Los nuevos sesenta no son los viejos sesenta

Entre 1950 y 2020, las condiciones demográficas y de vida de la población cambiaron sustancialmente en México; no obstante, para las políticas públicas sigue rigiendo que una persona es adulto mayor cuando llega a los 65 años de edad. ¿Cómo debemos definir la vejez para poder atender adecuadamente a los llamados adultos mayores y garantizar su envejecimiento saludable?

 

PAOLA VÁZQUEZ CASTILLO*

 


 

Es un dicho común que los cuarenta son los nuevos treinta; sin embargo, poco se cuestiona cuáles son los nuevos sesenta, setenta, ochenta… En México, desde 1948, se definió que todas aquellas personas que sobreviven a los 65 años son adultos mayores. Algunos pueden argumentar que el uso extendido de esta edad como límite se debe a la facilidad de implementarla como un indicador generalizado, pero ¿qué implica esto en un contexto donde existe tal heterogeneidad económica, social y demográfica como México?

¿Cuán vigentes permanecen los 65 años de edad como una cota para definir a la población adulta mayor? En nuestro país, el indicador de esperanza de vida al nacimiento en 1950 era de 47.34 años, mientras que en 2020 este indicador fue de 75.23, resultante del promedio de los 72.37 años para hombres y los 78.11 para mujeres; es decir, existen casi seis años de diferencia entre ambos sexos (Conapo, 2020). Entonces, ¿qué tan realista es mantener la edad de 65 años como la marca del envejecimiento? Para la política pública, la edad para definirlo permanece inamovible al paso del tiempo: una persona es adulto mayor una vez que alcanza dicha edad, y eso es una verdad “incuestionable”, a pesar de que las condiciones y el curso de vida han cambiado desde que se estableció esta definición y aun cuando las personas de 65 años en el presente poco tienen que ver con aquéllas de la misma edad en 1950. En esa década, la tasa de mortalidad infantil era de 130 niños por cada mil, mientras que en 2020 fue de 12.8; la edad mediana de la población se ubicaba en 17.11 y 28.45 para 1950 y 2020, respectivamente; y la tasa global de fecundidad se estima en 6.57 para 1950 y 2.05 para 2020 (Conapo, 2020). Estos datos muestran un panorama donde, en 70 años, las condiciones demográficas y de vida de la población cambiaron sustancialmente, lo cual es un ejemplo de que los nuevos sesenta no pueden ser los viejos sesenta.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el envejecimiento, desde un punto de vista biológico, es el resultado de los daños moleculares y celulares en el tiempo que llevan al decaimiento de las funciones físicas y mentales de los individuos (oms, 2021). Sin embargo, el fenómeno biológico del envejecimiento también es un proceso con implicaciones sociales que modifican los roles de las personas adultas mayores. Es decir, existe una definición social y cultural a lo que asignamos que representa ser un adulto mayor. De Beauvoir señala que “la vejez no es un hecho estadístico, es la conclusión y programación de un proceso” (1983: 17).

Una vez definido lo que es envejecimiento y las implicaciones biológicas y sociales que tiene, vale la pena cuestionarse cuándo llega ese envejecimiento o, más aún, a quién se considera envejecido. Ninguna de las definiciones señala que exista una edad universal para el envejecimiento; sin embargo, en la práctica, esa edad llega a los 65 años, lo cual sobreestima la dependencia física y económica que la población adulta mayor pueda tener y, con ello, los costos asociados al cambio de la estructura etaria de la población. Por ello, y como un intento de conciliación de las definiciones biológica y social, surgen las medidas prospectivas.

El envejecimiento prospectivo (Sanderson y Scherbov, 2007) es una metodología que propone que, en lugar de medir cronológicamente la edad de las personas, se mida el tiempo que les queda de vida, y aunque la ciencia no cuenta con herramientas de clarividencia, la demografía cuenta con la poderosa tabla de mortalidad, que bajo algunos supuestos permite obtener un estimado del tiempo remanente de vida que se tiene a cierta edad (la esperanza de vida). La idea subyacente viene de que tomamos muchas de las decisiones a mediano y largo plazos en función del tiempo que subjetivamente esperamos vivir, por lo que considerar este enfoque para medir el envejecimiento debería ser una consecuencia natural del pensamiento humano.

Los autores de esta metodología proponen que, entre los últimos 10 y 15 años de vida esperada, las funciones biológicas del individuo sufren un decaimiento importante, por lo que es en ese momento en el que puede plantearse una “nueva” edad al envejecimiento que no sólo cambia entre periodos, regiones y sexos, sino en cualquier subpoblación de interés. Esta medida, mucho más flexible que la edad fija de 65 años, también permite incorporar al estudio del envejecimiento las mejoras que se han logrado en términos de salud y reducción de la mortalidad en los últimos años, pues de ellas depende la esperanza de vida.

En 2015, México se situaba en el lugar número 11 de los países más desiguales por ingresos, de acuerdo con el índice de Gini (owd, 2015), y es, en general, un país con una gran brecha de desigualdades, no sólo económicas. A manera de ejemplo, el proceso por el que descienden las tasas de fecundidad y mortalidad al cambiar la estructura etaria de la población (conocido como transición demográfica) ha sido sumamente desigual entre las regiones del país. En la región sur, la más joven, puede observarse una estructura por edad de una población que recién inicia su transición, mientras que poblaciones como la de Ciudad de México tienen estructuras etarias similares a países europeos en las últimas etapas de la transición. Esta desigualdad en la transición se traduce en diferentes niveles de envejecimiento que, medidos de manera prospectiva, son un indicador no sólo de las diferencias de la estructura por edad, sino también de la desigualdad de las condiciones de vida entre regiones.

Como un ejemplo de la metodología propuesta, si aceptamos que en México en 1948 un hombre de 65 años era un adulto mayor al que le restaban 12.03 años de vida, en 2020 la edad en la que a un hombre le restaba ese tiempo de vida fue a los 72.6 años, es decir, 72.6 años fue la nueva edad al envejecimiento. De esta manera, bajo la aproximación prospectiva, para los hombres en 2020 los 73 años fueron los nuevos 65. Pero ésta no es una conclusión que pueda generalizarse en todas las regiones del país. En la región sur, la edad prospectiva al envejecimiento para los hombres en 1970 fue de 69.4 y en 2020, 71.9, mientras que, para la Ciudad de México, en 1970 esta edad se ubicaba en 67.8 y en 2020, en 72.8. Más aún, con cierta variación regional, los datos muestran que la proporción de individuos que alcanzan o superan la edad del envejecimiento aumenta de manera considerablemente más lenta que cuando se calcula esta proporción con el umbral de los 65 años. Asimismo, las diferencias regionales existen también para las mujeres, pero, en este caso, ellas tienen valores más altos en las edades prospectivas al envejecimiento, y no se presenta una clara reducción de la brecha regional.

Algunos países como Finlandia y Dinamarca han indexado sus pensiones a los cambios experimentados en la esperanza de vida, lo que reconoce que este indicador ayuda a incorporar las transformaciones ocurridas en el tiempo de envejecimiento. Sin embargo, estudios han demostrado que esto no es suficiente para estimar de manera efectiva la dependencia de la población y atenuar las desigualdades en la duración de la vida en diferentes subpoblaciones, por ejemplo, por sexo y nivel socioeconómico (Álvarez, J., et al., 2021). Por ello, más información debe tenerse en cuenta para el estudio del envejecimiento de una población y de las estrategias para planear el futuro de esta nueva composición etaria.

Una propuesta de adaptación al método de edades prospectivas permite capturar la heterogeneidad demográfica y también las condiciones de morbilidad en la población. Esta variación propone que, en vez de calcular la edad al envejecimiento con la esperanza de vida relativa, se haga con la esperanza de vida saludable o el tiempo remanente de vida en salud. La metodología se ha aplicado primero para el caso italiano por sus autoras (Demuru y Egidi, 2016) y luego para las regiones de México (Vázquez Castillo, 2020). En el primer caso, el estudio considera como medida de salud la capacidad funcional y la autopercepción de salud de los individuos. Los resultados reflejan que la salud de los italianos ha mejorado con el tiempo, lo que genera que la brecha entre las edades prospectivas al envejecimiento ajustadas y no ajustadas se reduzca con el tiempo. Más aún, bajo ambas medidas, la presión ejercida sobre los sistemas de pensiones y salud derivada del envejecimiento poblacional es menor que si se considera la edad fija de 65 años. Desafortunadamente, éste no es el caso de México.

En nuestro país, los resultados encontrados no son nada alentadores. En el estudio citado sobre México, se consideraron las proporciones de discapacidad en los años 2000, 2010, 2014 y 2018. Los resultados muestran que, en la primera década del siglo xxi, hubo un incremento de la proporción de personas con discapacidad para ambos sexos en todas las regiones y, aunque para los hombres se observa una mejora entre 2014 y 2018, no es así para las mujeres. Lo anteriormente expuesto tiene un impacto directo en las edades prospectivas al envejecimiento que perdieron cinco años por el ajuste de salud en el año 2000 y casi 10 en 2018. Como ejemplo, las mujeres en el año 2000 tuvieron una edad prospectiva de 75 años y una edad prospectiva ajustada de 69, mientras que en el año 2018 estas edades fueron de 74 y 64 años, respectivamente. Lo más preocupante de la situación es que existen actualmente personas dependientes debajo de la edad oficial de retiro, lo cual no se considera generalmente en el panorama del envejecimiento.

A partir de lo anterior, queda claro que los nuevos sesenta no son los viejos sesenta: considerar una edad determinada como medida de envejecimiento es obsoleto ahora, y lo fue antes, pues no refleja los cambios demográficos y de condiciones de vida que experimenta la población. Este texto es una invitación a replantearnos, desde la demografía, qué es el envejecimiento poblacional y no sólo a repetir un discurso que, dada su instrumentalización, no refleja la realidad de lo que vive la población mexicana, y mucho menos su heterogeneidad. Las medidas prospectivas (ajustadas y no) muestran un panorama más completo de cómo se vive, pues, si bien por un lado se ha ganado tiempo de vida, este tiempo no es en buena salud, lo cual impacta directamente en la calidad de vida en esos últimos años y repercute directamente en lo que preocupa del proceso de envejecimiento poblacional: la dependencia económica y física de la población adulta mayor.

Se espera que hacia 2050, en México, alrededor de 17% de la población sean personas de 65 años en adelante. Sin embargo, el método de las edades prospectivas al envejecimiento contempla que la edad al envejecimiento para 2050 será de 74.9 para hombres y 76.9 para mujeres, de modo que el porcentaje de personas sobre esas edades no sobrepasa 7% del total de la población. Bajo el método de las edades prospectivas al envejecimiento, los niveles y velocidad del proceso de envejecimiento son sustancialmente diferentes de cuando se considera la edad fija de 65 años.

Más importante aún que preocuparse por cuántas personas sobrepasarán cierta edad es el ocuparse en plantear estrategias que impulsen el envejecimiento saludable en nuestro país y que tomen en cuenta las diferencias regionales y por sexo que existen. Si tomamos en cuenta las medidas prospectivas, la población mexicana rejuveneció desde 1950 hasta 2010, cuando comenzó su proceso de envejecimiento, lo cual muestra cómo la ventana de oportunidad para un futuro en el que se vivan más años y en mejores condiciones de salud aún está abierta. Dependerá de los tomadores de decisión, políticos, académicos y la sociedad en su conjunto lograr que esto sea una realidad. El envejecimiento saludable es la esperanza para reducir la presión demográfica y podría, incluso, por sí mismo, generar un dividendo al mantener a las personas mayores saludables y activas para la sociedad.1

 

 


 

Bibliografía

 

Álvarez, Jesús, Malene Kallestrup-Lamb y Søren Kjærgaard, “Linking retirement age to life expectancy does not lessen the demographic implications of unequal lifespans”, Insurance: Mathematics and Economics, núm. 99, 2021, pp. 363-375.

Beauvoir, Simone de, La vejez, México, Hermes, 1990 [1983].

Consejo Nacional de Población (Conapo), “Indicadores demográficos de México de 1950 a 2050”, 2020, consultado el 21 de febrero de 2022.

Demuru, Elena, y Viviana Egidi, “Adjusting prospective old-age thresholds by health status: Empirical findings and implications. A case study of Italy”, Vienna Yearbook of Population Research, núm. 14, 2016, pp. 131-154.

Organización Mundial de la Salud (oms), “Envejecimiento y Salud”, 4 de octubre de 2021, consultado el 17 febrero de 2022.

owr (Our World in Data), “Gini Index (World Bank estimate)”, 15 de febrero de 2022.

Sanderson, Warren, y Sergei Scherbov, “A new perspective on population aging”, Demographic Research, núm. 16, 2007, pp. 27-57.

Vázquez Castillo, Paola, Análisis regional del envejecimiento prospectivo en México: 1950-2050, México, El Colegio de México, 2020.

 


 

1 Agradezco al profesor Francisco Alba por su invaluable contribución a este texto y a mi formación académica. La investigación y publicación de este artículo fueron financiadas parcialmente por The AXA Research Fund a través del AXA Chair in Longevity Research.

 


 

* Es licenciada en Actuaría por la Universidad Nacional Autónoma de México, maestra en Demografía y Estudios de Población por el Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México y tiene un European Master in Demography de la Universitat Autònoma de Barcelona. Actualmente estudia su doctorado y es asistente de investigación en el Interdisciplinary Center on Population Dynamics de la Universidad del Sur de Dinamarca.