Formación familiar durante la infancia y la adolescencia

La unión conyugal temprana, el embarazo y la maternidad adolescentes son factores que las políticas públicas deben atender de manera integral a fin de disminuir su ocurrencia y sus consecuencias negativas en la vida de las mujeres, señala en este artículo Julieta Pérez Amador, que analiza esta problemática y la cierne a través de variables como el nivel educativo y el estrato socioeconómico, entre otras.

 

JULIETA PÉREZ AMADOR*

 


 

La sociedad mexicana es heterogénea y desigual; en todos sus estratos se viven distintas condiciones y trayectorias de vida. En cuanto a la formación familiar, aquí entendida como el inicio de la primera unión conyugal y de la maternidad o paternidad, los contextos urbanos siguen siendo distintos de los rurales y, en el interior de éstos, los diversos estratos socioeconómicos tienen calendarios y trayectorias disímiles, incluso polarizadas en los últimos años.1 Mientras un grupo de mujeres de estratos socioeconómicos altos ha venido retrasando la entrada en unión conyugal y la maternidad hasta la tercera década de su vida, otro grupo, el de mujeres de estratos socioeconómicos bajos y muy bajos, ha acelerado su ocurrencia. Una característica de esta dinámica es que un conjunto cuantioso de mujeres, nacidas en distintas décadas, sigue iniciando la unión conyugal y la maternidad durante la infancia y la adolescencia. Hoy en día, una de cada cinco mujeres (23%) entra en unión conyugal antes de cumplir 18 años y una de cada tres (32%) se convierte en madre antes de cumplir 20 años.

Justamente, la maternidad temprana no es novedad en la sociedad mexicana. Por ello, desde la década de los ochenta, el embarazo, la maternidad y la fecundidad adolescentes han ocupado importantes espacios en la investigación demográfica y sociológica, cuantitativa y cualitativa. Se han estudiado sus niveles y diferenciales, y algunas de sus causas y consecuencias han sido expuestas. Entre los hallazgos destaca el hecho de que, en su mayoría, el embarazo, la maternidad y la fecundidad adolescentes ocurren dentro de una unión conyugal. Se apuntó, por ejemplo, que en estratos socioeconómicos bajos, la unión conyugal antecedía o seguía inmediatamente al embarazo y a la maternidad adolescentes como parte del curso de vida típico, caracterizado por la falta de alternativas, mientras que, en los estratos socioeconómicos medios y altos, la unión conyugal funcionaba, en muchos casos, como aparato de legitimación de un embarazo previo, resultado del poco conocimiento, acceso y uso efectivo de servicios de salud sexual y reproductiva, y como disimulo de la sexualidad durante periodos de soltería más prolongados.2 En cualquier caso, se encontraba un vínculo estrecho entre estos dos eventos en la formación de familias. Sin embargo, a pesar de su clara relación, suelen estudiarse por separado; cuando se llegan a estudiar de manera conjunta, se pone énfasis en la maternidad adolescente y se trata la unión conyugal durante la infancia y la adolescencia como un suceso endógeno o colateral. En realidad, esta última ha tenido, y sigue teniendo, un papel protagónico como detonador de la ocurrencia de la maternidad adolescente.

El análisis de las historias de uniones conyugales, de embarazos y de nacimientos recogidas por la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica de 2014 apunta que, de cada 100 mujeres que fueron madres durante la infancia y la adolescencia, 23 tuvieron su primogénito siendo solteras; 20, durante los primeros ocho meses de celebrada la unión conyugal, y 57, durante o después del noveno mes de celebrada la unión. Ciertamente, esta partición varía entre generaciones: entre las mujeres que nacieron entre 1965 y 1969, las cifras son 23, 15 y 62, respectivamente; mientras, entre las nacidas entre 1990 y 1994, éstas son 25, 22 y 53, respectivamente. Es así que al menos la mitad de las mujeres que se convierten en madres durante la adolescencia lo hace dentro de una unión conyugal que no fue celebrada para legitimar un embarazo previo.

Además, a partir del uso de técnicas estadísticas apropiadas, se advierte que las mujeres que entran en unión conyugal durante la infancia y la adolescencia tienen mayor probabilidad de transitar a la maternidad durante la adolescencia, en comparación con las que permanecieron solteras, independientemente de otras características socioeconómicas y demográficas típicamente asociadas a la ocurrencia de ambos eventos.3 Este resultado es robusto aun si se considera que algunas mujeres utilizan, o se ven forzadas a utilizar, la unión conyugal como pasaje legitimador de un embarazo; y si se considera también la posibilidad de que las mujeres que desean ser madres a temprana edad apremian la entrada en unión conyugal. De modo que, aunque pudiera resultar obvio, la celebración de una unión conyugal durante la infancia y la adolescencia detona la maternidad adolescente.

Sobre las características socioeconómicas y demográficas asociadas a la ocurrencia de la formación familiar temprana, la investigación reciente sugiere que el nivel educativo, el estrato socioeconómico y el tamaño de la localidad de residencia están asociados negativamente con la ocurrencia de la unión conyugal y la maternidad durante la adolescencia; es decir, a mayor nivel, estrato y tamaño, menor la probabilidad de que estos fenómenos ocurran. Pero también existen otros factores relacionados, entre los que destaca la transmisión intergeneracional; es decir, las hijas de madres que se unieron en la infancia y la adolescencia tienen mayor probabilidad de unirse también en la infancia y la adolescencia. Otro de los factores importantes es la violencia contra las niñas y adolescentes en el ámbito familiar: quienes la sufren tienen mayor probabilidad de formar uniones y de ser madres a temprana edad, en comparación con quienes no la sufren.

Mencionábamos ya que el nivel educativo está asociado negativamente a la formación familiar temprana. Esta relación claramente se ha mantenido a través de varias generaciones, desde las mujeres que nacieron entre 1965 y 1969 hasta las que nacieron entre 1990 y 1994. Sin embargo, el efecto negativo de la educación sobre la probabilidad de formación familiar temprana resulta menos fuerte ahora que en el pasado. Es decir, aunque los niveles educativos han incrementado de manera notable, la estratificación socioeconómica de la sociedad mexicana se manifiesta en el hecho de que, conforme aumenta en términos relativos el grupo de mujeres con educación secundaria y disminuye el de primaria, las tasas de matrimonio infantil y maternidad adolescente suben entre las mujeres con secundaria, alcanzando, e incluso superando, las tasas que antes tenían aquéllas con primaria. Paradójicamente, las mujeres han accedido a la educación, pero el contexto socioeconómico y familiar en el que viven no ha cambiado mucho. La transmisión intergeneracional de desventajas posiblemente rebasa las ganancias educativas.

La persistencia de la formación familiar temprana significa que un número constante de mujeres pasa abruptamente de la adolescencia a la adultez. La investigación sobre la transición de la juventud a la edad adulta enfatiza que durante esta etapa del curso de vida se manifiestan las disparidades en el acceso a oportunidades, con lo que se crean dinámicas de reproducción de desigualdades socioeconómicas que marcan profundamente las trayectorias de vida. Sin duda, entre las consecuencias de la unión conyugal que ocurre durante la infancia y la adolescencia sobresale su relación con la maternidad adolescente. A su vez, esta última tiene efectos significativos en la progresión de los nacimientos y, por ello, en el número total de hijos que tendrán las mujeres durante su vida reproductiva.4 También, las transiciones a la unión conyugal y a la maternidad tienen efectos sobre la ocurrencia de otros eventos en el curso de vida de las mujeres: para varias de ellas, la formación familiar marca el término de la trayectoria educativa y, ciertamente, limita la laboral. Estas consecuencias atañen no sólo a su bienestar económico y social, sino también a su bienestar físico y mental. De hecho, las mujeres que se unen conyugalmente durante la infancia y la adolescencia tienen mucha mayor probabilidad de sufrir violencia física y sexual por parte de su pareja conyugal que las que lo hacen en la adultez.5

Que el matrimonio infantil y la maternidad adolescente estén estrechamente vinculados en las mujeres mexicanas de distintas generaciones es un hecho que debe tomar en cuenta toda política pública dirigida a disminuir el embarazo y la maternidad adolescentes. Es imprescindible y urgente atenderlos de una manera holística que garantice el respeto y ejercicio pleno de los derechos sexuales y reproductivos de las adolescentes, y que a la vez contemple aspectos culturales, como la valoración individual y colectiva de la maternidad; aspectos socioeconómicos, como las condiciones de pobreza y vulnerabilidad; estructurales, como las desigualdades tanto en el acceso y la calidad de la educación en todos sus niveles como en las oportunidades de inserción y permanencia de las mujeres en el mercado laboral; y, además, que incluya la erradicación del matrimonio infantil y adolescente en el centro de toda acción.

En reconocimiento, en cierto modo, del vínculo entre el embarazo adolescente y el matrimonio infantil, la Estrategia Nacional para la Prevención del Embarazo en Adolescentes admitió la necesidad de homologar los códigos civiles federal y locales respecto a la edad mínima para contraer matrimonio, a fin de establecerla a los 18 años. Con mayor enfoque, el programa “25 al 25”, 25 metas por alcanzar en 2025, contempla por primera vez que, para disminuir el embarazo y la maternidad adolescentes, debe prevenirse la unión conyugal temprana. Esto es sumamente alentador y estamos a la espera del diseño de políticas para su prevención.

Las metas de igualdad entre hombres y mujeres y de eliminación de todas las formas de violencia contra las mujeres (establecidas, por ejemplo, en el último Programa Nacional de Juventud) jamás serán alcanzadas sin la erradicación de la formación familiar durante la infancia y la adolescencia. Si bien resulta alarmante la cantidad de mujeres que son madres adolescentes, es aún más alarmante la cantidad de mujeres que se convierten en esposas o concubinas durante la infancia y la adolescencia.◊

 


1 Julieta Pérez Amador y Silvia Giorguli, “Las transiciones a la edad adulta en México y las políticas de atención a la juventud”, en Silvia Giorguli y Vicente Ugalde (eds.), Gobierno, territorio y población: las políticas públicas en la mira, México, El Colegio de México, 2014,  pp. 263-313.

2 Catherine Menkes y Leticia Suárez, “Sexualidad y embarazo adolescente en México”, Papeles de Población, núm. 35, 2003, pp. 1-31, cieap/uaem; Claudio Stern y Catherine Menkes, “Embarazo adolescente y estratificación social”, en Susana Lerner e Ivonne Szasz (coords.), Salud reproductiva y condiciones de vida en México, México, El Colegio de México, 2008, pp. 347-396.

3 Julieta Pérez Amador, El matrimonio infantil en México, México, El Colegio de México (de próxima publicación).

4 David Bloom y James Trussell, “What are the determinants of delayed childbearing and permanent childlessness in the United States?”, Demography, vol. 21, núm. 4, 1984, pp. 591-611. L. Bumpass, R. Rindfuss y R. Janosik, “Age and marital status at first birth and the pace of subsequent fertility”, Demography, vol. 12, 1978, pp. 75-86; Renbao Chen y Philip Morgan, “Recent trends in the timing of first births in the United States”, Demography, vol. 28, núm. 4, 1991, pp. 513-533. Philip Morgan y Ronald Rindfuss, “Reexamining the link of early childbearing to marriage and to subsequent fertility”, Demography, vol. 36, núm. 1, 1999, pp. 59-75. James Trussel y Jane Menken, “Early childbearing and subsequent fertility”, Family Planning Perspectives, vol. 10, núm. 4, 1978, pp. 209-218.

5 R. Kidman, “Child marriage and intimate partner violence: a comparative study of 34 countries”, International Journal of Epidemiology, vol. 46, núm. 2, 2017, pp. 662-675. Disponible en https://doi.org/10.1093/ije/dyw225.

 


* JULIETA PÉREZ AMADOR

Es profesora-investigadora en el Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México.