Gordas, flacas o supermadres: la construcción de lo femenino en la política latinoamericana

Aun contando con avances como la paridad de género, las mujeres que participan en política siguen siendo relegadas a tareas secundarias y con frecuencia —nos dice la autora de este texto— a aquellas que tradicionalmente han tenido en otras esferas de sus vidas: las relacionadas con la familia, la educación, la salud y la infancia, además de tener que cumplir con estereotipos de belleza y comportamiento que a sus compañeros hombres no se les piden.

 

SARAH PATRICIA CERNA VILLAGRA*

 


 

Con la incursión de un mayor número de mujeres en política tras la aplicación de medidas afirmativas en la región latinoamericana, los estereotipos respecto al “ser mujer” en este ámbito también aumentaron. Ejemplo de lo anterior es el tratamiento diferenciado que ha hecho la prensa de figuras emblemáticas como Michelle Bachelet en Chile, Cristina Fernández en Argentina y Dilma Rousseff en Brasil, o recientemente, en México, con las figuras de Margarita Zavala y María Jesús Aparicio en las pasadas elecciones de 2018.

Las mujeres también “deben ser” femeninas en política, es decir, reproducir estereotipos culturales con respecto a la feminidad, como la apariencia física atractiva, y la práctica de valores “femeninos”, como la sumisión, la conciliación, la generosidad, la cordialidad y la bondad. Al menos así lo demuestran las investigaciones sobre los liderazgos femeninos en política realizadas por García Beaudoux y otras autoras que han abordado el tema del género y la política en América Latina, como Chaney, Heath et al. y Schwindt-Bayer.

Cuando Michelle Bachelet hizo sus dos campañas para la presidencia chilena, asumió que era considerada “la gorda” de las elecciones y por ello calificó el ámbito de la política chilena como sexista, porque tanto políticos y políticas como ciudadanos y ciudadanas consideran que las mujeres deben cumplir ciertos patrones estereotipados de género (como la belleza física) y porque consideran que las mujeres en política no tienen autonomía respecto de los hombres (Cooperativa Cl).

Un caso similar al de Bachelet fue el de Cristina Fernández en Argentina, quien tuvo que enfrentar las constantes críticas de la prensa con respecto a su figura, en este caso delgada y “muy femenina”, y las opiniones sobre su autonomía (o no) en política respecto de su marido, Néstor Kirchner.

Más recientemente, la prensa brasileña no escatimó adjetivos para criticar duramente la gestión de Dilma Rousseff y los escándalos de corrupción que explotaron durante su mandato. De hecho, precisamente durante la votación que terminó en su destitución en el Congreso brasileño, varios de sus colegas sostuvieron alegatos sexistas respecto a la hoy expresidenta del Brasil. Ella misma, en una entrevista con Gerardo Lissardy sobre el proceso que derivó en su destitución, señaló: “Han mezclado en todo esto un gran prejuicio contra la mujer […]. Hay actitudes conmigo que no tendrían con un presidente hombre”.

En el caso mexicano, las elecciones de julio de 2018 mostraron el lado más racista y misógino de la cultura política de este país, tras el lanzamiento de la precampaña presidencial de la líder indígena María de Jesús Aparicio, Marichuy. Tanto en redes sociales como en medios de prensa, actores políticos y ciudadanos criticaron la candidatura de Marichuy por considerarla una indígena sin estudios, “incapaz” de liderar un país tan grande, así como por representar a un grupo que no aglutina lo verdaderamente “mexicano”, es decir, mestizos, hispanoparlantes, etcétera.

La violencia política por razón de género con la que criticaron y atacaron la figura de Marichuy es una muestra clara de lo que se espera de las mujeres en el ámbito político, que para autoras como García Beaudoux se denomina “el doble estándar” en política para las mujeres, lo cual implica que, además de la apariencia física atractiva, también deben estar más capacitadas que los demás —en este caso, los hombres. Las mujeres en política no sólo deben ser más guapas que las demás mujeres, sino también más capaces que los hombres. Y por capacidad se entienden muchas cosas: habilidades de conciliación y negociación, formación académica superior al promedio, autocontrol emocional, conocimiento del ámbito político y de la administración pública, entre otra serie de habilidades que generalmente no se les piden a sus pares varones.

En la misma precampaña presidencial, tanto en las redes sociales como en los medios de comunicación, la otra precandidata a la presidencia, Margarita Zavala, fue denostada por considerarla un títere de su esposo, el expresidente Felipe Calderón. Dichas críticas refuerzan la idea de Bachelet sobre el sexismo en política, que considera a las mujeres incapaces de tener autonomía frente a los hombres en este ámbito.

 

El debate en torno a los estereotipos femeninos en política

 

Como lo sostiene García Beaudoux, el problema de los estereotipos de género en la política se debe a la asociación positiva que se realiza entre los atributos considerados masculinos, como la agresividad y la competitividad, mientras se realiza una relación negativa de los atributos considerados femeninos, como la sumisión y la debilidad, lo cual siempre es en detrimento de las mujeres. Los estereotipos de género hacen que, en política, la percepción sobre las mujeres esté llena de expectativas o de una visión negativa respecto de sus cualidades para ejercer puestos de poder, mientras que para los varones la percepción sea contraria a ésta.

En caso de que una mujer transgreda estos roles estereotipados y se vuelva competitiva o agresiva, también puede denostársele con el adjetivo de “masculina”, mientras que a un hombre que se vuelva conciliador o generoso no se le considera “femenino” en el ámbito político.

 

Lo femenino y lo masculino en el ámbito legislativo

 

El trabajo pionero sobre los debates en torno a lo “femenino” en el ámbito legislativo es una investigación de Elsa Chaney titulada “Supermadre”, donde se analiza el rol de las mujeres en el Poder Legislativo chileno y la reproducción de los roles estereotipados de género en su quehacer parlamentario. Chaney acuñó el concepto de “supermadres” para referirse a las legisladoras de Chile y Perú como mujeres que encontraron en su actividad pública una “extensión del trabajo” de madre y esposa que realizaban en sus hogares, y cuyo ejercicio legislativo se enfocó en temas relacionados con la familia, la educación, la salud y la infancia. Schwindt-Bayer plantea que por ello los temas se dividen por géneros. Esto quiere decir que los asuntos de las mujeres suelen ser la educación, la salud, los niños y la familia, en tanto que los temas de los hombres son la economía, la agricultura, el empleo y los asuntos fiscales, como sostengo yo misma en mi tesis doctoral.

Chaney afirma que “tanto los hombres como las mujeres creen que las mujeres deben participar en la política”, pero con un estilo que “sea un reflejo en la institución política de la división de tareas en la familia”, de suerte que la mujer que se desenvuelve en política “representa una especie de ‘supermadre’ que atiende las necesidades de su gran familia que puede ser el partido, la organización social, el municipio o la nación”. En este sentido, la participación de la mujer en política se desarrolla en una “especie de maternidad social que prioriza los temas relacionados con el hogar y la familia”, y, además, en “términos de reproducir el rol tradicional de ponerse al servicio de otros”.

Chaney muestra cómo las mujeres que ejercen un cargo político de elección popular, en este caso, una curul legislativa, extienden su rol estereotipado de género más allá de sus hogares, hasta el propio Congreso, donde también se encargan del cuidado de otros, en especial de los más vulnerables, y desempeñan actividades relacionadas con la reproducción, la salud y la educación. Lo anterior significa, en términos empíricos, que las mujeres electas como legisladoras, una vez que acceden al poder, se convierten en las supermadres de la política, donde, además de atender a sus propias familias, ahora deben extender ese rol a grupos más extensos de la población. Como mujeres en política, “deben” encargarse de velar por el cuidado, la salud y la educación de otros. El ejemplo de ello es la designación exclusiva de mujeres para las comisiones de género, de atención a grupos vulnerables, de educación o de salud.

La propuesta referida de Chaney también puede extenderse a otros ámbitos de la política, como la designación de gabinetes dentro de los poderes ejecutivos en América Latina, donde los cargos considerados “femeninos” son generalmente asignados a las mujeres, que así se convierten en secretarias de educación, de salud, de pueblos indígenas, etcétera.

Esta autora sostiene que la posición de subordinación histórica de la mujer en la familia se traslada al campo de la política, en donde ocupan una posición similar: mientras que los hombres desempeñan los cargos de mayor jerarquía, las mujeres quedan relegadas a un penoso puesto secundario. En palabras de Chaney, tanto las ideas como los estereotipos de género influyen en mujeres y hombres comunistas y socialistas, al igual que en el resto de las mujeres que participan en política, y reproducen esos patrones a través del ejercicio de actividades “típicamente femeninas”, lo que resta importancia a su papel en los partidos, que queda subordinado a apoyar las actividades de los hombres.

Unas décadas después, en otro trabajo pionero sobre la distribución del poder en los congresos latinoamericanos, Heath et al. mostraron que el género condiciona la pertenencia de un legislador o legisladora a una comisión específica o a un puesto directivo en el Congreso. Estos investigadores plantean que las legisladoras suelen estar “aisladas” en los congresos porque se las asigna solamente a las comisiones y temáticas referidas a la mujer y a lo social, y con ello se las aleja de posibles intervenciones y actuaciones en comisiones sobre temas económicos, asuntos externos y otros que se consideran “exclusivos” de los hombres. En sus trabajos encontraron que, en las cámaras legislativas de Costa Rica y Colombia, las parlamentarias reconocieron que el Congreso se comporta de manera patriarcal.  Dicho comportamiento se manifiesta en las pocas posibilidades que tienen las legisladoras para plantear iniciativas de proyectos de ley en temas como agricultura, economía y asuntos fiscales, pues éstos son temas “exclusivos de los hombres”. Esta hipótesis fue confirmada en otro estudio por Martínez y Garrido para los casos de los congresos de México, Argentina (con cuotas), Chile y Uruguay (sin cuotas). En los cuatro casos, estos autores encontraron que las mujeres son marginadas de áreas políticas relevantes y de ámbitos de influencia real en el Poder Legislativo de sus países.

En un estudio más reciente, publicado por Hernández y Rodríguez, investigadores e investigadoras de varias entidades federativas de México también encontraron que la división del trabajo legislativo según el género destina a los hombres a ocupar los espacios decisivos y de poder, como las juntas de coordinación política y las comisiones relacionadas con presupuesto, hacienda y economía, mientras que a las mujeres se las asignas a las comisiones consideradas “menos relevantes” por ser de carácter femenino.

De lo anterior puede concluirse que los estereotipos de género en el ámbito de la política mantienen ideas y expectativas que resultan desfavorables para las mujeres que incursionan en este ámbito, las cuales deben enfrentar un “doble estándar” que no afrontan sus pares masculinos y desenvolverse con actitudes “femeninas” que inevitablemente las pondrán en una situación subordinada respecto de sus pares varones.◊

 


Bibliografía

 

Cerna Villagra, S.P., “La representación sustantiva de las mujeres: un análisis de la legislación sensible al género en México y Paraguay”, tesis doctoral, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2017.

Chaney, E., Supermadre. Women in Politics in Latin America, Texas, The University of Texas Press, 1979. Hay traducción al español: Supermadre. La mujer dentro de la política en América Latina, México, Fondo de Cultura Económica, 1992.

Cooperativa Cl, “Bachelet por sexismo en política: Yo era la gorda”, 23 de setiembre de 2016, disponible en https://www.cooperativa.cl/noticias/pais/michelle-bachelet/bachelet-por-sexismo-en-la-politica-yo-era-la-gorda/2016-09-23/120612.html.

García Beaudoux, V., “Estereotipos de género y liderazgo femenino”, Buenos Aires, VI Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología. XXI Jornadas de Investigación. Décimo Encuentro de Investigadores en Psicología del Mercosur, Facultad de Psicología-Universidad de Buenos Aires, 2014.

Heath, R.M., L. Schwindt-Bayer y M. Taylor-Robinson, “Women on the Sidelines: Women’s Representation on Committees”,  American Journal of Political Science, vol. 49, núm. 2, 2005, pp. 420-436.

Hernández García, Ma. A., y J.A. Rodríguez Alonso, ¿Es la paridad una realidad en los congresos locales?, México, Grupo Editorial Manuel Grañén Porrúa, 2019.

Lissardy, Gerardo, “¿Hay machismo, sexismo o misoginia contra Dilma Rousseff, la suspendida presidenta de Brasil?”, BBC Mundo, 12 de mayo de 2016, disponible en http://www.bbc.com/mundo/noticias/2016/04/160420_brasil_dilma_rousseff_machismo_gl, consultado el 13 de mayo de 2019.

Martínez, María Antonia, y Antonio Garrido, “Representación descriptiva y sustantiva: la doble brecha de género en América Latina”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 75, núm. 3, julio-septiembre, 2013, pp. 407-438.

Schwindt-Bayer, L., “Still Supermadres? Gender and the Policy Priorities of Latin American Legislators”, American Journal of Political Science, vol. 50, núm. 3, julio de 2006, pp. 570-585.

 


* SARAH PATRICIA CERNA VILLAGRA

Es catedrática Conacyt-El Colegio de México, adscrita al Programa Interdisciplinario de Estudios de Género del Centro de Estudios Sociológicos.