01 Oct Imágenes y palabras en tiempos de pandemia
AGNÈS MÉRAT*
MurMuros.
Arturo Peón y Manolo Ávila.
México,
Ediciones Mastodonte,
2020.
Fue en plena pandemia, en los primeros días del año 2021, cuando recibí MurMuros, de Arturo Peón y Manolo Ávila, en la puerta de mi departamento parisino. Llegó como una respuesta a mi desesperación: en aquel diciembre de 2020, en Francia, la política sanitaria preconizaba fiestas de fin de año de no más de seis personas. ¿Cómo íbamos a enterrar el Año Viejo así? Con mi minúscula familia de tres, decidimos hacer un ritual para convocar al espíritu de la esperanza, de los viajes y de la aventura. Así, en la medianoche fría del 31 de diciembre, dos adultos y un niño dimos la vuelta a la cuadra, medio bailando, medio corriendo, disfrazados y enmascarados, cantando letanías imaginarias para que alguna fuerza superior nos sacara de esta pesadilla. A los pocos días, el arribo inesperado, desde México, de los ejemplares de MurMuros abrió, en una sentada, mentes, corazones, puertas y ventanas de nuestra casa hacia un talismán tejido de imágenes poderosas y voces íntimas.
MurMuros encarna un proyecto visual, literario, testimonial, bajo el impulso de Arturo Peón y la coordinación de Manolo Ávila. Los dos volúmenes que conforman el libro reúnen casi doscientas fotografías de murales y graffiti tomadas por la cámara de Arturo Peón, escogidas por un grupo de ocho curadores a partir de un acervo de 1 020 imágenes. Al cabo del proceso de selección, las fotos de los murales se turnaron a otro equipo de trabajo. En total, frente a éstas estuvieron las palabras y las miradas de casi veinte participantes: doce hombres y seis mujeres, mexicanos principalmente, pero también de Guatemala, Perú, Costa Rica y Estados Unidos.
Escribo “participantes” porque si los textos producidos fueron pensados primero como una invitación a jugar literariamente frente a las imágenes, también contribuyeron a formar la materia de lo que ya podemos llamar como un nuevo género literario: “relatos de la pandemia”. El juego inicial era el siguiente: entre junio y agosto del 2020, los escritores invitados fueron expuestos, semanalmente, a un conjunto de quince fotografías para reaccionar a ellas y escribir en un formato breve de doscientos ochenta caracteres (el mismo número de caracteres que un tuit). La experiencia lúdica concebida originalmente por Arturo Peón, psicólogo, consultor y escritor, en diálogo con Manolo Ávila, comunicador gráfico, buscaba articular las voces de los murmurantes con las imágenes escogidas, en un ejercicio coral literario tan colorido y contundente como los murales urbanos propuestos.
Pero ocurrieron circunstancias inesperadas: una pandemia y, con ella, condiciones de vida, de trabajo y de lo cotidiano completamente inéditas —difícilmente entendibles en su radical novedad— y, principalmente, dolorosas. Estas circunstancias agudizaron los ritmos presentes en este proyecto y lo transformaron en un espacio paradójico: por una parte, el ritmo de Arturo Peón, con su cámara, su ojo curioso que nos presenta las perlas de los murales que lleva diez años recolectando a lo largo de muchos viajes, principalmente por México (Oaxaca, Ciudad de México, Tepoztlán, Playa del Carmen, Irapuato), pero también por Estados Unidos (San Francisco, Miami, Filadelfia, Chicago), Centro y Sudamérica (Guatemala, Nicaragua, Colombia, Chile, Argentina, Uruguay). Arturo personifica ahí el flâneur benjaminiano: se deja conducir por una palpitación estética, por tiempos largos y deambulaciones libres, movidos por la exploración urbana, por las ganas de descifrar “lo que dicen las paredes”, sus colores, sus pedazos, sus gritos, sus palabras poéticas, políticas, crudas o románticas, plasmadas en graffiti. Es el ritmo de la imagen, largo, lento, de una mirada contemplativa, absorbida. Las fotos transmiten, en el curso de siete capítulos, lo que contienen las pinturas urbanas, en cuanto herederas del muralismo mexicano de principios del siglo xx, así como del street art en su apogeo mediático, político, artístico. Si esta manera de expresión ha podido pasar por un arte revolucionario, “prohibido” por las leyes, se ha transformado en Latinoamérica en un espacio artístico y político que contribuye al debate público de forma significativa. Se ha vuelto un instrumento democrático para expresar lo que ya no quieren escuchar los gobernantes; se ha transformado en una expresión artística reconocida, incluso subvencionada por medio de festivales como el de Valparaíso (Chile) o el de Holbox (México). Este medio ha construido puentes entre artistas urbanos, ciudadanos que dominan el espacio callejero y gobiernos conscientes de las posibilidades de diálogo y de entendimiento que propician estos espacios.
Frente a estas imágenes potentes nace otro ritmo: el de los escritores que atraviesan la pandemia dentro de una vida suspendida. Es un soplo corto, de pocas palabras, producidas en un tiempo medido, apresurado. Los murales fotografiados son de repente su horizonte y, quizá aún más, lo profundo de su reflejo: la frustración existencial de este momento de la historia de México, de las historias de nuestras vidas. Los murmurantes invitados aprovechan para formular, frente a cada mural, frente a cada situación sugerida, lo que no pueden expresar libremente —están los vecinos, los hijos, los demonios interiores, el frágil equilibrio de un cotidiano encerrado—, la diversidad de países y calles ahora cerradas a sus aventuras. Los doscientos ochenta caracteres abren un espacio de creación, de reivindicación, de libertad para continuar lo que permite el mural, la revolución política, poética, social.
Con estos movimientos cruzados —tiempo largo, tiempo corto, fotos de inmensas paredes, fotos del afuera, textos de pocas palabras, textos del adentro— se elaboran otras imágenes y un movimiento rítmico, experiencial. El lector se mueve entre el tiempo prepandémico del viaje y de las deambulaciones y las reflexiones de un grupo de creadores y pensadores que se esfuerzan por sobrevivir, con su inteligencia y sus palabras, a tiempos inconcebibles. El encuentro con este libro deja la sensación de experimentar un momento intenso y, más allá de la originalidad de su contenido visual y literario, permanece en el lector una huella gráfica y escritural de lo que nos atravesó a todos, en un mismo tiempo, en lugares opuestos.◊
* Es francomexicana. Doctora en Filosofía por la unam, imparte talleres para acompañar la escritura y asesora los procesos de pensamiento crítico ligados a la creación artística. Es tutora del Posgrado en Teoría Crítica y coordina el Certificado en Estudios Visuales en 17, Instituto de Estudios Críticos. Sus últimas publicaciones estudian la importancia del bordado en cuanto gesto político y feminista.