Inés Arredondo: una lectura “artesanal” (sobre “‘Felicidad’, de Katherine Mansfield”)

Teniendo como fondo el rescate de un manuscrito de la escritora mexicana Inés Arredondo, que publicamos en este mismo número, se conjugan aquí varios avistamientos de la literatura: la doctora en Literatura Hispánica Rose Corral observa a Inés Arredondo, quien a su vez observa a la narradora neozelandesa Katherine Mansfield, a propósito del cuento “Felicidad”, de esta última.

 

ROSE CORRAL*

 


 

Inés Arredondo (Culiacán, 1928/Ciudad de México, 1989) es la autora de algunos de los mejores cuentos de la literatura mexicana del siglo pasado, que siguen deslumbrando a nuevos y más jóvenes lectores que se acercan a su obra, hoy traducida al italiano, inglés, francés, alemán y holandés. Imposible no aludir a “La Sunamita”, “La señal”, “Estío” y “Mariana”, de su primer libro, La señal, publicado por la editorial Era a finales de 1965, un volumen que se convirtió en un acontecimiento editorial del que dieron cuenta escritores y críticos en varias revistas. En Diálogos, Ramón Xirau escribía que “La señal es un libro de cuentos fuera de lo común” (Xirau, 1966: 44) y Juan García Ponce destacaba la “espléndida unidad interior” presente en el conjunto de relatos, la que poseen “todos los verdaderos escritores, aquellos que persiguen en verdad sus temas” (García Ponce, 1966: XIV). En una nota publicada en la Revista de Bellas Artes, sobre la que volveremos, Juan Carvajal afirmaba que se trataba de “uno de los volúmenes de cuentos más compactos y luminosos dentro de la actual narrativa mexicana” (Carvajal, 1966: 101). Inés Arredondo siguió escribiendo y publicando cuentos en revistas, antes de reunir su segundo volumen, Río subterráneo, en 1979, con el que obtuvo el Premio Villaurrutia de ese año. En 1988, un año antes de su muerte, apareció Los espejos, que recoge sus últimos ocho cuentos; dos de ellos, “Wanda” (Arredondo, 1976) y la nouvelle que cierra el volumen, “Sombra entre sombras” (Arredondo, 1984), habían sido publicados con anterioridad en la revista Diálogos.

Arredondo escribió también ensayos, notas y reseñas en varias publicaciones periódicas que han sido afortunadamente recogidos hace poco por el Fondo de Cultura Económica (Arredondo, 2012). Se había publicado con anterioridad su excelente ensayo Acercamiento a Jorge Cuesta (Arredondo, 1982a) y, asimismo, en la Revista de Bellas Artes, su trabajo en torno a la biografía de otro de los Contemporáneos, Gilberto Owen (Arredondo, 1982b). También se sabe que colaboró activamente en la mesa de redacción de la Revista Mexicana de Literatura, junto a sus compañeros de generación, Juan García Ponce, Juan Vicente Melo, Huberto Batis, José de la Colina, “mis más exigentes críticos”, como sostiene en una entrevista con David Siller y Roberto Vallarino (Siller y Vallarino, 1977: 18). Arredondo recuerda las lecturas que el grupo llevaba a cabo y las discusiones en común sobre los escritores italianos de posguerra, Pavese, Moravia, Calvino y, desde luego, en torno a la obra de Thomas Mann. A Erna Pfeiffer, en una de sus últimas entrevistas, le dice: “yo empecé con los italianos y seguí con los alemanes”. Y agrega: “Mi Dios es Thomas Mann” (Pfeiffer, 1990: 19). Juan García Ponce, que compartía su pasión, le dedicaría a Inés, algunos años después, su libro Thomas Mann vivo (México, Era, 1972).

En un texto escrito en 1982 y leído en una charla pública en la Capilla Alfonsina en un ciclo titulado “La literatura por dentro”, Inés se refiere a sus hábitos de escritura, incluso mínimos, como el uso del “papel revolución” en el que escribe sus cuentos —y en ese papel está escrito, por cierto, el texto que aquí presentamos, “‘Felicidad’, de Katherine Mansfield”—, y a sus lecturas; al aludir a algunos posibles maestros o modelos, menciona, tal vez por primera vez, las obras de Katherine Mansfield y de Chéjov: “Y ya que hablamos de influencias, como se dice ahora, yo creo venir de Chéjov, de Katherine Mansfield, de Cesare Pavese…” (Arredondo, 2012: 44). Ya se conocía el entusiasmo por la obra de Pavese tanto de la propia Arredondo como del grupo de la Revista Mexicana de Literatura, que le dedica en 1962 un número de homenaje. Pero esta charla, de 1982, parece coincidir precisamente con las “relecturas” de ciertos autores que emprende la escritora mexicana por esos años y que se encuentran, inconclusas, entre sus borradores de cuentos.1 El texto rescatado sobre Katherine Mansfield podría formar parte de estas “relecturas”. En otro manuscrito, muy breve, comenta algunos aspectos de La montaña mágica y alude a su primera lectura de la novela, “hará pronto treinta años”. Este último dato confirma la sospecha anterior y permite fechar el texto de Inés sobre Katherine Mansfield en sus últimos años de vida, cuando ha publicado la casi totalidad de su obra.

Otra pista nos la da la edición de las obras de Katherine Mansfield que leyó la autora: se trata de una edición argentina, de 1956, que muy probablemente Arredondo consiguió durante su estancia en Montevideo, con Tomás Segovia, su esposo, y sus tres hijos, entre 1962 y 1964.2 Esta estancia en el Río de la Plata, poco documentada hasta ahora, rindió bastantes frutos, y el principal parece ser el de haber contribuido a difundir la obra de la Generación del Medio Siglo a la que pertenece la autora, concretamente en Marcha, una de las revistas de mayor circulación entonces en Hispanoamérica. Un artículo de Ángel Rama, “Una generación creadora”, intenta tender puentes entre la generación mexicana y otros escritores contemporáneos de todo el continente que conforman lo que llama, en 1964, “la generación hispanoamericana del medio siglo […] cuyo afán central implica una universalización interior de las vivencias propias, regionales”, una generación que buscará, en efecto, “zafarse del dilema contradictorio entre regionalismo o universalismo” (Rama, 1964: 2).3 El artículo de Rama venía acompañado por tres cuentos: “La casa en la playa”, de Juan García Ponce; “La muñeca-reina”, de Carlos Fuentes, y “La Sunamita”, publicado por primera vez en 1961 en la Revista Mexicana de Literatura, y ahora revisado por la autora, ya que incluye algunas variantes y, sobre todo, el epígrafe del pasaje bíblico de Reyes sobre Abisag Sunamita. Merece reproducirse la breve nota, sin firma, pero seguramente del propio Rama, que acompaña el cuento de Inés, en la que el crítico uruguayo acerca los mundos narrativos de Mansfield y de Arredondo: “Los cuentos de Inés Arredondo han aparecido en la Revista Mexicana de Literatura, revelando una lejana discípula de Katherine Mansfield. Un libro —Signos— que recoge sus narraciones nerviosas, secas y encandiladas, ha de aparecer en el Fondo de Cultura. Ha ejercido asimismo la crítica, en especial teatral”.4 Por lo visto, en 1964, el libro La señal tenía todavía el título tentativo de “Signos” y otra era la posible editorial que publicaría el libro. Es probable, entonces, que sea por esos años montevideanos cuando Inés Arredondo descubra y lea las obras de Mansfield. Poco tiempo después, en México, al reseñar La señal, Juan Carvajal, sin hablar de influencias, anotaría también las varias afinidades entre los modos de narrar de ambas escritoras: “al igual que Katherine Mansfield, más que narrarnos una historia, nos participa de manera tácita su esencia misma, es decir: su misterio”. Y agregaba: “percibimos en ambas la misma inextricable y exacta unidad entre la sustancia dramática y la forma misma del relato” (Carvajal, 1966: 101). El certero comentario de Carvajal entronca, en efecto, con la propia poética de Arredondo, cuya escritura busca la “trascendencia” de una historia en un relato que no sea “historia sino existencia, que [tenga] la inexpresable ambigüedad de la existencia” (Arredondo, 1988: 4). En su lectura de “Felicidad”, Inés vislumbra precisamente lo que llama la “inaprensible experiencia” que va narrando la Mansfield y la ambigua “transparencia” que envuelve su relato.

Uno de los cuentos incluido en Los espejos, “Lo que no se comprende” (cuyo primer título, en sus borradores, es “Aquello”), narrado desde la perspectiva de una niña que vive lo que experimenta como un abandono parental, una falta de amor que fisura su mundo, está dedicado a la escritora neozelandesa, sin duda porque ésta supo adentrase como pocos en el mundo interior de la infancia y transmitirlo con maestría. Ambas narradoras coinciden en la exploración sutil de ese universo infantil de sensaciones, repleto de matices, y también, en otros relatos, en la sensualidad naciente de los adolescentes. Es significativo que éste sea el único “homenaje” que le haya hecho Arredondo a alguno de los escritores que leyó con fervor.

De allí que el texto de Arredondo ahora transcrito cobre una singular relevancia, no sólo porque puede leerse como muestra de su “trabajo artesanal” sobre la obra de Mansfield, un trabajo que busca penetrar la “urdimbre” de sus relatos, su confección, sino también porque ahonda en “el milagro que los sustenta”. Resulta difícil hablar simplemente de “crítica” al leer este texto de Arredondo porque entiende su lectura de la literatura de Mansfield como una experiencia plena de sentido que responde, como lo escribe al comentar el libro de ensayos de García Ponce, Cruce de caminos, a la “necesidad de encontrarse a sí mismo en otros, de reconocerse en ellos, en su gesto, en su historia” (Arredondo, 2012: 110).

“‘Felicidad’, de Katherine Mansfield” es un texto breve, luminoso, que revela una honda compenetración con la obra toda de la Mansfield, quizá la escritora más cercana a su mirada y a su propia poética. Aunque titulado y centrado sobre “Felicidad”, en realidad las primeras páginas logran perfilar o, mejor, desentrañar, con una envidiable concisión, “la inasible factura” de los “relatos-estampas” de Katherine Mansfield que van bosquejando, escribe, “un paisaje espiritual”. La parte medular o sustancial de su lectura la escribe Inés en esas primeras páginas y el texto se interrumpe cuando inicia una parte más demostrativa o analítica citando largos fragmentos del cuento. Inés muestra, en el caso de “Felicidad” —un relato no por nada titulado “Bliss” por Mansfield, algo por cierto que soslaya la traducción “felicidad”—, que entiende esta doble dimensión que encierra la palabra “bliss”, la trascendencia de la experiencia relatada que no puede explicarse con simples hechos de la vida cotidiana de la protagonista, sino que necesita un símil que Mansfield encuentra en la contemplación muda, que roza el éxtasis, de un peral primaveral totalmente florecido. Es esta felicidad, perfecta, suspendida en “un tiempo profundo”, pero a la vez frágil, a punto de quebrarse, la que interesa y cautiva a Inés Arredondo. Es un cuento que tuvo que llegarle muy hondo porque también en su mundo, en el seno del amor, de la unidad e incluso de la comunión de la pareja, asoma la otredad, la extrañeza, lo impenetrable. Desde su primer relato, “El membrillo”, publicado en 1957, la escritora explora esta extrañeza que puede brotar en el laberinto de la intimidad de dos adolescentes, algo que volverá a aparecer en cuentos posteriores, como “Mariana”.

En otra de sus lecturas, que sí publicó, Inés Arredondo nos da la clave de lo que busca un escritor en la obra de otro. Y lo expresa con total claridad al comentar Cuadrivio, de Octavio Paz: el escritor o el artista busca “en la obra de otro artista, de su presencia real, la afirmación de la propia realidad gracias al milagro del encuentro” (Arredondo, 2012: 75).5  Y comenta que Paz “no se oculta tras estas personae [Darío, López Velarde, Pessoa y Cernuda], al contrario, por ellos se conoce y ahonda en sí mismo”.

La lectura se convierte entonces en una suerte de ritual de reconocimiento, y ese parece ser el camino que recorre Inés Arredondo en esta brillante lectura de Katherine Mansfield.◊

 


1 Mi primera exploración de los manuscritos y mecanuscritos de Inés Arredondo data de 2004, cuando llevé a cabo un cotejo entre los distintos borradores de la nouvelle “Sombra entre sombras”, para dar cuenta de su trabajo de escritura, de su cuerpo a cuerpo con las palabras. Se analizan los “pre-textos” como materia en gestación, con cambios, bifurcaciones, que iluminan siempre el camino de la escritura (Corral, 2006). Hace unos años, inicié una segunda inmersión en los borradores de la escritora con el propósito de preparar la edición crítica de algunos de sus últimos cuentos.

2 Katherine Mansfield, Novelas y cuentos completos, 2 tt, Francisco Gurza (trad.), Buenos Aires, Shapire, 1956. Esta edición argentina de Katherine Mansfield formó parte de la biblioteca personal de Inés Arredondo. Agradezco a Francisco Segovia la posibilidad de consultar esta edición.

3 Los contactos entre Ángel Rama y la generación de Arredondo se seguirán estrechando, ya que la editorial Arca, que el crítico dirigía en Montevideo, publicaría poco después el ensayo de García Ponce sobre Robert Musil, El reino milenario. Rama escribe, asimismo, el ensayo “El arte intimista de García Ponce”, en el que alude nuevamente a Inés Arredondo y a “otros narradores jóvenes que importan en México y en América Latina” (Rama, 1968: 188).

4 Inés Arredondo, “La Sunamita”, Marcha, año 26, núm. 1217 (7 de agosto de 1964), pp. 26-27. No cabe duda de que la admiración de Juan Carlos Onetti hacia la obra de la mexicana tiene su origen en la lectura que hizo en Marcha de “La Sunamita” y, como cuenta Ida Vitale años después en su reseña a Río subterráneo, ambos escritores se conocieron y trataron en Montevideo (Vitale, 1980: 2). En ocasión de su participación en el Homenaje a Onetti que organizó El Colegio de México en 2009 para el centenario de su nacimiento, Dolly Onetti me confirmó la cercanía que tuvieron con Inés y su familia durante su estancia en Montevideo en los años 60.

5 Las cursivas son nuestras y, con ellas, queremos destacar la cercanía entre este temprano comentario de la escritora mexicana y lo que George Steiner considerará esencial en la lectura que hace un creador de otro, a la que concibe como “un acto crítico de primer orden” en el que la obra leída se convierte en un texto vivo, una forma vivida, en lo que llama él también una “presencia real” (Steiner, 1991).

 


Bibliografía

 

Arredondo, Inés (1965), “Cuadrivio, ensayos de Octavio Paz”, Revista de Bellas Artes, núm. 5 (septiembre-octubre), pp. 95-96.

——— (1976), “Wanda”, Diálogos, vol. 12, núm. 71, pp. 12-15.

——— (1982a), Acercamiento a Jorge Cuesta, SepSetentas Diana, México.

——— (1982b), “Apuntes para una biografía”, Revista de Bellas Artes, núm. 8, pp. 43-49.

——— (1984), “Sombra entre sombras”, Diálogos, vol. 20, núm. 115, pp. 14-25.

——— (1988), “La verdad o el presentimiento de la verdad”, en Obras completas, Siglo XXI, México.

——— (2012), Ensayos, selección y prólogo de Claudia Albarrán, Fondo de Cultura Económica, México.

Carvajal, Juan (1966), “La señal, de Inés Arredondo”, Revista de Bellas Artes, núm. 7, p. 101.

Corral, Rose (2006), “Textos y pre-textos de Inés Arredondo”, en Fernando Moreno, Sylvie Josserand, Fernando Colla (eds.), Fronteras de la literatura y de la crítica, Centre de Recherches Latino-Américaines – Archivos, Poitiers (CD).

García Ponce, Juan (1966), “Inés Arredondo: La señal la revela como una espléndida escritora”, La Cultura en México (2 de febrero), pp. XIV-XV.

Pfeiffer, Erna (1990), “Huellas y señales. Entrevista con Inés Arredondo”, La Jornada Semanal, nueva época, núm. 42, pp. 16-20.

Rama, Ángel (1964), “Una generación creadora”, Marcha, año 26, núm. 1217 (7 de agosto), p. 2.

——— (1968), “El arte intimista de García Ponce”, en Jorge Lafforgue (comp.), Nueva novela latinoamericana 1, Paidós, Buenos Aires,  pp. 180-193.

Siller, David, y Roberto Vallarino (1977), “El mundo culpable inocente porque no hay conciencia del mal”, Unomásuno (8 de diciembre), pp. 18-19.

Steiner, George (1991), Réelles présences. Les arts du sens, Gallimard, París.

Vitale, Ida (1980), “Río subterráneo de Inés Arredondo”, Unomásuno (2 de enero), p. 2.

Xirau, Ramón (1966), “La señal, Inés Arredondo”, Diálogos, vol. 2, núm. 4 [10], pp. 44-45.

 


* ROSE CORRAL

Es profesora-investigadora en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México. Prologó en 1988 las Obras completas de la escritora (Siglo XXI, México), y recibió en el año 2001 la “Cátedra Magistral Inés Arredondo” que otorga El Colegio de Sinaloa.