Los debates electorales en México: ¿una nueva era?

María Eugenia Vázquez Laslop nos presenta una revisión de la joven historia de debates electorales de candidatos presidenciales en México y una evaluación de los aspectos discursivos del más reciente de éstos, el del pasado 22 de abril. La autora busca responder dos interrogantes: ¿este primer debate de 2018 fue realmente un debate? ¿Los anteriores alcanzaron la calidad de debates?

 

–MARÍA EUGENIA VÁZQUEZ LASLOP*

 


 

Gran expectativa generó entre los mexicanos la celebración del primer debate entre candidatos a la Presidencia de la República del proceso electoral 2018, que por fin tuvo lugar el domingo 22 de abril por la noche en el Palacio de Minería, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Se difundió por televisión a nivel nacional en los canales más vistos de las cadenas públicas y privadas, en los sistemas de radiodifusión del Estado mexicano y también por internet: en la plataforma televisiva digital del Instituto Nacional Electoral (ine), en las redes sociales digitales más populares del planeta y mediante vínculos de muchos otros medios de la prensa nacional. Además de la efervescencia de las campañas electorales de los cinco candidatos presidenciales, corría la idea de que este debate sería distinto a todos los anteriores, de que sería mejor, de que por fin el ine se habría ocupado por completo de definir el formato del encuentro, en lugar de negociarlo con los grupos políticos de los candidatos; que este formato garantizaría un verdadero debate y no favorecería un conjunto de monólogos donde unos y otros no se toman en cuenta, porque en esta ocasión habría secuencias de pregunta-respuesta-réplica; porque, además de fases de turnos de habla previamente asignados, habría también otras de debate libre, y porque tres periodistas experimentados moderarían el debate con un papel más activo, pues no sólo asignarían los turnos y controlarían su duración, sino porque plantearían preguntas difíciles a los candidatos y, si no las contestaban o no atendían las apelaciones de los debatientes, tendrían la facultad de pedirle al interpelado que respondiera, de tal manera que los candidatos ya no permanecerían en su zona de confort o ya no podrían ser omisos a los demás.

Dos preguntas emergen: ¿se alcanzó el objetivo de que el primer debate de candidatos a la Presidencia en México del proceso electoral de 2018 fuera un debate? ¿Quiere decir que los debates electorales anteriores no habían sido debates?

La historia de los debates electorales en México es muy joven, de apenas 24 años. Comenzó en 1994, a raíz de la enorme presión social y política que se había venido acumulando desde la década anterior, teñida de fuertes sospechas de fraude electoral, sobre todo, en 1988, y que terminó explotando con otros problemas nacionales los primeros meses de 1994, con la declaración de guerra del Ejército Zapatista de Liberación Nacional al Ejército Federal mexicano, en el estado de Chiapas, al sureste del país, y con el asesinato del candidato presidencial del Partido Revolucionario Institucional (pri), el partido en el poder. Además, México todavía no contaba con un árbitro institucional electoral independiente del gobierno federal que garantizara la neutralidad de sus labores en los procesos de elección popular. Se suma a ello que los candidatos de oposición tenían un acceso altamente restringido a su exposición en los medios de comunicación masiva para dar cuenta de sus actividades de campaña. En este ambiente negativo, los candidatos de oposición de ese año firmaron el “Pacto por la paz, la democracia y la justicia”, entre cuyos acuerdos estaba, además de la exigencia de contar con una institución electoral imparcial y ciudadana, la obtención de garantías de equidad en los medios de comunicación y de propiciar espacios y actividades que favorecieran la participación, objetividad y respeto de todas las fuerzas políticas, así como una comunicación entre los ciudadanos y los candidatos para que éstos pudieran presentar sus propuestas.1 En 1994 contendían por la Presidencia de la República seis candidatos. En tierras electorales ignotas, los tres candidatos de las agrupaciones políticas minoritarias estrenaron en el país la práctica de los debates electorales el 11 de mayo. Al siguiente día, el 12 de mayo, los otros tres candidatos, de los grupos políticos mayoritarios, celebraron el segundo debate electoral, mucho más visto que el anterior. El impacto que éste provocó en el electorado ha llevado a pensar que sus preferencias por uno u otro candidato sí llegaron a cambiar. Ambos debates tuvieron el sello del entonces Instituto Federal Electoral (ife), cuyo presidente era todavía el secretario de Gobernación.

Desde entonces, se han celebrado en México diez debates de candidatos a la Presidencia: dos, en el proceso electoral de 1994; dos, en el de 2000; otros dos, en 2006; tres en 2012, y, por ahora, uno en el de 2018. A la puerta están, al menos, otros dos: uno, el 20 de mayo y otro, el 12 de junio de 2018. De los diez debates, ocho se han organizado junto con la autoridad electoral, pero dos, no. En el proceso electoral de 2000, sólo uno de los dos debates se organizó al amparo del ife y participaron en él los seis candidatos contendientes. El segundo, en cambio, a duras penas, se llevó a cabo entre los tres candidatos punteros en las encuestas y sin el control del ife: pugnas ríspidas y llenas de dimes y diretes entre los candidatos y sus grupos de campaña expuestas en los medios precedieron la decisión de llevar a cabo este debate que, aunque se había pensado de formato flexible y con intelectuales o periodistas como moderadores, estuvo a punto de frustrarse y terminó siendo un encuentro de formato híbrido, entre fases de turnos previamente asignados y otras de debate libre, con un solo moderador, limitado a asignar y controlar la duración de los turnos. Además, la institución que lo albergó no fue la electoral, sino la Cámara Nacional de la Industria de Radio y Televisión (cirt). El otro debate que no fue organizado por el ife fue el tercero del proceso electoral de 2012, el #Debate132, a cargo de los movimientos estudiantiles “Más de 131” y #YoSoy132, el cual, a diferencia de los otros nueve debates, no se transmitió por televisión, sino solamente vía internet y por unas cuantas estaciones radiofónicas. Estos movimientos estudiantiles surgieron en el periodo de campañas electorales, a partir de la visita del candidato del pri y del Partido Verde Ecologista de México (pvem) a la Universidad Iberoamericana, en su campus de la Ciudad de México, una institución de educación superior privada, de inspiración jesuita. El candidato sufrió una recepción llena de rechazos y una salida del campus universitario aún peor. La semilla del enojo de los estudiantes tras el malogrado encuentro fueron las crónicas de la prensa que afirmaban que quienes habían vapuleado al candidato no eran estudiantes de dicha universidad, sino grupos ajenos a ella, así como las declaraciones del vocero del pvem, que reiteraban esta versión, con el añadido en sus dichos de que los rijosos habían sido apenas unas 20 personas de más de 30 años de edad. Sin embargo, múltiples videos difundidos por las redes sociales digitales mostraban lo contrario. Con sus movimientos, los estudiantes lograron que el segundo debate presidencial organizado por el ife se difundiera en los canales de televisión de cobertura nacional —el primero no había corrido con esta suerte, porque los dueños de las grandes televisoras habían reservado los mejores espacios para un partido de futbol y otras cosas— y también la organización de un tercer debate en manos de estos movimientos estudiantiles. En él participaron sólo tres de los cuatro candidatos —el ausente fue el despreciado en la Iberoamericana— y se desarrolló bajo un formato que incluía dos fases de preguntas-respuestas-réplicas en dos modalidades y una de debate libre, con tres moderadores jóvenes y ciudadanos, cuyo papel, en los hechos, fue la asignación de los turnos y el control del tiempo.

Ahora toca tratar los hechos verbales. Son escasos los estudios académicos que han hecho algún diagnóstico de los aspectos discursivos en los debates mexicanos de 1994 a 2012.2 Todos ellos coinciden en que los formatos han sido excesivamente rígidos y que ello ha motivado que el diálogo entre los candidatos y con la ciudadanía haya estado casi ausente. Se refieren, sobre todo, a los debates de los procesos electorales de 1994, 2000, 2006 y 2012, a excepción del #Debate132, que, hasta donde tenemos conocimiento, no ha sido investigado en sus aspectos discursivos. A la luz de la teoría funcional del discurso de las campañas políticas de William L. Benoit,3 que se ha aplicado a diversos países, los investigadores han encontrado que, en los debates presidenciales mexicanos de 2006 y 2012, las estrategias discursivas preferidas de los candidatos han sido las aclamaciones, es decir, los reconocimientos o autoelogios que destacan ventajas de uno mismo respecto de sus cualidades personales o de sus proyectos políticos, por encima de, por un lado, los ataques o las expresiones que enfatizan los defectos personales o los infortunios políticos de sus oponentes o, por otro lado, de las defensas o refutaciones a los ataques recibidos por otros candidatos. Tal vez estas tendencias se asocien a los motivos que dieron origen a los debates presidenciales en México, esto es, aprovechar estos hitos de los procesos electorales para que los candidatos puedan exponer a las grandes audiencias las bondades de sus propuestas de campaña y, desde luego, de sus propias personas, a fin de garantizar la equidad en la contienda electoral. Arriesgarse con las estrategias de ataque, como se sabe, es propio de los candidatos en desventaja —según los sondeos de las casas encuestadoras de las preferencias de los ciudadanos—, quienes buscan desbancar al candidato puntero. Éste, en cambio, se mantiene con las aclamaciones y poco se defiende, pues tiene poco que perder. Tal parece que tal panorama se repite en otros países que siguen el ejemplo de las tácticas comunicativas de las campañas electorales estadounidenses. En países europeos como España y Francia, no sucede así, porque, además de que los debates políticos suelen ser cara a cara, entre dos contendientes, se privilegia el ataque por encima de la aclamación.4

Otro indicador lingüístico del grado de dialogicidad entre los candidatos y de éstos con la ciudadanía son las expresiones con las que los candidatos se dirigen a otros o a sí mismos, particularmente, las formas de tratamiento, es decir, la persona gramatical y determinadas formas nominales en sus funciones apelativas. En mi investigación al respecto, los resultados son reveladores. En los segundos debates presidenciales de 1994, 2000, 2006 y 2012, más de 80% de las formas de tratamiento no fueron de segunda persona y ésta apenas alcanzó 16% en los cuatro debates. Específicamente, los debates en los que apareció en mayor medida esta forma de apelar fueron los de 1994 y 2012, con 18.5% de usos en cada caso. Sin embargo, aquí es necesario personalizar: en el segundo debate de 1994, quien más usó la segunda persona, sobre todo, usted, fue Diego Fernández de Cevallos, para atacar a sus dos contendientes; de hecho, de los cuatro debates analizados fue quien más se sirvió de este recurso para apelar a alguien distinto a sí mismo, en 36% de sus apelaciones. En 2012 las cifras de la segunda persona se elevaron también por su uso en más de la cuarta parte de los tratos de dos candidatos: Josefina Vázquez Mota, quien la dividió en empleos de usted para dirigirse a los otros candidatos y en tuteo y uso de ustedes para dirigirse a los ciudadanos, y Enrique Peña Nieto, que acudió al tuteo para hablarle al pueblo —por cierto, quien más tuteó en comparación con todos los candidatos de 1994 a 2012—, pero quien escasamente tomó en cuenta a sus competidores, a los que siempre se dirigió con usted. Quienes menos emplearon la segunda persona fueron Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, que aun reuniendo sus usos en sus participaciones en los segundos debates de 1994 y 2000, apenas alcanzó 4%, y Andrés Manuel López Obrador, cuya suma de usos de segunda persona en los segundos debates de 2006 y 2012 fue de 3% del total de sus apelaciones. Hay, sin embargo, diferencias entre estos dos candidatos. Es verdad que Cárdenas Solórzano muy poco se dirigió a sus contrincantes con usted (en 1994) o con tuteo (en 2000), pero sí lo hizo con la tercera persona por segunda y formas nominales, en usos estratégicos que provocan algo similar al refrán popular “Te lo digo, Juan, para que me entiendas, Pedro”: en 1994, con 33% de sus tratos y en 2000, con 34%, cifras que lo ubicaron en la posición de quien más se dirigió a sus contrincantes con tratos indirectos. En contraste, López Obrador fue quien menos se dirigió a alguien distinto a sí mismo: 89% de sus tratos en 2006 fue en primera persona y en 2012, 93%, ya dejando muy poco espacio para otras formas de tratamiento; de hecho, en ambos debates la cuarta parte de sus apelaciones fueron de nos mayestático —el que más lo usó de entre todos los candidatos—, ese uso de la primera persona del plural en lugar de la primera singular, una estrategia muy gustada por los políticos.

En el primer debate de candidatos a la Presidencia de 2018, parecen haberse configurado estrategias discursivas diferentes a las de los procesos electorales previos. A reserva de dedicar una investigación pormenorizada de ellas, los cinco candidatos sí esgrimieron ataques a sus oponentes y no se reservaron a expresar aclamaciones; de hecho, los moderadores se propusieron orientar el propósito de los turnos asignados a alguna de las estrategias discursivas: exposición de posiciones y propuestas ante los problemas planteados —que podrían asociarse a las aclamaciones— y respuesta a preguntas o réplica a los ataques, aunque los candidatos no estuvieran dispuestos a ello. Es decir, hubo un esfuerzo real por fomentar el diálogo entre los candidatos, tanto por la estructura formal del debate como por la disposición para ello de sus participantes. No obstante, la duración establecida para cada turno, que nunca superó el minuto, desvirtuó el ejercicio de la argumentación, aunque sí favoreció un diálogo más dinámico. Esta fluidez, distinta a la de los debates anteriores, se vio reflejada también en el trato entre los candidatos: si bien en los debates anteriores había predominado el uso de usted entre ellos —a excepción del segundo debate de 2000, porque se hablaron de —, en el primero de 2018 el uso de la segunda persona se volcó en el tuteo e, incluso, en el uso de hipocorísticos (Pepe Toño) o apodos (Bronco) como vocativos, que no se había presentado en los debates de 1994 a 2000 y que tiñeron el debate de un halo de cierta informalidad y familiaridad entre los candidatos. En cambio, los moderadores siempre les hablaron a los candidatos de usted. Se puede lanzar la hipótesis de que los tratos informales estuvieron en el relieve dialógico entre los candidatos y de éstos con el pueblo (al que también tutearon), mientras que los tratos formales entre los moderadores y los debatientes permanecieron en el fondo. Esto habrá que comprobarlo científicamente.

¿Por qué el segundo debate presidencial de 1994 sigue siendo un referente obligado en la historia de los debates electorales en México? Es posible que este encuentro haya tenido tres factores a su favor: en primer lugar, los turnos duraron ocho, cinco y tres minutos, tiempos que dieron la oportunidad a los candidatos de organizar sus argumentaciones con cierta profundidad. En segundo lugar, eran sólo tres debatientes, lo que contribuyó a no diversificar tanto los focos de atención. Por último, en tercer lugar —algo insoslayable—, se mostró la habilidad retórica de uno de ellos, que no sólo elevó la altura del debate, sino que estimuló a los contrincantes a mejorar su actuación.

El primer debate de 2018 tuvo que cumplir con la máxima de la equidad en la contienda verbal, lo que obliga al árbitro electoral a evitar los debates cara a cara entre sólo dos candidatos. Queda esto como un buen deseo que irá de la mano del proceso de maduración democrática en México.◊

 


1 Instituto Federal Electoral, 1994: tu elección. Memoria del proceso electoral federal, México, Instituto Federal Electoral, 1995, pp. 23-24.

2 Los principales son: de Aquiles Chihu Amparán, El framing de los debates presidenciales en México (1994-2006), México, uam/Conacyt/Miguel Ángel Porrúa, 2008; de Martín Echeverría Victoria, “Debates presidenciales y democracia en México. Desempeño de los candidatos en los debates presidenciales de 2006”, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, 50 (202), 2008, pp. 33-49; también de Martín Echeverría Victoria con Blanca Chong López, “Debates presidenciales y calidad de la democracia. Análisis empírico normativo de los debates mexicanos de 2012”, Palabra Clave 16 (2), 2013, pp. 341-365 [en línea]; y de Nilsa Téllez, Carlos Muñiz y Jacobo Ramírez, “Función discursiva en los debates televisados. Un estudio transcultural de los debates políticos en México, España y Estados Unidos”, Palabra Clave 13 (2), 2010, pp. 251-270 [en línea].

3 Communication in Political Campaigns, Nueva York, Peter Lang, 2007.

4 Desde la lingüística, dos investigaciones así lo constatan: para el caso español, de José Luis Blas Arroyo, Políticos en conflicto: una aproximación pragmático-discursiva al debate electoral cara a cara, Berna, Peter Lang, 2011; y para el francés, de Catherine Kerbrat-Orecchioni, Les débats de l’entre-deux-tours des élections présidentielles françaises. Constantes et évolutions d’un genre, París, L’Harmattan, 2017.

 


* MARÍA EUGENIA VÁZQUEZ LASLOP
Es profesora e investigadora del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México.