
01 Ene ¿Hacia dónde va el sistema de partidos en México?
El joven partido gobernante Morena no logra avanzar en su consolidación, al tiempo que los partidos que dominaron el periodo de las alternancias políticas en los tres niveles de gobierno representan hoy una muy débil y fragmentada oposición. A partir de esta realidad se analizan el futuro del sistema de partidos en México y sus posibilidades de institucionalización.
MARÍA FERNANDA SOMUANO*
El 1 de julio de 2018 se realizaron elecciones federales en México. Fueron comicios que generaron altas expectativas, no sólo por los posibles resultados, sino también porque se pensó que se alcanzarían niveles máximos de votación. Estas elecciones estuvieron marcadas por el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (amlo) en las presidenciales, con el apoyo de un partido recién creado y el probable fin del sistema de partidos de la transición. En dichas elecciones, amlo ganó la presidencia con más de 50% de los votos emitidos y su partido (Morena) obtuvo 252 de 500 escaños en el Congreso. Por primera vez desde 1997, el partido ganador obtuvo la mayoría absoluta, lo que permitió al presidente impulsar su agenda de reformas. Además, con sus aliados partidistas, los diputados de Morena lograron la mayoría calificada de dos tercios, necesaria para modificar la Constitución. En términos de participación, se registró una tasa de 63.21%, sólo poco más de un punto porcentual de la que se dio en 2012.
Tres años más tarde, el 6 de julio de 2021, se llevaron a cabo elecciones intermedias. Éstas fueron las más grandes en la historia del país, no sólo por el tamaño del padrón, sino también por el número de cargos que se eligieron, pues las 32 entidades del país tuvieron elecciones locales concurrentes con la federal (21 mil cargos de elección popular). A pesar de la pandemia de covid, así como de las amenazas y homicidios de candidatos por parte del crimen organizado, el nivel de participación fue de 52.67%, cifra mayor que la tasa de participación promedio en las tres últimas elecciones de este tipo (44.6%). Los resultados de la elección indicaron que, de acuerdo con los cómputos distritales federales del Instituto Nacional Electoral (ine), Morena obtuvo la victoria en 11 de las 15 gubernaturas en disputa, que por décadas habían sido gobernadas por los tres partidos “grandes”: Campeche, Colima, Guerrero, Sinaloa, Sonora, Tlaxcala, Zacatecas, San Luis Potosí, Baja California Sur, Nayarit y Michoacán. Así, Morena se convirtió en la primera fuerza política del país al obtener 34.13% de la votación nacional y gobernar en 17 entidades. El pan se consolidó como la segunda fuerza política y el pri como la tercera. El gran perdedor de la contienda electoral fue el prd, que fracasó en Michoacán, apenas mantuvo su registro y sólo gobernaría un estado, Quintana Roo.
Claramente, ambas elecciones significaron cambios importantes en el escenario electoral del país. Por ello, se antoja preguntar hacia dónde va el sistema de partidos mexicano después de ambos procesos electorales.
Diversos autores han considerado críticas las elecciones de 2018 debido a que alteraron de manera sustantiva la conformación del sistema de partidos del país. Por un lado, ocurrió un gradual desalineamiento del electorado de los tres partidos mayores; por otro, se dio una creciente identificación de una parte de la ciudadanía con Morena a costa del prd y del pri. La irrupción de Morena modificó el sistema de pluralismo moderado que se gestó durante la transición y que se estructuró alrededor de tres partidos centrales (pan, pri y prd) que durante cerca de tres décadas concentraron alrededor de 80% de la votación del país. Más aún, el surgimiento de Morena en 2014 abrió distintos escenarios para el sistema de partidos; uno de ellos, la posible consolidación de un sistema de partido hegemónico en el ámbito nacional.
La elección de 2021, por su parte, implicó que en el plano federal la coalición de amlo (Morena-pvem–pt) ya no tendría una mayoría calificada para hacer cambios a la Constitución, aunque seguiría teniendo la mayoría absoluta. A nivel local, Morena fortaleció su estructura de poder, ya que ganó (con el apoyo de sus aliados) 12 de las 15 gubernaturas que estaban en disputa. Quizá uno de los resultados más interesantes de las elecciones intermedias fue la derrota de Morena en la Ciudad de México. La alianza Va por la Ciudad de México, conformada por pan–pri–prd, se quedó con 9 de 16 alcaldías. Una interpretación de esta derrota es que los habitantes de la Ciudad de México utilizaron su voto para castigar el mal desempeño del partido mayoritario en la ciudad, pero, a pesar de este descalabro, a siete años de su fundación, Morena desplazó a los partidos que gobernaron el país durante las últimas tres décadas.
Siguiendo a Sartori (2009), puede decirse que el sistema de partidos en México ha tenido tres etapas: 1) un sistema de partido hegemónico (de los años treinta hasta el 2000); 2) un pluralismo moderado constituido por tres grandes partidos alrededor de los cuales se estructuraron la competencia y las coaliciones (a partir del 2000), y 3) un probable sistema de partido dominante o de 1.5 partidos a partir de una desinstitucionalización del sistema de pluralismo moderado (desde 2018).
Aunque es pronto para asegurar que el sistema de partidos mexicano se consolidará como uno de partido hegemónico, hay algunos indicios que apuntan en esa dirección. Uno de ellos es la construcción de la base electoral de Morena a partir de las bases priista y perredista. Pero Morena no se conformaría con disputar la hegemonía de la izquierda. Su intención fue la de fundar un partido en donde podían caber todos los personajes, todas las clases sociales y todas las ideologías —un “partido atrapatodo”— y, aunque es muy poco probable que se convierta en un partido único, el escenario que se propuso construir es el de un partido mayoritario con influencia indiscutible y agregación articulada de posturas políticas distintas.
Sin embargo, paradójicamente, mientras Morena gana fuerza desde una perspectiva electoral externa, internamente es tan débil como el resto de los partidos, y contribuye a la fragilidad generalizada y desinstitucionalizada del sistema de partidos mexicano. ¿Por qué?
La institucionalización de un sistema político significa que los actores tienen expectativas claras y estables sobre el comportamiento de otros actores. Mainwaring y Scully (1995) conceptualizan cuatro dimensiones de la institucionalización del sistema de partidos. Primero, los sistemas altamente institucionalizados manifiestan una estabilidad considerable en los patrones de competencia partidista, es decir, tienen poca volatilidad. En segundo lugar, en los sistemas institucionalizados, los partidos tienen fuertes raíces en la sociedad y, a la inversa, la mayoría de los votantes tienen fuertes vínculos con los partidos. En tercer lugar, en dichos sistemas, los actores políticos confieren legitimidad a los partidos; es decir, ven a los partidos como una parte necesaria de la política democrática, incluso si son críticos con partidos específicos y expresan escepticismo sobre éstos en general. Finalmente, en sistemas institucionalizados, los partidos no están subordinados a los intereses de unos cuantos líderes ambiciosos y tienen un estatus independiente. Tomando como base estas características, en la actualidad el sistema de partidos mexicano parece caminar hacia menores niveles de institucionalización.
Primero, los patrones de competencia partidista en las elecciones mexicanas revelan cierta inestabilidad. De hecho, si analizamos algunas medidas de volatilidad electoral, podemos ver que esta variable ha cambiado continuamente y aumentó de manera sustancial en las elecciones de 2018. De acuerdo con los datos electorales, en 2012 el índice de volatilidad total fue de 20.82%. Esto se debió a una pérdida de votos del pan de 10.64% y a un aumento de votos por el pri de 14.48%, lo que permitió que este último ganara la elección presidencial con 37.23% de los votos.
Las elecciones de 2018 trajeron dos nuevos actores a la competencia, el Partido Encuentro Social (pes), que obtuvo 2.7% de los votos, y Morena, con 44.79%. Estos votos provinieron del pri y el prd, que perdieron 23.67% y 24.82% de los sufragios, respectivamente, y en menor medida del pan, con una reducción de 8.39%. En este sentido, la llegada de Morena y la pérdida de votos de otros partidos disparó el índice de volatilidad hasta 54.68%.
Las elecciones de 2018 son reveladoras, pues en la mayoría de los estados la volatilidad se incrementó considerablemente. Baja California y Baja California Sur, con un índice típico de volatilidad menor a 30%, alcanzaron cerca de 70% en 2018, mientras que la Ciudad de México presentó una volatilidad de 70%, 50 puntos porcentuales por encima de la volatilidad registrada en la elección de 2012. Lo mismo ocurrió con Tabasco, donde se registró una volatilidad superior a 80%, la más alta de todas las entidades en el 2018 (Palma y Osornio, 2020).
Segundo, en relación con el vínculo entre los partidos políticos y la sociedad, durante las últimas décadas los partidos en México han sido percibidos por los ciudadanos como las instituciones menos confiables y completamente desinteresadas en las demandas de la gente. Además, como partido nuevo, Morena difícilmente puede tener fuertes lazos con la sociedad. De hecho, su mayor desafío para reconstruir un sistema de partidos dominante es su propia debilidad institucional. El partido es parte de los movimientos que se convirtieron en partidos en América Latina. Sin embargo, a diferencia de algunos de estos partidos-movimientos, Morena no ha experimentado un proceso de intensa institucionalización.
Ahora bien, aunque el pan y el pri llevan más de 80 años en la arena electoral, han sufrido pérdidas electorales importantes que han producido una fuerte caída en la afiliación partidista. Mientras que, en 2000, 24.7% de los ciudadanos se identificaba como priista y 25.4% como panista, según la muy reciente Encuesta Nacional de Cultura Cívica 2020 (Encuci 2020), sólo 10.9% se identifica con el pri y 10.3% con el pan, es decir, ni siquiera juntos alcanzan los niveles de partidismo que tenían hace 20 años.
Tercero, los partidos políticos son claramente actores imprescindibles en una democracia. En dicho sistema, tanto los actores políticos como la ciudadanía consideran los partidos una parte necesaria de la política democrática, aun cuando sean críticos de su desempeño. En el caso de los partidos en México, no solamente son una institución en la que la gente confía muy poco: también hay cuestionamientos a su legitimidad. De acuerdo con datos de la Encuci 2020, 45% de los mexicanos está en desacuerdo con la idea de que sin partidos no hay democracia y 50% considera que éstos no sirven para nada. Sin duda, estos datos son preocupantes para un sistema de partidos que se considera democrático y que aspira a su consolidación.
Cuarto, en lo que se refiere a los partidos y sus liderazgos, en 2020 Morena renovó su dirección nacional, luego del breve periodo intermedio de Alfonso Ramírez. Dado que el partido no pudo llegar a un acuerdo sobre el mecanismo para elegir un nuevo líder, el Tribunal Superior Electoral recomendó tomar la decisión basándose en una encuesta entre los miembros del partido. Desde el comienzo del proceso, todas las facciones de Morena se enfrentaron, a pesar de que sus reglas internas prohíben las facciones. Dos candidatos llegaron a la etapa final: Mario Delgado, del ala más moderada del partido, y Porfirio Muñoz Ledo, uno de los miembros de mayor edad de la élite política mexicana, expriista, fundador del prd, relativamente de centroizquierda en términos ideológicos, pero aliado de las facciones más radicales de Morena. Delgado ganó por un margen muy estrecho y —luego de varias encuestas— tuvo que enfrentar las críticas fulminantes de Muñoz Ledo a la integridad del proceso. Estos hechos expusieron las debilidades internas del partido, que en el fondo sigue estando dominado por el líder del Ejecutivo.
¿Pero qué sucede con los otros partidos? El pan ha atravesado importantes conflictos internos, exacerbados en las elecciones de 2018 cuando el líder nacional, Ricardo Anaya, maniobró para convertirse en candidato a la presidencia. El pri ha mantenido una razonable cohesión institucional, pero, a pesar de ella, la base original del partido ha disminuido sustancialmente. El prd, que sigue controlado por la facción que estaba en contra de amlo cuando éste aún era miembro, fue víctima de rencillas internas y de su mal desempeño electoral, por lo que está cerca de desaparecer. Hay otros partidos más pequeños, que pueden clasificarse en dos campos, y ninguno de ellos puede afirmar tener fuertes raíces en la sociedad. Primero, los partidos satélites de Morena, como el Partido del Trabajo (pt) y el Partido Verde Ecologista de México (pvem). Ambos han sido históricamente satélites de partidos más grandes, el primero más en el campo de la izquierda y el segundo más inclinado hacia la derecha, aunque los dos son bastante pragmáticos.
Otro aliado de Morena es el Partido Encuentro Solidario (pes), con una orientación abiertamente evangélica, y en segundo lugar, el Movimiento Ciudadano (mc), partido aliado de amlo en 2006 y 2012, que se ha movido al centro del espectro ideológico y se coaligó con el pan y el prd en 2018. En 2020, el mc gobernó el estado de Jalisco y a partir de 2021 gobernará el estado de Nuevo León. En las elecciones de 2021, el mc se negó a aliarse con otros partidos, tratando de construir una identidad propia como una “tercera vía”, alternativa a los partidos de oposición establecidos —pan, pri y prd— y a Morena.
Volviendo a Morena, una pregunta que queda abierta es por qué el partido sigue débil y dividido a pesar de los siete años que han transcurrido desde su fundación y cuando podría esperarse que el presidente se beneficie políticamente de un partido fuerte. Una línea de argumentación es que el presidente no quiere ningún tipo de contrapeso, ni siquiera de un partido que le rinda cuentas. Este hecho indica la existencia de una organización débil dominada por un líder personalista. Otra es que las élites del partido no han podido coordinar y mantener la disciplina del partido. Una pregunta adicional es si las distintas facciones dentro de Morena se mantendrán disciplinadas dentro del partido a pesar de sus diferencias y enfrentamientos. En resumen, a pesar de los posibles beneficios que la institucionalización podría ofrecer al partido para generar un liderazgo duradero y poscarismático, Morena y su élite dominante se han negado o no han podido desarrollar una estructura partidaria fuerte. Esta debilidad, sin embargo, no es exclusiva de Morena; los partidos de oposición son igualmente débiles. Por lo tanto, el intento de reconstrucción del régimen del partido dominante está a cargo de un partido subordinado a los intereses de un líder fuerte, dentro de un sistema de partidos constituido por opositores con estructuras frágiles, escasa legitimidad y vínculos sociales mínimos. Juntos, estos elementos apuntan a un proceso de desinstitucionalización del sistema de partidos mexicano.◊
Referencias
Mainwaring, S., y T. Scully, Building Democratic Institutions: Party Systems in Latin America, Stanford, Stanford University Press, 1995.
Palma, E., y M. C. Osornio, “Competencia, fragmentación y volatilidad electoral en México: formatos de competencia a nivel nacional y subnacional”, en México 2018: elecciones, partidos y nuevos clivajes sociales, E. Palma y S. Tamayo (eds.), Ciudad de México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2020, pp. 23-60.
Sartori, G., Partidos y sistemas de partido, Madrid, Alianza Editorial, 2005.
* Es profesora-investigadora en el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México desde enero de 2001. Es especialista en temas de participación política, calidad democrática, opinión pública, sociedad civil y ciudadanía en México y América Latina, sobre los que ha escrito diversos artículos y libros. En El Colegio de México ha publicado Sociedad civil organizada y democracia en México (2011) y Confianza y cambio político en México: contiendas electorales y el ife (en coautoría, 2015).