
01 Jul Pasado, presente y futuro de la Cartilla moral
“Acabé la Cartilla moral. Llamé a José Luis Martínez para mostrarle lo hecho a ver si correspondía a los deseos de la Secretaría de Educación”. Así registró Alfonso Reyes, el 17 de septiembre de 1944, en su Diario, la terminación de la encomienda que le hiciera el gobierno mexicano. ¿Por qué, ya terminado, dicho texto tardó tantos años en ser difundido con la amplitud debida? He aquí la historia.
JAVIER GARCIADIEGO*
En agradecido homenaje a Martha Elena Vernier
por todo el bien que hizo a sus muchos alumnos
en El Colegio de México
La Cartilla moral es un breve texto que Alfonso Reyes escribió hace 75 años. Durante sus primeros cinco decenios padeció un destino ominoso. Hoy parece que tendrá un futuro absolutamente imprevisible. Fue escrito en 1944 a petición del secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, quien le pidió a Reyes unas páginas de contenido moral que acompañaran las cartillas —diez millones de ejemplares— que tenían que imprimirse para la campaña alfabetizadora que iba a emprenderse inmediatamente. Los contextos nacional e internacional explican la petición: al frente del país estaba Manuel Ávila Camacho, quien presumía ser el “presidente caballero”: veterano de la Revolución, era más pacifista que militarista. Su secretario de Educación Pública era Jaime Torres Bodet, exvasconcelista. Ambos querían un México más civilizado y moderado, ya sin el radicalismo cardenista que aún subsistía con “la educación socialista”. Internacionalmente, el mundo occidental llevaba ocho años con guerras, sumados el conflicto español (1936-1939) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1944). Sobre todo, el país padecía todavía una altísima tasa de analfabetismo, que impedía avanzar en su modernización.
Por mantener su ánimo ateneísta, de compromiso con la difusión cultural y el avance educativo, y dado que estatutariamente Torres Bodet era la autoridad superior de Reyes, entonces presidente de El Colegio de México, éste aceptó de buena gana el encargo. De hecho, el fin de semana patrio de 1944 —del 15 al 17 de septiembre— escribió el texto, de doce breves lecciones simétricas, más dos de síntesis, todo en una treintena de páginas admirablemente balanceadas. A pesar de su nombre, más que un escrito de moral, el liberal Alfonso Reyes redactó doce breves recomendaciones que buscaban mejorar —léase civilizar— la vida cotidiana de los adultos mexicanos analfabetos. Sin mayores referencias religiosas, y sin carácter exhortativo alguno, en un tono hasta ameno, de expresión clara y simple, su contenido puede ser definido como de educación cívica y social. Según Reyes, su texto se refiere a preceptos de validez universal. Claramente, en el escrito subyacen dos ideas: que la alfabetización es sólo el principio, puesto que la educación debe ser un proceso inextinguible, y que el ser humano debe buscar permanentemente su superación, su mejoramiento.
Más que preceptos morales, Reyes nos propone cumplir con varios mandamientos no religiosos, pero igualmente inapelables, cuyo cumplimiento nos traerá satisfacciones y felicidad, aunque no necesariamente ventajas prácticas, pues buscan el bien general, superior al particular. Los llama “respetos” y comienzan por el que uno se debe a sí mismo, en su naturaleza y su espiritualidad —cita el principio de cuerpo sano y mente sana—, seguido del respeto a la familia, a la sociedad, a la ley, al gobierno y al país, a las tradiciones, al trabajo humano y a la naturaleza. Luego de condenar el despilfarro, la última lección recomienda tener serenidad y temple ante las desgracias, y concluye transcribiendo la poesía If… de Rudyard Kipling. Antes había citado a Aristóteles y a Platón, a Amado Nervo y a Enrique González Martínez, con lo que mostró fidelidad a dos de sus nutrientes intelectuales primordiales: el pensamiento griego y la poesía.
Sin dar explicación alguna a Reyes, su texto no fue publicado por la Secretaría de Educación Pública. Comenzó así su historia de decepciones editoriales. En 1952, ocho años después de escrita, Alfonso Reyes financió una edición privada de la Cartilla moral, de apenas 200 ejemplares, en su colección “Archivo” (en cuanto eran textos que provenían de sus gavetas, más que de su escritorio). Distribuida entre amigos, colegas y familiares, aquella edición no fue conocida en un ámbito mayor de lectores. Luego, en 1956, se frustró una edición propuesta para todos los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (la unam). Finalmente, en 1959 apareció una edición hecha por el Instituto Nacional Indigenista, gracias a la insistencia de su jefe del Departamento de Publicaciones, Gastón García Cantú. Sin embargo, tal edición fue exclusiva para los instructores de las comunidades indígenas del país — “para inditos”, dijo Alfonso Reyes—, por lo que, a la muerte de éste, acaecida a finales de ese 1959, su Cartilla moral no había sido leída por los tradicionales lectores alfonsinos.
Tuvieron que pasar veinte años para que el texto fuera auténticamente exhumado, en el tomo XX de sus Obras completas, dedicado a las páginas más filosóficas de Reyes: el Andrenio, su Filosofía helenística y la Cartilla moral. El editor del volumen, Ernesto Mejía Sánchez, expresamente la ubicó en el tomo XX, convencido de que era uno de los escritos menos literarios de Reyes. Como quiera que fuese, ubicarlo en el vigésimo volumen de sus Obras completas era condenar a la Cartilla moral a ser leída sólo por los especialistas. Aun así, fue el inicio de su desempolvamiento. En 1982 apareció en una antología gratuita, de 150 mil ejemplares, hecha por Felipe Garrido a instancias de la Asociación Nacional de Libreros, y esa misma antología fue reimpresa por el Partido Revolucionario Institucional en 1989, año del centenario del nacimiento de Reyes.
Indiscutiblemente, la Cartilla moral alcanzó gran notoriedad en 1992, y desde entonces es muy conocida. Sucedió que el entonces secretario de Educación Pública, Ernesto Zedillo, hizo una edición masiva, de 700 mil ejemplares, para obsequiar un ejemplar a cada uno de los docentes del país. Sin embargo, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (snte) rechazó el obsequio por considerarlo moralista, anacrónico y ajeno al contexto del momento. Otra vez la mala suerte perseguía al texto de Reyes, pues no pudo llegar a las manos de todos los profesores del sector público de nivel primaria. En rigor, aquel texto de 1992 no era el original de Reyes, sino uno que incluía algunas adaptaciones hechas por don José Luis Martínez, conocedor de la Cartilla moral encargada por Torres Bodet, en cuanto secretario particular de éste. El mal sino de la Cartilla moral era doble. Todo parece indicar que el texto adaptado por Martínez se había preparado desde 1984, pues Jesús Reyes Heroles, secretario de Educación Pública con el presidente Miguel de la Madrid, pensó en insertar la Cartilla moral, de algún modo hoy desconocido, en los libros de texto gratuito: ¿en cuál de estos?, ¿en qué nivel?, ¿sería para todos los niños del país, o para sus profesores? No lo sabemos, pero la muerte de Reyes Heroles, en 1985, frustró de nuevo la posibilidad de que circulara ampliamente la Cartilla moral.
Paradójicamente, el rechazo sindical de 1992 fue el inicio de su fama, pues el asunto se filtró a la prensa, suscitándose un amplísimo debate en el que los principales protagonistas fueron el editor de la edición de 1959 del Instituto Nacional Indigenista, Gastón García Cantú, abiertamente en contra de la postura del sindicato, y Miguel Ángel Granados Chapa, claramente en favor de éste. Sucedió lo previsible (igual que con la célebre película El crimen del padre Amaro): a partir de entonces, la Cartilla moral se publicó recurrentemente. En 1994, por la editorial Alianza; en 2004, por el Fondo de Cultura Económica; en 2005, por la Universidad Autónoma de Nuevo León (en rigor, una edición también adaptada, ahora por el conocido reyista Alfonso Rangel Guerra y publicada ya en 1989) y, en 2008, por la Universidad Autónoma de Baja California, así como en casi todas las antologías de Reyes publicadas de entonces a la fecha.
Su inverosímil destino estaba por cumplirse en el siglo xxi. El proceso puede sintetizarse así: a finales de 2011, en plena campaña presidencial, el candidato Andrés Manuel López Obrador le confesó a la periodista Carmen Aristegui la gran estimación que le tenía a la Cartilla moral, a la que definió como un “decálogo” que sería muy útil para el país. En 2018, seis años después, como candidato, como presidente electo y luego como presidente en funciones, el tabasqueño ratificó su estimación por el texto de Reyes, al que ha vuelto célebre su abierta y pública simpatía. De hecho, López Obrador convirtió su gusto literario en una magna decisión política, pues anunció que un pequeño grupo de colaboradores de su entera confianza, encabezado por José Agustín Ortiz Pinchetti, elaboraría una Constitución moral a partir de la Cartilla moral de Alfonso Reyes.
Su decisión de convertir el texto de Reyes en la base de un proyecto político de tal magnitud inmediatamente generó un gran debate, el que tuvo dos ejes: el escrito de don Alfonso y la conveniencia de elaborar una Constitución moral, idea que el presidente López Obrador extrajo del propio Reyes, quien al principio de su texto asegura que una serie de principios morales equivale a una Constitución no escrita, cuyo cumplimiento no depende de principios legales sino de que sean preceptos de validez universal.
Respecto del primer elemento de debate, si bien la mayoría aplaudió la calidad de Alfonso Reyes, varios señalaron que la Cartilla moral no era uno de sus mejores textos. Además, muchos señalaron que, al margen de su valor literario, se trataba de un escrito anacrónico, pues los males por combatir en el México de hoy no son los mismos, ni remotamente, que los que había que combatir hace 75 años, cuando fue redactada la Cartilla moral. Sin embargo, un número igualmente grande señaló que, si bien hay problemas nuevos, subsisten los existentes entonces. Es más, hubo quienes señalaron que los males de antaño son la causa última de los problemas de hogaño, por lo que la Cartilla de Reyes era un texto útil, de ninguna manera una antigualla. Por último, hubo también quienes cuestionaron la Cartilla moral, acusándola de ser un texto moralista y religiosero. El alegato en contra sostuvo que Alfonso Reyes siempre fue un liberal —hijo y nieto de liberales— defensor del laicismo —recuérdese su labor diplomática durante los años de la Guerra Cristera— y que no es lo mismo abogar por una vida moral que ser moralista.
Previsiblemente, la mayor parte del debate se centró no en Reyes sino en López Obrador: sobre la conveniencia política de contar con una Constitución moral, sobre la legalidad de que el presidente, o el Estado, se involucrara en asuntos de índole personal, y hasta en la legitimidad de que una Constitución, aunque fuera simplemente moral, sin obligación de ser cumplida, fuera redactada por un grupo carente de la representatividad necesaria. En el fondo, esta parte del debate cuestionaba si el presidente de los mexicanos podía erigirse en su líder moral. Se advirtió, en síntesis, que peligraba la laicidad del Estado mexicano, lo que es un mandato constitucional.
Las respuestas gubernamentales fueron claras y hasta astutas. Se insistió en que no se sufriría duplicidad constitucional en el país, pues la de 1917 seguiría siendo la real, la que exige su cumplimiento, mientras que la Constitución moral no tendría carácter imperativo, pues consistirá en un determinado número de principios morales cuyo cumplimiento será voluntario, aunque, eso sí, muy provechoso para los individuos y para el país. López Obrador llegó a decir, haciendo eco a los filósofos griegos, que sólo siendo buenos y haciendo el bien se consigue la felicidad. Con respecto a la combinación de liderazgo legal y moral, López Obrador siempre ha sostenido que la legitimidad de todo político depende de su calidad moral. O sea, el presidente del país no debe erigirse en el líder moral del país, pero sí debe ser un político enteramente moral. Obviamente, no nos debe imponer su moral personal, aunque es muy conveniente, por no decir imprescindible, que en el país predominen las posturas morales, las relaciones morales, las actitudes morales; en síntesis, las conductas morales.
El cuestionamiento sobre la representatividad —y por ende legalidad— de los autores de la mencionada Constitución moral generó un cambio interesante. De ser elaborada por un grupo de tres o cuatro personas muy cercanas al propio López Obrador, se pasó a un proceso, aún abierto al escribirse estas líneas, de consulta popular sobre dicho texto. Esto es: por unos meses, cualquier persona interesada puede enviar sus reflexiones al respecto, siempre que éstas no rebasen las cinco cuartillas. Una vez concluida la consulta, hacia el mes de julio, el grupo encargado de elaborar la Constitución moral procesará las opiniones y reflexiones recibidas con el fin de utilizarlas en la redacción del esperado documento.
¿Cuál será la naturaleza de la Constitución moral?, ¿conservará este nombre?, ¿cómo se hará del conocimiento público?, ¿habrá discusiones sobre su contenido, su vigencia y su viabilidad? Mientras llega ese momento, puede asegurarse que el nombre de Alfonso Reyes es hoy mucho más conocido que antes de 2018, y que hoy se cuenta ya con dos nuevas ediciones de su Cartilla moral. Una acaba de ser publicada, en febrero de este año, por El Colegio Nacional, con un largo prólogo histórico y bibliográfico —escrito por el autor de esta nota—, además de un apéndice documental y un recuento gráfico de todas sus ediciones hasta la fecha. También circula una edición masiva —de entre ocho y diez millones de ejemplares—, gratuita, impresa y distribuida por el gobierno federal. Desgraciadamente, no reproduce el texto original de Reyes sino el “adaptado” por José Luis Martínez en 1992 —¿o 1984?—. Asimismo, incluye varias ilustraciones de personajes históricos que nada tienen que ver con la Cartilla moral de Reyes. Como quiera que sea, hoy puede ser masivamente leído este texto, cuya lectura será, indiscutiblemente, deleitable y provechosa para todos.◊
* JAVIER GARCIADIEGO
Es profesor-investigador en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, miembro de El Colegio Nacional y de la Cátedra Alfonso Reyes del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey.