Eraclio Zepeda en Viento del siglo

Este texto es un homenaje al escritor chiapaneco Eraclio Zepeda y a su tetralogía novelística que culmina con Viento del siglo, donde relata cien años de historia política y cultural de Chiapas a través del prisma de su propia historia familiar.

 

ROGELIO ARENAS MONREAL*

 


 

Viento del siglo.
Eraclio Zepeda.
Ciudad de México,
Fondo de Cultura Económica, 2013.

 

Viento del siglo (2013) del escritor Eraclio Zepeda (1937-2015), Premio Nacional de Literatura y Lingüística (2014) y reconocido, además, con mucho merecimiento —dígase lo que se diga— con la Medalla Belisario Domínguez, cierra de manera notable el ciclo novelístico de la extraordinaria tetralogía que comenzó a escribir en el año 2000. En más de una entrevista, él mismo recordaba un consejo que recibió de don Alfonso Reyes cuando, siendo todavía muy joven, lo mandó llamar y le dijo, con la gran deferencia solidaria del escritor consagrado: “Tarde o temprano usted terminará escribiendo novelas. Cuando se decida a escribirlas, póngase municiones en las nalgas”.

Así fue como, en el año 2000, cuando fungía como funcionario de la unesco en París, Zepeda inició la escritura apoteósica de Las grandes lluvias (2006), a la que seguirían Tocar el fuego (2007) y Sobre esta tierra (2012), novelas que, junto con Viento del siglo, despliegan la hermosa saga narrativa de la familia Urbina (alias de la familia Zepeda, de la cual procede el escritor). No es gratuito que la primera esté dedicada, precisamente, “A la memoria de doña Juana Zepeda”, noble, íntegra y admirable mujer fundadora de toda esa dinastía.

La tetralogía toda abarca el marco extraordinario de un siglo de historia de Chiapas: 1837-1937. Es precisamente el marco histórico el que va dando ritmo y relevancia a la sucesión de los hechos. Cada novela del ciclo comienza con la muerte de un miembro de la familia, pero dentro del halo mágico y fascinante del entorno literario: cada vez que un Urbina-Zepeda muere, el reloj del abuelo Mariano, que aún conserva el escritor, se detiene, pero de igual manera suena cuando alguien nace, como sonó cuando nació el hijo primogénito de Ezequiel Urbina, el 24 de marzo de 1937, a las 5:00 horas de la mañana, memorable fecha de nacimiento de Eraclio Zepeda.

Es necesario advertir de entrada que dos paratextos demandan la atención del lector en Viento del siglo: 1) la dedicatoria “A la memoria de Eraclio Zepeda Lara, mi padre, quien inspiró esta historia” y 2) la sugerente y atractiva fotografía de la portada con las gallardas y juveniles imágenes de Eraclio y Manuel Zepeda Lara, montando hermosos y finos caballos en medio del agua de un caudaloso río.

Respecto a la materia narrativa misma, centrando la atención únicamente en esta novela —pues abarcar, aunque se antoje, la tetralogía completa rebasaría con mucho los límites de esta modesta presentación—, habría que considerar la diversidad y riqueza temática, expuesta o sugerida: la presencia de los carrancistas en Chiapas y la correspondiente respuesta de los mapaches, la guerra civil en ese lejano estado y el advenimiento de los hermanos Vidal, la intervención de Obregón en Chiapas y el asesinato de los Vidal por su oposición a la política obregonista, el exilio de chiapanecos a Guatemala —entre ellos, el de Ezequiel Urbina—, su regreso después de la muerte de Obregón y lo que sucede hasta la llegada del general Lázaro Cárdenas a la presidencia de la República. Esto es, toda “una ventana abierta a la sorpresa”, siempre deslumbrante y sugerente en el magistral manejo del discurso narrativo.

De hecho, la novela inicia con la narración minuciosa y detallada de la muerte del viejo coronel Ezequiel Urbina: “la noche del veintisiete de julio de 1927, a los ochenta y cuatro años de edad, el anciano héroe de mil batallas se apagó tranquilamente”, ya instalado en su casa de Tuxtla, lejos de la prodigiosa tierra de La Zacualpa que lo había visto nacer, a donde había llegado tres años antes invitado precisamente por el gobernador Carlos Vidal, para que le sirviera de asesor y guía.

En alguna nota periodística sobre Viento del siglo, Marco Antonio Campos ha señalado: “Zepeda no olvida asimismo sus oficios de gran cuentista y de gran cuentero y crea, además de la historia del personaje principal (Ezequiel Urbina), múltiples personajes y múltiples historias pequeñas que aparecen breve y fugazmente”. Acierta, sin duda, en esta importante apreciación que, dicho sea de paso, es un efectivo recurso consustancial a la sólida trayectoria del escritor, pero no acierta cuando expresa que sobran en la novela “una letrilla satírica del viejo coronel Urbina y un relato antiguo del joven capitán Urbina”, pues no tiene en cuenta que son parte integral de la reivindicación de la vena literaria y creadora de la familia del escritor.

En relación con los hechos narrados, entresaco a grandes líneas algunos en el orden sucesivo en el que se van presentando en la novela y en los cuales se entrelaza la vida familiar más íntima con los hechos de la vida pública: política, social, histórica, cultural y hasta industrial del estado de Chiapas. Así, resultan particularmente emotivas la despedida de la finca de La Zacualpa, esa magna obra construida en la mitad de la selva; el encuentro del coronel Urbina con su hermano Gabriel; el desentierro de las reliquias familiares, entre ellas el mencionado reloj del bisabuelo Mariano Mejía, a lo cual sigue la minuciosa descripción del viaje, la llegada a Chiapa de Corzo y la entrada a Tuxtla.

Ya instalada la familia en Tuxtla, cobra especial significado el encuentro entre el coronel Urbina y el coronel Carlos Vidal, narrando y recordando con nostalgia los hechos de las luchas históricas y de las batallas ligadas directamente a la vida política nacional y a la de Chiapas: mapaches contra carrancistas, obregonistas contra serranistas. La narración de las luchas entre bandos es intensa. Ejemplo de ellas, entre mapaches y carrancistas, es la del tío Conejo, en la cual se destaca la amistad y la lealtad por encima de las diferencias de los bandos.

Muy pronto aparece el coronel Urbina en plena acción como asesor consejero del gobernador Vidal, aprovechando la experiencia de La Zacualpa para orientar a los campesinos de la Comisión Local Agraria, e incluso reivindicando y dándole crédito a su hermano, nobleza obliga. Éstas son sus palabras: “Mi hermano Enrique explicaba muy bien el concepto de clase y conciencia de clase que ahora sería bueno aplicar al organismo de los campesinos. Aunque la verdad —dice—, yo nunca profundicé en las prédicas de mi hermano”. El narrador acota enseguida: “El anciano se despidió del grupo y supuso que las inquietudes sociales del gobernador aflorarían en las conversaciones que algunas tardes tenían en su casa. Así fue” (p. 38). De pasada, nótese la clara filiación marxista del discurso.

Un hecho significativo, más ligado al anterior, es la configuración de los atributos periodísticos de Ezequiel “Cheque” Urbina Lara en su desempeño como director del periódico Alba Roja, órgano de la Junta Local Campesina. Con ello, sin duda, Eraclio Zepada reivindica y rinde homenaje a su padre, también escritor. De hecho, podría decirse que los dos grandes personajes de la novela son el coronel Ezequiel Urbina y el capitán Ezequiel Urbina. Entre ellos oscila y se sostiene de principio a fin la materia narrativa de Viento del siglo.

A la muerte del viejo coronel, en un momento en el que Carlos Vidal se incorpora a la lucha contra la reelección de Álvaro Obregón, le siguen los pasajes en los que Ezequiel “Cheque” Urbina, mientras anda huyendo, se entera de las malas noticias de la lucha del poder posrevolucionario en México: la muerte del general Francisco Serrano en Huitzilac y del general Carlos Vidal en Tuxtla. Vendrán después las circunstancias de la persecución y de la solidaridad extrema de Héctor Robelo, el exilio obligado a Guatemala, la llegada a ese país, la solicitud de asilo y la hermosa respuesta del presidente, general Lázaro Chacón, en estos términos: “Desde su eterna libertad, el altivo Quetzal ofrece su nido al Águila indómita transitoriamente derrotada. La República de Guatemala le otorga a usted el derecho de asilo. A partir del día en que se firma este documento será válido por el tiempo que lo considere necesario para mantener su seguridad y su derecho al trabajo” (p. 76).

Ya en aquel país, de camino hacia la capital, el capitán Ezequiel Urbina instruirá a la policía de Zacaleu, y resulta especialmente fascinante, otorgando especial congruencia y fuerza a la narración, su encuentro con la actividad periodística y con el gran escritor Miguel Ángel Asturias. El fabuloso pasaje de éste en París y su encuentro con el profesor Georges Reynaud es un acertado guiño de reconocimiento y reivindicación al “traductor al francés del Popol Vuh y el Rabinal Achí en versión directa de la lengua maya-quiché” (p. 94). A ello se añadirá, con un toque lúdico, el papel fársico y teatral de Ezequiel Urbina.

El regreso de Guatemala se dará después del asesinato de Álvaro Obregón. En ese contexto político, por decisión del Jefe Máximo, Plutarco Elías Calles, y precisamente como una consecuencia por el rompimiento con Obregón, se eligió a Victórico Grajales, cercano a Carlos Vidal, como gobernador de Chiapas de 1932 a 1936. Es entonces cuando el protagonista acentúa su actividad periodística, se afilia al pnr y se convierte en un destacado activista.

Quedan todavía sin mencionar en este apretado recuento varios hechos narrativos estrechamente ligados al desarrollo social, político, industrial y cultural de la sociedad chiapaneca: el regocijo y los nervios del primer viaje en avión de Ezequiel Urbina, contemplando la maravillosa naturaleza del paraíso de Chiapas, en la campaña de Victórico Grajales a la gubernatura; el triunfo de éste y el inicio de su gobierno bajo la influencia política del mítico Tomás Garrido Canabal y su postura antirreligiosa, en el vecino estado de Tabasco, la cual también se extendió a Chiapas; el desarrollo de Transportes Aéreos de Chiapas, empresa que tiene a la cabeza al piloto Francisco Sarabia, protagonista notable en “Cerveza fría”, un relato inolvidable de Horas de vuelo (2005), junto con el que abre el libro de manera magistral: “El viaje del tepexcuientle”.

De nuevo salta a la palestra la actividad periodística de Ezequiel Urbina con la fundación del periódico Renovación, cuyo primer número apareció el 7 de enero de 1933. Tal hecho da la oportunidad al escritor de insertar una importante acotación de la sociedad chiapaneca: el desarrollo de la cultura promovida y publicitada en ese periódico y de la nueva era económica y dinamismo comercial que allí existía. Así dice, por ejemplo: “Ya en los años treinta tenía más de noventa años de vida comercial. Una nueva era económica se estaba asentando en el estado, ligada al capital nacional e internacional” (p. 116). Y de nuevo se le presenta al escritor la oportunidad de rendir homenaje a su padre, Eraclio Zepeda Lara (1903-1976), también cuentista y fabulador notable, al incluir en la novela uno de sus cuentos, “Las temporadas de baños”. Reafirmando lo expuesto, se desliza con fuerza la postura de librepensador de Ezequiel Urbina, hecho que se evidencia contundentemente en la defensa de la unificación de los indígenas mames.

Una entrevista con Victórico Grajales deja ver su postura en contra de la persecución religiosa en Chiapas y revela un dato sumamente significativo: la presencia de extranjeros notables en la región; entre ellos, por ejemplo, la alusión sutil al escritor británico Graham Greene, autor de la clásica novela El poder y la gloria (1940), la cual centra su atención en el conflicto religioso en Tabasco; o bien la del grupo de sabios, entre los que se menciona explícitamente al profesor y científico francés Jacques Soustelle y al notable arqueólogo Frans Blom. Entre ese grupo de sabios, Ezequiel Urbina encontró al entonces joven poeta Octavio Paz en su tránsito hacia la península yucateca.

El tema en torno a la situación indígena también adquiere especial relevancia en la parte final de la novela y se integra a propósito de la candidatura y campaña a la presidencia de la República del general Lázaro Cárdenas en Chiapas. El documentado y erudito reporte que le presenta el capitán Ezequiel Urbina llama la atención del general al grado de invitarlo a formar parte de su gabinete en la ciudad de México. La respuesta que le da es auténtica y sincera:

—Me siento muy honrado, mi general —le dice—. Pero deseo vivir y trabajar en Chiapas. Recientemente he llegado de Guatemala, donde viví exiliado tres años, y no quiero volver a partir. (p. 139)

La propuesta y escenificación de un espectáculo de teatro de revista, Chiapas folklórico, conducirá a Ezequiel al encuentro con Esperanza Ramos, de quien se enamora y con quien se casa. Con gozoso detalle se narran esos hechos personales e íntimos: noviazgo, matrimonio civil y la gran fiesta de boda; la sesión de fotografías una semana después y el embarazo de Esperanza. Sin embargo, los vaivenes de la política nacional y sus repercusiones en Chiapas, donde acontece la disolución de poderes que afecta al gobierno de Victórico Grajales, deja sin trabajo a Ezequiel Urbina. Ante tal situación acude al general Lázaro Cárdenas en busca de empleo. Con su apoyo y recomendación será nombrado “inspector de impuestos industriales y comercial en Chiapas y el Istmo de Tehuantepec” (p. 152). Por eso, cuando llega la hora del nacimiento de su primogénito, tiene que viajar desde ese último lugar hasta Tuxtla para estar junto a su esposa:

Ezequiel llegó a las tres de la mañana. Estuvo un rato cerca de Esperanza tomándole la mano. Luego salió de la habitación, se coló una taza de café, descolgó una hamaca y se dispuso a dormir pero no pudo. Es miércoles veinticuatro de marzo, pensó; el niño, porque creo que es niño, nacerá bajo el signo de Aries, como Esperanza, como yo. Como mi mamá. Creyó que no iba a dormir, pero la hamaca, el cansancio del viaje y la ansiedad de la espera lo vencieron en un rato de sueño. Despertó agitado a las cuatro y media. Se dirigió a la habitación en pleno movimiento. Salió a la sala y media hora después el llanto del recién nacido se cruzó con las cinco campanadas del reloj familiar y el toque de diana del cuartel cercano.

—Caramba, el toque de diana está sonando —dijo la doctora Maza—. Este niño va a ser presidente o general. (p. 153)

Así, como el hilo de Ariadna que sacó a Teseo del laberinto, Eraclio Zepeda, con su incuestionable y sólido talento literario y su fina sensibilidad de poeta y narrador, cierra su tetralogía con ese venturoso acontecimiento en Viento del siglo, en la fina textualidad de fecha tan significativa, la de su propio nacimiento envuelto en el velo de su propia ficción:

No tenía que pensarlo: su hijo se llamaría Ezequiel, el tercero con ese nombre entre los Urbina. Llegó al mundo entre las campanadas del reloj familiar que marcó la prolongación de la vida, así como también marcó, una y otra vez, la muerte de cada Urbina desaparecido al detener su marcha. Sucesivos recuerdos de su padre vinieron a su mente y dieron paso a la imagen de su madre, perdurada en la fotografía reciente, anciana y empequeñecida, como una arañita tejiendo en hilos interminables las vidas de su gente. (p. 154)

El viejo reloj de la familia, herencia del abuelo Mariano Mejía, no se oirá más, ni tampoco sonará el toque de diana en la madrugada del 24 de marzo de 2021, de este todavía fatídico doble año de pandemia. Sirva este humilde texto de campanada para honrar la memoria del gran escritor Eraclio Zepeda, quien se quedó con nosotros en su Viento del siglo.◊

 


* ROGELIO ARENAS MONREAL

Es doctor en Literatura Hispánica por el Centro de Estudios Lingúísticos y Literarios de El Colegio de México. Se ha desempeñado como profesor-investigador en distintas instituciones de educación superior nacionales y extranjeras. Se especializa en literatura mexicana del siglo xx, particularmente en la obra de Alfonso Reyes.