Masculinidad y desigualdad social: una dupla que puede explicar el embarazo adolescente en México

Las oportunidades de los hombres para cumplir con el imperativo que les exige convertirse en personas maduras y responsables dependen de su clase social. Los más desfavorecidos suelen probar que se han convertido en “hombres cabales, hechos y derechos” mediante el trabajo y la paternidad. La precocidad a que los obliga su situación social perpetúa los embarazos adolescentes y la dependencia de la red familiar. Las políticas de atención al embarazo adolescente —nos dice Olga Rojas— deberían tomar plena conciencia de esta desigualdad de raíz.

 

OLGA ROJAS*

 


 

Masculinidad y tránsito a la vida adulta en contextos sociales desiguales

 

Cuando hablamos de la identidad de género masculina, o masculinidad, hablamos de un proceso que tiene lugar en la vida de los hombres y que se centra en la búsqueda permanente de prestigio social y reafirmación constante de los atributos masculinos relacionados con la sexualidad, la reproducción, el trabajo y la proveeduría. En este proceso de masculinización, de “hacerse hombres”, los varones buscan cumplir con ciertas pruebas y ritos de pasaje que son establecidos socialmente, y que son observados y sancionados por sus pares. Al mismo tiempo, por medio de determinadas prácticas y experiencias, los hombres van conformando su propia imagen como individuos masculinos completos que se separan e independizan de la protección de sus progenitores.

En este contexto, los sucesos que marcan el comienzo de la adultez en el mundo masculino están relacionados con el inicio de la actividad sexual, la salida del sistema escolar, la incorporación al mercado laboral, el establecimiento de una unión conyugal y la manifestación de la capacidad reproductora mediante la formación familiar. Quienes son capaces de superar este conjunto de pruebas obtienen prestigio y reconocimiento social como adultos, es decir, “hombres completos”.

En particular, realizar un trabajo remunerado y procrear un hijo son dos factores determinantes para obtener un lugar en la sociedad y asegurar el estatus de hombres adultos. Ambas transiciones son pruebas fundamentales del tránsito a la vida adulta, que han de superarse para poner fin a la etapa de la juventud. Con ellas se asumen nuevas responsabilidades relacionadas no sólo con la conformación de una unión conyugal y de una descendencia, sino, sobre todo, con la capacidad para proveer y mantener, con el trabajo, una familia.

Conviene señalar, sin embargo, que este modelo o proceso de conformación de la identidad de género masculina no es homogéneo ni único, puesto que la manera de ser hombre varía a través del tiempo y es distinta en cada estrato social. Por ello, el pasaje a la adultez depende en buena medida de los recursos materiales y culturales que tenga la familia, así como de las oportunidades que brinde el contexto social. Puede decirse, entonces, que los mandatos de género que regulan esta transición están marcados por la desigualdad social. El tránsito a la vida adulta es un proceso determinado en gran medida por las desigualdades sociales existentes y por los mandatos de género prevalecientes, de suerte que toda investigación que se ocupe del paso de los hombres a la vida adulta —y de los medios de que se valen para completar su identidad genérica masculina— debe considerar la interacción de la desigualdad social y la de género a fin de observar las particularidades que la estratificación social imprime a dicha transición.

 

La reproducción y la proveeduría como pruebas determinantes del ingreso a la vida adulta masculina

 

La investigación social cualitativa desarrollada en el país ha rendido frutos al tratar de comprender las diferentes formas que asume el paso a la vida adulta entre los hombres, dependiendo de su estrato social. Se ha observado que los jóvenes de estratos sociales acomodados cuentan con condiciones sociales y económicas favorables y propicias para llevar a cabo de manera más pausada y reflexiva ese paso.

Muy diferente es, en cambio, la experiencia de los muchachos que viven en contextos sociales empobrecidos y marginados. La imposibilidad de obtener prestigio o reconocimiento social mediante un buen empleo o de una escolaridad elevada los lleva a transitar por itinerarios más precoces para dar prueba de su masculinidad. En sus experiencias de vida se hace necesario probar tempranamente que son capaces de realizar proezas sexuales, de reproducirse, de obtener un empleo (por más precario que sea), de conformar un vínculo conyugal y de formar y mantener una familia. La escasez de recursos con los que sus familias sobreviven los orilla por lo general a abandonar la escuela e ingresar de manera temprana al mercado laboral para colaborar en la manutención de sus hogares. Muchos de estos jóvenes difícilmente logran concluir la educación secundaria.

A pesar de que sus empleos son casi siempre precarios y sus ingresos escasos, el trabajo remunerado parece detonar en ellos la percepción de que ya son hombres adultos, capaces de responder, de mantener y formar una familia que dependa de ellos. Para ellos, tener trabajo constituye, pues, una importante prueba de hombría que les permitirá recibir aprobación y reconocimiento sociales.

Este importante cambio en sus vidas se encuentra asociado a la urgencia por iniciarse sexualmente. El comienzo de la vida sexual es experimentado como una experiencia necesaria para perder la ingenuidad infantil y adquirir saberes necesarios para hacerse hombres. La actividad sexual precoz y frecuente confirma su adscripción al mundo adulto masculino. Es común que en sus intercambios sexuales establezcan una diferenciación entre las mujeres con quienes se relacionan. Para ellos están, por un lado, aquéllas poco confiables, liberales y promiscuas con quienes no buscarán tener un noviazgo ni formalizar una unión. Consideran que deben cuidarse de este tipo de mujeres, ante la posibilidad de contraer una infección de transmisión sexual. Por eso, con estas parejas sexuales tienden a usar el condón masculino como protección para ellos.

Por otro lado, están las mujeres que consideran inocentes y valiosas como novias o para formar una unión, puesto que no tienen conocimiento de las cuestiones sexuales y por ello no tienen malicia. Con ellas no usan ningún tipo de protección porque las consideran puras. Cuando ocurre un embarazo, y no lo desean en ese momento, estos jóvenes y sus parejas utilizan la pastilla del día siguiente para interrumpirlo.

En ambos casos pueden constatarse los prejuicios de estos jóvenes en materia sexual con respecto a las mujeres. Para ellos, son las mujeres quienes pueden transmitir las infecciones sexuales y son también ellas quienes se embarazan. Debido a que, en su concepción, es en el cuerpo de las mujeres donde ocurren los embarazos, consideran que debe actuarse sobre ese mismo cuerpo para evitarlos. Existe en ellos una disociación entre su capacidad reproductora y su actividad sexual, que se traduce en una especie de negación de su responsabilidad en la fecundación. Este conjunto de valoraciones masculinas respecto de la sexualidad y la reproducción termina por constituirse en un fuerte obstáculo para el uso del condón masculino como método anticonceptivo durante la adolescencia y la juventud temprana.

 

El deseo de los embarazos durante la adolescencia y el sentido que éstos adquieren para los hombres

 

Es común encontrar, en los testimonios de jóvenes varones de los estratos sociales desfavorecidos, que los embarazos de sus novias o compañeras son esperados y deseados. En su experiencia, este suceso no se percibe como un trastorno que haya impedido su desarrollo vital. Por el contrario, contribuye a consolidar su imagen como hombres adultos, puesto que al ser padres pueden confirmar de manera contundente su pasaje a la adultez, como hombres cabales y responsables. Para ellos, el embarazo de sus parejas y el nacimiento de sus hijos contribuirán a fortalecer la unión y a conformar una familia que dependerá de ellos económicamente.

Para estos varones, la paternidad es una experiencia fundamental, puesto que se transforma en un vehículo que otorga sentido y dirección a sus vidas. En los contextos precarios en los que transcurre su existencia, el nacimiento de sus hijos se convierte en una fuerte motivación para desempeñarse laboralmente y para superarse social y económicamente. Puede decirse que, con este encadenamiento de eventos, valoraciones y motivaciones, estos jóvenes adquieren una “masculinidad completa”.

 

Los contextos familiares en los que ocurren los embarazos durante la adolescencia

 

Los embarazos en la etapa adolescente ocurren por lo general en contextos sociales empobrecidos y marginados que se caracterizan por contar con estructuras familiares particulares. Si bien las vidas de estos jóvenes están marcadas por la precariedad y la adversidad, los ámbitos familiares a los que pertenecen se caracterizan por conformar fuertes redes de solidaridad y reciprocidad. Las familias y, sobre todo, las madres constituyen una fuente de apoyo económico y emocional fundamental durante los embarazos y los nacimientos de los hijos de estos muchachos.

Estos comportamientos nos recuerdan que la sociedad mexicana se caracteriza por reproducir una cultura colectivista cuyo sistema de valores promueve el compromiso, la cooperación, el apoyo mutuo y la primacía de los intereses del grupo antes que los individuales. Estos valores colectivistas del “familismo” mexicano ponen menor interés en el desarrollo de la autonomía de sus miembros y en la consecución del interés propio y, en cambio, intentan forjar vínculos familiares fuertes. La socialización en este tipo de ambientes familiares favorece la obediencia y el reconocimiento de la autoridad parental. Este tejido microsocial se consolida y fortalece mediante la conformación de obligaciones y deudas mutuas a lo largo del ciclo de vida familiar.

Conviene señalar que este tipo de comportamientos familiares son propios de contextos sociales precarios. La pobreza que caracteriza la vida cotidiana de las familias de escasos recursos hace necesario el establecimiento de vínculos solidarios y de reciprocidad entre las generaciones. Las relaciones de intercambio de bienes y de trabajo entre sus miembros constituyen importantes principios culturales y estrategias de supervivencia en estos grupos solidarios familiares.

Son precisamente estas configuraciones familiares las que acompañan y conforman, alrededor de los embarazos de sus miembros adolescentes, una red de sustento y contención emocional muy importante. En estos espacios familiares, los jóvenes adquieren, además de protección material, un importante reconocimiento y confirmación social como hombres adultos y responsables. Así, la consideración de estos elementos puede ayudarnos a entender la persistencia de los embarazos adolescentes a lo largo de las generaciones en estos contextos familiares precarios.

 

Las políticas y programas públicos orientados a la atención del embarazo adolescente deberían tomar en cuenta la desigualdad social y los diversos significados de ser hombre

 

Podemos decir, entonces, que, entre la población masculina de estratos sociales desfavorecidos, el embarazo durante la adolescencia, lejos de ser considerado un problema, constituye un elemento fundamental que estructura y consolida su particular forma de experimentar el tránsito a la vida adulta con el que completan su proceso de masculinización.

Ante la imposibilidad de obtener reconocimiento social como hombres por medio de los logros escolares o laborales, los jóvenes de contextos sociales empobrecidos buscan probar su masculinidad de manera temprana con proezas sexuales que, eventualmente, contribuirán a dar prueba de su virilidad mediante la fecundación. Por ello, el embarazo precoz es un acontecimiento que materializa una determinada forma de pensar y de actuar. Frente a esta temprana experiencia vital, las redes familiares constituyen un factor que contribuye a reproducir estas concepciones y prácticas.

La persistencia de los embarazos adolescentes a lo largo de las generaciones en los estratos sociales más desfavorecidos del país permite afirmar que se trata de un fenómeno con profundas raíces en la desigualdad social y que configura una forma de ser hombre claramente diferenciada.

Las políticas públicas interesadas en la atención de este fenómeno deberían tomar en cuenta la persistente desigualdad social que caracteriza a nuestra sociedad y reconocer la existencia de la diversidad de significados atribuidos a los comportamientos sexuales y reproductivos de la población adolescente.◊

 


* OLGA ROJAS

Es profesora-investigadora en el Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México.