01 Jul Horror en lo verosímil
ARMANDO GAXIOLA LAPPE*
Las cosas que perdimos en el fuego.
Mariana Enríquez,
Barcelona, Anagrama, 2016, 200 pp.
Es imperativo leer los cuentos de horror de Las cosas que perdimos en el fuego por varias razones. La primera es que los cuentos de Mariana Enríquez son fenomenales y tienen una propuesta fresca y única. La autora subvierte las convenciones del cuento de horror para darle a este último un lugar en nuestra modernidad sin sacrificar las posibilidades de la literatura. La segunda es que les otorga una voz a grupos por lo común marginados en la literatura del siglo xx latinoamericano: diez de sus once cuentos están narrados desde la perspectiva de una mujer; hay travestis, personas con trastornos alimenticios y personas no heterosexuales. La tercera es que sus cuentos suelen estar narrados desde la primera persona y sin distancia, con una inmediatez absoluta. Es horror al desnudo. La autora parece ser una de las cuentistas clave de la literatura latinoamericana contemporánea.
Las cosas que perdimos en el fuego fue publicado por la editorial Anagrama en 2016 y es el tercer libro de cuentos de la narradora argentina Mariana Enríquez. Este volumen es quizá su obra más conocida, junto con Nuestra parte de la noche, que fue publicado el año pasado y ganó el Premio Herralde de Novela.
La colección incluye cuentos completamente verosímiles, como “Verde rojo anaranjado”, la historia de una chica y sus interacciones digitales, frías y desesperanzadas con su novio, que decidió abandonar cualquier contacto físico y no volver a salir de su cuarto para adentrarse en la deep web y convertirse, al cabo, en no más que puntos, nubes y textos en una pantalla. Otros se inclinan más hacia lo sobrenatural, como “El patio del vecino”, en el que la protagonista, una trabajadora social despedida, se muda con su novio a un departamento sospechosamente costeable en un buen barrio de Buenos Aires. A la mitad de la noche escucha unos golpes violentísimos en la puerta. El novio no se da cuenta de nada. Tiempo después, una madrugada, ve a un niño con ojos de gato sentado sobre su cama, para encontrarlo por la tarde encadenado en el patio del vecino. Intenta rescatarlo y todo empeora hasta llegar a una catástrofe. Sin embargo, los cuentos de esta colección que más me impactan son aquéllos en los que lo imposible forma parte de lo mundano y el horror va más allá de lo desconocido. En éstos, Mariana Enríquez permite contrastar nuestro temor frente a lo inverosímil y frente a lo que forma parte de nuestro mundo. Queda claro que no es necesario tener monstruos para quitarnos el sueño; basta, por ejemplo, con ir a cualquier puesto de revistas y ver las notas rojas. Lo que hace Enríquez —y me parece admirable— es que tiene la valentía de hablar de lo peor de nuestro mundo (feminicidios, trata de personas, pauperización) con franqueza, sin estetizarlo ni romantizarlo.
En cuanto al estilo, su prosa es muy limpia y precisa. No hay ornamento que sobre. Tiene un registro que oscila con mucha facilidad entre lo liviano y lo terriblemente pesado; y, en general, la textura de su pluma es profundamente disfrutable, ya que alterna con naturalidad entre registros coloquiales y otros muy sofisticados, oraciones largas y cortas, así como entre lo abstracto y lo concreto. También importa mencionar que el cierre de los cuentos de horror clásicos, como el grueso de los de Poe, Quiroga y hasta los de Lovecraft, presenta callejones sin salida; por lo contrario, los de Mariana Enríquez dan la impresión de que hay una serie larga de puertas sin abrir, principalmente porque la autora abandona completamente el principio del arma de Chéjov, que dice que si hay una escopeta cargada en el primer acto, debe ser disparada en el segundo. Y en este caso parece que las historias sueltan más cabos que conclusiones, lo que tiene un efecto muy poderoso, pues incrementa el horror a lo desconocido y la impresión de que algo peor puede pasar, sin poder imaginarlo.
Los cuentos de Mariana Enríquez en Las cosas que perdimos en el fuego son de horror y el lector acostumbrado a este género no saldrá decepcionado. Hay cosas monstruosas, incomprensibles, abrumadoras, grotescas y claramente sombrías; hay casas abandonadas, personas mutiladas, carne podrida y personas morbosas a las que sus deseos se les salen de las manos. Sin embargo, el libro supera todas las expectativas porque la autora mezcla el terror sobrenatural y el miedo ante lo desconocido con el horror cotidiano. El mensaje es sencillo y poderoso: la realidad puede ser más aterradora que lo fantástico.◊
* ARMANDO GAXIOLA LAPPE
Realizó estudios en el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México.