
01 Oct Imaginar un futuro prometedor para la historia de las ciencias desde El Colegio de México
Conocer la historia de un tema o disciplina particular nos permite comprender a cabalidad el desarrollo y las vicisitudes que ha experimentado para llegar al lugar en el que se encuentra en el presente. La historia de la ciencia no es una excepción a este acercamiento. En este artículo, Adriana Minor escribe sobre la importancia de la historia de la ciencia en México y hacia dónde se dirige como disciplina tanto científica como historiográfica.
ADRIANA MINOR*
En 1927, el físico mexicano Manuel Sandoval Vallarta expresaba así sus anhelos a su colega Julius Stratton, quien, como él, comenzaba su carrera científica en la prestigiosa institución de ingeniería, el Massachusetts Institute of Technology (mit): “Sueño en grande con el futuro del Departamento […] Algún día te contaré mis sueños con lujo de detalle”.1 En un ambiente de posguerra que puso el énfasis en la necesidad de formar nuevas generaciones de científicos en Estados Unidos capaces de dialogar y competir con la ciencia producida en Europa, ambos realizaron estancias de investigación en los grandes centros europeos. En medio de esta estimulante dinámica de intercambio intelectual, se imaginaron un futuro prometedor para la física en el mit. No serían ellos los principales artífices de esos cambios que más tarde, con otros liderazgos y en circunstancias históricas distintas, harían del mit una de las mayores instituciones de investigación científica en el mundo. Aun así, destacan sus esfuerzos de renovación de la disciplina por esa vía, así como las cualidades de los futuros que imaginaron. Habría que tener en cuenta que sus vocaciones científicas se nutrieron en el contexto de renovación de la física en las primeras décadas del siglo xx. Se trataba de un campo que se abría a nuevas preguntas (con la llegada de marcos teóricos como los de la relatividad y la mecánica cuántica) y herramientas para responderlas (como la cámara de niebla o los aceleradores de partículas). Nuevas generaciones se formaron en la física en medio de un proceso de cambios fundamentales en la disciplina, para las que seguramente sería muy motivante incursionar en un campo donde había mucho por hacer.
Otros procesos de cambio semejantes han sido fundamentales, en términos históricos, para la ciencia. No obstante, la historia de la ciencia nos enseña que no ha habido un camino único, directo y definitivo que acumulativamente haya dado lugar al conocimiento científico válido, producto de la búsqueda de una verdad indiscutible. El estudio de la ciencia en perspectiva histórica, especialmente desde la década de 1980, ha mostrado una mayor riqueza y complejidad. Desde entonces, hemos dejado de suponer que la ciencia que importa es la de los grandes hallazgos y descubrimientos que han trascendido hasta la actualidad, desde el surgimiento de la ciencia moderna en Europa a finales del siglo xvi hasta la emergencia de la tecnociencia en Estados Unidos en el siglo xx. Por lo contrario, una narrativa de ese tipo restringe el entendimiento de una actividad que se revela diversa, en constante proceso de cambio y redefinición. Es más, la ciencia en singular deja de tener sentido frente a la pluralidad de sus prácticas y métodos. En todo caso, las ciencias se han nutrido y configurado en un intenso intercambio de conocimientos (aunque algunas veces éstos se hayan invisibilizado). Considerar los intercambios de conocimientos, objetos y prácticas pone en cuestionamiento incluso la concepción de la ciencia moderna como un producto europeo, dado lo mucho que se debe al contacto cultural producido con los viajes y las expediciones científicas. En ese sentido, se ha puesto mayor atención en las múltiples maneras de adquirir conocimiento y en los criterios de validación del conocimiento científico, al igual que en la delimitación cambiante de las disciplinas y prácticas consideradas científicas. Cómo se define un objeto científico y las maneras de representar el mundo natural también han sido aspectos relevantes a tener en cuenta en la reflexión histórica y epistemológica, sin olvidar el contexto y el lugar donde se produce el conocimiento. Los instrumentos y, en general, la cultura material de las ciencias han resultado ser elementos determinantes en el estudio histórico de las ciencias. Además, el énfasis en el dinamismo del conocimiento científico nos ha hecho reflexionar sobre su carácter de universalidad, no como un atributo propio e indiscutible, sino como el resultado de enormes esfuerzos, cuyos mecanismos vale la pena rastrear detenidamente. Las intenciones y dinámicas de poder que se manifiestan en este proceso nos han enseñado que los límites de lo externo y de lo interno a las ciencias no existen de una forma tajante y definitiva. Como puede intuirse, a partir de los cambios en las maneras de entender eso que llamamos ciencia, así como de las herramientas analíticas y las perspectivas desde las cuales la estudiamos, la historia de las ciencias se ha abierto a nuevas geografías, espacios, prácticas, actores, materialidades, representaciones, formas de conocimiento y procesos históricos que ocurren en múltiples escalas (local, nacional, regional, transnacional y global). Sin afán de exhaustividad, este breve repaso esboza algunos de los planteamientos que han renovado y diversificado la historia de las ciencias en épocas recientes.
En la actualidad, la historia de las ciencias es un campo bien establecido a escala internacional, con revistas, sociedades profesionales, programas de formación e institutos dedicados a su cultivo. En México, al igual que en otros lugares, la inquietud en este campo surgió en buena medida a partir de las preocupaciones de algunos científicos que, de una u otra manera, se interesaron por el pasado de sus disciplinas, como los casos del biólogo Enrique Beltrán o del químico Modesto Bargalló, y que impulsaron espacios de comunicación, como la revista Ciencias. En un nivel más profesionalizado, las historias panorámicas de la ciencia en México que nos ofrecieron Eli de Gortari en los años sesenta o Elías Trabulse en décadas posteriores fueron aportes fundamentales para establecer un espacio de reflexión sobre el papel del conocimiento científico en la historia de México. De igual manera, la Sociedad Mexicana de Historia de la Ciencia y la Tecnología, fundada en 1964, y la revista Quipu, que hizo su aparición veinte años después, han sido pasos importantes para dar forma a una comunidad de especialistas en el área. Varias generaciones de historiadores de las ciencias se han formado desde entonces en México y en el extranjero, de manera que en la actualidad la historia de las ciencias constituye una especialidad profesional extendida en el país, con programas de formación e investigadores distribuidos en departamentos de ciencias, filosofía, historia, geografía y otros campos afines. En términos de sociedades profesionales y revistas, existen algunas iniciativas recientes de renovación organizativa dignas de mención, como las reuniones bianuales de la Asociación de Historiadores de las Ciencias y las Humanidades y su revista Saberes. En un esfuerzo por contribuir a generar otro espacio de encuentro para quienes nos dedicamos a la historia de las ciencias y las tecnologías en el país, recientemente hemos creado un seminario interinstitucional, Itinerante, entre la unam, el cinvestav y El Colegio de México. Evidentemente, falta mucho por construir en una comunidad articulada de especialistas en el tema en México, pero no cabe duda de que existe el interés y que hay esfuerzos importantes que apuntan ya en esa dirección.
Cabe mencionar que en América Latina se cuenta con varias comunidades de historia de las ciencias en diferentes países, algunas de las cuales han cobrado cada vez más relevancia internacional. Un ejemplo de ello, dado el dinamismo de la comunidad de historia de las ciencias en Brasil, fue la celebración, en 2017, del 25 Congreso Internacional de Historia de la Ciencia y la Tecnología (de la Unión Internacional de Historia y Filosofía de la Ciencia y la Tecnología [iuhpst], organismo conectado con la unesco) en Río de Janeiro, de hecho el segundo que se organizaba en la región desde que comenzó esta serie de congresos internacionales en 1929, antecedido sólo por el que se llevó a cabo en la Ciudad de México en 2001. Esto no es casualidad, sino que es representativo de algunas de las comunidades más activas en la región, aunque cabe señalar a otras comunidades igualmente relevantes, particularmente en Argentina, Chile y Colombia. Además de los números especiales dedicados en años recientes a América Latina en algunas de las principales revistas internacionales de historia de las ciencias, la importancia de la región en lo que respecta a los grandes congresos en el área ha tenido episodios relevantes, como los citados congresos de la iuhpst en México y Brasil, o los recientes planes de celebrar las conferencias de las sociedades estadounidenses de historia de la ciencia y de historia de la tecnología, respectivamente, en suelo mexicano. Frente a estos impulsos internacionalistas, y retomando el imaginario de actores históricos como Sandoval Vallarta en relación con el fomento del interamericanismo, así como la experiencia previa de la efímera Sociedad Latinoamericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología y otras de mayor continuidad, como la Asociación Latinoamericana de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología, considero que es un momento adecuado para dar un nuevo impulso a la construcción disciplinar de la historia de las ciencias en una escala regional. En ese sentido, un primer paso podría darse con la reanudación de los encuentros latinoamericanos de historia de las ciencias.
Quizá ahora, más que nunca, sería necesario promover un diálogo integrador entre quienes nos dedicamos a estudiar las ciencias desde múltiples ángulos y aproximaciones. Además de eso, creo que sería fundamental generar un espacio de reflexión transversal que reúna ciencia, tecnología, medicina y medio ambiente. Dado el amplio recorrido y el gran interés que se tiene en estos ámbitos, estoy convencida de que El Colegio de México es un espacio idóneo para ello.
No pretendo proyectarme en el espejo de Manuel Sandoval Vallarta y su generación de físicos o sugerir que la historia de las ciencias atraviesa un proceso de cambio de impacto semejante al de la física de inicios del siglo xx, pero creo que su ejemplo muestra muy bien una manera de encarar la renovación de una disciplina con la ilusión puesta en un futuro prometedor.
1 Archivo Histórico-Científico Manuel Sandoval Vallarta, sección Personal, subsección Correspondencia, serie Científica, caja 20, expediente 36, carta de Manuel S. Vallarta a Julius A. Stratton, 10 de marzo de 1927. Traducción de la Redacción.
* ADRIANA MINOR
Es profesora-investigadora del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México.