Los libros de texto gratuitos en su 60 aniversario

A punto de iniciar un nuevo ciclo escolar, el 26 de agosto pasado se anunció la entrega a niños y jóvenes de 176 millones de libros de texto gratuitos, capítulo más reciente de esta hazaña editorial que cumple 60 años de iniciada y sobre la que la especialista en el tema Rebeca Barriga nos cuenta aquí vicisitudes pasadas y presentes.

 

REBECA BARRIGA VILLANUEVA*

 


 

Lo esencial es invisible a los ojos

—Antoine de Saint-Exupéry

 

Transitamos por la frontera del aniversario de dos emblemáticos acontecimientos en la historia educativa mexicana: la fundación de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (Conaliteg) y el primer reparto de los libros de texto gratuitos (ltg): 60 años ininterrumpidos de ser el único medio de acceso a la lectura y al conocimiento del que disponen millones de mexicanos. Un aniversario que, congruente con su génesis, ha estado lleno de sobresaltos y sorpresas, pues se da en medio de un cambio de gobierno, una reforma derogada, un modelo rechazado, una evaluación denostada y un precipitado reparto de libros que estuvieron a un tris de no llegar a tiempo a su destino. Tras seis décadas, se vuelve a poner en tela de juicio la calidad de los libros, la fortaleza del aprendizaje y el destino de la educación mexicana, que parece verse amenazada una vez más. ¿Celebramos, entonces, el aniversario o lo lamentamos? Ciertamente, por su trayectoria, los ltg invitan a reflexionar sobre algunas de las grandes bondades que a lo largo de 60 años han hecho visible su esencia.

Su historia se consolida el 13 de febrero de 1959, por decreto oficial del presidente Adolfo López Mateos que —bajo la inspiración de su secretario de Educación, Jaime Torres Bodet— crea la Conaliteg con una misión elocuente, cercada por al amor patrio y la democracia: “Cuidar que los libros cuya edición se les confía tiendan a desarrollar armónicamente las facultades de los educandos, a prepararlos para la vida práctica, fomentar en ellos la conciencia de la solidaridad humana, a orientarlos hacia las virtudes cívicas y, muy principalmente, a inculcarles el amor a la patria, alimentado con el conocimiento cabal de los grandes hechos históricos que han dado fundamento a la evolución democrática de nuestro país” (Memoria política de México). Martín Luis Guzmán, su primer presidente, fiel a la consigna y librando toda clase de batallas con el abasto de papel, con las editoriales y con los renuentes autores, logró que once meses después, el 16 de enero de 1960, en un acto casi litúrgico, en una escuela rural del municipio de Saucillo, en San Luis Potosí, la pequeña María Isabel Cárdenas recibiera su libro y sus cuadernos de ejercicios, los primeros de los 16 millones repartidos en la fundacional entrega que venía a consolidar un viejo proyecto decimonónico renovado por los ateneístas y cristalizado por Jaime Torres Bodet, el cual se traducía en una educación pública, universal y gratuita para abrir los caminos a la esperanza liberadora que ofrece el conocimiento.

En lo sucesivo, ya no habría en nuestro país un niño que (si asistía a un plantel primario) careciese del material de lectura que todo estudio requiere. Recordé un retrato conmovedor, el de una niña que sostenía entre sus frágiles dedos un libro del primer grado. Sus ojos, vivaces y sonrientes, parecían prometer a quienes los veían la realización de una hermosa esperanza libre (Torres Bodet, La tierra prometida, 1981).

Desde ese momento, ya oficiales, y dentro del proyecto de Estado, los ltg se convierten en un recinto de paradojas cotidianas e históricas que se muestran en la forma como van transformando sus énfasis, según las circunstancias: son eminentemente nacionalistas primero, luego se declaran puristas y cientificistas; privilegian la lectura, la escritura y la aritmética, para después apelar a la salud del niño y a su participación cívica; más tarde se inclinan por dar a conocer la variada geografía nacional o a mostrar una historia entre los vericuetos de lo que se quiere contar y lo que verdaderamente sucedió, pero de pronto se vuelcan hacia la importancia de atrapar los misterios del número o de la formación artística. En México, sin la menor duda, han sido paradigmáticos: representan el robusto hilo conductor de una larga narrativa nacionalista con un sostenido clímax de conflictos y cambios, pero que anuncia el único posible desenlace: recorrer caminos en burro, helicóptero o barco, pero llegar a todos los niños. En efecto, los ltg son tan paradigmáticos como paradójicos. Desde su aparición han despertado reacciones antagónicas, impelidas por fuerzas igualmente antagónicas y persistentes; el poder, el idealismo y la discriminación enmascarada que permean cada uno de los ámbitos de la vida nacional. Entre sus temas más controversiales están los ideológicos y religiosos, tejidos con intrincados hilos de fanatismo; los políticos, movidos por exigencias partidistas; los educativos, guiados por el temor al desconocimiento de nuevos modelos; los económicos, en pugna por los costos y ganancias; los evaluativos, que luchan por peligrosos e inadmisibles parámetros de exigencia; los tecnológicos, atrapados en una operación compleja e inalcanzable para algunas comunidades; los sindicalistas, cercados por oscuros objetivos irreconciliables. Lo más llamativo es que, en medio de esta vorágine de intereses y pasiones se encuentran los verdaderos destinatarios: los niños en pleno desarrollo intelectual, lingüístico y social, que suelen vivir esos libros como una parte suya inolvidable, pero que a lo largo de los años cruciales de su desarrollo carecen del andamiaje suficiente para percatarse de que con ellos se reflexiona y se construye el conocimiento crítico y analítico que los llevará al éxito o a la mediocridad. Están también los maestros, que, ante el desconcierto de los constantes y abruptos cambios de enfoque y terminología, truncan el andamiaje y debilitan ese conocimiento. Y, por último, están los padres —indiferentes, preocupados o exigentes—, que flaquean ante el desconocimiento y el rumor que los orilla a la descalificación: “Eran mejores los libros de antes”. Cada reforma educativa, desde la de 1960 hasta la fallida del 2018, ha hecho profunda mella en esta tríada, aunque ninguna ha logrado derribar la fortaleza de los ltg, que celebran sus bodas de diamante y heredan, de acuerdo con la tradición popular, los atributos de la piedra preciosa, invencible, inalterable. Lo primero, al parecer, se cumple: lo segundo sería muy discutible y relativo.

Para colmar las expectativas de festejo del aniversario de los ltg, a manera de collage, retomo tres de sus fragmentos, probaditas de su ser memorable que postergan, por lo pronto, un análisis imprescindible que podría arruinar la celebración: los condenan las faltas de ortografía y de sintaxis, la pertinaz memorización que impide la reflexión, las imprecisiones históricas que confunden al niño entre las efemérides y la historia verdadera, las manos de seis dedos que no dejan de causar estupor entre los matemáticos.

 

El camino del arte

 

Decía Sergio Pitol que el arte es un camino seguro de redención para el hombre. Los ltg recibieron un bautizo promisorio de belleza y armonía en el primigenio Consejo de la Conaliteg, conformado por consejeros poetas y novelistas. A la cabeza, Martín Luis Guzmán, el de El águila y la serpiente y La sombra del caudillo, controversial por su sostenida defensa de Villa, acompañado por dos de los Contemporáneos, Gorostiza y Torres Bodet, que con Muerte sin fin y Dédalo pasan la más exigente prueba de calidad. Luego vendrían Agustín Yáñez, Gregorio López y Fuentes y otros que continuarían con la dura carga que representa el entrecruce del arte con la acción política.

Los libros de texto presentan, a lo largo del tiempo, rimas, poesías, cuentos y fábulas clásicas, leyendas de pueblos originarios, fragmentos todos de una literatura que mueve la sensibilidad, el gusto por la belleza y un lento despertar hacia la diversidad y la otredad.

La mejor prueba de la vocación de los ltg por el arte son las hermosas portadas que los cobijan desde su primera emisión. Indiscutiblemente encabezadas por aquella hermosa mujer, la Patria, “la señora de la bandera” que inmortalizó González Camarena, seguida por los héroes patrios en diversos momentos de su vida —Hidalgo, Juárez, Madero, Leona Vicario y hasta sor Juana Inés dela Cruz— de la inspiración de Orozco y Cabrera; todos ellos deambulan en las mochilas, de aquí para allá, a pie, en el camión o en el metro: los niños van a la escuela y regresan a casa con un poco de arte y belleza a cuestas. Esas portadas se completan con otras muchas que reflejan las necesidades políticas e ideológicas del momento. La diversidad geográfica y cultural queda plasmada en las portadas del Dr. Atl y José María Velasco. Los referentes indígenas empiezan a aparecer con la sobrecogedora imagen de “La espina”, de Anguiano, con el trasfondo de Bonampak. Las portadas itineran del acendrado nacionalismo a la necesidad lúdica infantil y se empiezan a poblar de juguetes, dragones, papalotes y alcancías, o de coloridas flores. No falta la presencia de las máquinas, efigie del progreso tecnológico, y las abstracciones geométricas de Mérida y O’Gorman.

 

Los testimonios

 

Los ltg apelan a la evocación. Su sabor a nostalgia emerge por su vínculo con la infancia, donde los recuerdos se acumulan para saltar, sin más, con júbilo o dolor en el futuro que se ha hecho presente. Por ello, un fragmento obligado de nuestro collage son los testimonios de ayer y de hoy, recogidos a propósito del sentimiento que despiertan en sus antiguos lectores, desde los científicos hasta los más humildes trabajadores con la primaria apenas terminada. “Me encantaba que me dieran mi paquete de libros y abrirlo y sentir su especial olor a nuevo, como a tortillas recién hechas”. “Yo leía y me gustaba en especial la ratita o las fábulas del asno y la liebre”. “Me gustaba cómo enseñaban a contar y a dividir”. “El mejor de los libros era el de lectura, porque traía bonitos cantos y lecturas, por ejemplo, ‘Paco el chato’ y todos esos”. “Me encantaba aprenderme los nombres de los ríos y las montañas y las capitales: echaba competencia con mis hermanos”. “En mis tiempos la gramática era muy aburrida y se llamaba ‘Lengua nacional’. Ahora son los libros de Español”. “Ahora ya no hay de matemáticas; los cambiaron por los de ‘Desafíos matemáticos’”. “De chiquita me gustaba mucho el de Ciencias Naturales; ahora el de mi niña se llama ‘Exploración de la naturaleza’”. “Los de Educación Artística son increíbles: con ellos los niños pintan, construyen y hacen esculturas con yeso”.

 

Diversidad y conocimiento de la realidad

 

Pese al innegable sello nacionalista, poco a poco los ltg han asumido la naturaleza diversa y multicultural de México. Ello ha contribuido al conocimiento infantil de una realidad desconocida y contraria a los ideales de la unicidad. Frente a las tenues y escasas menciones de las lenguas indígenas en los libros de generaciones pasadas, en los últimos se ha hecho un esfuerzo evidente por dárselas a conocer a los niños mestizos, que convergen con niños indígenas en una multiculturalidad invisibilizada, producto de una incontenible migración. No cabe duda de que esta convivencia enriquece la enseñanza y el aprendizaje y agudiza una discriminación solapada en épocas anteriores. Hoy en día se procura repartirlos en las lenguas originarias y, sin embargo, aún faltan esfuerzos enormes si tomamos en cuenta la diversidad dialectal. Hace poco se anunció el reparto de dos millones de ejemplares en 68 lenguas indígenas, los cuales se distribuyeron en la última generación del 2019 en 21 planteles de todo el país. Por fin se cumple el mandato del artículo 2° constitucional alimentado también por una paradoja: “México es una nación única e indivisible”.

En este aniversario, el mejor regalo simbólico sería que los ltg siguieran el rumbo de su destino, pero de manera más consciente y significativa en el aprendizaje, y que no dejaran de librar batallas que pongan a prueba su resistencia y maleabilidad, quizá ya no en formato impreso sino, ahora, como habitantes de un espacio cibernético y virtual. Que llenen un hueco que sólo ellos pueden llenar en una genuina necesidad de leer y escribir la ciencia y el arte con pertinencia; que se apoderen de los derechos de la educación y rompan con el terrible círculo de la desigualdad.◊

 


* REBECA BARRIGA VILLANUEVA

Es profesora investigadora en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México.