La miringua, entre lo habitado y las afueras

Junto a las lenguas originarias de México que aún perviven —muchas veces y sobre todo mediante su transmisión oral—, sobreviven también sus cosmovisiones y las historias que de ellas se desprenden, como las que se cuentan entre el pueblo p’urhépecha en torno a la miringua.

 

LEONARDA RIVERA*

 


 

Una de las palabras más fascinantes que recuerdo de mi infancia es mirinchit’piri, vocablo que designa a un espíritu o espectro del mundo p’urhépecha. Existen también las variantes miringua o mírinkua para referirse a la misma entidad, aunque la más común es miringua. Aún en los pueblos y en las ciudades que poco a poco han olvidado la lengua p’urhépecha, o en las que los hablantes se reducen a un puñado de personas mayores, los niños saben de su existencia. La miringua provoca miedo, pero también fascinación.

La antropóloga Cristina Monzón (2005) ha llamado la atención sobre lo poco que sabemos sobre las deidades p’urhépechas, que fueron destruidas tras la llegada de los españoles. No sólo deidades como curicaueri, kurika k’eri o kuerajperi fueron olvidadas, sino también una serie de entidades y espectros de los que prácticamente nada sabemos. Nos quedan algunos datos, fechas. Sabemos, por ejemplo, que, a partir de 1525, el franciscano Martín de la Coruña destruyó todos los sitios de culto en Tzintzuntzan, la ciudad sagrada del pueblo p’urhépecha. En La relación de las ceremonias y ritos y población y gobierno de los indios de la provincia de Mechuacán, mejor conocida como La relación de Michoacán (ca. 1541), fray Jerónimo de Alcalá (2000) habla de los dioses que habitan en el monte y que nuestros antepasados llamaban Angámucurachani. No obstante, dice poco, y si a eso le agregamos que la primera parte del libro, en la cual se presentaban las ceremonias y los ritos, está perdida, se reduce aún más la información. De las cosas que sabemos sobre la miringua es que se trata de una entidad femenina. Su nombre, miringua, o sus variantes, mirínkua, mirhinchit’piri, comparten la raíz con el verbo mirikurini (‘olvidar’) y con el sustantivo mirikurikua (‘olvido’). Su “historia” es un rompecabezas de distintas versiones, aunque todas coinciden en que se trata de un ser arcaico. La miringua habita en “las afueras” de una comunidad o pueblo; su hábitat no es sólo el bosque o el páramo, sino todo aquello que engloba la expresión “las afueras”. A diferencia de otras entidades relacionadas con el mal, la miringua no acecha en todas partes. Sobre todo en las narraciones antiguas, la miringua no se mete en el territorio instaurado por los seres humanos; desconozco hasta qué punto puede decirse que se trata de una entidad liminar. En algunos lugares de la Meseta P’urhépecha, la gente solía dejar pequeños obsequios en los límites de los pueblos o de las rancherías para que la miringua no se metiera. Tata Miguel Kuaió (2005) decía que la miringua es “una entidad que desvía a los seres humanos de su camino, los confunde, hace que la gente se pierda entre los senderos. La miringua los arrastra al olvido”.

Esta figura, sin embargo, no es el diablo, que en lengua p’urhépecha se dice no ambakiti (lo no bueno). En el siglo xvi, en su Vocabulario en la lengua de Mechuacan, fray Maturino Gilberti (2007) registra la traducción del diablo como “no ambakiti”, pero esta palabra tiene dos acepciones. Puede referirse a algo que moralmente no está bien, “que no está bueno”; en este sentido, puede usarse como sinónimo de “no sesi jarhani” (no estar bien). Pero también se dice “no ambakiti” de algo que está echado a perder o caduco, algo en descomposición. Esta palabra proviene de ambakini, un verbo intransitivo. Se dice, por ejemplo, “el día es bueno, el día es malo: jurhitikua ambakisti, jurhitikua no ambakisti. Sin embargo, cuando se hace un juicio moral, por ejemplo, “hombre bueno, hombre malo”, se utiliza otra expresión, donde la traducción de ambakiti y no ambakiti ya no funciona, al menos no de forma literal. Se dice achati kaxumbiti, achati no kaxumbiti para expresar un juicio moral sobre un hombre bueno o malo. La palabra Kaxumbikua puede traducirse como honorabilidad. Cabe señalar que también se dice no kaxumbiti para referirse al diablo. Aquí, el adjetivo kaxumbiti se refiere ya únicamente a una cuestión moral. No podría haber cosas u objetos kaxumbiti.

No puedo afirmar que la miringua sea la figura del diablo. Lo sería tal vez desde el punto de vista de los evangelizadores y de la Iglesia católica, para quienes cualquier dios pagano estaba vinculado con el diablo. Tampoco estoy segura de que sea sólo una entidad mediadora, como se describe en el libro Cuiripu: cuerpo y persona en los antiguos p’urhé de Michoacán, de Roberto Martínez (2013), donde el autor, al hablar sobre las sïkuames (‘brujas’), sostiene que ellas se dirigen por la noche a los cerros, barrancos y cuevas desoladas para negociar con seres considerados “peligrosos”, como la miringua y la japingua, pero esto reduciría a la miringua a una entidad mediadora, y creo que hay algo más.

La miringua es un espíritu o espectro que no cruza la frontera o el límite entre lo habitado y las afueras. La miringua sólo se lleva a los que se introducen en sus territorios. En la Zona Lacustre, se cree que es una entidad que habita en el lago de Pátzcuaro; algunos dicen que puede tomar la apariencia de una mujer bella, que hechiza a sus víctimas y las arrastra hacia el lago, algo así como un suicidio inducido.

En sus trabajos sobre La relación de Michoacán (ca. 1530), José Corona señala que fray Jerónimo de Alcalá menciona a una diosa no identificada pero cuya figura podría corresponder a Xaratanga, diosa de la Luna, la fertilidad y el agua del lago. Sin embargo, la miringua no está vinculada con esta deidad. Éste no es un espíritu o entidad que pertenezca solamente a la Zona Lacustre: también se habla de ella en la Meseta P’urhépecha, en la Cañada de los Once Pueblos. Aunque sabemos poco de ella, lo cierto es que de la miringua emana una serie de imágenes poéticas fascinantes; si fuera una deidad, yo la vincularía con el tema del olvido y, probablemente, también con la rememoración.

La creencia en la miringua ha sobrevivido gracias a la tradición oral, pues, si bien es cierto que la escritura en lengua p’urhépecha cada día es más común y cada vez se formaliza o estandariza más, habría que señalar que el pueblo p’urhépecha no tenía propiamente una escritura, y las historias y hazañas se registraban a través de lienzos y láminas, por lo que antiguamente la tradición oral tenía un papel preponderante. Las historias, las costumbres, la sabiduría tenían que transmitirse oralmente de generación en generación, y, ante ello, uno de los mayores miedos era que todo cayera en el olvido; el peligro siempre fue el olvido. Si una persona se alejaba mucho de su comunidad o pueblo, corría el riesgo de olvidar sus orígenes, de ahí la intervención de la miringua. Una persona puede olvidarse del rostro de su lugar de origen, del paisaje. Si revisamos otra palabra que comparte la raíz con miringua, por ejemplo, Mirinharini, que significa “olvidarse del rostro del lugar o cosa”, podemos ver que el morfema gnari se refiere al rostro, la cara, mientras que “ni” la convierte en verbo, como en este otro ejemplo, kuagnarini: “ponerse algo en el rostro”.

En la cosmovisión p’urhépecha, alejarse de la comunidad o del pueblo e introducirse en “las afueras” conllevaba un peligro latente: el olvido. Si en la Zona Lacustre la miringua es identificada como un espíritu que habita el lago es porque en esa zona la imagen de “las afueras” está encarnada precisamente por el lago, mientras que los habitantes de la Meseta P’urhépecha o de la Cañada están vinculados con el bosque y los páramos, y era, precisamente en ese territorio, donde podían encontrarse con la miringua.◊

 


 

Referencias bibliográficas

 

Alcalá, Jerónimo de, Relación de Michoacán, Moisés Franco (ed.), Zamora, El Colegio de Michoacán/Gobierno del Estado de Michoacán, 2000.

Corona Núñez, José, Mitología tarasca, México, Fondo de Cultura Económica, 1957.

Gilberti, Maturino, Vocabulario en la Lengua de Mechuacan, Agustín Jacinto (transcripción), Zamora, El Colegio de Michoacán, 1997.

Martínez González, Roberto, Cuiripu: cuerpo y persona en los antiguos p’urhé de Michoacán, México, unam-iih, 2013, p. 160.

Monzón, Cristina, “Los principales Dioses Tarascos: un ensayo de análisis etimológico en la Cosmología Tarasca”, en Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad, vol. XXVI, núm. 104, 2005, pp. 136-168, El Colegio de Michoacán, Zamora, México.

Sosa, Miguel, “Kuaió”, “Pirekuas y tradiciones”, texto inédito, Angahuan, Michoacán, 2005.

 


 

* Es profesora de Problemas de Historia de la Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Ha publicado en las revistas Crítica, Revista de la Universidad de México y Punto de Partida, entre otras. En 2010, obtuvo el Premio Estatal de Poesía Carlos Eduardo Turón. En 2019, su libro Don Juan y la Filosofía recibió el Premio Internacional de Ensayo Siglo XXI. Actualmente, es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.