La pandemia de covid y la salud mental

Los retos surgidos ante la situación inédita que vivimos con la pandemia de covid, los aprendizajes que tales circunstancias nos dejaron y lo que estas enseñanzas representan para enfrentar el porvenir se evalúan aquí desde el conocimiento y la experiencia en atención de la salud mental.

 

SOREN GARCÍA ASCOT Y ADRIANA SEGOVIA URBANO*

 


 

Diferentes etapas de la pandemia

 

La emergencia sanitaria por la covid ha empezado a disminuir en intensidad, puesto que, aunque los contagios siguen y aumentan en ciertas épocas, los casos de gravedad son menos y, en su mayoría, no requieren de hospitalización, además de que el proceso de vacunación avanza. Todo esto ha generado cierto estado de esperanza y mayor tranquilidad en general en la población de México y de otras partes del mundo.

Podríamos diferenciar tres etapas de esta crisis que ha tenido también diversos comportamientos y efectos en la salud mental: el inicio, con predominio del confinamiento y la incertidumbre; un segundo momento, marcado por la sensación de eternidad de la “emergencia”, así como de la cercanía de la enfermedad y de la muerte; y un tercer momento, con las vacunas y el inicio del regreso a una cierta normalidad.

Hoy nos hemos adaptado a vivir tomando medidas de cuidado y asumiendo los riesgos de contagio. Nos hemos permitido recuperar espacios y actividades. Es evidente que en los últimos meses se ha dado un regreso a la vida parecida a como la conocíamos antes de la pandemia; sin embargo, hay cosas que han cambiado para todos, ya que en los meses de confinamiento enfrentamos muchos retos y dificultades como sociedad, así como en los ámbitos personal y familiar; por esa razón, retomar nuestras actividades presenciales y el contacto con otras personas no puede suceder como si nada hubiera pasado.

Todos esos cambios, retos y adaptaciones nos enseñaron cosas importantes. Desde nuestro trabajo como psicoterapeutas, hemos acompañado muchos procesos personales, familiares y grupales a lo largo de la pandemia; en muchas de esas horas de acompañamiento, hemos reflexionado con las personas con quienes trabajamos sobre estos temas, tanto desde la perspectiva personal como social, acerca de lo que representó haber vivido esta situación y sobre lo que sigue.

 

Los retos

 

En la atención que brindamos en estos dos años, principalmente en línea, a familias, parejas, grupos e individuos, encontramos que las personas enfrentaban retos diversos, todos derivados de una experiencia inesperada y totalmente nueva. Debemos insistir, siempre que hacemos generalizaciones, en que son válidas para un sector de la población, pues hay que recordar que éstas pueden no aplicar en contextos socioeconómicos diferentes porque, aunque tenemos el privilegio de trabajar con personas de muy diferentes niveles sociales, finalmente trabajamos con quienes tenían un mínimo acceso a internet y a algún dispositivo.

 

El encierro

 

El confinamiento prolongado, la incertidumbre generada por la poca información que se tenía en un principio sobre el virus y por los casos de gravedad cercanos que cada persona tuvo que vivir, así como las pérdidas humanas, la sobreinformación, el miedo y la realidad de enfrentarnos con la vulnerabilidad de nuestra salud y de nuestra vida, tuvieron efectos determinantes en la forma en la que lidiamos con diversas situaciones, desde prácticas sencillas y cotidianas hasta la forma de vincularnos, de cuidarnos y de priorizar nuestra salud tanto física como mental.

Diríamos que para aquellas personas a las que su trabajo les permitió encerrarse en la época de mayor confinamiento y para quienes permanecieron en esa condición entre uno y dos años, por lo menos —lo cual incluye a estudiantes de todos los grados que tuvieron dos años de estudio en línea—, el encierro provocó, por lo menos, tres tipos de efectos de acuerdo con las personalidades: para algunas personas a las que, por diversos motivos, la socialización no les es tan fácil, el encierro se volvió un mundo ideal, la experiencia nunca imaginada de no tener que saludar ni relacionarse con la gente cara a cara, tan ideal que para estas personas el regreso a lo presencial implicaba un temor y una angustia particulares. Un segundo efecto fue la facilidad de adaptación a lo nuevo, la capacidad de un grupo amplio de personas que, con todo y el impacto traumático de la situación, desarrollaron habilidades para adaptarse sin costos emocionales mayores: disfrutaron comer todos los días con la familia, no tener que trasladarse,  no correr y hasta apreciar con más detalle su hogar. El tercer efecto fue para ese grupo de personas que no pueden estar en su casa, o en un mismo lugar, para las que salir y moverse es una necesidad vital; no tiene que ver necesariamente con que el ambiente de la casa sea hostil o no, sino que simplemente estar en el mismo lugar les resulta asfixiante. Gran parte de las personas de este grupo son jóvenes, pero no exclusivamente. Estas personas salieron. Salieron siempre que pudieron; más allá de la conciencia sobre las medidas de cuidado, salir les fue imperativo. En este grupo no hablamos de las personas que por necesidad económica tenían que salir, las que no tenían otra opción: nos referimos a quienes podían quedarse en casa y no lo hicieron por su personalidad. Esta clasificación no implica de ninguna manera una patología en ningún caso, pero debe señalarse que, con base en estas diferencias, los efectos del encierro fueron positivos y negativos en cuanto a la salud mental se refiere.

 

La distancia social

 

El aislamiento y la falta de interacción social tuvieron efectos devastadores para algunas personas; fue duro, sobre todo para infantes y adolescentes, en años cruciales en los que la interacción con sus pares es determinante para su desarrollo emocional, y para aquellos adultos mayores que vivieron el confinamiento solos, lejos de sus familias y de sus redes de apoyo. Los efectos emocionales de ese asilamiento se perciben hoy en muchas personas, en la forma en la que se relacionan y retoman el contacto con sus vínculos.

Para la mayoría de las personas, en un país en el que la gente acostumbra(ba) saludarse con algún acercamiento físico —mano, beso, abrazo—, aun cuando la relación fuera reciente o no tan cercana, habituarse a tomar distancia se convirtió, al principio, en una práctica extraña y, después, en una gama diversa de formas, más allá de los datos sobre momentos agudos de contagio, ya que, para los cercanos, dentro de casa o en reuniones familiares (pequeñas o grandes), la distancia social se rompía con facilidad. De hecho, las reuniones familiares decembrinas de 2020, junto con los factores climáticos y cíclicos del virus, aumentaron los contagios y las muertes. Por otro lado, especialmente después de las vacunas y cuando la mayoría de las actividades regresaron a una cierta normalidad, el tema de la distancia también adquiere múltiples formas, mucho más acordes con la idiosincrasia que con la información científica, que van desde el acercamiento previo a la pandemia hasta las que aplican quienes prefieren mantener el menor contacto posible. Esto tendrá una consecuencia en aspectos de salud, pero en materia de relaciones ha venido a desafiar nuestras costumbres de toda la vida sobre lo que procede respecto al acercamiento y a las demostraciones de afecto.

Las personas buscan ahora maneras más o menos explícitas o educadas para anunciar o preguntar acerca de lo que se prefiere. Es probable que en los siguientes años nuestras costumbres de acercamiento sean más selectivas. Lo que es un hecho es que quien perdió el contacto corporal con sus seres queridos, sobre todo las personas mayores en el primer año, perdió un nutriente básico del bienestar, aunque, paradójicamente, fuera para su propio cuidado. Por eso, la ruptura de la distancia entre familiares o seres cercanos y queridos pudo haber sido una catástrofe sanitaria, por algunos considerado hasta “ignorante” o “irresponsable”, y al mismo tiempo una urgencia de contacto “irracional”, un acto muy primitivo de sobrevivencia. Algunas personas mayores o con factores de riesgo manifestaron que preferían salir y tener contacto con sus seres queridos, aunque eso los pusiera en riesgo, que vivir más, pero sin ese contacto. Una paradoja de lo que se entiende por vida y sobrevivencia para cada individuo.

 

El roce cercano y continuo con los habitantes del mismo espacio

 

Los conflictos en los espacios compartidos se intensificaron en muchos casos. Aunque algunas personas también reportan haberse beneficiado de pasar más tiempo en familia, lejos de los distractores de la vida cotidiana, no fue así para la mayoría, ya que los índices de casos de violencia se incrementaron, al igual que las manifestaciones de los trastornos de salud mental.

El tema de la convivencia intensiva con la familia fue mencionado casi siempre en sesiones de terapia, ya sea que formara o no parte del problema que se trataba, simplemente porque de mayor o menor forma cambió el contexto de lo familiar, de la privacidad y de la sana necesidad de oxigenar el ambiente de las relaciones familiares. Claro que esto variaba si el espacio, la capacidad del internet, el número y la calidad de los dispositivos eran más o menos escasos. Sin embargo, aun en familias con mayores recursos y espacios, y especialmente en parejas que ya venían arrastrando alguna crisis, la convivencia intensiva puso en evidencia los huecos de la relación. Será interesante seguir reflexionando acerca de si las parejas que entraron en graves crisis y que en su narrativa enfatizaron a la pandemia como la principal causante, no hubieran entrado en crisis de cualquier forma. Quizá, en algunos de estos casos, sólo se habría prolongado un poco la crisis de baja intensidad.

 

Vivir en soledad

 

Según el Censo 2020 (inegi, 2021), los hogares compuestos por una sola persona varían entre 7.1% (Tlaxcala) y 18.4% (Quintana Roo), con 15.3% en la Ciudad de México y 10.9% como promedio nacional. También es verdad que hubo mucha movilidad durante la pandemia, ya que algunas personas que vivían solas se fueron a vivir o a pasar una temporada larga con su familia de origen para acompañarse o para aprovechar el trabajo en casa, por lo que muchas veces se trasladaron a otra ciudad por estos motivos o bien por razones económicas al perder su empleo o su negocio o por la reducción del salario.

Esta décima parte de los hogares vivió una situación opuesta a la del roce excesivo con la familia. Tuvieron que enfrentar en soledad las angustias y los retos del encierro, la incertidumbre y el estrés. Tenemos la impresión de que para estas personas la posibilidad de llevar la situación de modo más adaptativo y con equilibrio en su salud mental se relaciona con la manera en la que vivieron su condición de personas solas hasta antes de la pandemia, es decir, con una narrativa de abandono, miedo, mala suerte o victimización, o con una de elección, plenitud y paz. Esta diferencia depende también, en gran medida, de la fortaleza de sus propias redes de acompañamiento, aun a la distancia, de la satisfacción suficientemente aceptable con su trabajo o actividad predominante y de la posibilidad de disfrutarlo desde casa. Cualquiera de estas situaciones depende de muchos factores, pero especialmente de recursos desarrollados previamente para afrontar la adversidad. Aun así, personas con una vida en solitario habitualmente plena vivieron momentos de angustia en soledad que fueron diferentes y más retadores a la vida sin pandemia.

 

El trabajo en casa

 

Algunas instituciones y líderes supieron adaptarse rápidamente al trabajo en casa para continuar la productividad de sus empleados. Otras instituciones y quienes las dirigen tuvieron dificultades, no sólo tecnológicas, sino especialmente de mentalidad, para confiar en que una organización y supervisión acordes con el nuevo contexto no afectaran la productividad. Creemos que esto tiene que ver con rigidez y con la predominancia de una cultura del trabajo basada en el control de la persona y no en la evaluación de su cumplimiento. Por eso, para la fuerza laboral del primer modelo, el trabajo en casa fue cansado, pero también se desarrollaron y aprendieron formas de adaptación e incluso de disfrute de las pausas de convivencia familiar para comer. Las personas cuya estructura laboral fue más rígida para adaptarse al nuevo contexto sufrieron mayor depresión, frustración y enojo por el cuestionamiento de su productividad.

 

La escuela en casa

 

Empieza a haber estudios que indican que se perdió mucho en el desarrollo educativo en estos años. En lo que se refiere a la salud mental, no extraña el dato, ya que a la mayoría de las personas en edad escolar, con sus diferencias en cuanto al nivel educativo, les costó mucho adaptarse al estudio en línea. Se perdió el nutriente básico para el crecimiento educativo: la socialización con los pares; costó mucho la adaptación, y algunos nunca la lograron. Además, a medida que el aislamiento se prolongaba, fueron apareciendo la apatía, la falta de concentración, el cansancio y el desánimo. Hablamos con un gran número de docentes en franco desgaste profesional que se sentían presionados por las autoridades para que sus estudiantes rindieran “normalmente”; docentes que veían con desesperación al alumnado con poca concentración y atención a la clase, con desánimo por cámaras apagadas que les impedían ir midiendo el clima del aprendizaje. Sin duda, muchas instituciones y docentes, también haciendo gala de flexibilidad y creatividad, hicieron verdaderas maravillas para adaptarse a la educación en línea, que redundó sobre todo en una profunda y nutriente conexión con sus estudiantes.

 

Necesito más horas del día

 

Una de las quejas que escuchamos de forma repetida era el increíble cansancio que se acumulaba para los adultos, y especialmente para las mujeres, por tener que dividir un día que antes se distribuía más o menos equitativamente entre el trabajo, la familia, el hogar y los intereses personales, gracias al cambio de lugar y horario entre uno y otro espacio. Ahora todo estaba encimado en el mismo tiempo y lugar. Algunas familias desarrollaron de forma más eficiente la colaboración repartida equitativamente entre los miembros de la familia, y otras mantuvieron la invisibilidad y la ceguera hacia el trabajo doméstico, lo que cargó de estrés y cansancio a muchas mujeres, principalmente.

 

Entre la negación y la psicosis

 

Una compleja mezcla entre información, idiosincrasia, contexto y personalidad llevó a un grupo de la población a negar la existencia de la pandemia, a descreer de la información oficial y científica, y a proceder como si no existiera la covid. Más que en una actitud ideológica de resistencia al Estado, se trataba de comportarse como si no hubiera pandemia, una actitud sólo limitada por las restricciones oficiales en comercios e instituciones. En el otro extremo, también más marcado por una historia de desconfianza y miedo extremos, un sector de la población tomó medidas extremas y rígidas por su miedo a enfermarse, que se prolongaron en tiempo e intensidad más allá de lo indicado. Con el paso del tiempo, con la existencia de algún tipo de inmunidad en gran parte de la población y con el cambio en el comportamiento de las variantes, es un hecho que la idea de cuidarse a sí mismos y a otros se ha tornado muchas veces en juicios y actitudes morales rígidas y a veces incongruentes en los diversos niveles del comportamiento personal y grupal. A veces somos optimistas porque creemos que la empatía y la necesidad de saber que sólo al considerar al otro me cuido a mí mismo, o bien que no puedo cuidarme a mí sin cuidar a los otros, es una idea que sí se introyectó en muchas personas. Somos pesimistas cuando nos parece que no sucedió así en tantas, o no lo suficiente.

 

Las pérdidas

 

Sin duda ha habido ganancias en esta crisis pandémica, pero, por otro lado, consideramos que uno de los mayores retos fue reconocer, enfrentar, afrontar y elaborar la enorme cantidad de pérdidas que tuvimos de un día para otro: espacios, relaciones, privacidad, ciertas formas de recreación, contacto, certezas, planes, trabajo, ingreso, salud, esperanzas. Estas pérdidas fueron especialmente impactantes para los sectores más vulnerables en ingreso, en redes, en recursos, no sólo materiales, sino de resiliencia y salud mental.

 

Los duelos

 

Toda pérdida implica un duelo, un dolor, la aceptación y la trascendencia de lo que ya no está. Eso aplica a las pérdidas en general, pero, sin duda, la principal pérdida de esta pandemia fue la de vidas humanas. Nadie imaginó, nadie estaba preparado para un fenómeno que provocaría tal fractura en nuestra idea de seguridad. Perder la salud generó el miedo de perder la vida, un miedo que fue mayor y más probable antes de las vacunas. A ello hay que agregar la tragedia que rodeó a estas muertes: la soledad y la distancia para proteger la salud de los no contagiados; el desgarramiento de morir en soledad y el desasosiego de las personas que ingresaron a sus familiares a hospitales y no volvieron a verlos nunca más; la profundamente dolorosa situación de no poder ser acompañados ni abrazados por nuestros seres queridos ante la pérdida de un familiar. Todavía no alcanzamos a ver los efectos de los duelos que se congelaron o que se procesaron mal por no contar con la compañía y el consuelo presencial necesarios.

 

Depresión, ansiedad, trastornos del sueño y de la alimentación

 

Todos estos padecimientos aparecieron o aumentaron considerablemente en la población que atendimos. Es un efecto esperable del trauma social que trajo la pandemia. Visibilizarlos, reconocerlos, desestigmatizarlos y buscar ayuda psicológica o psiquiátrica para su atención fue parte del reto, no sólo de quienes se vieron afectados, sino de las instituciones, amigos o familiares que forman parte de sus redes y que se convierten en testigos o agentes necesarios para acercar la atención requerida.

 

La pérdida de sentido

 

Ante las pérdidas, ante los efectos psicológicos de la pandemia, sectores de la comunidad académica, estudiantes de educación superior y profesionistas se cuestionaron su quehacer diario. Sintieron que la gente enfermaba, moría, perdía sus ingresos, simplemente sufría, y, de pronto, se encontraron estudiando o trabajando en temas que parecían tan alejados, tan absurdos, tan inútiles frente a una realidad que parecía requerir habilidades de aplicación más inmediata y eficaz. Esto llevó a muchos a sentir una pérdida de sentido en una actividad que antes les parecía rica, importante e, incluso, útil. Creemos que esto se fue resolviendo conforme reaparecieron algunos indicios de esperanza, pero desconocemos el efecto profundo en cada persona que llegó a sentir este vacío.

 

Los aprendizajes

 

La introspección

 

Frente a una amenaza a la vida y a la salud, cambiaron las prioridades: el mundo entero se paralizó. El cambio de rutina, el enfrentamiento a situaciones nunca antes vividas social, familiar o personalmente, el aislamiento y, quizá, un silencio no experimentado con antelación llevaron a muchas personas a tener momentos de profunda reflexión e introspección. Desde ese lugar, muchas personas nos cuestionamos el sentido de nuestra labor, así como otro tipo de preguntas sobre temas importantes y profundos de nuestra existencia. ¿Qué es lo que más valoro en estos momentos? ¿Cómo puedo mantener un equilibrio emocional para mí y para mis personas cercanas? ¿Qué decisiones tomo en relación con mi cuidado y el de los míos? Todas esas preguntas se gestaban a la par de aquéllas para las que no había todavía una respuesta. ¿Cuánto durará esta pandemia? ¿Cómo afectará la economía del mundo? ¿Qué pasará si nos enfermamos, si enferman los más vulnerables?

Esta introspección incluso llevó a algunas personas a dar giros importantes en sus decisiones de vida. Poder compartir nuestras reflexiones brinda la posibilidad de que estos viajes al interior se conviertan en ideas o sentimientos estimulantes o gratificantes. La introspección profunda en soledad puede tener derivaciones no siempre positivas, porque el intercambio de las reflexiones y la red permiten no perder un cierto juicio de realidad.

 

Adaptación, resiliencia y empatía

 

Muchas personas descubrieron que son más adaptables de lo que pensaban, conectaron con su fragilidad y aprendieron a reconocerla y a permitirse explorarla. El ritmo de vida habitual propiciaba que muchos viviéramos tratando de distraer emociones, como el miedo, la angustia y la tristeza, llenándonos de actividades. La pandemia implicó una pausa forzada y, aunque no fue fácil para muchas personas, representó una oportunidad para fortalecer y conectar con nuestra capacidad de ser resilientes. Muchas personas reportan haber desarrollado la capacidad de empatía y compasión. A pesar de haber hecho lo necesario para preservar la salud, como evitar el contacto social, enfrentamos una situación que nos unió como humanidad, que nos hizo conscientes de la importancia del cuidado personal y de los otros.

 

Desnormalizar la demanda excesiva de trabajo y equilibrar todas las áreas de nuestra vida

 

Muchas personas se hicieron conscientes del desgaste y del cansancio que habíamos normalizado ante las demandas de la vida y del trabajo. Algunos espacios académicos y laborales siguieron exigiendo rendimiento cuando los retos que las personas enfrentaban eran enormes, en algunos casos generados por la misma enfermedad o por tener que cuidar a otros que la contrajeron, y en otros porque los impactos emocionales impedían ese rendimiento.

 

La nueva experiencia y el disfrute de la soledad

 

Otro gran tema sobre el que se ha hablado mucho en los grupos de contención y en los espacios terapéuticos es el del contacto social y lo que representa. Si bien somos seres sociales y el poder conectar con otros y espejearnos en ellos es importante para el desarrollo y el bienestar, para cada persona implica una vivencia distinta, y para algunas de ellas no es necesariamente fácil o cómoda esta interacción. Algunas personas reportan que estar aisladas resultó liberador y las protegió de la necesidad de esforzarse para interactuar con otros en los espacios compartidos, hasta el punto en el que se dieron situaciones de aislamiento y desconexión que hoy son difíciles de manejar para muchos y que generan mucha ansiedad y hasta fobia social.

Nos hicimos conscientes de la cantidad de energía que implica ese contacto social, que en muchas ocasiones también puede generar cierto cansancio y desgaste; de la importancia de la búsqueda de un equilibrio entre los espacios personales, de soledad, reflexión y cuidado personal, y la convivencia con otras personas, ya sea en espacios íntimos o recreativos de conexión.

En estos tiempos, el rol que jugó lo virtual fue determinante para poder mantener la conexión con nuestras redes, así como las actividades profesionales, recreativas y de estudio. Sin embargo, descubrimos que como sociedad no podemos prescindir de lo presencial. El contacto uno a uno, en grupo o en multitudes ofrece experiencias de pertenencia y conexión que son insustituibles.

 

Mantener la esperanza

 

Ante un mundo desolador, de pérdidas y duelos, fue necesario acompañarse para mantener la esperanza. La desolación podía disiparse con la concentración en el trabajo profesional o doméstico y resolver cosas cotidianas. Muy importantes resultaron docentes, jefes, amistades, colegas o profesionales que pudieron contagiar la esperanza con su actitud. Para mantener la esperanza no es necesario que todos, todos los días, o los mismos, siempre, la infundan; es más importante tomar turnos para sostener, algunas veces, y para dejarse sostener en otras.

 

La conciencia sobre la salud mental y la terapia en línea

 

Resultaron de enorme importancia las acciones que, en todos los niveles, grupos de estudiantes, de profesionales del sector salud en la primera línea de atención de la covid, autoridades, líderes de opinión y sectores gubernamentales y de la sociedad civil hicieron para visibilizar la necesidad de atender la salud mental, que se estaba viendo mermada de modo vertiginoso. Las tecnologías contribuyeron enormemente a cumplir esta tarea. Consideramos muy importante que esta sensibilización sobre la salud mental y el uso de las tecnologías no se pierda o que se acote a esta crisis pandémica, sino que brinde elementos para seguir haciendo conciencia y acercar los servicios de salud mental profesionales a más personas. 

 

¿Qué debemos aprender para el futuro?

 

Constatar la incertidumbre

 

Uno de los aprendizajes que dejó la pandemia es que la vida de repente puede tornarse impredecible: proyectos, viajes, estudios, planes cambiaron de golpe frente a la realidad que tuvimos que enfrentar. No tenemos certezas ni sobre el presente ni sobre el futuro. No conocemos con precisión lo que nos amenaza, y eso genera mucha incertidumbre. Surge así la pregunta de cómo posicionarnos frente a lo que viene. ¿Qué necesitamos como personas y como sociedad después del trauma social que enfrentamos?

 

Recuperar la calma sin la prisa de recuperar la fantasía de normalidad

 

Pensar en el futuro posterior a la pandemia en un horizonte cargado de incertidumbres resulta todavía difícil. Para muchos, representa recuperar lo perdido: espacios, actividades, relaciones; recuperar también cierta tranquilidad de vivir la vida sin tanto temor a enfermarnos o a las pérdidas.

Parece importante encontrar formas de no enterrar lo vivido, sino de tomar decisiones y construir ese futuro a partir de ello, de garantizar que lo que nos enseñó esta experiencia no sea atropellado por la prisa de recuperar la fantasía de normalidad que la pandemia puso en pausa y en cuestionamiento, si bien aún no son claras las respuestas del cómo.

Rita Segato, feminista argentina, plantea que el virus vino a imponer una perspectiva femenina sobre el mundo: reatar los nudos de la vida comunal con su ley de reciprocidad y ayuda mutua, adentrarse en el “proyecto histórico de los vínculos” con su meta idiosincrásica de felicidad y realización, recuperar la politicidad de lo doméstico, domesticar la gestión, hacer que administrar sea equivalente a cuidar y que el cuidado sea su tarea principal. Ha llamado su propuesta un “estado materno” distinto al estado patriarcal, burocrático, distante y colonial del que nuestra historia, como plantea Segato, nos ha acostumbrado a desconfiar.

Se hace evidente, a partir de la pandemia, que como sociedad necesitamos ciertos cambios en distintas áreas de la vida: un reparto más equitativo de las tareas del hogar, una forma de vida más modesta que tenga un costo menor para el equilibrio del planeta, lograr hacer más eficientes los tiempos dedicados al trabajo, así como generar nuevos modelos de espacios laborales. Se vuelven centrales la importancia y la necesidad del autocuidado y de la prevención de la salud física y mental.

 

Conciencia y responsabilidad personal, social y de las instituciones públicas y privadas sobre la salud física y mental

 

A lo largo de la pandemia y en los últimos tiempos hemos podido observar que por el hecho de haber enfrentado un trauma social muchas personas están manifestando condiciones similares a las que se presentan en el trastorno de estrés postraumático, que no impacta de la misma forma a todas las personas. Los más afectados son quienes presentaban condiciones emocionales de vulnerabilidad previas, situaciones de violencia en sus relaciones familiares y un nivel socioeconómico bajo con acceso escaso a servicios. Para enfrentar el impacto emocional de esta crisis, es indispensable que se haga visible esta situación y que se generen y brinden los espacios necesarios para atenderla.

El Estado deberá recopilar, sistematizar y generar políticas públicas con la experiencia acumulada en los diferentes ámbitos, para hacer llegar servicios de salud en general y de salud mental de calidad a la mayor parte de la población.◊

 


 

Referencia

 

inegi, Censo de Población y Vivienda 2020, México, inegi, 2021.

 


 

* Son terapeutas sistémicas, docentes del Instituto Latinoamericano de Estudios de la Familia (ilef); ejercen la clínica privada y la comunitaria. Soren García Ascot es licenciada en Diseño Gráfico por la Universidad Iberoamericana y maestra en Terapia Familiar por el ilef, en donde participa desde hace 15 años en el Centro de Atención a la Violencia Doméstica (cavida), que atiende, investiga y capacita sobre violencia familiar. Pertenece a Ximbal, equipo de terapeutas familiares que han brindado atención terapéutica a migrantes forzados por violencia. Actualmente colabora con la oddi (Oficina de Defensoría de los Derechos de la Infancia) en distintos programas de atención a víctimas y migración. Adriana Segovia estudió la licenciatura en Sociología en la unam y la maestría en Terapia Familiar en el ilef, instituto en el que durante 25 años ha participado en el cavida. Colabora en la revista digital mujeresmas.com.mx con la columna “Política de lo cotidiano”.