¿Nunca se es demasiado flaca? Cuerpo, feminidad, exigencias culturales y anorexia

 

MARTA LAMAS*

 


 

Las bocas útiles
Karine Tinat,
México, El Colegio de México,
2019, 347 pp.

 

Es un hecho mundialmente compartido que a las mujeres se les juzga primero que nada por su cuerpo. La exigencia cultural que viven en relación con su apariencia corporal ha sido tema de interés de varias autoras feministas quienes, al investigar los procesos de imposición y normalización del imperativo cultural occidental de belleza, han registrado cómo éstos encarnan en los cuerpos, produciendo tanto la exagerada delgadez como, de manera reactiva, la obesidad (Orbach, 1979; Chernin, 1981, 1986; Bordo, 1985, 1989, 2004; Wolf, 1991; Young, 2005). Socialmente, para las mujeres, su aspecto —o, como diría Goffman (2001), la presentación social de su persona— ha sido y sigue siendo un asunto crucial. Se vigilan y disciplinan mucho más los cuerpos de las mujeres que los de los hombres; en concreto, son muchísimo más criticados y también mucho más valorados (Hakim, 2012). En la actualidad, entre las exigencias estéticas que se imponen a las mujeres, destaca la de mantener una figura esbelta, aunque todavía hay demanda para cierta voluptuosidad (Lazar, 2011). La tiranía de la delgadez, que se asocia con la distinción, es mayor en las clases altas, donde circula una frase reveladora: “Nunca se es demasiado flaca”. Mantenerse delgadas les lleva a las mujeres mucho tiempo y energía, y esa labor suele estar atravesada por angustias, por mucho trabajo —dietas y ejercicio— y, cada vez con más frecuencia, por liposucciones y cirugías (Carbajal, 1999; Davis, 2007).

Una deriva de tal obsesión por la delgadez (Chernin, 1981) es la anorexia. ¿Qué es ese trastorno alimentario, por qué ocurre, qué implica esa especie de autoflagelación? Las interrogantes y reflexiones de Karine Tinat me recuerdan el señalamiento del antropólogo David Le Breton (1995) quien, al estudiar las relaciones entre el cuerpo y la modernidad, señaló: “Las representaciones del cuerpo y los saberes acerca del cuerpo son tributarios de un estado social, de una visión del mundo y, dentro de esta última, de una definición de la persona” (1995: 13).

Aunque hay documentados casos muy antiguos de anorexia, este trastorno es un fenómeno de la modernidad vinculado a un proceso que en Occidente tendrá consecuencias no sólo en la trama social, sino también en el psiquismo individual. Hoy en día, el aumento notable en el número de personas —en su gran mayoría mujeres— que asumen la exigencia cultural de la delgadez, infligiéndose a sí mismas una restricción alimenticia deliberada, se ha convertido en un grave problema en ciertas sociedades. Tal parece que no hay anorexia en África y en otras regiones donde el hambre es un padecimiento social. ¿De dónde nace esa obsesión por la delgadez capaz de aceptar una forma innecesaria de hambre? En el campo médico, las investigaciones han girado en torno a las medidas necesarias para paliar el riesgo mortal que dicho adelgazamiento conlleva, mientras que en el campo de las ciencias sociales el interés va en una dirección más amplia: ¿qué nos dice el aumento de casos de anorexia acerca de la sociedad?

Karine Tinat se ubica precisamente en el campo de las ciencias sociales para indagar la anorexia, y lo hace desde una combinación de metodología y reflexión antropológicas con investigación histórica y análisis sociológico. Este rico abordaje da como resultado un libro creativo, y también perturbador, que profundiza en problemáticas culturales y psíquicas acerca de cómo ciertas personas devienen sujeto. Producto de un largo proceso, que inicia en 2003, cuando Karine Tinat llega a México a realizar una estancia de investigación en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (el ciesas), esta investigación recorre distintas etapas a lo largo de tres lustros. Estamos, pues, ante el resultado de un consistente trabajo de investigación y reflexión realizado con el objetivo de comprender la anorexia y, específicamente, descubrir cómo se expresa en México.

Las bocas útiles está dividido en dos partes. En la primera hay siete capítulos que concentran el recorrido teórico y metodológico de la autora, con el cual aborda desde ejemplos ocurridos en siglos pasados —como las santas anoréxicas y las monjas ayunantes— hasta casos contemporáneos. Tinat revisa información relevante acerca de la anorexia en Europa y México; en especial, documenta la situación actual en nuestro país a partir de estudios y encuestas que van desde 1993 hasta 2017. Una de sus aportaciones es su exploración de lo que ocurre en el medio rural, lo que pone en cuestión la creencia de que la anorexia es una enfermedad de grupos urbanos. También analiza el encuadre cultural que impone presiones a las mujeres, en especial en el campo de la moda y el modelaje, y registra las consecuencias físicas de esa condición, entre las que destacan la amenorrea y el lanugo.

Un aspecto del poder que tiene el imperativo cultural de la delgadez se deriva, en gran medida, de lo que Bourdieu (2000) califica como violencia simbólica, o sea, la manera en que las personas internalizan los mandatos culturales al punto de que creen que ellas mismas están eligiendo la vigilancia sobre su aspecto y el disciplinamiento del cuerpo. Desde la concepción del cuerpo como la bisagra entre lo psíquico y lo social se han desarrollado interpretaciones contradictorias acerca de este trastorno alimentario. Una muy común es la de considerar que las anoréxicas son exageradamente conformistas con las reglas patriarcales y que usan una estrategia extrema para cumplir el imperativo de la delgadez. En la primera edición de su ya clásico libro El cuerpo y la sociedad, Bryan S. Turner señaló: “La anorexia se muestra más como una rebelión frente a la autoridad de los padres, sobre todo en el dominio aseverado por la madre” (1989: 246). Sin embargo, varias académicas feministas consideran justamente lo contrario: que las anoréxicas representan la resistencia al patriarcado, a costa de su propio sufrimiento (Bordo, 2004; Weiss, 1999; Wolf, 1991).

Esos siete capítulos son piezas que Tinat publicó antes como artículos en revistas académicas o capítulos de libros, y que, además de que van tejiendo la trama contextual de su reflexión, tienen la posibilidad de ser leídos de manera independiente. En medio de este recorrido están dos capítulos de corte teórico —el IV, acerca de la mancuerna sujeto/objeto, y el V, sobre el peso del mandato cultural de la feminidad— con los cuales Tinat hace explícitas sus coordenadas teóricas, de las cuales hablaré más adelante. Esa primera sección del libro cierra con un caso absolutamente atípico: el de un varón anoréxico. Aunque Turner señala que una de cada 10 personas anoréxicas es varón (1989: 156), las cifras parecen ser aún mayores. Aunque Tinat interpreta este extraño caso, una “historia compleja y profunda”, desde la perspectiva de la “neurosis de clase” (De Gaulejac, 2013), lo que me resultó conmovedor es el trabajo de rapport personal que llevó a cabo.

La segunda parte de Las bocas útiles consiste en la reconstrucción de las 22 sesiones terapéuticas a las que asistió. Para investigar la anorexia en México, Tinat se acercó a dos instituciones, una pública y una privada, a fin de hacer lo que los antropólogos llamamos el trabajo de campo, o sea, la parte empírica de la investigación. Cuestiones ético-burocráticas de los protocolos en el hospital público le impidieron entrevistar a las pacientes diagnosticadas, aunque sí logró que le facilitaran la revisión de los expedientes, así como asistir a las consultas de endocrinología, nutrición y terapia familiar. En esas sesiones, donde tuvo que vestir bata blanca y permanecer en silencio, fue acumulando información y descubrió que la anorexia no es, como suele creerse, una enfermedad que sólo aqueja a las “fifís”, sino que en la actualidad está repartida en niveles socioeconómicos muy amplios. Aunque no ofrece datos estadísticos, su apreciación es indicio de un hallazgo, pues la gran mayoría de los autores persisten en calificarla como una patología de clase.

En la institución privada, el trabajo de campo de Tinat fue menos restrictivo y ahí logró presenciar las terapias colectivas, que ella reconstruye en la segunda parte del libro. Con esas jóvenes pasó mucho tiempo y, en otro grupo, también escuchó a sus familiares. Además, participó en las sesiones de reflexión del equipo de profesionistas en una tercera institución especializada en trastornos alimenticios. Desde el aspecto antropológico de su investigación, Tinat desarrolla una perspectiva que le permite reconstruir los puntos de vista de los actores sociales. La observación participativa le permite atisbar facetas y expresiones de la problemática concreta de, por un lado, adolescentes y mujeres jóvenes, que van de los 13 a los 24 años, y, por el otro, la de algunos de sus familiares. Un acierto de Tinat es el de reconstruir las sesiones de terapia de tal forma que, sin forzar las experiencias para meterlas dentro de conceptos de algún paradigma, logra indicios que abonan a su interpretación.

Si algo caracteriza a la disciplina antropológica es la propuesta de abordar la cuestión de la alteridad de los demás para comprender los sentidos de los otros, sus lenguajes, sus formas de habitar el mundo, sus dolores y sus esperanzas, lo cual también ha llevado a quien hace antropología a reflexionar acerca de su propia implicación. Por cierto, un detalle que deja ver la forma en que Karine Tinat está implicada en el problema de la anorexia aparece humildemente en la sesión 18, cuando ella le confiesa al grupo de chicas a las que ha estado acompañando que tuvo de adolescente un trastorno alimentario a lo largo de ocho años, con el cual oscilaba entre la bulimia y la anorexia. Sin entrar en detalles sobre sí misma, les agradece haberla dejado entrar en sus vidas, y su confesión, que la hermana con las demás, resulta una intervención terapéutica que muestra que puede salirse de esa problemática, incluso para luego convertirse en una académica que la estudia.

Esa segunda parte concluye con las reflexiones finales a las que, con sentido del humor, Tinat califica de digestivas, y que resumen y dan forma a los hallazgos que ella ha ido encontrando a lo largo de sus investigaciones y reflexiones sobre el tema. Tinat, que recuerda que la anorexia ha sido descrita como una lucha que la persona libra contra su propio cuerpo, puede constatar la manera en que, durante dicho combate, la persona queda atrapada en un círculo vicioso de pensamientos y comportamientos destructivos que, al reducir al máximo la ingesta de alimento y provocarse vómitos, la llevan a la inanición. Tinat encuentra que las personas que sufren anorexia viven secretamente una apuesta con ellas mismas, y al mismo tiempo viven una mentira; creen que al adelgazar resolverán sus problemas, que lograrán atraer la admiración de los demás. La madre de Rosa expresa sucintamente lo que las chicas tienen en la mente: “Si soy gorda seré infeliz; si soy delgada voy a estar feliz y tendré mucho éxito” (Tinat, 2019: 207). Esa convicción, que Stephen Mennell ya analizó como “el miedo a la gordura” (2001: 146), explica por qué se resisten al tratamiento e incluso se niegan a recibir terapia.

Tinat señala que la anorexia es un trastorno polifacético muy complejo y que se requiere mucho tiempo para que quien investiga pueda “digerirla” y “asimilarla”. A lo largo de Las bocas útiles, Karine Tinat va trasmitiendo la dimensión social del problema y comparte los “prismas teóricos” desde los cuales considera que puede aclararse una parte de este complejo fenómeno subjetivo y social. Sus dos herramientas principales son “la valencia diferencial de los sexos” y el concepto de sujeto, y me detengo en ellas. La “valencia diferencial” consiste en la observación que Françoise Héritier (1996), la famosa antropóloga discípula de Levi Strauss, plantea con respecto a que todos los seres humanos, en todas las culturas, hacen de la diferencia entre los sexos la base de todo pensamiento y toda construcción social. Ésa ha sido una premisa compartida por las antropólogas feministas de distintas latitudes y corrientes que se han dedicado a indagar los procesos de simbolización de la diferencia sexual y a documentar etnográficamente la manera en que ciertas sociedades transforman el dato del cuerpo en cultura (Ortner, 1972; Moore, 1988; Strathern, 1995). Todos los seres humanos hacen cultura —simbolizan y clasifican— tomando la diferencia sexual de los cuerpos como punto de partida y referencia principal, y Tinat recorre las mezclas simbólicas e imaginarias entre femenino y masculino que hacen las jóvenes anoréxicas y registra lo que califica como “tentativas de inversión” de la valencia diferencial de los sexos; por ejemplo, las formas en que ellas subvierten el mandato de la feminidad en las relaciones que desarrollan con sus familias. Cuando las jóvenes son consideradas “tiranas” o “rebeldes” en sus hogares, se revierte simbólicamente el papel “femenino” que supuestamente deberían cumplir, y Tinat interpreta que esto representa un intento de inscripción simbólica del lado masculino.

La segunda herramienta de Tinat es el concepto de sujeto. Según Edgar Morin (1994), en casi todas las culturas existe en la lengua la primera persona del singular, el Yo, que permite desarrollar la noción de sujeto. El autor recuerda que los lingüistas han señalado que cualquiera puede decir “yo”, pero nadie puede decirlo por uno mismo, pues se trata de una expresión absolutamente única. Para Morin, este principio de exclusión es inseparable de un principio de inclusión que hace que podamos integrar en nuestra subjetividad a otros diferentes de nosotros, a otros sujetos (1994: 77). Hay una ambivalencia entre el principio de exclusión y el de inclusión, mediada por un tercer principio, el de intercomunicación con el semejante. Entre los seres humanos se da una paradoja ligada a la dialéctica entre el principio de exclusión y el de inclusión: la de tener mucha comunicación o mucha incomunicabilidad. En la reconstrucción de las sesiones terapéuticas, Tinat encuentra esos dos principios subjetivos asociados al sujeto —exclusión e inclusión— y precisamente el título de su libro expresa la forma en que las anoréxicas comunican su incomunicabilidad: con esas bocas que se niegan a comer y que resultan una forma útil de comunicar sus sentimientos.

Tinat se propone explorar en qué medida las personas que sufren anorexia pueden, en sus prácticas corporales y relaciones interpersonales cotidianas, “devenir sujetos” o “hacerse objetos”. Ella cita un texto de Geneviève Fraisse (2008) donde la filósofa feminista sugiere que, aunque volverse sujetos fue algo que ganaron las mujeres a partir de cierto periodo histórico, todavía en la actualidad para numerosas mujeres sigue siendo significativa la posición de objeto. Con la expresión “devenir sujeto”, Fraisse nombra “una actitud, una relación con el otro”, pero para nada algo definido y simple, pues hay múltiples modos de devenir sujeto. Eso lo retoma Tinat cuando plantea la hipótesis de que la anorexia es una manera de hacerse sujeto, de ser autónomo, construir su propia experiencia y dominarla, lo cual implica una diversidad y pluralidad de formas. Al observar cómo surge y se impone la cuestión del sujeto en las manifestaciones del trastorno anoréxico, Tinat coincide con Fraisse, quien enfatiza que las posiciones de sujeto y objeto se mezclan en vez de excluirse. Tinat interpreta mucho de lo que observa en las jóvenes como ambivalencia y ambigüedad desde el entrelazamiento de múltiples componentes para afirmar su individualidad. También comparte con algunas autoras feministas la idea de que el comportamiento de las anoréxicas es una “estrategia de supervivencia”. Desde la perspectiva de que el cuerpo está mediado culturalmente, y de que su subjetividad es atravesada por mandatos relativos a la valencia diferencial de los sexos (el mandato de la feminidad y el de la masculinidad), Tinat va mostrando, especialmente en las reconstrucciones de la terapia, cómo la tiranía de la delgadez cobra forma en las vidas de estas chicas. Un ejemplo: una de ellas dice: “cuando me siento tan gorda como un hipopótamo, prefiero esconderme debajo de la ropa”. La invitan a una boda y se siente “como una ballena” (pp. 210 y 211).

La anorexia es la condición que lleva al extremo el vínculo entre el control del aspecto y la propia identidad. La exigencia cultural, que ha impulsado varias tecnologías del yo (desde las dietas y el ejercicio hasta las drogas y la cirugía), ha creado los desórdenes alimenticios de la bulimia y la anorexia (Chernin, 1986). Si bien muchas de estas prácticas de ajuste a un imperativo cultural ya están normalizadas (Davis, 2007), la anorexia es considerada patológica, pues, además de dejar en los huesos a quienes la padecen, también es capaz de llevarlas a la muerte. El cuerpo flaquísimo de las anoréxicas es una caricatura del ideal contemporáneo de esbeltez. Desde la psicopatología de las mujeres obsesionadas por su peso, que hoy recibe el apelativo de “desórdenes alimenticios”, se promueven procesos terapéuticos, como los que consigna Tinat, que confirman que las jóvenes anoréxicas pueden tomar conciencia de sí mismas y de lo que les pasa a través de la terapia. Así inician el arduo y doloroso proceso de pasar de la autorreferencia a una reflexividad más abarcadora.

La publicación de un libro siempre es un acontecimiento positivo, pues se trata de la presentación en público del resultado de un arduo trabajo. Celebro que Karine Tinat haya puesto su atención (y la haya sostenido a lo largo del tiempo) en una de las preocupaciones políticas más importantes de la época: la inanición voluntaria a la que se someten las jóvenes. Su análisis acerca de cómo el mandato cultural de la feminidad va en contra de las mujeres me recuerda que, en su primer ensayo acerca de la anorexia, Susan Bordo retomó una cita del antropólogo Jules Henry quien, en su libro La cultura contra el hombre, describe la psicopatología como “el resultado final de todo lo que está mal en una cultura” (1985: 73); Bordo tituló su trabajo “Anorexia Nervosa: Psychopathology as the Crystallization of Culture” (1981). Me parece que, aunque esa idea es vigente hoy en día, lo que nos ofrece en este libro Karine Tinat es un paso teórico más: ver la anorexia como una manera de construcción del sujeto, lo que abre el espectro de la interpretación a lo psíquico.

La investigación de Karine Tinat asume que la violencia que las propias mujeres se infligen al someter sus cuerpos a la violencia proviene de un mandato cultural radicado en el psiquismo. El proceso brutal de adelgazamiento autoimpuesto muestra el abismo que existe entre el esquema corporal (carne y hueso) y la imagen inconsciente que tienen de sí mismas las mujeres. La psicoanalista Françoise Dolto considera que la imagen inconsciente del cuerpo es una “síntesis viva de nuestras experiencias emocionales” (1986: 21) y también la “encarnación simbólica inconsciente del sujeto deseante” (1986: 21). Ambas definiciones son cruciales para visualizar el conflicto que las personas anoréxicas tienen con su cuerpo. Dolto enfatiza que el cuerpo es algo más que la “envoltura” del sujeto, y Tinat coincide intuitivamente al plantear su búsqueda intelectual hacia la construcción del sujeto.

Este libro se publica en México en un contexto donde todo el tiempo se habla de la violencia hacia las mujeres y donde el interés de muchas investigadoras feministas se ha centrado en el cuerpo, con una verdadera explosión de investigaciones acerca de la violencia hacia los cuerpos de las mujeres. Junto al trabajo de denuncia de las activistas feministas, el trabajo de las académicas feministas ha instalado una reflexión profunda y sistemática sobre las consecuencias negativas de algunos aspectos del mandato cultural de la feminidad. Este libro es un aporte, pues, finalmente, el problema del peso de los mandatos de la cultura nos afecta a todas las personas, no sólo a las anoréxicas. Por ello, una reflexión sólida como la de Karine Tinat es, además de una aportación académica, un estímulo político. En ese sentido, veo Las bocas útiles como un libro fundamental no sólo para el feminismo, sino para alentar un proceso de sensibilización de la sociedad y, en concreto, para el trabajo de los prestadores de servicios médicos y psicológicos.◊

 


Referencias

 

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* MARTA LAMAS

Es antropóloga, profesora-investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México, adscrita al Centro de Investigaciones y Estudios de Género.