Los difuntos de Macedonio Fernández

Redactado con una claridad deslumbrante, el estudio realizado por Cecilia Salmerón se concentra en la relación entre la intertextualidad y la metaficción en la poética personal del autor.

 

– NAYELI GARCÍA SÁNCHEZ *

 


 

Cecilia Salmerón Tellechea1,
Macedonio Fernández: su conversación
con los difuntos
, México,
El Colegio de México, 2017, 333 pp.

 

Redactado con una claridad deslumbrante, el estudio realizado por Cecilia Salmerón se concentra en la relación entre la intertextualidad y la metaficción en la poética personal del autor: “los autores, obras, géneros, corrientes y discursos en los que Macedonio pone énfasis […] son aquellos que incorpora en sus novelas en relación con los conceptos teóricos que metaliterariamente trabaja en ellas”. El objetivo se ve cumplido con creces: no sólo se comprueba la relevancia teórica que tuvo para Macedonio incorporar, desde la memoria, textos que leyó con devoción estética, sino que también se subraya la función compositiva de este ejercicio en la creación del autor.

Ante la tentación de identificar todas y cada una de las apropiaciones textuales, Salmerón dedicó su agudeza crítica a entender el modo de operar de la inclusión de textos ajenos y propios en la obra del argentino. Su argumento se detiene en tres iluminaciones: indicar las conexiones entre la fundamental Museo de la Novela de la Eterna (M) y su “melliza” Adriana Buenos Aires (AB); identificar el diálogo que hay entre el primer libro de Fernández, No toda es vigilia la de los ojos abiertos (NTV), principalmente con Sueños de un visionario aclarados por sueños de la metafísica, texto temprano de Kant; y, finalmente, apuntar aquí y allá el recurso de la paradoja en la totalidad de la obra macedoniana, que la investigadora bien tilda de barroca por sus “fuentes provenientes de los Siglos de Oro”, su estilo sintáctico y “la episteme de carácter oximorónico que sustenta la poética paradójica de este autor”.

Salmerón realizó con fineza una hazaña arriesgada y muchas veces propensa al fracaso: a partir de las huellas que quedaron en los papeles de Macedonio (incluidas sus obras narrativas, su correspondencia, algunos apuntes sueltos, partes de sus diarios y lo que queda de su biblioteca), se avocó a desentrañar los modos de leer que practicó el autor. De manera que, en cierto sentido, su investigación logra una de las ambiciones más preciadas del trabajo académico: comprender la manera de pensar de su autor que, en este caso, equivale a la manera de escribir. Uno de los pocos rasgos realistas de los textos macedonianos —como Salmerón apunta— es el de imitar el flujo de su propio pensamiento en la escritura. De allí su poética de lo inconcluso.

A pesar de que el análisis abarca prácticamente toda la narrativa de Fernández, su estructura facilita la consulta del lector que desee concentrarse en algún aspecto concreto de su interés. Cinco apartados ofrecen los resultados del trabajo de la siguiente manera: a) clasificación comentada de la crítica previa, b) breve historia de la edición de los textos a partir de la visita al archivo de Macedonio, c) propuesta de lectura de las novelas gemelas que comprueba la hipótesis central, d) revisión del texto metafísico de Macedonio y e) inserción de la obra estudiada dentro de la corriente barroca hispanoamericana.

Quizá uno de los mejores momentos del libro, en tanto que da muestra del proceso en que la misma académica dio rumbo a su investigación, sea el capítulo dedicado a sus hallazgos en el archivo de Macedonio. Aun sin acudir a teoría especializada, la investigadora se adentró en los laberintos de los papeles consignados y descubrió que “la obra de Macedonio es aún más fragmentaria y caótica de lo que nos dejan ver las ediciones; el archivo muestra con contundencia que Macedonio rara vez escribía seguido sobre un mismo tema”. Estamos frente al encuentro con las marcas físicas de la distancia borrada entre un umbral y un centro móviles, tan propia de la poética estudiada. Este apartado abre las puertas no sólo a reconsiderar la “textualidad proteica” de Macedonio, sino también las posibilidades que las nuevas tecnologías de edición digital podrían ofrecer a una escritura que afirma su porosidad, atravesada por múltiples canales temáticos y formales, así como su tendencia al infinito, cifrada en un ciclo creativo en constante elaboración.

Otro de los aciertos de este estudio es adaptar las herramientas teóricas a su alcance a los linderos de su campo de interés, que puede tomar al menos tres distintas modalidades. La primera: precisión. Por ejemplo, desde el comienzo de su ensayo, Salmerón advierte que la teoría desarrollada por Gérard Genette sobre los paratextos literarios requiere ajustes en el caso de Macedonio, debido a que en su obra abandonan su carácter satelital y son parte imprescindible del cuerpo textual.

La segunda: invención. En otras ocasiones, la investigadora acuña expresiones teóricas propias para describir y tratar con la materia que la ocupa: en la sección dedicada a la lectura conjunta de M y AB, aparece el concepto de “líneas semánticas” para hablar de “los dos grupos de elementos (recursos o estrategias discursivas) con los que Macedonio construye la relación de oposición y a la vez confluencia y transformación entre sus novelas gemelas”. La aportación es pertinente porque ayuda a la comprensión de una compleja operación de fusión entre aparentes contrarios, representados en la novela buena y la novela mala, respectivamente.

La tercera: sustitución. En el apartado dedicado a la lectura de NTV, texto que “se propone cuestionar la distinción entre sueño y vigilia o, mejor, entre la naturaleza de sus imágenes”, es digna de notarse la nula mención de la teoría psicoanalítica como posible referente, si no del autor al menos de sus lectores; en cambio, se habla de “la similitud entre la teoría macedoniana y algunos postulados del formalismo ruso”.

En términos generales, se dedica una atención textual más detallada a la reelaboración de cierto pensamiento filosófico (Kant, Schopenhauer, Hobbes, Hogdson, entre otros) en la narrativa de Macedonio que a la reescritura de sus influencias literarias. Se trata de una aportación valiosa a la bibliografía crítica del autor porque hay un acercamiento filológico (quiero decir, estilístico) a los textos filosóficos con los que dialoga Fernández, lo cual resulta alumbrador para ambas disciplinas: “Los críticos de Kant se han quejado de ciertos rasgos en el estilo del filósofo que coinciden con las dificultades que NTV impone a sus lectores: estructura laberíntica, sintaxis enrevesada, proliferación de neologismos…”.

La lectura realizada es impecable. Salmerón explica las muy variadas y complejas formas en que las obras de Fernández se conectan entre sí; como cuando su análisis sugiere la elaboración de un plan general de escritura desde los primeros textos (“podemos decir que NTV describe y hace exégesis, indirectamente y a priori de M”) de un autor que a momentos ejercía la “estética del ‘mientras-escribo’” y simulaba “que la novela se está produciendo a la vista del lector, convirtiéndolo en testigo de las dificultades por las que pasa el autor en su proceso creativo”.

En el motor de la creación de Macedonio hay una “agudización en la conciencia ficcional” que demanda un tipo de lector desconfiado y perspicaz, y que desestabiliza el universo narrativo, cuyos personajes están conscientes de su esencia textual la mayor parte del tiempo y son capaces de transitar entre distintas novelas. Finalmente, algo similar ocurre también en el lector de carne y hueso cuando experimenta una “conmoción conciencial” (llamada así por Macedonio), “que consiste precisamente en hacer que el lector extraliterario, sintiéndose ficticio, dude (aunque sea por un instante) de su existencia”.

Si me viera forzada a señalar aspectos débiles de este libro, diría que mientras en los primeros apartados las conclusiones parciales se perciben tímidas, hacia el final del texto se alcanza a sentir el cansancio propio de quien ha trabajado a ritmos forzados (hábito usual y obligado en los estudiantes de un doctorado). Queda, de tal manera, la sensación de que esta investigación dice más de lo que alcanza a verbalizar. Sin embargo, bien podría ser éste un rasgo de estilo en el ensayo de Salmerón. Virtud escasa en los estudios literarios “mostrar y no decir”, que resulta en un generoso engaño a la lectora ingenua que, como yo, sale de este libro creyendo haber añadido algo con su lectura a la investigación de la autora.◊

 


1 Cecilia Salmerón defendió en 2011 su disertación para optar por el grado de doctora en Literatura Hispánica bajo la dirección del doctor Rafael Olea Franco en El Colegio de México. En 2012 ganó con ese trabajo el Premio Lya Kostakowsky de Ensayo de Literatura Hispánica 2012, otorgado por la misma institución. Por último, en septiembre de 2017 su alma mater publicó una versión revisada de la tesis en su colección editorial dedicada a Estudios de Lingüística y Literatura. Como puede suponerse, se trata de una colaboración relevante en el territorio de la crítica sobre la escritura de Macedonio Fernández.

 


* NAYELI GARCÍA SÁNCHEZ
Estudiante del doctorado en Literatura Hispánica que se imparte en El Colegio de México.