La economía mundial en su encrucijada

Los efectos económicos de la pandemia y la invasión rusa a Ucrania han ocasionado una situación económica mundial inédita caracterizada por un incremento de la inflación en el ámbito planetario, pero que no cierra del todo la posibilidad de aprovechar la crisis para construir un mundo social, ecológica y humanamente mejor, como propone Arturo Herrera en las siguientes líneas.

 

ARTURO HERRERA*

 


 

La economía mundial está pasando por una situación extraordinariamente inusual. Tres fenómenos muy diferentes condicionan su evolución: la pandemia de covid, una inflación generalizada en el ámbito global y la invasión a Ucrania. La complejidad estriba en que dos de estos fenómenos no son económicos (uno, la pandemia, un problema sanitario global, y el otro, la invasión rusa a Ucrania, de carácter geopolítico); por lo tanto, las políticas económicas tradicionales tienen efectos mucho más limitados.

A fin de intentar desenmarañar esta situación, me referiré de manera puntual a las implicaciones económicas de cada uno de estos fenómenos para posteriormente reflexionar sobre las posibles salidas de largo plazo y el estado del debate internacional sobre el tema.

 

La pandemia

 

El muy grave impacto económico que tuvo la covid se debió no tanto al virus mismo, sino a las medidas implementadas para luchar contra su propagación. En ese sentido, ésta es una crisis por diseño: los países impusieron medidas de distanciamiento social drásticas bajo el conocimiento de que tendrían un costo económico muy alto. La pandemia tuvo un impacto superior a 6% en el mundo (de un crecimiento estimado de alrededor de 3% a una caída aproximada de 3.1%). Para tener una idea de este costo, habría que recordar que la totalidad de las economías latinoamericanas tienen, en conjunto, un peso en la economía mundial de poco más de 7%; es decir, el costo de la pandemia fue casi equivalente a borrar las economías latinoamericanas en 2020.

 

La inflación

 

Es muy fácil olvidar, ante la situación tan preocupante sobre el nivel de la inflación actual, que el primer impacto de la covid sobre los precios fue el de contenerlos de manera drástica, o que incluso bajaran en algunos sectores muy específicos. Por ejemplo, los boletos de las aerolíneas llegaron a tener una disminución anual de 25% (nadie viajaba o, de plano, estaban prohibidos muchos de los vuelos internacionales); en un hecho extraordinariamente inusitado, el precio del barril de petróleo se llegó a cotizar, por algunos días, a niveles negativos (¡literalmente, había una disposición a pagar para que alguien se llevara el petróleo de los barcos!).

No obstante, una vez que las economías empezaron a abrirse, se observó un aumento importante de los precios, el cual parece responder a tres fenómenos distintos.

a) El primero, una ruptura de las cadenas globales de valor. Durante la pandemia, se dio una escasez de microprocesadores (y, por lo tanto, disminuyó la producción de todos los bienes que los requieren, desde televisiones y automóviles hasta computadoras y refrigeradores). De igual forma, hubo una escasez de contenedores (presumiblemente, al transportar vacunas contra la covid, habían llegado a países donde se quedaron varados por no tener mercancías que transportar de vuelta).

b) El segundo, la covid desarticuló la demanda de bienes. Aumentó, por ejemplo, la de computadoras y escritorios (por las clases en línea), al tiempo que disminuyó la demanda en los restaurantes cercanos a los grandes centros de oficinas que optaron por el trabajo remoto (por cierto, otra de las víctimas de esta enfermedad fueron las tintorerías: si no vas a la oficina, no necesitas ni corbata ni traje limpio). Esto hizo pensar a muchos que este efecto en los precios, aunque importante, sería transitorio, y que una vez que se tuviera la covid bajo control, estos precios bajarían.

c) El tercero, y el que causó un mayor debate, es el que tiene que ver con si la recuperación económica fue demasiado rápida y, en particular, si los estímulos para paliar los efectos del confinamiento en las economías avanzadas fueron demasiado grandes. Permítaseme profundizar en estas ideas.

Aun cuando la caída económica ocasionada por la crisis sanitaria es una de las más profundas en la historia de la humanidad, y la más seria desde la Gran Depresión, desde un inicio se especuló que la recuperación podría ser muy rápida, en forma de una V asimétrica (o, de manera más gráfica, con la forma de una palomita). La razón parecía bastante simple: la crisis, aunque muy grave, no obedecía a ningún problema económico, sino a un virus, y cuando éste se controlara (o se aprendiera a vivir con él), la recuperación sería acelerada. Así parece haber sido, pues en cuanto las economías empezaron a abrirse, la recuperación se dio de manera sostenida.

El tema de los estímulos —fiscales, de política monetaria y financieros— es el que generó el debate más álgido. El antecedente teórico y de políticas públicas más inmediato fue el de la crisis de 2008, la llamada Gran Recesión; para mitigar los efectos de esa crisis, se llegó muy rápidamente a un consenso en el sentido de que era necesario establecer una política fiscal contracíclica de largo aliento, es decir, un aumento importante en el gasto público para aumentar tanto la inversión como el empleo.

El problema es que esa política funcionó sólo de manera parcial. Resultó que no bastaba con decidir tener un programa de gasto contracíclico: podían tenerse los recursos, pero, si los proyectos no estaban listos para implementarse, el gasto fluía de manera muy lenta.

El problema ahora es que el programa sí funcionó; de hecho, funcionó demasiado bien y, como consecuencia de ello, la economía se ha sobrecalentado, lo cual se ha traducido en presiones inflacionarias. Esto parece sugerir entonces cuál es la medicina (amarga) que hay que tomarse: darle un frenón (a través de aumentos de la tasa de interés, entre otras cosas) a la economía para enfriarla, y este frenón, lo sabemos bien, tendrá efectos negativos en el empleo.

 

La invasión a Ucrania

 

Por si el panorama económico no fuera lo suficientemente complejo, el 24 de febrero de este año Rusia invadió a Ucrania. Los costos más lamentables son, por supuesto, las vidas humanas, pero la invasión implica también costos económicos muy relevantes y que, en algún sentido, agravan las presiones inflacionarias que ya se venían observando.

Este hecho es menos obvio de lo que parece, pues Rusia, aun cuando es un país muy grande —en términos de territorio y población—, representa solamente 3% de la economía global. Sin embargo, la invasión ha tenido un efecto desproporcionado porque la economía rusa (y la ucraniana, en menor medida) producen un porcentaje relativamente alto de algunas materias primas (como gas, petróleo y trigo) y de otros bienes clave, como los fertilizantes.

Así, el precio del petróleo, que ya era alto, subió poco más de 30% entre el día de la invasión y mediados de junio, y el del trigo aumentó hasta en 76%. El efecto se ha sentido aún más en aquellos países importadores del trigo ucraniano, como Bangladesh, Indonesia y Pakistán.

Ante esta situación, los bancos centrales han reaccionado incrementando las tasas de interés de manera muy agresiva, y dado que en la actual coyuntura la política monetaria tiene un poder más limitado (por más que aumente la tasa de interés, Ucrania no podrá exportar mucho más trigo mientras esté en guerra), estos incrementos se están dando a un ritmo más acelerado de lo que se había visto en muchos años.

Por otro lado, los países están enfrentando estos temas con una disminución del espacio fiscal. La pandemia aumentó la deuda relativa de la mayor parte de las economías, ya sea porque los países se endeudaron para implementar programas que mitigaran los efectos económicos del confinamiento, o porque aumentaron de manera dramática el gasto en salud (compra de vacunas, ventiladores, contratación de personal médico, etc.) o sencillamente porque la recaudación se cayó al disminuir la actividad económica.

A pesar de su complejidad, no todo el panorama era negativo. Al parecer, fue Churchill quien acuñó la frase “nunca dejes que una buena crisis se desperdicie”, y quizá la comunidad internacional tenía esta frase muy presente y había decidido utilizar la salida a la crisis sanitaria como el instrumento para construir un mundo mejor, uno donde finalmente se atendieran los problemas del cambio climático, la desigualdad, la falta de equidad de género, etcétera.

En este sentido, la pandemia había hecho patente la necesidad de enfrentar ciertos problemas de manera colectiva (encontrar una vacuna, por ejemplo) y a través de la cooperación multilateral. La aprobación del impuesto mínimo global el verano pasado fue un primer paso en la construcción del mundo poscovid; sin embargo, el incremento en la inflación y la invasión a Ucrania han vuelto más difícil esta tarea y la ventana de oportunidad para impulsar estos grandes cambios empieza a cerrarse. Por ello, hoy es más necesario que nunca acelerar la transición hacia un mundo mejor. El mundo no puede permitirse “desperdiciar esta crisis”.◊

 


 

* Es Director Global de Gobierno del Banco Mundial. Es profesor visitante en el Centro de Estudios Económicos de El Colegio de México. Se desempeñó como secretario y subsecretario de Hacienda y Crédito Público de México entre finales de 2018 y mediados de 2021. En su carrera profesional ha ocupado posiciones en la banca privada y en el gobierno de la Ciudad de México, en donde fungió como secretario de Finanzas. Es licenciado en Economía por la Universidad Autónoma Metropolitana, cuenta con el grado de maestría en la misma área por El Colegio de México y es candidato a doctor por la Universidad de Nueva York.