La Primavera Árabe no es una estación: continuidad y cambio en Medio Oriente y África del Norte tras las rebeliones populares de 2011

La Primavera Árabe demostró que muchos de los estereotipos políticos y culturales que se tenían sobre la región estaban equivocados. Gilberto Conde escribe sobre cuáles han sido sus consecuencias como proceso histórico que aún no concluye.

 

GILBERTO CONDE*

 


 

En 2011, estrategas, estadistas, periodistas y académicos, convencidos de que los árabes y los musulmanes eran de cierta forma, recibieron el año viendo sus convicciones volar como diente de león en el viento. Impensable, quizá, pero se rebelaban, salían a las calles en masa: “el pueblo quiere”, decían, “pan, trabajo, participar, decidir, derrocar el orden establecido”. Se movilizaban sin líderes ni convicciones preestablecidas, usando las redes sociales. Su entusiasmo se contagiaba de un país a otro, de un género a otro, de un grupo religioso a otro, de una identidad étnica a otra. Llegaron la reacción, la represión, el dinero, las armas, las violencias descarnadas, las ideologías que todo desvirtuaban y más violencia. Y venció la geopolítica, la de los Estados y las élites. A pesar de ventiscas y tormentas, cada tanto tiempo la Primavera Árabe vuelve, cuando y donde menos se le espera, sin preocupaciones de si favorece el campo de unos o el de otros. Es, después de todo, no una revolución de un día para otro, sino un proceso revolucionario con complejos altibajos.

 

Realidad y ficción de un statu quo tranquilo

 

Prácticamente nadie antes de 2011 pensaba que fuera posible que se aproximaran grandes estallidos sociales en la región árabe. Desde la política, la academia y el periodismo, se han repetido ad nauseam tópicos ideológicos justificados mediante razonamientos inductivos. Provienen de un orientalismo inconfesado que considera una verdad inamovible que política y religión son indisociables en las sociedades islámicas, que son incompatibles con la democracia, que la posición del patriarca es incuestionable o que las contradicciones principales se dan entre grupos primordiales. Otros aseguran que no puede haber democracia en países con economía basada en la renta petrolera.

Y las rebeliones estallaron y fueron masivas. La historia de la región está repleta de levantamientos populares. Antes y después de la Primera Guerra Mundial hubo numerosas revueltas, muchas antiimperialistas, pero también contra las élites locales. Los ejemplos abundan: 1918 y 1919 en Palestina y Egipto, 1920 en Siria e Iraq, en esos mismos años en Marruecos y Argelia. Con la colonia y después, la resistencia ha continuado. Mientras tanto, se ha ido instalando un grado creciente de individualismo entre las clases poseedoras.

La estabilidad social, desde el punto de vista de las élites mundiales, regionales y locales, se forjó con dificultades entre finales de la década de 1960 e inicios de la de 1970, cuando se estableció la mayoría de los regímenes que fueron sacudidos en 2011. Aún así, siguió habiendo movimientos, oposiciones de diferentes magnitudes y tendencias, incluidas las rebeliones palestinas, la resistencia libanesa a la ocupación israelí, las guerrillas kurdas en Turquía, Iraq e Irán, la misma revolución iraní de 1979 a pesar de su devenir posterior, movimientos islamistas de todo tipo, independientemente de sus implicaciones conservadoras e, incluso, complejas, pero que no lograban tambalear el orden establecido. Había una tranquilidad imperfecta, pero funcional, desde el punto de vista de la división internacional del trabajo y de la acumulación de capital.

Sin espacio para entrar en detalles, mencionemos varios factores interconectados del statu quo que incitaron a las poblaciones a sublevarse. En el dominio económico destaca que, si las fuerzas productivas tienden a desarrollarse poco en la periferia del capitalismo actual, están prácticamente bloqueadas en Medio Oriente y África del Norte. Las actividades más importantes ahí son en buena medida rentistas y generan relativamente pocos empleos. Durante décadas ya, el neoliberalismo ha buscado reducir el sector público, restringiendo también la disponibilidad de empleo, salvo por algunos puestos no calificados. Sí hay trabajo en la industria, el comercio, la construcción, los servicios y el turismo, pero es insuficiente. Lo que abunda es una amplia población joven, con frecuencia desempleada o sin expectativas de futuro digno.

En el ámbito político, debe destacarse la permanencia, en casi cada uno de estos estados, durante décadas, de un poder cada vez más desconectado de las preocupaciones de los sectores mayoritarios. Quienes han sostenido las riendas, por lo contrario, están cada vez más obsesionados con satisfacer sus propios intereses y los de su oligarquía, que está íntima, cuando no orgánicamente, ligada al poder estatal. En la práctica, el Estado se ha convertido en patrimonio del grupo que lo ha controlado durante décadas. Casi nadie que esté en las márgenes del dispositivo de poder lo considera legítimo y, por lo contrario, lo perciben como un mecanismo de corrupción dedicado a despojarles de los bienes públicos. Durante las décadas de 1950 a 1970, se forjó una hegemonía cultural en torno de la Nación, pero ahora sectores importantes perciben que los regímenes utilizan el discurso nacional para la estabilidad, mientras que en la práctica sirven intereses ajenos. Con el auge de las oposiciones con fundamento religioso después de 1979, también se ha pretendido reforzar la legitimación religiosa, pero esto igualmente se percibe como parte del dispositivo de control.

Los regímenes, conscientes de esto, solían limitar las oposiciones mediante la censura y un complejo dispositivo de seguridad afinado a partir del legado de las colonias británica y francesa. Sin embargo, durante los 15 años anteriores a la Primavera Árabe, evoluciones tecnológicas y sociales habían ido mermando esos controles. El establecimiento de Al Jazeera en 1997 mermó la eficacia de la censura. Las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación llenaron la región de cibercafés y computadoras personales, facilitando la comunicación horizontal, que la telefonía celular “inteligente” y las redes sociales potenciarían, frustrando en gran medida los intentos de censura o bloqueo informativo.

 

Rebelión, represión y violencias

 

Las rebeliones de 2011 lograron éxitos hasta entonces inimaginables. Las calles de Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen, Baréin, pero también las de Marruecos, Jordania y de algunas ciudades de Arabia Saudí, se llenaron de manifestantes, hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes. Durante no pocas semanas, se borraron las divisiones confesionales, étnicas, de género. Todo era excitación, anhelos y enfrentamiento con el dispositivo de seguridad. El ejemplo cundió no sólo en países árabes, sino en lugares tan insospechados como España, Israel, Estados Unidos y Turquía. Se ha experimentado con modelos de autonomía, democracia directa, empoderamiento de las mujeres y convivencia intercomunitaria en amplias regiones del norte de Siria. Las rebeliones de Túnez y Egipto lograron tumbar sus gobiernos en semanas y probaron la democracia representativa con virtudes y defectos.

En otros países, la situación sería más difícil. Las élites mundiales, regionales y locales entraron en pánico e hicieron todo por apoyar algunas y apagar otras para salvar el statu quo. En Libia tumbaron al dictador, pero a costa de una cruenta guerra compleja. Las movilizaciones en Yemen llevaron a un cambio de mando, aunque negociado por las oligarquías regionales y muy superficial. Tras un par de años, los militares egipcios tumbaron el gobierno electo en su país. Un grupo rebelde, los huthis, derrocaría al de Yemen, tras lo que vendría una cruenta e interminable guerra liderada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes. En Libia se retomaría la vía de las armas en torno de dos bandos, uno apuntalado por Qatar y Turquía; otro por saudíes, emiratíes, egipcios, franceses y rusos.

Vendría también la catástrofe siria, espantajo que desalentaría cualquier rebelión en Medio Oriente y África del Norte durante años. Aunque por razones opuestas, dos bandos de estados poderosos querían guerra, que la población combatiera en función de identidades religiosas y que intervinieran potencias extranjeras. Lo lograron, por orden de importancia, la sanguinaria represión del Estado, la injerencia exterior y la intervención de grupos religiosos militaristas e, incluso, oscurantistas, y el país se desgarró. En medio del caos subsisten experiencias importantes. La vida sin los Asad fue posible, aunque fuera en lugares y por tiempos delimitados. En el norte y este del país, kurdos, árabes, asirios y turcómanos han logrado convivir y experimentar formas autónomas de organización social y económica, desafiando criterios capitalistas y patriarcales.

No pocos analistas y observadores, conservadores o de una izquierda tradicional, inclinada a entender el mundo como si se dividiera en dos campos, han querido ver una mano oculta tras los estallidos de 2011. La conjetura de la conspiración, más que explicar, exonera a los estados y a sus oligarquías de las prácticas dictatoriales y revela una profunda desconfianza en los pueblos. Sin duda, las potencias hegemónicas inciden en pos de sus propios intereses, pero no puede soslayarse lo demás.

 

Cambios y permanencias

 

A diez años de aquellos sacudimientos, cabe preguntarnos que ha sido del statu quo. En cierta medida, el esquema anterior de gobierno se ha restaurado: en lugar de mayor democracia, se ha recrudecido la represión. Aunque el golpe de Estado en Egipto depuso a un desprestigiado gobierno de los Hermanos Musulmanes, maniató al conjunto de la sociedad, coartando libertades y relanzando la corrupción. Un cambio importante es que ahora hay un estado de guerra duradero, no sólo en Siria, sino también en Yemen y Libia. En Iraq duró menos, así como en Turquía, cuyo ejército está activo en varios escenarios en toda la región y ha incorporado a antiguos rebeldes sirios a manera de mercenarios a sueldo. Las oligarquías siguen al mando en sus países y las regionales siguen interviniendo en los demás. El pueblo palestino es abandonado con abierto cinismo por jerarcas a los que únicamente preocupan su estabilidad y las fluctuaciones de sus acciones en la bolsa.

A escala geopolítica, Siria, Yemen, Libia e Iraq están ocupados por ejércitos extranjeros. El momento unipolar estadounidense en la región terminó, ya que Rusia y China se han instalado como referentes militares y económicos. Los juegos de alianzas son fluidos, aunque persisten como siluetas el de los más cercanos a Estados Unidos y el de los desechados.

En la economía, lo esencial permanece y los cambios tienen menos que ver con la Primavera Árabe que con problemas estructurales del capitalismo en la región. Mientras que se mantiene el modelo rentista con todas sus implicaciones, el nivel de vida del grueso de la población, su acceso al empleo, sin hablar de empleo a la altura de las expectativas, no sólo no ha mejorado, sino que se ha deteriorado con la guerra, la caída de los precios del petróleo, la disminución drástica del turismo y, ahora, con la profunda crisis económica desatada por la pandemia.

¿Qué ha sido entonces de la Primavera Árabe? ¿Murió indefectiblemente bajo la represión sanguinaria o sutil, la guerra y la repulsiva experiencia de las versiones más oscurantistas del fundamentalismo religioso? La práctica social en la región nos muestra que no ha sido así, además de algunos logros. Las causas que la suscitaron siguen presentes, por lo que los efectos no pueden ser muy diferentes a los anteriores. La primavera resurge cuando menos se le espera. Alhucemas, en Marruecos, a pesar de haber sido aplastada, dio una primera señal del regreso de las rebeliones en 2015. En 2019, en Argelia, las manifestaciones lograron evitar que el presidente se reeligiera por quinta vez; en Sudán, lograron tumbar al dictador. A finales de ese mismo año, manifestaciones masivas pusieron en jaque todo el sistema político en Líbano y en Iraq, así como en un país no árabe, pero vecino, Irán. En Egipto, videos en redes sociales de un empresario denunciaban la corrupción y no desataron nuevas movilizaciones porque las fuerzas de seguridad arrestaron preventivamente a entre dos y tres mil personas en un fin de semana. En Túnez, durante las primeras semanas de 2021, grandes manifestaciones han sacudido las principales ciudades del país.

La primavera no es una estación, sino un proceso complejo que perdura.◊

 


 

* GILBERTO CONDE

Es profesor-investigador en el Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México. Sus líneas de investigación son la geopolítica, el agua y los recursos naturales, así como las relaciones de poder, resistencias y rebelión en el Medio Oriente y el norte de África. Es autor de Siria en el torbellino: insurrección, guerras y geopolítica (El Colegio de México, 2017).