Museo del universo

 

VICENTE UGALDE*

 


 

 

Museo del universo. Los Juegos Olímpicos y el movimiento estudiantil de 1968.
Ariel Rodríguez Kuri, México, El Colegio de México, 2019. 457 pp.

 

Como apunta Daniel Poitras (2011), la memoria, como concepto y como experiencia, participa de manera explícita en el registro tanto de la cientificidad como de la actualidad y por ello está presente en las revistas especializadas y en los debates públicos. En Museo del universo. Los Juegos Olímpicos y el movimiento estudiantil de 1968, Ariel Rodríguez Kuri propone una mirada sobre hechos que marcaron ese año en la Ciudad de México. El libro es una empresa intelectual que busca dar sentido a una serie de acontecimientos que coinciden no sólo en el calendario, 1968, sino también en el espacio social y político de esa ciudad. Los Juegos Olímpicos, la controversia en torno a la restauración de la Catedral Metropolitana y el movimiento estudiantil son constitutivos de un conjunto de ideas que dan sentido a numerosos de los signos que integran el código político contemporáneo.

Sin que se trate de una empresa desmitificadora, esta obra tampoco deja intactas algunas de las ideas difundidas por voces influyentes en la arena pública o por los “memoriosos de 1968” (p. 31): no sólo respecto a que el 2 de octubre “no fue el momento inaugural de una supuesta transición política” (p. 411) o a la identidad del victimario esa trágica noche, sino, sobre todo, a la realidad de unas fisuras que desdibujan la monolítica solidez del aparato del Estado mexicano (p. 378). Sin alejarse de un enfoque propio de la historiografía de la sospecha, Ariel Rodríguez Kuri construye una narración histórica de pasajes que, si bien son conocidos, están llenos de vacíos generados por numerosos relatos y testimonios sobre el movimiento estudiantil.

En esta obra, el autor recupera uno de los temas de atención de otros de sus trabajos, la Ciudad de México, y propone verla no sólo como el sitio que reúne objetos a los que se les atribuye el papel de trazos de alguna expresión humana, sino también como el momento —1968— en el que se aglomeran experiencias, gestos y estados de ánimos colectivos.

A pesar de que el trabajo historiográfico revela la casi inexistente referencia a los Juegos Olímpicos por parte de los estudiantes, para Rodríguez Kuri, los juegos y la tragedia estudiantil son dos procesos simbióticos. El año de 1968 es momento de la “autoafirmación y relanzamiento del autoritarismo político” pero también de algo que quedó en evidencia más tarde, el advenimiento de su crisis más letal (p. 15).

La exploración de Ariel Rodríguez Kuri es, como se ha señalado, la de las motivaciones que pueden dar sentido a un desarrollo de los sucesos que, en primera instancia, no lo tiene. Lo que identifica el autor es un malestar, si no legado, compartido por los padres de quienes protagonizaron la movilización estudiantil (p. 29); un malestar intergeneracional que, en tanto motor de la manifestación contestataria, se acerca, a pesar de las diferencias declaradas, al que motivó protestas similares en otros países y que evoca el papel de la frustración relativa que los teóricos de las revoluciones (Coleman, 1994) encuentran en esos fenómenos de sociedad.

El primer capítulo se consagra a dar cuenta del contexto geopolítico y del camino que atravesó la iniciativa mexicana de convertir a su capital en sede de los XIX Juegos Olímpicos de la era moderna. Los documentos del Comité Olímpico Internacional (coi) se convierten en algo más que el registro de una organización deportiva: son rastro de lo que ocurre en eso que Rodríguez Kuri caracteriza como el espejo de las relaciones internacionales del siglo xx. Se documentan en este capítulo la movilización de los países no alineados para desafiar el monopolio olímpico del coi y el ingenioso gesto de diplomacia mexicana con los denominados Games of the New Emerging Forces, organizados en 1963 en Yakarta, que disputaban al coi el legado del olimpismo y que consistieron en enviar una delegación no oficial de deportistas, así como, nada más y nada menos, un mariachi (p. 51). La exposición alterna lúcidamente el foco sobre los países y sus representantes con el acercamiento a las personas involucradas en esa carrera por ganar la sede. Al final, un afortunado concurso de circunstancias corona el empeño y el oficio diplomático de los portadores de la propuesta mexicana para hospedar los Juegos Olímpicos.

Si el momento convierte a la ciudad en museo, el capítulo dos es la presentación del curador, su equipo y su proyecto museográfico de cara al montaje de la exposición. Las carreras de Ramírez Vázquez y de Clark Flores contra el tiempo y la amenaza del fracaso son el vector de una narración que tiene como escenario una ciudad en plena transformación física y social y como corolario la decisión de optar por unos juegos que debían “adaptarse a la ciudad” (p. 101).

La controversia, más intelectual que técnica, sobre el proyecto de reconstrucción de la Catedral Metropolitana, luego de que en enero de 1967 se viera severamente afectada por un incendio, es el objeto del capítulo tres. En la configuración de esta polémica llama la atención del autor el silencio sobre los Juegos Olímpicos, un suceso que tendría que haber convocado también un debate sobre la estética y la arquitectura. Ese silencio se explica, sin embargo, por lo que el mismo capítulo presenta con detalle y clarividencia: si bien lo que se enfrenta es, por un lado, el lugar y la valoración estética e histórica de la herencia barroca y, por el otro, el de las vanguardias estéticas contemporáneas, son motivaciones de otro tipo las que terminarán animando la controversia. En efecto, a la conformación de dos bandos —el de los restauradores o neobarrocos y el de los modernistas o renovadores— corresponden también otros acomodos sobre diversos temas no necesariamente asociados a la disputa arquitectónica: esa polarización era también la suma de pareceres respecto a la identidad nacional, expresada en la arquitectura barroca, o sobre la mayor o menor adhesión a las reformas del Concilio Vaticano II; pero más allá de los motivos del debate, la conformación de bandos constituye la autonomización, con respecto al poder público, de una esfera, de un espacio abstracto de discusión predominantemente basado en argumentos expertos. El despliegue de las razones de Pani y Robina, por parte de los reformistas, y de O’Gorman y De la Maza, por el bando de los neobarrocos, hacen olvidar al lector los preparativos de los Juegos Olímpicos y el inexorable transcurrir de los hechos hacia Tlatelolco. Los argumentos dejan ver que, si la valoración de lo patrimonial no esconde su carácter convencional, la articulación de alegatos es rigurosa y eficaz. La polémica por la Catedral se resuelve a favor de quienes argumentan bien, no sólo conforme a la lógica de los libros, sino también de acuerdo con la implacable lógica del momento político: Ariel Rodríguez Kuri llama la atención del lector sobre el hecho de que la victoria de los neobarrocos era, para el poder político, una oportunidad de afianzar el discurso nacionalista y de marcar límites a la jerarquía católica fortalecida en la arena pública por el Concilio (p. 176).

El boicot por parte de países inconformes con la readmisión en el coi de Sudáfrica, un país bajo un régimen abiertamente racista, se documenta, junto con la mediatización de los Juegos Olímpicos, en el capítulo cuatro. Se trata de no sólo de fundamentar la manera en que se puso seriamente en duda la participación de decenas de países caribeños, árabes, africanos y, posiblemente, del bloque soviético en los Juegos Olímpicos mexicanos, sino también de una revisión de los boicots en diferentes celebraciones del acontecimiento deportivo. El capítulo hace aquí la referencia ineludible, cuando se habla de México 68, al gesto de protesta por parte de los ganadores de las competencias de atletismo de 200 metros planos, Smith, Norman y Carlos, y a los costos de dicho gesto, en especial para esos tres héroes, si no efímeros, al menos olvidados por la historia del deporte. La referencia a la difusión y comercialización de los juegos, especialmente a través de la televisión, cierran este capítulo.

Los siguientes tres capítulos presentan los hechos relacionados con el origen, desarrollo y trágico desenlace de la movilización de estudiantes entre los meses de julio y octubre. Tres capítulos consecutivos se refieren respectivamente a lo acontecido en los meses de julio, agosto y septiembre. En todos los casos, se trata de una narración cuidadosa y detallada de circunstancias, de una exploración atenta sobre las motivaciones y, a veces, de la formulación cautelosa de presuntas causalidades. Documentos militares y de cuerpos policíacos consultados en el Archivo General de la Nación se alternan con testimonios contemporáneos o tardíos de participantes en las movilizaciones. El lector llega a tener una idea clara de las operaciones realizadas por el historiador para articular documentos y testimonios aparentemente inconexos y poco elocuentes. Rodríguez Kuri explica con detenimiento lo ocurrido en días y en lugares, entremezcla historias personales con la de actores colectivos y, sin comprometer el hilo de una narración cronológica, inserta oportunas notas para marcar la singularidad y el significado de los hechos. Las manifestaciones del mes julio (los días 26 y del 27 al 29), de agosto (los días 5, 13 y 27) y de septiembre (el día 13) se documentan como sucesos y como fragmentos constitutivos de un todo, el movimiento estudiantil. Las consignas, las marchas, la llegada al Zócalo, el despliegue policial, las tomas de camiones, el Consejo General de Huelga, las brigadas, los responsables políticos y policíacos, los ciudadanos ordinarios y sus percepciones, y el presidente de la República: todo tiene un lugar en ese museo del universo que es la Ciudad de México en esos meses del agitado verano capitalino.

En su exploración, Ariel Rodríguez Kuri encuentra la distancia adecuada con la postura acusatoria. Aunque la búsqueda de la oculta racionalidad que emprende el historiador no siempre se compensa, este trabajo llena vacíos, asocia acontecimientos y esclarece contradicciones sugeridas por numerosos testimonios en virtud del trabajo en los archivos del ejército, la correspondencia con el presidente y las narraciones de algunos protagonistas del movimiento. Rodríguez Kuri consigue poner al descubierto la dimensión internacional de hechos pequeños y ordinarios sucedidos en contextos locales y nacionales y hace que una ciudad de un país periférico en un momento específico funcione, en efecto, como reflejo de lo que pasa en el mundo.

Esta obra es un trabajo fino de desencialización del 68 mexicano, un acercamiento desprovisto de la carga emocional que imponen la proximidad y la talla de la tragedia. Rodríguez Kuri logra que el lector deje de lado las etiquetas manufacturadas por la mano de la pasión y la creencia, a fin de asomarse a los hechos y desnudar la duda sobre la intencionalidad de los sujetos a uno y otro lados de la contienda. Sólo un trabajo brillante y cuidadoso podría cotejar con éxito la lectura de los rastros de hechos recientes con los todavía vivaces murmullos de la memoria.◊

 


Referencias

 

Coleman, James, Foundations of Social Theory, Boston, Harvard University Press, 1994.

Poitras, Daniel, “La mémoire dans Le passé d’une illusion (1995) de François Furet. Relecture d’une pratique historienne de la temporalité”, en L’Atelier du Centre de recherches historiques, 2011.

 


* VICENTE UGALDE

Es profesor-investigador en el Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México. Es también el director adjunto de Otros Diálogos.