Leer para viajar

 

VERÓNICA MURGUÍA*

 


 

Leer en los aviones.
Ana García Bergua, México,
Era, 2021, 136 pp.

 

Cuando un lector se asoma a un libro de Ana García Bergua, asiste a una fiesta en la que la anfitriona señalará, con indulgencia, los defectos más estrafalarios de los invitados. En el caso de su más reciente libro de cuentos, Leer en los aviones, García Bergua compuso un extravagante grupo de relatos que ocurren en tierra de nadie y durante el tiempo robado que son los trayectos de un lado a otro.

Esta fiesta, pues, transcurre en aviones, barcos, trenes, elevadores, hoteles, camionetas, camiones de mudanzas, coches en los que el gps parece no funcionar bien y ciudades llenas de misterio.

Allí está el señor B.: el que sostiene, con sonrisa de tedio, un vasito de tequila. B. no quiere otra cosa más que leer en el avión. Parece fácil, pero no lo es. B. está dispuesto a hacer lo que sea con tal de lograrlo. El nombre de B. se conservará con letras de oro en la historia de los vendedores itinerantes de textiles, pero a él su leyenda lo tiene sin cuidado. Lo único que desea en esta vida es arrellanarse en la butaca del avión y leer.

La señora sentada en la orilla del sofá con la bolsa en el regazo es A. Es muy supersticiosa y no puede salir de la casa sin su pata de conejo y amuletos varios, pero pronto se embarcará en una aventura por mar que la llevará a enfrentar un destino insular con una tía poseedora de una alarmante sexualidad expansiva. Éste es un rasgo de su tía que, francamente, no se esperaba.

El perrito chihuahua que roe una de las patas de la mesa se llama Atila. Viajero a su pesar, desaparecerá y aparecerá por arte del nerviosismo de Roberta, su dueña, a lo largo de un vuelo a Tijuana acompañado, como suele pasar, por un puñado de gente entre la que hay educados y groseros, serenos e histéricos.

Por ahí está la pareja que viajó por el Expreso Oriente —del cuento “Hotel Mármara”, en el que la ilusión del amor se puede resquebrajar por un paso en falso. Otros han recorrido ciudades dignas de figurar en el catálogo Las ciudades invisibles de Italo Calvino, como la ciudad de Tesla, habitada por políglotas que necesitan practicar sus habilidades lingüísticas para, quizá, conquistar pacíficamente el mundo, o la ciudad de Heredia, poblada por fantasmas que se codean con los vivos y que les quitan su lugar a éstos en las mil faenas menudas que conforman la rutina.

Hay huéspedes del Hotel Carioca, el del elevador reluciente, ése que se parece tanto a la caja de un mago, que logra desaparecer a la señorita Rossini sin que ella se lo proponga; mujeres que se “meten con tipos” para distraer el aburrimiento y que se terminan enfrentando a deseos a los que no prestaban atención. Hay bodas imprevistas en Nueva Delhi y un viaje por tren en el que la inesperada renovación de la vida derrota la nostalgia.

Esta fiesta tiene colados. Llegan, abren, con escándalo, la puerta de par en par, y todos se dan cuenta de que vienen armados. Estamos en México, parece decir García Bergua: no puede faltar la violencia que nos aflige. Por eso los empleados de las Mudanzas Rodríguez llegarán al límite de sus fuerzas, un límite tan extremo que bordea lo sobrenatural. Por eso, también Pablo tiembla ante la violencia larvada de Rico, quien parece un jovencito cualquiera, pero que tiene el alma muerta. O, tal vez, y para nuestra desgracia, Rico, el pinche Rico, es, de verdad, un muchacho como tantos.

¿Quién es el hombre que trabaja llevando paquetes para esa misteriosa empresa internacional a la que, como sabemos, se puede entrar, pero de donde no existe forma de salir? El lector haría bien en leer este libro y averiguarlo.

García Bergua está en un momento feliz de su trabajo como escritora. El risueño erotismo que se vislumbraba en La tormenta hindú y otros cuentos aquí hace un desparpajado acto de presencia que provoca la carcajada. El lector también encontrará el absurdo, tan de García Bergua, tratado con la más natural de las cortesías.

Creo que el humor es uno de los puntales de la cordura. En un país como México, hay pocas razones para reír. Por eso, un libro como Leer en los aviones es un logro doble: se toma en serio la escritura y se burla, sin hiel, de la tragicomedia en la que estos tiempos se han convertido.◊

 


 

* Escritora, traductora e ilustradora de libros, estudió Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Sus colaboraciones se han publicado en Etcétera, Laberinto Urbano, La Jornada Semanal y Origina. Su novela Auliya (1997) se ha traducido al alemán y al portugués, y El fuego verde (1999), al alemán. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte desde 2001. En 1990 obtuvo el Premio Nacional de Cuento para Niños Juan de la Cabada por Historia y aventuras de Taté el mago y Clarisel la cuentera, y en 2013, el Premio Gran Angular de literatura juvenil, en España, por su novela Loba.