La otra vida de Octavio Paz

A un cuarto de siglo del fallecimiento de Octavio Paz, Anthony Stanton escudriña su otra vida: la que sólo el tiempo y la inmortalidad permiten aquilatar. ¿Cómo medir, con el paso de los años, la comunión entre lo universal y lo nacional en Paz? ¿En cuáles de sus obras habrá que destacar ahora su bivalencia de poeta y ensayista? ¿Cómo lo leerán sus futuros lectores?

 

ANTHONY STANTON*

 


 

A demás de viajero, diplomático, intelectual, traductor, antólogo y fundador de revistas, Octavio Paz fue, sobre todo, un poeta y un ensayista. Sobre estas dos vetas descansa su aportación a las letras. Las opiniones se dividen ante la pregunta acerca de si fue superior como poeta o como ensayista, pero creo que es indudable que sobresalió en los dos géneros. El poeta y el ensayista se inauguraron juntos, en 1931, cuando Paz tenía 17 años, y durante más de seis décadas corrieron paralelas y diferenciadas estas dos vertientes de lo que yo he llamado un “río reflexivo”. Lo que distingue y singulariza la actividad poética de Paz es la presencia de una conciencia interrogante dentro del canto lírico y lo que da fisonomía única a sus grandes ensayos es la incorporación de imágenes poéticas memorables, así como la presencia de estructuras analógicas y sintéticas. Es decir, hay pensamiento en su poesía mientras los ensayos no se limitan a la argumentación racional. Elaboró lo que podríamos llamar una poesía crítica y una ensayística de creación. Creación crítica y crítica creadora. Imaginación aliada a la reflexión tanto en la poesía como en el ensayo. Los contrarios, sin dejar de ser distintivos, conviven en un equilibrio dinámico y tenso. Sus obras mayores se alimentan de esta tensión productiva que postula una dialéctica constante, evidente en varios de sus títulos: “Poesía de soledad y poesía de comunión”, El arco y la lira, Corriente alterna, Conjunciones y disyunciones.

Por otra parte, conviene señalar que el ritmo de desarrollo es distinto en cada caso: la precocidad del pensador no tiene equivalencia en el joven poeta, quien tarda mucho más en encontrar modos idóneos de expresión. Él mismo se caracterizó como “poeta tardío” y fue notoria su insatisfacción con los versos de juventud. Esta misma insatisfacción, nacida de un temperamento exigente y autocrítico, lo llevó a revisar y reescribir su obra (tanto los poemas como los ensayos) durante toda su vida. La mejor prueba de que el poeta y el ensayista no son idénticos se da en aquel origen público de 1931, cuando el poeta dio a conocer sus primeros versos, que incurren en la veta estética (pura, lúdica y pelliceriana en “Juego”), censurada por el joven en su primer ensayo, “Ética del artista”, que demanda un arte de responsabilidad social. Desde sus inicios, habló de “la experiencia poética” y vio la escritura y lectura de poemas como actividades que tienen que ser vividas por el creador y por el otro creador que es el receptor. Todo texto poético está sujeto a la historia al mismo tiempo que trata de inmovilizar el cambio al instaurar un presente perpetuo. Al inventarse o actualizarse, el poema encarna el conflicto permanente entre la sucesión y el instante.

A diferencia de la acogida que ha tenido la obra de Paz en otros países, la recepción mexicana tiende a destacar al intelectual y a la figura pública, pero estos aspectos, por importantes que hayan sido durante su vida, van perdiendo relevancia con el paso del tiempo. Como siempre, es útil acudir a Kafka: “Uno no se desarrolla verdaderamente y a su manera sino después de muerto”. Con este aforismo paradójico, Kafka profetizó no sólo su propia fortuna póstuma, sino la de otros escritores. Enuncia una ley general que es más confiable el juicio de la posteridad que las opiniones de los contemporáneos. Ahora, en 2023, estamos ante la otra vida de Octavio Paz, la póstuma, la que permite la liberación de la obra de las ataduras o cadenas biográficas y contextuales. Las polémicas coyunturales en las que participó el autor serán cada vez más indescifrables para los nuevos lectores, mientras que algunas de las obras literarias permanecen y se renuevan con brillo propio. La fama, el prestigio, los premios y el poder cultural que rodearon a Paz en su madurez terminan por ser elementos efímeros que constituyen más bien obstáculos para la sobrevivencia literaria. Todo depende de la perspectiva: la obsesión con lo inmediato se disuelve en lo que los mayas llamaban la cuenta larga. Como todos los bardos que mueren, está condenado a padecer en el purgatorio de los escritores. Ante la incertidumbre de la posteridad, que niega o pone en duda lo que antes se llamaba la inmortalidad de la gloria, el escritor queda inerme: su única defensa son las obras. Por eso es sorprendente comprobar que muchos de sus supuestos partidarios y buena parte de sus declarados detractores comparten el mismo prejuicio de reducirlo a un ideólogo. ¿Qué ideología se encuentra en los poemas de Paz?

Ya sabemos que los libros clásicos son siempre actuales: significan cosas nuevas para lectores distintos en entornos y tiempos heterogéneos. Pocas obras pasan la prueba del tiempo. La historia literaria está llena de ejemplos de promesas irrealizadas y de figuras ilustres que nadie recuerda porque industrializaron sus hallazgos en repeticiones redundantes. Son realmente excepcionales los casos de escritores que se realizan a plenitud con obras perdurables en cada fase de su carrera y que siguen realizándose en la otra vida. Paz es uno de ellos.

Como pocos, entendió el mecanismo despiadado de la sobrevivencia literaria cuando escribió: “Todo poema se cumple a expensas del poeta”. La obra literaria se juzga no por sus intenciones, sino por sus resultados. Y el autor no controla los resultados. Uno de las rasgos más fascinantes y enigmáticos de la transmisión literaria (vista a gran escala) es que la producción y la recepción de un texto pueden estar separadas por siglos, lenguas distintas y cosmovisiones incompatibles. Si la comunicación se da, es gracias a factores que trascienden y superan la voluntad del autor. Esta reflexión nos hace conscientes de la necesidad de contemplar la obra de Paz como un conjunto total que se despliega en el tiempo y que busca dialogar con nosotros en otro tiempo. A 25 años de la desaparición del hombre, empiezan a darse las condiciones para esbozar un acercamiento provisional más libre de los prejuicios heredados. A condición, claro, de estar conscientes de que lo que podemos afirmar hoy será corregido implacablemente por otros que vendrán después.

Paz es seguramente el más universal de los escritores mexicanos. Mostró que el cosmopolitismo, heredado de generaciones anteriores, no es incompatible con un profundo interés en lo nacional. México fue, para él, una obsesión permanente, pero no como una jaula, sino como un punto de partida o una ventana al mundo. La tan arraigada oposición entre lo universal y lo nacional, que caracterizó durante tanto tiempo la literatura hispanoamericana, se disuelve en su obra. Su curiosidad abarcó distintas tradiciones literarias y culturales, de Occidente y de Oriente, de la antigüedad más remota y de la actualidad más palpitante, y lo llevó a internarse en varios campos: historia, política, filosofía, psicología, artes plásticas, mitología, antropología, teoría literaria, religión. Desde muy joven, intuyó lo que después desarrollará como un axioma fundamental: uno se conoce a través de lo otro y sólo es capaz de conocerse el que puede interiorizar el punto de vista ajeno. Colocarse en la posición del otro o de la otra, con todos los retos y riesgos epistemológicos que esto implica, se vuelve muy pronto un rasgo central de su obra. Es el motor subyacente de sus grandes libros, en verso y en prosa. Esta lección de desprendimiento y apertura es una de sus mayores conquistas y constituye una de sus herencias más fecundas.

Los poetas están condenados a tener pocos lectores, pero éstos suelen ser fieles y demandantes. Son los que Juan Ramón Jiménez bautizó como “la inmensa minoría”. Vivimos en un mundo donde el mercado literario está dominado por la prosa narrativa. Sin embargo, la misma marginalidad de la poesía evita la tentación de escribir para el mercado. Así, la condena mercantil puede volverse una bendición estética. Paz exploró formas experimentales y otras tradicionales. Practicó tanto el poema extenso como el poema muy breve. Sus composiciones más importantes o ambiciosas son, seguramente, aquellas que cantan y cuentan a lo largo de una estructura pensada que combina la variedad con la sorpresa. La primera fue Raíz del hombre (1937) y siguieron unas treinta más, entre las cuales se destacan Piedra de sol, Blanco, Vuelta, Nocturno de San Ildefonso, Pasado en claro, Hablo de la ciudad, Ejercicio preparatorio y Carta de creencia. En el otro extremo están los poemas breves, aparentemente menos ambiciosos, pero también más perfectos: a veces se acercan al haikú japonés (como en “Piedras sueltas”) y otras veces son variaciones sobre el epigrama clásico (como “Epitafio sobre ninguna piedra”). Durante mucho tiempo se consideró que su obra maestra era Piedra de sol, pero lecturas más recientes dirigen su interés hacia la mayor profundidad de la reflexión autobiográfica en Pasado en claro y a las formas más variadas de los poemas extensos de su último libro, Árbol adentro. Sus experimentos con la poesía en prosa fueron recibidos con silencio y desdén en 1951, cuando publicó ¿Águila o sol?, pero, con el tiempo, las lecturas fueron cambiando, y no es exagerado decir que su libro El mono gramático (alternativamente relato de viaje, poema en prosa y ensayo), recibido al principio como rareza exótica, es visto hoy como la obra más importante (con Blanco) del periodo inspirado por la India.

La misma evolución en las lecturas puede observarse en el terreno ensayístico. Sus dos primeros libros orgánicos de prosa (El laberinto de la soledad, de 1950, y El arco y la lira, de 1956) fueron considerados, por mucho tiempo, sus ensayos más importantes. Es cierto que son dos libros clásicos que examinan dos enigmas: el de México y el de la poesía. No satisfecho con lo logrado, Paz siguió creando y pensando. Cada nuevo libro representaba un crecimiento y una ampliación de sus intereses. Los hijos del limo (1974), la primera aportación hispánica de peso al estudio de la literatura comparada, es su radiografía de la poesía moderna desde el romanticismo: puede leerse como un desarrollo y ampliación de El arco y la lira, pero con un enfoque más radical centrado en la modernidad. Sin embargo, es sobre todo en Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982) donde Paz ofrece su ensayo más ambicioso: biografía, interpretación desprejuiciada del mundo de la Nueva España y lectura minuciosa de la obra literaria de la autora de Primero sueño. Se trata de un estudio que marca época, un parteaguas que corona la ensayística de Paz e inaugura una nueva etapa en los acercamientos a sor Juana. Su intento de “restitución” (el que restituye busca reparar un daño) entraña una profunda y sorprendente identificación con la monja enigmática, que él celebra como su precursora.

Las lecturas de Paz seguirán cambiando en direcciones que es imposible imaginar. Los lectores de mañana ¿se sentirán interpelados en los poemas y ensayos de Paz? Sólo el tiempo lo dirá. Es la apuesta de un poeta que se dirigía a un tú en muchas de sus composiciones más personales. A veces se trata de un tú específico y femenino: la mujer amada, deseada, recordada o soñada. Otras veces es un tú masculino personalizado: el amigo, familiar, compañero, pintor, músico o escritor. En otras ocasiones se trata de un tú desconocido o inexistente en el presente: un destinatario o una destinataria del futuro, cuyos ojos y voz actualizan y dan sentido a la experiencia poética, como ocurre en uno de sus últimos poemas, “Hermandad”. Empezó su vida como traducción de un poema de Claudio Ptolomeo incluido en la Antología griega y después se fue transformando en imitación, recreación y, finalmente, en “homenaje” al astrónomo de Alejandría:

Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.

Algunos intérpretes católicos creyeron encontrar en ese último verso la señal de una fe religiosa, pero el poema permite varias lecturas, una de las cuales afirma que el poeta como ser de palabras sólo aspira a ser leído y deletreado por otra persona. Fiel a la cosmovisión pagana del astrónomo, el poeta mexicano no escribe “alguien” con mayúscula. “Hermandad” es un buen ejemplo de la línea borrosa entre traducción y creación original (de hecho, hubiera podido figurar en Versiones y diversiones, que reúne sus recreaciones de poemas ajenos, en lugar de Árbol adentro, que es su último libro de poesía “original”).

La clave está en los últimos versos, que ofrecen un cierre misterioso, sorprendente y eficaz. Sabemos que los deícticos temporales y espaciales son autorreferenciales (es decir, hay que leerlos en relación con el contexto de la enunciación discursiva). Si pensamos que el poema es una traducción, entonces el yo que habla es Claudio Ptolomeo y “este mismo instante” se refiere a algún momento en la vida activa del astrónomo (120-150 d.C.). Si pensamos, en cambio, que el poema es una recreación de Octavio Paz, entonces la identidad cambia o se expande y es posible leer el deíctico también como un momento de 1977, que es cuando Paz envía una primera versión (distinta de la final) en una carta a su amigo y editor Pere Gimferrer. Lo más interesante es que, en el fondo, no importa si el autor del texto es el astrónomo o el poeta mexicano, o ambos, porque al leer esos versos en 2023 nosotros interpretamos “este mismo instante” como el momento presente de nuestra lectura. Por lo tanto, el yo del poema y el “alguien” del último verso pueden referirse a Claudio Ptolomeo, quien es el primero que lee lo que acaba de escribir, o a cualquier lector posterior, que incluye, desde luego, a los traductores “directos” del texto (que figura en la Antología palatina con el número 9.577) y a los traductores “indirectos”, como Octavio Paz (que partió de versiones previas al inglés y al francés), así como a nosotros y a todos los receptores e intérpretes futuros.

El poema constituye una excelente y memorable ilustración de la teoría poética expuesta por Paz en 1956 en El arco y la lira (antes de la aparición de la Estética de la Recepción): la experiencia poética es incompleta sin la colaboración activa de un oyente / lector que se apropia del texto al actualizarlo. Así se forma una cadena, potencialmente infinita, que engloba a autores y receptores de múltiples épocas, lugares, lenguas y visiones del mundo. El “alguien” del último verso no nombra, en primer lugar, al Dios cristiano que Claudio Ptolomeo no conocía (aunque el poema no excluye esa posibilidad), sino a todos los que participamos en esa comunidad lectora (que practica, para Paz, un acto laico de comunión), comunidad que no es exagerado llamar una fraternidad cósmica.◊

 


 

* Es profesor-investigador en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México desde 1987. Estudió su licenciatura (en Letras Hispánicas y en Filosofía) y se doctoró, en 1983, en la Universidad de Sheffield, Inglaterra. Ha impartido cursos en México, Europa, Sudamérica, Asia y Estados Unidos, y ha sido profesor visitante en universidades de Londres, Chicago y Toulouse, entre otras. Es autor de El río reflexivo. Poesía y ensayo en Octavio Paz (1931-1958) (El Colegio de México/fce, 2015). Entre sus libros destacan también Inventores de tradición (1998), Alfonso Reyes / Octavio Paz: correspondencia (1998), Las primeras voces del poeta Octavio Paz (2001) y la edición crítica de El laberinto de la soledad de Octavio Paz (2008).