Ligera como el viento

 

RON PADGETT* / TRADUCCIÓN DE JUAN CARLOS CALVILLO**

 


 

1

Es un día tranquilo. Me siento afuera, o adentro cerca de la ventana, y miro al exterior, y por un instante me doy cuenta de que tengo la cabeza apoyada en la mano izquierda. Veo la luz encima de todo, de árboles, colinas y nubes, y no veo ni los árboles ni las colinas ni las nubes. Veo la luz, y me quedo pensando que es cualquier día, no el día de hoy, sólo el día.

 

2

El viento hace que los árboles crujan y el volumen a veces sube, a veces baja. Llevo aquí sentado un buen rato, viendo en un principio la hierba y los árboles y el cielo, y luego, volviéndome cada vez más al interior, a la costumbre de reparar en las cosas, dejando poco a poco de ver lo que tengo frente a mí. Una grieta enorme, como una cuchillada, trazó un arco sobre el último giro del sendero mental que recorrí de arriba abajo, y se acercó a mí desde la izquierda. Incliné la cabeza hacia esa izquierda. Una y otra grieta en el bosque. Se me helaron las piernas. Voy a esperar hasta escucharla una vez más, y luego me levanto y vuelvo adentro.

Silencio.

 

3

En tiempos de penuria y desaliento suelo recurrir a la ropa deportiva. Acabo de incorporar a mi guardarropa tres pares de shorts color pastel y cuatro playeras gris claro y un jersey amarillo de algodón que es tan informal y elegante que seguro lo diseñaron en Francia. Me pongo la ropa nueva, me amarro las agujetas de los nuevos tenis blancos, y salgo a ver a la gente. Me dicen: “Te ves bien. ¿Son nuevos tus shorts?”.

—Sí, son nuevos —les contesto.

Y entonces regreso a casa y me siento en el pórtico bajo el cielo en mis shorts nuevos.

 

4

A veces te veo cuando no te das cuenta. Te veo en esos momentos como te vería un desconocido, para verte mejor de lo que suelo verte. Y, en efecto, siempre te ves fresca y renovada y parecida a la persona en la que pienso cuando pienso en ti. Me fascina cómo te ves. Y me siento feliz sólo de estar aquí, viéndote, como se sientan los perros a los pies de sus grandes dioses, nosotros. Yo me siento a los pies de eso que eres tú. Y veo tus pies.

 

5

Me quito la ropa y estoy en el aire; floto en él y él flota en torno a mí. Volteo a la derecha. Las primeras cabañas de la aldea, las primeras casas del pueblo, los primeros edificios de la ciudad: huesos, carne y vestimenta. El aire alrededor de todo. Aire que no puedo respirar, porque también yo soy una estructura que paso de largo, una tumba, un monumento, una inmensa nada.

 

6

Es un hombre de muchos vectores que se arman y desarman, del mismo modo en que la música llega primero del aire, luego de una pieza de madera que surge del aire. Luego el aire está en un museo en un país al que no te dejan entrar de momento porque tus vectores no están en orden. Tienes que volver a casa a ajustarte los conos y bastones: cae la noche, el vaho gris de su aliento.

 

7

Soñé que me había convertido en una hamburguesa muy alta y que piloteaba un avión que descendía sobre una jungla remota desde la que me saludaban los nativos, hechos de cartulina barata color verde, extáticos ante la llegada, por fin, de su mesías. Un bollo radiante se abrió por encima de mí al tiempo que yo me internaba, flotando con suavidad, en su verdor angular y giratorio.

 

8

Llego a un claro mental en el que sólo puedo hablar desde el corazón. Sin llevar a cuestas el paquete que resulto ser yo, sin la retahíla de maleteros que lo cargan, y sin el exorbitante viaje en taxi rumbo a una versión más completa de la misma personalidad diminuta, tomo, por lo que parece ser la primera vez en mucho tiempo, una bocanada de aire más profunda que el fondo de los pulmones, y en la pausa que llega al final de esa inhalación aparece un pequeño espejo; la niebla ligera que lo cubre se evapora pronto.

 

9

La palma de mi mano está en domingo, amodorrada, sabática. Lo que queda de mí está en miércoles, allá arriba y a la izquierda, en el cielo. Veo que necesitas lumbre, aunque no tienes nada que fumar. Dejaste tus implementos de fumar en jueves. Déjame decirle a mi mano que te los traiga. Ahí están; ahora estás haciendo nubes de humo. Sólo que no se disipan. Forman sombras, copias de mi mano, que se mueve para acercarse a tu cara.

 

10

Caigo en la cuenta de que me estoy repitiendo. Otro día y ahí estoy, tranquilo, afuera en el aire, con la mano que regresa por sus vectores. En este claro mental los fotones brincan por doquier en torno a los salvajes. De repente el chamán acerca su cara a la mía y grita “¡Mgwabi! ¡Mgwabi!”, señalando mis fotones. Me estiro y le quito la luz de la cara y la doblo con los dedos de mis manos y caigo en la cuenta de que me estoy repitiendo.

 

11

Al final de la luz alzo la voz desde allá abajo hasta acá arriba y tú no estás aquí. Podría gritar hasta que las palabras cambien de color y no haría ninguna diferencia. Tus vectores parten de la voz de mi mano y se dirigen hacia aquello a lo que apunta, esa nube brillante de allá, la que tiene los contornos en llamas, espléndida y, por fin, más ligera que el aire.

 

12

Un rayo frío corre por el cielo ahora del color del cemento mojado que forma el cuerpo de un hombre cuyo cerebro está a una altura de más kilómetros de los que se pueden encontrar en la tierra. Este cero absoluto emocional es como una columna que conduce la niebla densa y la lluvia ligera, y cuando los vectores del sol se acercan a su superficie, se dan la vuelta y se mueven paralelos a él. ¿Quién es este gigante de cemento? ¿Y cómo sé si es o no el mismo que vino esta mañana y accionó el interruptor que mandó la electricidad a ramificarse por mi corazón?

 

13

Es un día oscuro. Me siento adentro, la mano derecha en contacto con la cabeza. Veo el suelo, las telas, el humo de mi boca. Es como si no hubiera ninguna luz, como si parte del estar aquí de las cosas fuera la luz que lleguen a tener, inseparable de ellas mismas, invisible. La mesa no es significado de nada, aunque recuerda al árbol. La mesa no es inmortal, y sin embargo tararea una canción de existir para siempre. La mesa está en viernes, conmigo, los dos aquí en esta oscuridad, en un día miserable, y tengo la sensación de estar sonriendo, aunque no sonría.

 


* RON PADGETT

Es poeta, ensayista y traductor estadounidense, miembro de la segunda generación de la Escuela de Nueva York.

** JUAN CARLOS CALVILLO

Es profesor-investigador en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México.