Los remolinos

 

DAVID HUERTA MEZA*

 


 

A Alice, obrigado 
…uns olhos assim enormes bem bonitos de olhar.
Ondjaki, “Bilhete com foguetão”
Flores van girando en torno a ti, otra vez
giran como gira espuma en el café
[…]
Escribo esta carta y tomo un café
y en su espuma gira lo que no alcancé
a decirte
muy bien
Manuel García,Azúcar al café”

 

Sonó el timbre y te tuvites que terminar el refresco de un jalón y ya en la carrera el viento te arrancó la bolsita; dudates un ratito, no la levantates y seguites corriendo hasta que te perdites entre el arco de mangos que lleva a tu salón. Iba yo alzarla y echarla a la basura, pero me dio cosa porque de seguro el diablo ya la bía besado.

Encogí los hombros como quien dice pus ya qué, pero la maestra ha de bé creído que como diciendo no me manda, y por eso fue por mí y me llevó al salón de las patillas. Quería comenzá diciéndote a la mejó tú no te acuerdas del día que nos conocimos, pero yo me acuerdo bien bien, fue en la fiesta de Julia: tabas enfrente de la puerta, te voltiates pa ver quién llegaba y cuando te vi sentí como si estuviera en la orillita de un cantil bien hondísimo. Y es que a mí nunca me bían dicho siquiera que podía bé unos ojos así como los tuyos. También quería contarte que esa vez en los columpios, cuando te preguntates en voz alta cómo se vería la vida en un pueblo diferente, otra de adentro mío se acordó de mi abuelita diciéndome: no es onde naces sino onde la pases, hijo, pero sólo pude hablá en una voz lo que le sigue de bajita; luego sonó el timbre, te acabates la Pecsi lo más rápido que se pudo y te echates a corré y pus ya qué, ahi pa la otra, fue lo único que pude decí y la maestra bió ber dicho ora pues, tan necio este chamaco. Y cómo no me iba yo a chiquiá, pero no porque la maestra casi me arrancara las patillas y me sentara enfrente de todo el salón, más bien se me chiquiaron las palabras que no te dije.

Conozco bien bien esos con los que nace uno en la cabeza, porque tengo hasta tres y por eso ya me impuse a pedir de mesita o casquete corto —dependiendo si voy con Mine o con don Chon—; es que es el único corte que te queda bien, dicen. Pero anenantitos, junto a la puerta, desde el banquito de los castigados, fue la primera vez que vi de los otros, de los que están hechos de viento, de polvo, de hojas, de varitas y en veces de una que otra cosa más, como esa bolsita de plástico con popote que dejates en el suelo y que después bajaba y subía dentro desa serpentina de aire.

Con el gis entre las manos, caminaba de un lado a otro mientras preguntaba a quien cayera:

—A ver, Alejandro —el apeído—, ¿cuál es la capital de Ucrania?

—Kiev, maestra —respondió Nieves.

— Exacto. Tú, Graciliano, dime la capital de Indonesia.

—Ay, maestra, ésa fue la única que no me aprendí —dijo Buburrón. Pobre, siempre le preguntan mero las cosas que no se sabe.

—Yakarta, Graci, es Yakarta —le soplaba Julia.

—¿Y Lisboa es la capital de dónde, Vanda?

—De Portugal —contestó.

—Muy bien. A ver, Alpuche, ¿cuál es la de nuestro país?

—Distrito Fede… —respondía cuando Buburrón gritó:

—¡Iren! —mientras apuntaba pa fuera.

Algunos voltiamos, otros se acercaron a las ventanas pa ver cómo de un ojo de tierra brotaba un chorrito de aire que se hacía grandote y se hacía chiquito, y que yo creo que sí tenía caló, pero no estaba de mal humó porque alzaba esto, eso y aquello, les daba de vueltas —dirás que taban jugando— y cuando los soltaba salían como atarantados, como riéndose.

Onque todavía no haiga visto todas, onque nunca vaya yo a conocerlas todas, sé que el miedo tiene bien hartas formas. A la mejó una de esas es la de sabé que no siempre (¿qué tal que nunca?) voy a reconocerlo así bien bien, por mucho que trate; o la de no sabé cómo ni de ónde brota; o la de está seguro de que voy a seguí confundiéndolo con algo más, y todavía pior, la de sabé que en veces se mezcla con cualquier otra cosa, de que muchas veces también es otra cosa. Más aparte es bien canijísimo, decía mi mamá —me imagino yo que ha de sé porque hasta miedo al miedo ha de bé—. Pero en el recreo lo vi dando de vueltas entre los silencios, el mío y uno que ni siquiera bía yo escuchado, uno que se me afiguró el tuyo. Fue ese miedo ingrato el que no me dejó decí ni pío —eso, o las cosquillas que siento en la barriga cada que tengo cerca el cielo y el mar con los que pintaron tus ojos—.

Cruz cruz, que se vaya el Diablo y que venga Jesús, decía Alpuche, al mismo tiempo que apuntaba con una cruz que hacía con los dedos, pero que parecía más una tache que otra cosa. Y yo no sé si la maestra lo hizo adrede o qué, pero ntons dijo, casi gritando, Brujas es la capital de Bélgica, ¿correcto o incorrecto? Y ahí sí el alboroto y el relajo se derramaron por todo el salón. Buburrón gritó ¡sí, son brujas que están dando de vueltas!, pero Marilú le dijo ¡ah que no, tú, loco! Las brujas sólo salen de noche. Y Alpuche, pobre, no jallaba dedos pa hacé cruces o taches o persinarse o lo que fuera, vaya; pero no le hacía, y seguía, cruz cruz que se vaya el Diablo y que venga Jesús. Los aires se metían en la tierra y le levantaban el polvito mientras se trenzaban en un hilo al principio bien finito finito, y luego, así bien fachosos, digo yo, se paraban entre el aire que se estaba quieto y se esponjaban como guajolote, como diciéndole ira, venos; en veces se estaban quietos, enroscándose en ellos mismos, en veces daban de vueltas como rodiando algo que no existía. (Ora que lo pienso, era como ver esas cosquillas que te digo que siento en la barriga).

En la cope, en lo que te decidías si comprabas una Pecsi o un Boin de triangulito, le voy a decí, pensé, tus ojos no son bonitos, sino lo que le sigue; pero me arrepentí luego luego, no, tú, Simplicio, de seguro ya ha de está enfadada de tanto oír eso, me dije. ¡Muchichito!, Petra me sacó de mí, si no vas a comprá nada, anda, hazte un lado. Creo que te reítes, no sé si de mí o conmigo; ¿y tu Sidral?, preguntates. Encogí los hombros, ¿te acuerdas? No son tus ojos, bueno, sí; ¡ay, no sé! El chiste es que nos sentamos debajo del tamarindo, porque yo tenía miedo de subirme al árbol. Te conté que el maestro Chico nos dijo que hace años estuvieron así de cortarle la pierna a un niño porque se le bía torado la rodilla en una horqueta cuando bajaba dese tamarindo mero. ¡Ay, tú, voya cré que le haces caso! Biera sido más fácil cortá la rama, dijites. Ah, pus sí, ¿verdá?, me di cuenta, pero de todas formas te pedí que mejor nos sentáramos en la sombrita.

Son y no son tus ojos. Vas a decí que te quiero hacé bolas o que nomás le estoy dando de vueltas al asunto. Y a la mejó sí, pero no es adrede. Me lo explicó doña Luisa, la Cieguita; no me dijo así así, son sus ojos, tú, chamaco, no, ni siquiera hablamos de ti. Iba yo pasando por su casa (no me preguntes cómo se dio cuenta, porque no sé), me llamó desde la ventana, muchacho, ven. Mande, dije. ¿No quieres ir onde está Quica del correo?, me pidió. (Ahí onde también venden la pomada del Pájaro Azul, de la Campana, el Mariguanol, merthiolate, alcanfor, brillantina, pan, chocolate, hasta criolina creo que venden). ¿Es pa llevá una carta?, le pregunté, tratando de que mi voz le dijiera ónde estaba yo. No, respondió, quiero que vayas por un remedio; dile a Quica vengo por el ungüento pa las riumas que le sabe hacé a doña Luisa, así dile. Yo iría, criatura, pero no puedo, y no porque esté yo ciega, me explicó, sino porque hoy las coyunturas me están matando, vaya. De regreso, toqué la puerta; tá abierto, entra, dijo.

Era un cuartote y no una casa. Taba todo ahí: la sala, la cocina, la cama, un altarcito. No es que estuviera escuro, pero parecía que la luz llegaba ahí a gatas, bien desguanzada y ya no le quedaran fuerzas pa alumbrá ni siquiera un poquito más, por muy mucho que quisiera. Agarra una silla y arrímate, criatura, dijo su voz. Me puse el frasco en el sobaco y agarré una que estaba al lado de la puerta. No se te vaya a chispá el ungüento, me aprevino. (La mera verdá sí pensé que no era cieguita y nomás se hacía la que no vía). Pon ahí el remedio, me dijo y lo dejé en un buró que también parecía como cansado, adolorido. Me dio las gracias. ¿Usté es de los viejos de antes?, le pregunté. (De seguro también escuchates sobre esas gentes que ni las abuelitas de nuestras abuelitas llegaron a conocé, esas que lo explicaron todo porque lo vieron primero y aprendieron bien harto sobre las cosas de viví y de morí). ¡Táquerre, me acabates, criatura!, dijo y se echó a reí. No soy tan vieja; es sólo este frío que dirás que me quiere reventá las coyunturas y que me estrella de a poco los güesos, me explicó tendida en su cama. (Cuando se sentó, se me afiguró una hojarasca con esas venitas que eran sus güesos, así de quebrarse del esfuerzo). Siéntate, me pidió. La silla taba sentida. Tiene usté nublina en los ojos, le dije. Sí, hijo, pero todavía veo, respondió y comenzó a tentarme la cara: relumbran las lucecitas de tu ilusión, me dijo; veo esos granitos chiquititos de sal de los que también está hecha la ausencia de tu mamá. Estar ciega es otra forma de vé, dijo. ¿Pero apoco no extraña usté los colores, las formas de las cosas?, le pregunté. ¿Y por qué bría yo de extrañarlas, criatura? Si no hay nada que estos ojos no haigan visto ya: el Sol y la Luna en el mismo momento de un sólo lugá; la claridá de la mañana y esa como tristeza del que está hecho el atardecé; la vida alegre y la penitencia de viví; a mi madre muerta viva en las flores, en el sustento del día, en el agua de limón, en el airecito fresco de las tardes, en la sábila que calma el doló; la víspera y la hora; el llanto y la risa; la luz y la noche; el destino y la suerte; la agua y la sed; el alboroto y el silencio; el frío y la lumbre; la generosidá y el vacío; la mitade, el fin y el comienzo; el aire y el peso; la raíz y la fló; el sueño y la vigilia; el descanso y el trabajo; la tortilla y la hambre; el puño y la caricia; divisé la forma borrosa de un padre entre el polvo que mis pasos dejaron, dejarán y dejan; la entraña y el pellejo; el desinteré y el abrigo; la sombra y el cuerpo; la mujé que daba pecho, cuidaba y proveía; el vuelo y el paso; la realidá, la pesadilla, y la ilusión; la quietú y el movimiento; el güeso y la carne; la compañía y la soledá; el retumbo y la calma; el doló y el alivio; el parto y el entierro; hasta el tiempo vi, criatura. Y vi cómo todo daba de vueltas y se revolvía: el sueño velando la vigilia; gentes llorando y gimiendo en el cielo; el silencio insoportable del alboroto; el peso del aire; una luz que ensombrece; la Luna naciendo de la tierra; el paraíso de los demonios; una escuridá que alumbra; la tristeza con la que nos amanece; el nacimiento de la muerte; la alegría de las despedidas; personas riendo y cantando en este valle de lágrimas; la Tierra alrededó del Sol en lo que el Sol rodiaba la Tierra; la vida acabando con la muerte; el cielo debajo de mis pies y el suelo sobre mi cabeza; un sol que helaba y calaba los güesos; la lluvia brotando del suelo y los árboles creciendo bocabajo en las nubes; el infierno de los ángeles y mártires.

Pero sólo pude murmurá, qué otra cosa te iba yo a decí. Qué otra cosa te iba yo a decí, repitieron mis nervios sin que me diera cuenta y me quedé callado. A la mejó eran el doló y el disvarío los que hablaban y no doña Luisa, me dije. Conozco las palabras que habló su boca, sonido por sonido, pero la verdá es que no les jallo lo que quieren decí, seguí pensando. ¿Qué tal que quedó cieguita por ber visto todo eso que dice que vio? (Esto por poquito y ni yo lo escucho). Si no le biera yo puesto tanto sentido a la revoltura de palabras de doña Luisa, si no se me bieran quedado en la cabeza, si no me las biera repetido ahí, frase por frase, quién sabe si biera yo entendido esto que estoy queriendo decí.

A la mejó has de pensá, meramente pues, ¿qué me quiere decí éste? Yo no he visto así tantísimo como la Cieguita, pero sí he visto bien harto en tus ojos —era eso—: todos los azules del cielo y el Sol conformándose con reflejarse en ellos; la lucecita del rocío; el arrullo de la lluvia; la belleza de la nublina cuando se mueve entre los cerros; la voz bien hondísima del mar y el susurro de los ríos; la alegría del juego; los brillitos con que nace la sorpresa; desos mañanas con esperanza; las olas rompiéndose en una playa que un día vamos a conocé; también la mortificación que dan las decisiones; y en el centro —en su corazón, digo yo—, la noche, en veces vacía, en veces tupidita de estrellas; todititas las formas, tamaños y colores de la Luna. Era eso lo que te quería decí, pero el recreo se acabó y te tuvites que í a la carrera.

Se me chisparon unas lágrimas mero cuando la maestra me agarró de las patillas y ella, se me afigura, de seguro ha de bé pensado que era porque me dolía, pero ¡brincos diera!, no me dolió ni tantito. En lo que vía yo esa serpentina de aire pensaba que a la mejó esas gotitas de mis ojos eran algunas de las cosas que te quería decí y que se aguaron porque no pudieron salí cuando estaba enfrente tuyo. Y mientras todos gritaban o se peliaban —que si eran brujas dando de vueltas, o no, que si era el diablo que le taba soplando a su reguilete, que si el mundo ya se iba acabá y sepa la bola qué más—, yo vía cómo giraban ahí la oportunidá perdida de hablá; el coló de tu voz; el día que te conocí; azul, bonita, mar y las otras muy muchas palabras que no dije; el temor —que sabrá dios de ónde llegó— de que los recreos bajo la sombra o buscando un rayito de sol un día no puedan volvé más; el oló y el sabó del café de olla; las pláticas interminables confundiéndose y hablando entre ellas.

Y como si se bieran puesto de acuerdo, aquella trenza de viento desapareció cuando sonó el timbre de salida. Pero yo me tenía que quedá a hacé doscientas planas de Debo obedecer a la maestra y no regresar tarde del recreo, pero en mi cabeza iba y venía, subía y bajaba, se meniaba de aquí pallá todo eso que no te dije y ni modos que no lo escribiera, ¿verdá? Pero ora que la maestra regrese de la dire y se dé cuenta de que en lugá de hacé lo que me encargó te estoy escribiendo esta carta, de seguro me va a mandá, por lo menos, unas mil planas más.◊

 


 

* Estudió Lingüística y Literatura Hispánica en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (buap). Ensayista y narrador, ha publicado en Círculo de Poesía y The Insighters, entre otros medios. Trabajó como lexicógrafo en el programa del Diccionario del español de México de El Colegio de México. En 2018 publicó la colección de cuentos Pitaya (Opción itam y La Máquina Roja).