en la época novohispana.

A su vez, podemos mencionar al menos tres obras destacadas que se escribieron en el Colegio. La más importante fue la ya mencionada Historia general de las cosas de la Nueva España, o Códice Florentino, dirigida por fray Bernardino de Sahagún entre los años cuarenta y setenta del siglo xvi, con el apoyo de varios estudiantes trilingües del Colegio. En ésta se expone la cultura, costumbres y prácticas de los mexicas en los años anteriores a la Conquista. Es un texto enciclopédico en náhuatl, español y latín, con alrededor de 1 800 ilustraciones realizadas por indígenas tlacuilos con técnicas europeas. Su versión más acabada se encuentra actualmente en la Biblioteca Medicea-Laurenziana de Florencia. La segunda obra elaborada en el Colegio fue el Códice Mendocino, o Libro sobre las hierbas medicinales de los pueblos indígenas (Libellus de medicinalibus Indorum herbis), escrito hacia 1552. Se encontraba en la Biblioteca Vaticana, pero el papa Juan Pablo II lo devolvió a México y ahora lo resguarda el Instituto Nacional de Antropología e Historia. En tercer lugar, hacia 1550, en el Colegio se elaboró el Mapa de Uppsala, un documento de piel que presenta en forma detallada la configuración de la ciudad de México a mediados del siglo xvi, así como escenas de la vida cotidiana de ese entonces. Se encuentra en la Universidad de Uppsala.

En síntesis, como se puede constatar, el Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco fue un verdadero centro de investigación y de enseñanza superior en el que se formó una comunidad selecta de estudiantes indígenas que destacaron como profesores, escritores, humanistas o funcionarios, y que fueron actores centrales del encuentro entre la cultura indígena y la española.

 

Las “salidas” de fray Bernardino y la conformación de la Historia general

 

La estancia de fray Bernardino en Tlatelolco no fue ininterrumpida, pero, sin duda, de los varios sitios en los que radicó, fue el lugar donde tuvo mayor presencia y donde forjó los lazos colectivos que le permitirían el desarrollo de sus obras. Cuando vuelve al Colegio en 1545 después de haber estado en Huejotzingo, se inserta en una comunidad que, si bien continuaba bajo supervisión de los frailes, contaba ya con personal académico indígena. A partir de ese momento, Sahagún colaboraría estrechamente con quienes unos años antes habían sido sus discípulos y siempre defendería o promovería el desarrollo institucional del Colegio, lo que sin duda ayudó a que superara por un tiempo sus dificultades, como la oposición de algunos frailes importantes o varias epidemias que lo afectaron gravemente.

Después de estar en Tepeapulco y en el Convento Grande de San Francisco, fray Bernardino volvería a Tlatelolco en 1570. En todos estos lugares coordinaría la labor de sus colaboradores para desarrollar las varias versiones que tuvo la Historia general, la cual, por lo tanto, constituyó un esfuerzo colectivo. Como bien señala Castro-Klaren, no sólo fueron “peones” en la construcción de una obra que tardó cerca de 40 años en terminarse, sino que pueden considerarse auténticos coautores, ya que la labor que realizaron fue la de verdaderos expertos en una tarea de traducción cultural y lingüística. No obstante, hay que decir que Sahagún también escribió una parte importante de ella, además de que fue él quien organizó los documentos para otorgarles una estructura coherente.

Por los métodos empleados, Miguel León-Portilla y otros autores han reconocido a fray Bernardino como “pionero de la antropología”. No obstante, esta tesis no se ha librado de la polémica. En general, la crítica señala que Sahagún fue más un erudito medieval que un etnógrafo moderno. Además, se ha criticado que Sahagún intentó reducir sin éxito el mundo nahua al esquema universal cristiano. De este modo, a decir de algunos, sus escritos están demasiado mediatizados por el velo cristiano de interpretación de la realidad y, por ello, presentan una imagen distorsionada del mundo nahua. No obstante, el método que desarrolló Sahagún para elaborar la Historia general fue muy particular. Aunque perduraba en su ánimo el propósito de facilitar la identificación de las “idolatrías”, el acercamiento a la cultura náhuatl le permitió apreciar muchos aspectos de la misma, lo que le llevó a buscar en el pasado elementos que le permitieran intervenir activamente en su presente. Además, como ha señalado León-Portilla, en realidad Sahagún dejó registrados los testimonios de los ancianos indígenas tal y como ellos los señalaron, justo como lo hacen las técnicas modernas de investigación. Asimismo, confrontó los testimonios recogidos con lo que pensaban ancianos y sabios de lugares distintos, particularmente de Tepeapulco, Tlatelolco y San Francisco; y, valiéndose de la lengua indígena y de auxiliares nativos, antes de iniciar su “trabajo de campo” diseñó cuestionarios, algunos de los cuales se han podido reconstruir.

En este mismo sentido, debe subrayarse el gran valor que fray Bernardino otorgó al estudio de la lengua. Su obra no sólo fue de tipo histórico, sino también lingüístico, pues no se limitó a trasladar modelos gramaticales y lexicográficos o modelos filológicos, sino que recreó cosmovisiones a partir de otros sistemas lingüísticos. Esto le permitió tender puentes de comprensión e interpretación entre cosmovisiones diferentes. Podría decirse que, en su acción evangelizadora, hasta cierto punto también “nahuatlizó” el cristianismo.

 

La muerte de fray Bernardino en 1590 y la decadencia del Colegio de Santa Cruz

 

Sahagún encarna la imagen del humanista que buscaba estudiar el pasado para transformar el presente y, en esa medida, cambiar la sociedad por medio del conocimiento, transformación que era apremiante ante la colisión de dos civilizaciones, en un contexto en el que una buscaba imponerse a la otra. No obstante, en esta colisión fray Bernardino promovió el rescate de “la visión de los vencidos”, aun a costa de su propia reputación, ya que recibió acusaciones de sus hermanos franciscanos de estar gastando demasiado dinero de la orden en “tinta y papel” o, aún más grave, de facilitar el mantenimiento de las “idolatrías” indígenas. Estas acusaciones condujeron a que en la década de los años setenta del siglo xvi se ordenara, primero, la dispersión de la Historia general y, luego, su confiscación por la Corona española. Más de diez años después de haberle entregado la versión más completa a quien era entonces el provincial de su orden, fray Rodrigo de Sequera, Bernardino murió en 1590 sin saber el destino de su gran obra.

Sin embargo, los estrechos lazos que fray Bernardino forjó con el mundo indígena continuarían después de su muerte. Según algunos testimonios de la época, su tumba —hoy perdida tras las vicisitudes que padeció el Convento Grande de San Francisco después de las Leyes de Reforma— fue visitada a lo largo de muchos años por indígenas que se daban cita ahí para honrar la memoria de quien había sido su maestro, fraile, defensor y promotor. Incluso se dice que murió rodeado de aquéllos a quienes en vida había formado y que en su adultez ya eran destacados personajes del siglo xvi novohispano, como Antonio Valeriano o Hernando Alvarado Tezozómoc.

Lamentablemente, aún en vida de Sahagún, el Colegio que ayudó a fundar entró en una fase de decadencia, especialmente hacia finales del siglo xvi. Para el siglo xviii se le describía como un sitio ruinoso donde apenas se impartían las primeras letras a un reducido número de infantes indígenas. En retrospectiva, puede considerarse un proyecto exitoso o fallido según desde donde se mire. Si se le ve como un colegio originalmente destinado a generar los primeros sacerdotes indígenas, fue un completo fracaso, ya que no salió de sus aulas ni uno solo de ellos. Si se le juzga, en cambio, en función de los egresados que tuvo y las obras que facilitó, podría vérsele como un gran éxito.

En cuanto a las diversas limitaciones y crisis que desembocarían en su decadencia, se puede especular sobre varios factores: la inexperiencia administrativa de los egresados indígenas a los que se les encargó por un tiempo; la fuerte oposición que hubo a que formara sacerdotes indígenas o incluso a su existencia como tal; las fuertes epidemias que diezmaron a sus profesores y estudiantes; el establecimiento posterior de varios colegios similares o la fundación de la Real Universidad de México, que en 1553 empezó a impartir estudios superiores de una manera más formal y ya otorgando grados. Sin embargo, más que sus serias limitaciones, que sin duda las tuvo, lo que nos sorprende, sobre todo en el contexto de un imperio, es que se haya logrado crear, que haya generado los destacados personajes y obras que hemos mencionado, y que haya perdurado a lo largo de varios siglos.

 

A modo de conclusión

 

El objetivo principal de este artículo ha sido rememorar el desarrollo del primer centro de educación superior e investigación en México, así como del primer investigador y la primera obra de carácter académico (e incluso científico) de América. Consideramos que esta conmemoración ofrece ya un propósito significativo en este año 2021. Sin embargo, como dos de sus egresados, no podemos terminar este ensayo sin dedicar unos párrafos a contrastar El Colegio de México con el Colegio de la Santa Cruz. Creemos que las grandes diferencias que, a cerca de cinco siglos de distancia, existen entre ambas instituciones son demasiado obvias como para ameritar un mayor comentario. Lo que quizá vale más la pena destacar son algunas semejanzas entre ellas.

En primer lugar, en ambas instituciones se presta atención a temas tanto sociales como humanísticos y, por un tiempo, en las dos hubieron tanto profesores nacidos en España como otros nacidos en México —y, en ese sentido, ambas fueron el lugar de un “encuentro de culturas”. Destaca también el hecho de que ambas se relacionan con una tradición educativa originada hace siglos: la de los “colegios”, pequeñas comunidades de profesores y estudiantes creadas en la Baja Edad Media para impartir educación superior, pero que en los siglos posteriores comenzarían a realizar también investigación académica. En esa medida, los dos colegios tienen el propósito común de desarrollar una comunidad académica que comparte un conjunto de valores y convive intensamente en su interior.

De esta forma, con todo y las grandes diferencias, suponemos que la experiencia académica que hoy viven los profesores y estudiantes durante su estancia en El Colegio de México —en la que comparten “religiosamente” muchas horas del día en sus cubículos, pasillos, comedores, aulas y biblioteca— en realidad no es tan lejana de aquella que hace cerca de 500 años —y a sólo unos kilómetros de distancia— vivieron los alumnos y profesores del Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco, la primera institución de educación superior e investigación académica del continente americano.◊

 


Bibliografía

 

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* Es doctor en Ciencia Política, con certificado en Estudios Latinoamericanos, por la Universidad de Pittsburgh. Se desempeña como profesor-investigador en el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México. Entre sus obras más recientes se encuentra Políticas públicas. Enfoque estratégico para América Latina (Fondo de Cultura Económica/El Colegio de México, 2020).

** Es licenciado en Filosofía por la Universidad Católica Lumen Gentium y maestro en Ciencia Política por el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México. Sus intereses de investigación son el comportamiento político de los creyentes, la formación de identidades sexorreligiosas y la pobreza, la desigualdad y la religión.