Las grietas de Europa

“Imprescindible” para entender la actualidad de Europa como proyecto unitario es la calificación que hace Herrera Capetillo del libro aquí reseñado. Se trata, según el crítico, de una radiografía minuciosa de los problemas que atraviesa el proyecto y que permite escudriñar sobre la viabilidad —o no— de la integración regional.

 

–HÉCTOR ERNESTO HERRERA CAPETILLO*

 


 

Beatriz Martínez de Murguía,
La quiebra de Europa.
Una crisis cultural
, México,
Cal y Arena, 2017, 185 pp.

 

E n voz de uno de sus personajes —el Conde de Montecristo—, el novelista francés Alejandro Dumas decía que “para toda clase de males había dos remedios: el tiempo y el silencio”. Sin embargo, debemos reconocer que cuanto más tiempo se pase en silencio ante los problemas, más graves tienden a volverse. Negarlos o actuar con indiferencia frente a ellos no hace más que complicar la situación a futuro. Ésa parece, precisamente, la preocupación de la cual parte la politóloga española Beatriz Martínez de Murguía para escribir La quiebra de Europa. Una crisis cultural, quien considera que la carencia de una unión política entre sus miembros ha sido un impedimento para enfrentar las crisis políticas, económicas y culturales que ha vivido Europa en la última década.

Quienes han seguido el trabajo de Martínez de Murguía, recordarán las palabras con las que, en 2015, concluía su blog “Galerna” en la revista Nexos:

 

Me despido desde una Europa pacificada (a excepción de lo que sucede en Ucrania), pero debilitada y acosada por múltiples enfermedades oportunistas, algunas de ellas potencialmente mortales. Las secuelas de la crisis que no termina han minado severamente la confianza de los europeos en las instituciones y los políticos: que 56% de los ciudadanos piense que sus hijos vivirán peor que ellos, habla por sí solo de su profunda desconfianza en el futuro (Nexos, 10 de febrero de 2015).

 

Tres años después, esas preocupaciones se han materializado en esta obra.

Aunque el título podría parecer exagerado, pues no refiere, como lo reconoce la misma autora, a una ruptura definitiva de las instituciones ni al fin de la Unión Europea, sino a una quiebra menos aparatosa, sirve para darnos cuenta de algo potencialmente más profundo, una mirada a sus grietas, ésas que sí podrían, eventualmente, destruir el proyecto europeo desde su interior. Si bien, al utilizar la palabra “quiebra”, el título parece ir más lejos de lo planeado, al referirse a la “crisis cultural” se queda corto. El libro ofrece, en realidad, una mirada completa no sólo a ésta, sino a las distintas crisis que padece Europa. Con tal propósito, la obra se divide en siete apartados que van desde la crisis política y la desigualdad hasta el yihadismo en Europa, pasando por la crisis económica, el crecimiento de la derecha populista, la política exterior fragmentada y el desafío que representan los inmigrantes y refugiados para la Unión.

Estas crisis han llevado al desencanto en el Sur, Norte y Este de Europa por igual, un sentimiento común, pero por razones diversas. En el Sur, alimentado por la desconfianza hacia la clase política y la crisis económica que persiste y afecta, particularmente, a los jóvenes, un sector atrapado en el trabajo precario y mal remunerado. En los países del Norte, como subraya la autora, salvados de lo peor de la crisis económica, se fortalece un mirarse hacia dentro, lo que se traduce en un distanciamiento de cualquier compromiso con la inmigración y la crisis de refugiados de los últimos años. En el Este, finalmente, miran con recelo una Europa de la que esperaban sólo beneficios y que, en cambio, les impone cuotas de refugiados, así como medidas sociales y políticas que chocan con las suyas.

Europa se convierte así en un recurso ampliamente utilizado que la coloca como la culpable de todos los males, en clara contradicción con aquella que en el pasado vendía la idea de Europa como la solución a todos los problemas. Veinte años atrás, Tony Judt ya lo advertía: invocar la palabra “Europa” como un mantra, un estandarte frente a los herejes nacionalistas, lejos de resolver los problemas del continente, se habrá convertido en un impedimento para reconocerlos (Tony Judt, ¿Una gran ilusión? Un ensayo sobre Europa, Taurus, México, 2013). Hoy, al invocarla, por el contrario, como la causante de todos los males, se impide nuevamente, aunque desde otra perspectiva, comprender las verdaderas raíces de esos problemas que le aquejan.

En “Del euroescepticismo a la eurofobia”, Martínez señala precisamente el crecimiento de la duda y, peor aún, el temor ante el avance de la Unión. Si bien el euroescepticismo, como término, se acuñó a finales de la Segunda Guerra Mundial, en la última década ha sido ampliamente utilizado como consecuencia de la crisis económica, la falta de confianza en el euro, el desempleo y la pérdida de poder adquisitivo. Esto ha llevado a que el antiguo debate sobre el futuro de la Unión Europea, que oscilaba entre una verdadera integración política de los Estados miembros, defendida por Alemania, y una simple cooperación intergubernamental, patrocinada por Francia, se reduzca en la actualidad a la pregunta de si el proyecto europeo merece la pena y es aún viable.

El cuestionamiento de la Unión Europea se ha convertido en una poderosa arma electoral, afirma la autora. El Brexit —la salida del Reino Unido del proyecto europeo tras un referéndum realizado el 23 de junio de 2016— es un claro síntoma de ese euroescepticismo, aunque no el único ejemplo en la historia reciente de Europa. Como ilustra Martínez, si entre 1973 y 1991, la opinión positiva sobre la pertenencia a la Comunidad Económica Europea no bajó nunca de 50%, e incluso en el siguiente periodo entre 1991 y 2007, la aprobación se mantuvo por encima de ese umbral, en contraste, entre 2011 y 2013 sólo 30% de los europeos encuestados tenía una imagen positiva de la Unión Europea. Para 2015, el Eurobarómetro revelaba que sólo 40% de los encuestados tenía confianza en las instituciones comunitarias.

En “El crecimiento de la derecha populista”, la autora apunta a una de las consecuencias del incremento del euroescepticismo o eurofobia en su versión más extrema; nos referimos al crecimiento paralelo de los partidos de extrema derecha, a los que también se ha denominado derecha populista, cuyos rasgos en común giran en torno a su rechazo al proyecto europeo, una marcada xenofobia, particularmente contra los musulmanes, así como una agenda proteccionista del mercado interno. A través de un recorrido por las elecciones más recientes en 13 países de la Unión Europea, Martínez evidencia el rápido y marcado ascenso de partidos de la derecha populista. En Finlandia, el Partido de los Auténticos Finlandeses —que ha puesto énfasis en la escasa integración de los inmigrantes al país, la necesidad de establecer impuestos sobre las fortunas, el débil gasto en sanidad pública y la policía, y que ha promovido, entre otras cosas, la prohibición del matrimonio igualitario, la adopción homoparental y la mendicidad pública— obtuvo, en las elecciones de 2015, 17.6% de los votos, sólo cuatro puntos menos que el gobernante Partido del Centro. En Dinamarca, el Partido del Pueblo Danés alcanzó 21% de la votación en la jornada electoral de 2015, mismo año en que la Unión Democrática del Centro obtuviera 29.5% de los votos en Suiza. Algo parecido ha pasado en Austria con el Partido de la Libertad, en Hungría con Jobbik, en Grecia con Aurora Dorada, en Alemania con Alternative für Deutschland y en Francia con el Frente Nacional que dirige Marine Le Pen, partidos que hasta hace poco eran muy pequeños y no constituían opciones reales de gobierno. El tiempo continúa dando la razón a la autora en esta tendencia; hace tan sólo unos días, la Liga del Norte y el Movimiento 5 Estrellas, ganadores de las elecciones de marzo de 2018 en Italia, acordaron formar una coalición de gobierno. Matteo Salvini, líder de la Liga, reconocido por sus críticas a la Unión Europea y como representante del ala xenófoba de la política italiana, se encargará del Ministerio del Interior (Daniel Verdú, “La Liga y 5 Estrellas cierran un nuevo acuerdo y gobernarán Italia”, El País, 1 de junio de 2018).

En consonancia con la crisis cultural, la autora pone énfasis en la relación entre el ascenso de estos partidos y sus discursos eurofóbicos, xenófobos y contra los inmigrantes; sin embargo, el texto también nos permite fortalecer una hipótesis alternativa o complementaria: el malestar con la situación económica, el aumento del desempleo y el éxito de estos partidos en regiones que padecen una rápida desindustrialización son también una causa de su creciente popularidad. El discurso antiinmigrante no sólo se ha centrado en su débil integración y adaptación a la cultura local, sino también en la supuesta carga que representan para el sistema de seguridad social y en los empleos que les quitan a los nacionales.

Al hablar sobre la crisis griega, más aún, sobre las reacciones posteriores a la crisis, la autora ilustra uno de los momentos de inflexión más claros en el imaginario de muchos europeos sobre lo que es y debe ser la integración regional. La confrontación entre sus miembros, el déficit democrático del que padece el sistema político comunitario, la desigualdad entre los países que la componen llevaron a que, por un lado, se expusiera ante los medios de comunicación las fortalezas del modelo alemán —la hormiga de la historia—, mientras que, por el otro, se estigmatizara a los griegos —la cigarra—, haciendo del debate público una discusión moral sobre si los griegos merecían o no ser salvados, aun cuando se documentó que diversas empresas alemanas habían sido parte de esa corrupción local. Si en 2016, el Brexit, como apunta Martínez, fue para las instancias europeas un ejercicio democrático legítimo, un año antes, el referéndum convocado por el gobierno griego para conocer la opinión de sus gobernados sobre la aceptación o rechazo de las duras condiciones de rescate impuestas por la Troika representaba una afrenta a la Unión, un insulto al sistema.

En el capítulo sobre “Una política exterior común fragmentada”, la autora subraya la falta de coherencia y rumbo de la política exterior de la Unión Europea, misma que se reduce a una figura de representación de buenos deseos, pues carece de capacidad política alguna. La regla de unanimidad entre sus miembros ha impedido que Europa participe en conjunto en los conflictos más álgidos del mundo, incluso aquellos que han ocurrido en su territorio como la Guerra de los Balcanes entre 1991 y 1995, o cercanos a sus fronteras, como la Guerra de Irak en 2003. La pelea entre los intereses nacionales de los países integrantes, la dependencia militar que tienen respecto a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (otan), su brazo defensivo, y las pertenencias cruzadas entre ésta y la Unión Europea —por ejemplo, Turquía es miembro de la otan, pero no de la ue—, hacen imposible la adopción de una postura común sobre los conflictos y una acción conjunta.

En “El yihadismo en Europa”, la autora pone en la mesa el tema del terrorismo islámico, particularmente visible a raíz de la masacre en la redacción del semanario satírico francés Charlie Hebdo, un fenómeno que, como subraya Martínez, no es religioso, sino fundamentalmente político, y que, al mismo tiempo, muestra las debilidades en la falta de coordinación entre los países de Europa, por ejemplo, en materia policial. Algo que resulta, igualmente preocupante, es el crecimiento de grupos, especialmente de jóvenes, radicales, que tienen en común una historia de marginación, pérdida de referencias familiares y una búsqueda de sentido en la vida a través del fanatismo.

Finalmente, al concluir con “Los nuevos desafíos: inmigrantes, refugiados y el debate sobre la islamización de Europa”, Martínez expone la forma en que el miedo a los inmigrantes, a los refugiados y a una creciente “islamización” percibida por un gran número de europeos ha estado presente en el debate público regional, en muchas ocasiones, como si se tratara de lo mismo. El tema de la migración, por ejemplo, resultó central en la campaña a favor del Brexit. Y las acciones tomadas en torno a la crisis humanitaria en Siria han evidenciado otro tema en el que los países miembros tienen poca coordinación, los refugiados. La decisión unilateral de Alemania de acoger a más de un millón de personas, permitiendo así su entrada al espacio Schengen, y la falta de compromiso de países como Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia para recibirlos, pone en el centro de la atención la necesidad de una unión política europea.

Los desafíos expuestos en el libro, concluye Martínez, tienen, en caso de no resolverse adecuadamente, la fuerza para terminar derribando el proyecto europeo. Es la falta de unión política y de una verdadera integración entre sus miembros —puede leerse a lo largo de la obra— la que ha provocado que no puedan solucionarse de forma eficiente los problemas. Sin embargo, cabría también preguntarnos si no es precisamente la unión económica y la cooperación en distintas áreas —aunque aún insuficiente— la que le ha permitido y permite a Europa tener mayores instrumentos para resolver esos problemas en comparación con otras regiones que también comparten diversos malestares, pero que no cuentan con los antecedentes de integración que tiene la Unión.

Para una europeísta que se muestra desencantada en varios temas, la pregunta con la que Martínez cierra su libro: “¿Tiene solución Europa?, o mejor aún, ¿merece la pena salvar la Unión Europea?”, tiene mucha pertinencia, pues, en la exposición de sus inquietudes, Martínez nos demuestra que, a pesar de todo, el proyecto ha valido la pena. Es, precisamente, preocupada por los problemas que aquejan a la Unión, que la autora se reconoce, quizá sin admitirlo, nuevamente europeísta.

Una pregunta más cabe sobre la mesa: ¿existe, además de la posibilidad, el deseo de Europa por reencontrarse? Decía el novelista francés Henry Bataille que “nos buscamos en la felicidad, pero nos encontramos en la desgracia”. Quizá es, en estas horas adversas por las que atraviesa la Unión, el momento adecuado para repensar la integración regional y encontrar nuevamente la motivación para superar las diferencias nacionales de sus miembros. Con su obra, Beatriz Martínez proporciona a los lectores una radiografía de los problemas por los que atraviesa Europa y es, en esa medida, un libro imprescindible en el debate sobre Europa.◊

 


* HÉCTOR ERNESTO HERRERA CAPETILLO
Es internacionalista por la unam y politólogo por El Colegio de México, integrante del Programa de Investigadores Asociados de El Colegio de México.