La secretaria y el pintor

Hace unos meses, Xavier Guzmán Urbiola presentó la biografía Para que no se olvide: Teresa Proenza (1908-1989). Una espía cubana en la política, la cultura y el arte de México. Publicamos aquí la transcripción de una de las entrevistas que se glosan en el libro (hecha el 12 de marzo de 1986 con el fin de reconstruir el espacio arquitectónico de la Casa Estudio de Diego Rivera), pero que no había sido publicada en cuanto tal.

 

XAVIER GUZMÁN URBIOLA*

 


 

Presentación

En el verano de 1985, Teresa Proenza (Banes, Cuba, 1908/Ciudad de México, 1989) regresó a nuestro país luego de una ausencia forzosa de veinte años. Salió en enero de 1965 hacia La Habana, con un boleto en ese momento sin retorno. Aquello ocurrió después de una crisis que para ella duró catorce meses, en la cual fue objeto de sospechas, humillaciones y cuestionamientos hechos durante una serie de entrevistas, llamadas telefónicas, cables, citas, algunas de ellas incluso en la misma capital cubana, a donde acudió entre enero y marzo de 1964. Estas tensas situaciones se desencadenaron a partir del asesinato de John F. Kennedy, el 22 de noviembre de 1963.

En 1985 Proenza volvió a un país diferente al que había dejado. Atrás quedaba la edad de la inocencia, que ella recordaba al partir, cuando la llamada “sustitución de importaciones” permitió crecimientos anuales del pib cercanos a 6%, algo que nunca se repetiría y cuando —no obstante los asesinatos políticos (Rubén Jaramillo, por ejemplo), y los problemas entre el gobierno y los grupos de médicos, ferrocarrileros y estudiantes— el proscrito Partido Comunista aún tenía posibilidades de protestar y organizar complots hasta con rasgos de humor.

En 1985 Proenza tenía 77 años; yo, 27. Jamás imaginé que aquella mujer —con quien no me costó ningún trabajo estrechar una fuerte amistad, desde nuestro primer encuentro, el 12 de marzo de 1986— venía de padecer una injusta prisión domiciliaria que duró tres años, de 1965 a 1967; de llevar a cabo trabajos diversos para su “rehabilitación” y, finalmente, de cumplir bajo vigilancia una ocupación, más afín a sus intereses, en la Biblioteca Nacional de Cuba, entre 1967 y 1985.

En 1985, el Acuerdo General sobre Comercio y Aranceles (gatt, por sus siglas en inglés) presagiaba unas transformaciones que cristalizarían poco después con la firma del Tratado de Libre Comer­cio. México se volvería una maquiladora volcada hacia un solo socio comercial y daría la espalda a Latinoamérica, su comunidad histórica y geográfica tradicional.

Conocí a Teresa Proenza gracias a Julieta Martínez y a Raquel Tibol. Por entonces yo trabajaba como investigador en el Centro Nacional de Documentación e Información de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (el cenidiap del inbal), donde, coordinados con otros centros de trabajo del mismo instituto, preparábamos los festejos por el centenario del nacimiento de Diego Rivera, que se celebrarían al final de 1986. Formaban parte de aquel equipo, entre otros, Teresa del Conde, Jorge Bribiesca, Francisco Reyes Palma, Alicia Sánchez Mejorada y Leticia Torres Hernández. El inbal había adquirido la Casa Estudio Diego Rivera y la casa anexa de Frida Kahlo, ubicadas en la esquina de Altavista y Palmas, obras pioneras del funcionalismo mexicano, cuyo autor, el arquitecto Juan O’Gorman, proyectó y construyó entre 1931 y 1933. Dichos espacios se abrirían al público como museo.

En lo personal, debía escribir el texto del primer catálogo con que contó ese nuevo recinto, razón por la que mis pesquisas sobre Rivera, además de contribuir a reconstruir el acervo del muralista, se enfocaban a poner en valor esas dos emblemáticas construcciones. Revisé la bibliografía y hemerografía sobre el tema a las que tuve acceso y discurrí entrevistar amigos, ayudantes, clientes y demás testigos que tuvieron alguna experiencia cerca del muralista. Me abrieron sus casas muchas personas; me dieron su confianza y, sobre todo, me brindaron su generosidad, sus recuerdos o explicaciones. Rememoro lo anterior porque hoy, al revisar las notas y preguntas que preparé para mi primer encuentro con Teresa Proenza, veo que eran tres mis preocupaciones: entender las labores que ella realizó como secretaria de Rivera entre 1953 y 1957, escuchar cómo recordaba que eran y funcionaban aquellas casas que estábamos restaurando, y oír su opinión sobre una serie de temas: los ajustes al mural del Hotel del Prado, la muerte de Rivera, etc. Esto es, pues, lo que puede encontrarse en la entrevista.

Con respecto a su transcripción, he respetado hasta donde consideré funcional el vaciado verbatim de la charla, y fijé el límite en las facilidades que para su comprensión el lector espera y merece. Al trasladar el lenguaje verbal al escrito se hacen evidentes los saltos temáticos que cualquier plática posee; los conservé casi siempre, aunque incluí entre corchetes algunas palabras o frases que creo que dotan a la conversación de lógica y fluidez, o que completan la información.

Aquella primera cita con Teresa Proenza abrió la puerta a muchas más. La amistad se forma de una cadena de encuentros en los que los amigos se ven, se sonríen, platican, vuelven a reunirse; uno socráticamente ayuda al otro a verbalizar lo que necesita entender y luego, en otro encuentro, los papeles se invierten. En estos viajes y retornos, físicos y mentales, que suceden en espacios amplios o breves, los amigos se dan muestras mutuas de generosidad, que a veces asombran toda la vida (Teresa Proenza donó, por mi conducto, su archivo personal al cenidiap), y así, a veces, ocurre el milagro de que las sonrisas tengan el peso, la valentía y el compromiso de lo auténtico. Eso nos sucedió a Teresa Proenza y a mí… Y así llegó el centenario de Diego Rivera. En el homenaje que le hicimos en diciembre de 1986 todo salió bien, y yo gané una amiga. Seguí encontrándome con ella hasta su muerte, ocurrida en 1989.

Cuando escuchaba a Teresa Proenza, notaba un dejo de tristeza y sabiduría en su voz. Sin embargo, siempre la recuerdo de buen humor, con una gran sonrisa conectada a su corazón. En 2016 inicié una investigación biográfica dirigida a la comprensión y explicación de su vida; al hacerla, fui descubriendo y palpando verdades terribles, así como un coraje enorme, en contraste con una felicidad infinita. Entre 1986 y 1989, aunque algo sabía de su vida, no podía imaginarme la infinidad de detalles que luego conocí. Su compromiso como una típica militante comunista, su autorreconocimiento como homosexual, su amistad con Caridad Mercader, su participación en la Guerra Civil española y en los movimientos por la paz, su vida secreta de agente, su estrecha cercanía con Frida Kahlo, su colaboración con el Movimiento 26 de Julio, su responsabilidad como agregada cultural y de prensa en la Embajada cubana en México al triunfo de la revolución en enero de 1959, su desafortunada coincidencia con Lee Harvey Oswald a quien le tocó conocer en la misma sede de su país en México, su prisión en Cuba, su larga rehabilitación, su retorno, por fin, a México, en 1985.

Creo que la historia de los grandes procesos del siglo xx está más o menos hecha. Sin embargo, la subterránea sigue pendiente: la de la homosexualidad, los agentes secretos de las diversas filiaciones, la de las drogas, la locura, la arquitectura heterodoxa, y tantos otros temas que he visto surgir aquí y allá durante mis conversaciones con Teresa Proeza y en mis investigaciones sobre su vida, que podrían llevar como epígrafe general aquella frase que Gustave Flaubert anotó en una carta dirigida a Ernest Feydeau y que yo llevo siempre en mi memoria: “Al escribir la biografía de un amigo hay que hacerlo como si estuvieras vengándole”. Es lo que hago aquí. Publico la presente entrevista buscando la comprensión de esa generosa, fascinante, compleja y querida amiga.

 

Entrevista

Xavier Guzmán (xg): Maestra, a mí me gustaría que empezáramos porque usted nos platique en qué situación, cómo es que estableció contacto con el maestro [Diego] Rivera.

Teresa Proenza (tp): ¿Contacto personal?

xg: Sí.

tp: Yo era una gran admiradora de la pintura de Diego Rivera, siempre lo fui, pero era joven y era entonces… Me chocaba mucho que él fuera un trotskista; y no me interesaba personalmente, me interesaba su obra. En el año de 1949 hubo en México un congreso por la paz y tuve la fortuna de participar en los trabajos [previos]. [Ahí] conocí a Diego personalmente. Olvidé mis pequeños prejuicios y me pareció un ser humano increíble, extraordinario, como no había conocido a ningún otro. El artista ya sabía quién era. Vi el interés enorme que tenía Diego por la paz mundial. [Ésa fue] una de las cosas que me simpatizaron: su gran humanismo y su desvelo por la paz me [impresionaron] tremendamente […].

xg: Dígame una cosa. Raquel Tibol me ha platicado que usted fue la secretaria ejecutiva de ese congreso por la paz.

tp: Bueno, yo sí trabajé mucho por la paz; nunca busqué distinguirme, pero sí trabajé por la paz, incluso hice la revista correspondiente para América Latina. Fue una revista que hacía el Consejo Mundial por la Paz, que radicaba en Europa, y me mandaban los materiales en francés. Lo traducía todo, escribía lo que va sin firma o lo [encargaba] a una persona que me ayudaba […] a traducir, como Eli de Gortari y su esposa […] Y en la revista, naturalmente, Diego siempre ocupó un lugar prominente. Tenía directores ilustres…

xg: ¿Quién era el director? ¿Jara?

tp: El general Heriberto Jara. Estuvo también don Enrique González Martínez. ¿Quién más? Él era poeta. Yo me ponía de acuerdo con ellos, pero la revista empezó a hacerla […] Yo estaba también, pero el secretario de redacción era Luis Enrique Délano, un buen escritor chileno y gran amigo de México, que murió recientemente, hombre al que quise mucho y estimé mucho intelectualmente también. Cuando él se fue, quedé como secretaria de redacción de la revista. Diego siempre se preocupaba por la revista y [de] si había necesidad de un poco de dinero. Diego tuvo una preocupación por la paz muy grande; asistió incluso [a más de un] congreso […].

xg: ¿En Viena?

tp: En Viena, en Polonia, en sus últimos tiempos…

xg: […] Entonces —para seguir con el hilo de la plática—, de 1949, en que usted establece contacto con él, a 1954, en que él la nombra su secretaria, díganos, entre estos seis años ¿cómo es la relación entre usted y Diego Rivera?

tp: Teníamos una amistad muy estrecha. Lo visitábamos en su casa…

xg: ¿En Coyoacán?

tp: En Coyoacán, sí, y me presentó a Frida, que se hizo también muy amiga mía. [Me presentó a] otras amistades de él. Éramos muy buenas amigas de Frida y de Diego. […] Si venía, por ejemplo, Andrés Iduarte, el escritor tabasqueño, […] y quería conocer a Frida y a Diego, entonces le pedíamos permiso. Como es natural, los llevábamos. Les daba una comida allá […] Yo tuve el gusto de llevar a … […] Era de la mayor amistad, de la mayor confianza e intimidad…

xg: Claro, un poco por el trabajo y un poco por amistad.

tp: Por el trabajo, pero entonces no era ya el trabajo, era el trabajo de la paz. […] Entonces estuve enseñando literatura en secundarias y sociología en una escuela de la universidad, pero, bueno… Así pasaba el tiempo y trabajaba en la paz. Pero [en la víspera de su muerte] Frida, yo iba a las visitas y [la] veía muy atareada, porque ella era la que llevaba toda la correspondencia, los asuntos de Diego; le ayudaba, que inglés, o que francés, y yo, pues como esos idiomas [los manejo], la ayudaba a redactar cartas para el trabajo de Diego [y a él] lo veía calladito… Aprobaba… Lo veía cuando todavía Frida no había muerto, y me dijo que él necesitaba que lo ayudara un poco a ver [sus asuntos] directamente. Yo le dije que con mucho gusto y empecé a mirar sus cosas, ya oficialmente. Así me nombró su secretaria.

xg: Claro, existe incluso [la carta] en donde a usted la nombra su secretaria. Entonces, si quiere, pasamos a la siguiente pregunta. A mí me gustaría que nos explicara y nos enumerara cuáles eran sus actividades como secretaria de Diego Rivera.

tp: Realmente, bastante indescriptibles en cuando a que, si él tenía un asunto, digamos, que no [estuviera relacionado] con la pintura, ni con la paz, entonces él [me confiaba y me decía: está pendiente] tal asunto, quisiera que le hablara usted a Fulano de tal, o salir a… Él [necesitaba de] personas que le anotaran sus cosas, sus citas; porque él no hacia nada de eso. Le gustaba que fuera yo con él a las fiestas populares, allá en Papantla, o en… Así, lejos, o en Pátzcuaro. Y además él gozaba doble aquellas fiestas, porque estaba uno oyendo las opiniones de Diego, que eran geniales.

xg: Raquel Tibol me ha platicado que ella, cuando estuvo trabajando cercanamente a él, un poquito a la víspera de usted, por ejemplo, en alguna ocasión lo acompañó a Guadalajara, invitados por el licenciado [Agustín] Yáñez, [quien] fungía como gobernador de Jalisco. Lo acompañó a dar unas conferencias a las que lo habían invitado, pero me decía que el objetivo [real] del viaje consistió en que, cuando tenían que pasar por el estado de Jalisco, de regreso, se detuvieron en x lugar, cargaron con unas piezas arqueológicas bellísimas y se las trajeron. A mí me gustaría que usted me platicara ese otro tipo de [tareas]. O sea, ¿qué otras actividades desarrollaba usted? Me decía que no era exactamente escribir a máquina…  Me gustaría que me hablara de eso.

tp: Sí. Por ejemplo, él recibía una carta y me decía: “Mire, llegó esta carta, tenemos que contestarla”. “Dígame, Dieguito, ¿qué es lo que usted quiere decirle?”. Diego me dictaba, me decía que yo redactara bien la carta, y le daba lo que yo había escrito a máquina. Claro, antes de [enviarla], se la enseñaba.

xg: Por ejemplo, [en las] cartas que Diego le enviaba a usted desde la urss [en 1955], menciona que le encarga revise y se limpien las cosas de Frida en [la Casa Azul, porque Carlos Pellicer ya se encontraba trabajando la museografía para abrirla como museo]…

tp: No todo era una sola cosita. Que Elenita [Vázquez Gómez] y la enfermera que tenía Frida, Judy Ferreto, y yo le hiciéramos el favor de ponerle flores, pero no era todo… Me encargó muchas cosas más. Me encargaba, por ejemplo […], me decía, me hablaba mucho de la Unión Soviética. [Frida] decía: no creo que existan los ángeles, nunca creí, ya lo creo con esta enfermera que tengo aquí […]. Raquel [decía]: debemos hacer todo lo que nos una y nada que nos separe… Debe borrarse el letrero que dice “Dios no existe”.

xg: […] En la carta en que la nombra a usted su secretaria menciona algo de darle ese nombramiento, no sólo porque usted conoce las lenguas que le son indispensables para sus transacciones mercantiles, sino [por] los contactos para hacerlo. [¿Usted desarrollaba alguna actividad mercantil con los clientes de Diego?].

tp: Bueno, sí. Incluso clientes desconocidos [para él, y que me trataban a mí]. Venían y me decían: “Yo quiero comprar un cuadro de Diego”, y yo decía: “¡Ay, qué bueno! ¡Con mucho gusto!”. Y cuando yo venía con este [cliente] aquí, y él entonces compraba el cuadro, Diego, que estaba acostumbrado a pagar el 33% de todo lo que vendía a quien se lo vendía, intentó pagarme la comisión. Yo me insulté. “Dieguito, yo no puedo aceptar eso, yo soy amiga de usted, como si fuera usted mismo, yo no voy a aceptar nada”… Intentó pagarme comisión por la venta, porque sencillamente me usaban como intermediaria, porque sabían que yo era amiga de él y que podía ponerlos en contacto.

xg: ¿Se acuerda a quién le vendió cuadros?

tp: Realmente no conservo la memoria.

xg: Debieron ser muchos […].

tp: También quiso regalarme muchos cuadros y tampoco quise aceptarlos, porque aquí venían amigos [a ver a Diego, quien era inmensamente generoso y se los regalaba]. Yo no quise figurar en esa lista.

xg: Recapitulando y, perdóneme que insista, pero es que esto me interesa mucho. Digamos que estaría la actividad mercantil, así la llamamos hace un rato, o sea, este contacto con los clientes. Estarían estas peticiones a la muerte de Frida para que arreglaran la casa, pusieran flores, me decía. Además, el asunto de las traducciones [y su correspondencia]. Es lo que hemos mencionado. [¿Qué otra actividad desarrollaba usted?].

tp: A veces me decía: “Tengo ganas de comer equis cosa”; y al rato: “Vamos, Teresita, a comer en tal lugar”, y ya iba yo, con él feliz, a acompañarlo. Así, cositas muy íntimas, muy pequeñas, pero que eran un… Él no quería que me fuera, él quería que estuviera aquí todo el día…

xg: Acompañándolo…

tp: Platicarme de cosas. Bueno, hacía muchos comentarios conmigo […] Me tenía confianza…

xg: Si me permite, voy a tomar mi hojita para guiarme.

tp: Le voy a traer las cartitas […].

xg: Me gustaría mucho. Me encantaría…

tp: Las tiene Raquel Tibol. [Siguiendo con mis actividades: a las personas que querían ver a Diego], a todos tenía yo que recibirlos antes, incluso dar el visto bueno. Me decía: “Si usted cree que no debo verlo…”.

xg: ¿Entonces, era usted también una especie de filtro?

tp: Poquito de filtro, sí, porque eran muchos.

xg: Bueno, esto tal vez lo podemos enlazar con la pregunta que sigue. A mí me gustaría que nos platicara sobre las visitas al taller. Primero podíamos empezar por los nacionales y, si quiere usted, me va diciendo a quiénes no quería ver Diego.

tp: En realidad, que no quisiera él era difícil, pero entre los nacionales yo quiero mencionarle [a] Lázaro Cárdenas, que a él incluso le emocionaba, le entusiasmaba, se ponía muy contento, se peinaba, me decía que por favor no faltara yo ahí para recibirlo, y quería a Alfonso Reyes también.

xg: ¿Alfonso Reyes venía acá a ver a Diego?

tp: Sí, cómo no, y lo quería mucho, lo distinguía mucho. Y cuando, por ejemplo, [yo] le llevaba a don Alfonso Reyes unos papeles sobre la campaña a favor de la paz, para que los firmara, don Alfonso me llamaba a mí y me decía: “Quiero, por favor, que le diga a Diego, no quiero molestarlo, pero quiero que le diga que ya firmé”. O sea, que me gustaba mucho, por parte de don Alfonso, que se preocupara de que Diego lo supiera.

xg: ¿Quién más, de entre los mexicanos, visitaba a Diego aquí en el taller?

tp: Héctor Chávez.

xg: ¿Ignacio Chávez, el cardiólogo?

tp: No, el cardiólogo, no. ¿Quién otro? No es Chávez, ¿cómo se llama aquel que te acompañó, que tú viste a Sara ahí, médico? ¿Cómo se llamaba el que son dos hermanos, él era muy amigo…?

xg: ¿Quiroz Cuarón?

tp: No. Con Quiroz Cuarón él tenía muy buena amistad, porque él era el abogado de estos italianos, ya murió uno, que era viejito, muy mono. Que tenía entrevistas con aquel escritor Pierre… Sí, eran amigos. Y el otro, no de los mexicanos. Mire, yo vi, no sé si es necesario que lo grave…

xg: Maestra, a mí me interesa preguntarle ahora por los extranjeros. ¿Recuerda […] cuando visitaba aquí el taller aquel que manejaba a “Los cuatro azules”: Kandinsky, Klee… ¿Usted lo recuerda?

tp: Sí, yo lo recuerdo.

xg: ¿Recuerda, por ejemplo…? Raquel Tibol me ha contado de una visita de Henry Moore aquí al taller. ¿Lo recuerda usted?

tp: Sí, lo recuerdo… Pero son visitas que eran más bien de etiqueta, digamos, de la etiqueta que se podía tener en estos casos, ¿verdad? Él […] los agasajaba mucho porque era un admirador, y así otros artistas que venían de otros países… Y, bueno, yo cuando la visita de Moore…

xg: No, no estaba acá, pero Raquel Tibol lo que me sugería es que escribiera a la Fundación Moore par pedir información.

tp: Yo creo que valdría la pena, porque yo no recuerdo exactamente esa visita.

xg: No, ella me lo ha contado porque, a su vez, lo hemos platicado, pero…

tp: Yo sé que vino, sí sé que vino, y estuve presente cuando vinieron muchas personalidades de todos los mundos de las letras, de las artes, los pintores, cuando vino Wifredo Lam, por ejemplo, pintor cubano, lo quería mucho Diego. Cuando venía Manuel [Álvarez Bravo], también. Y recuerdo también otra cosa…

xg: Tenía el retrato de Juan Marinello allá arriba.

tp: Hizo un retrato muy bello de Marinello. Lo quería mucho.

xg: ¿Al doctor Secker?

tp: Yo lo atendí personalmente, porque Diego me lo pidió. Él estaba en la Unión Soviética cuando vino el doctor Secker, y Diego me dio instrucciones para que lo atendiera, y lo hice con mucho gusto. Le facilité todo lo que me pidió y lo llevé personalmente a ver todos los murales de Diego. Nunca vi el libro del doctor Secker.

xg: No está traducido, incluso.

tp: Sí, […] No está traducido, nunca lo he visto […] No sé, pero todavía faltan todos los murales de Diego. Lo atendí con verdadero gusto; bastaba que a Diego le interesara para que yo lo hiciera.

xg: Maestra, probablemente usted no lo vio, pero sabe de la visita de André Breton.

tp: Bueno, no lo vi, porque yo todavía no [estaba en] México. Eso fue muy anterior.

xg: 1939 o 1940.

tp: Sí, y hubo incluso un manifiesto firmado por [Breton, Diego y Trotsky], un papel de ésos.

xg: [¿Qué otro extranjero recuerda?].

tp: Hubo mucho extranjero… franceses… Paul…

xg: ¿Eluard? ¿Estuvo aquí? Eso no lo sabía…

tp: El poeta Paul Éluard vino al Congreso por la Paz. Era un hombre encantador y, claro, como era un hombre sensible, era un gran poeta que estimó mucho a Diego […].

xg: Lo que iba a decir es eso… O sea, estamos enumerando a quienes vinieron, como…

tp: Ah, ¿sabe quiénes de los mexicanos venían mucho? Gabriel Figueroa, el fotógrafo; Emilio Fernández, el director [de cine], y Diego los estimaba. Y él iba a sus casas también.

xg: A mí me interesa preguntarle, más bien, sobre las visitas cotidianas. ¿A quiénes recuerda usted?

tp: Por ejemplo, a Machila Armida. La quería tanto…

xg: La hija de don Pancho Armida.

tp: Sí, era artista, quería mucho a Diego y le daba muchas comidas en su casa y venía a verlo. El día de su cumpleaños le traía mariachis; no le gustaban mucho a Diego los mariachis de cerca…

xg: ¿A quién más?

tp: Aurorita Gómez Alonso…

xg: ¿Quién era ella?

tp: Era una maestra muy distinguida de la universidad. Ya murió. A Eulalia Guzmán la vi algunas veces aquí. Venía mucho. Venían muchos periodistas, como Antonio Rodríguez, Rosa Castro, mucha gente…

xg: Pero, insisto, de las gentes que frecuentemente estaban aquí… José Antonio Borreguí…

tp: Él era un empleado de aquí, o un ayudante; lo mismo que lo fueron Rina Lazo y Juan O’Gorman, quien era un gran amigo al que Diego distinguía mucho. También a su esposa [Helen Fowler]; como pintora la apreció mucho; y no me acuerdo del nombre de otras personas. Un chileno, quiero acordarme de su nombre, que estuvo pintando también en los murales.

xg: Que vive acá todavía en México, se quedó. Fue ayudante de él los últimos años, Osvaldo…

tp: Osvaldo, Osvaldo…

xg: Osvaldo, ¿qué?, Osvaldo Salas es el fotógrafo cubano, es Osvaldo no sé qué.

tp: No recuerdo el apellido, pero por ahí debe andar. [Se trataba de Osvaldo Barra].

xg: Platíqueme, por ejemplo, sobre el chofer, El General.

tp: Pues El General era un buen chofer. Y una persona de confianza, una persona que Diego podía tener la seguridad de que se preocupaba por él, y Diego le tenía mucha confianza. Digamos, los ayudantes de Diego, de la servidumbre, eran casi como gente de la familia con respecto a Diego. Diego los quería y los ayudaba y platicaba con ellos. Y ellos se sentían muy a gusto. Porque se sentían parte de aquella familia, de ella que era de Coyoacán y de aquí; y los de aquí, igual; aquí estaban siempre el Yucateco y había otros dos jóvenes pintores que venían mucho también, que eran los discípulos de Frida… Los Fridos: Arturo García Bustos, [Fanny Rabel, Guillermo Monroy y] Arturo Estrada. De Estrada tengo yo un cuadro, Rina Lazo, Rina pintó con él.

xg: ¿La persona que le guisaba a Diego, una persona que se llamaba María …?

tp: María, sí, muy buena y de mucha confianza, y también había otra que sabía los gustos de Diego. Diego tuvo una temporada en que el médico le ordenó no tomar sal, entonces la comida se hacía sin sal, y Diego, como era tan inteligente y quería que la cosa fuera lo más agradable posible… Después el verdadero gusto de las comidas era cuando no tenían sal […] Se les podía coger el sabor verdadero.

xg: [Para seguir adelante], cuénteme cómo recuerda usted este taller entre 1951 y 1957. ¿Existían taludes, ídolos, cactos que han desaparecido? ¿Toda la planta baja era libre?

tp: Toda la planta baja era libre, la barda era de cactos […] Era muy bella, la barda llamaba la atención […].

xg: Los quitó Ruth [Rivera] cuando se vino acá y ahora los vamos a volver a poner.

tp: ¿Entonces los van a restituir? Bueno, como iba a ser residencia de ella, y también a su gusto, quería…

xg: Sí, ella necesitaba una casa para atender a sus visitas, recibir, para que durmieran sus hijos, por eso la modificó. Incluso le pidió permiso a O’Gorman antes de hacerlo, pero sí la modificó bastante…

tp: Aquí estaba… desde luego no había tantas plantas, pero sí estaba así, abierto, la cocina…

xg: ¿La cocina estaba aislada?

tp: Aisladita, sí, y María siempre muy gentil y muy amable, quería mucho a Diego, se preocupaba de sus alimentos, independientemente de lo que le mandaran de Coyoacán. Muchas veces le mandaba Frida cosas…

xg: Pero de todas maneras la cocina estaba aislada y todo esto estaba libre.

tp: Cuando Frida estaba en Coyoacán, él iba a comer, pero cuando Frida no estaba, María le hacía la comida, y casi nunca comía en Coyoacán, sino aquí. Y ahí mismo estaba, ahí mismo comíamos, abajo […].

xg: ¿El acceso estaba entonces por acá, por Altavista, y había una pequeña rampa por donde bajaba la camioneta de Diego? En este espacio de doble altura que hay aquí atrás, ¿qué había? Porque parece que estaba proyectado como un estudio al aire libre para trabajar escultura, pero no sé si Diego lo llegó a usar.

tp: No lo usó, es decir, lo usó muy poco, muy poco, porque no se llegó a completar nunca y ahí los muchachos preparaban los colores, etcétera.

xg: ¿Los molían?

tp: Sí.

xg: Bueno, no sé si… He visto fotos, por eso se lo voy a referir, pero entiendo que en todo esto alrededor había tableros y taludes hechos con piedra bola, que remataban con la barda de órganos. Había ídolos y qué sé yo.

tp: Sí, sí, había muchos ídolos. ¿No habrá fotografías?

xg: He encontrado una foto de Diego sentado acá abajo, por eso se lo decía. Entonces, a ver, subiendo por la escalera […], si usted recuerda, ¿qué había en el piso de en medio? O sea, entre esta planta y el taller propiamente de Diego. ¿Había un saloncito? [… Y, si esto es el taller, entonces ¿dónde está la terraza?] ¿Se acuerda usted?

tp: Nooo, yo tendría que verlo.

xg: Si quiere, entonces al rato recorremos la casa y lo vamos viendo todo.

tp: Y lo vamos viendo todo, porque no, así de recordarlo…

xg: Entonces seguimos. Recordemos la muerte de Diego. Raquel Tibol, Rina Lazo, me han contado que usted se… Me lo decía usted hace un rato, se convirtió en el filtro, en un momento dado, y no permitía que nadie se [acercara].

tp: Sí, pero ya al final no. Al final estaba aquí Emma Hurtado…

xg: Me decía que al día siguiente que llega Diego de la urss

tp: Nos citamos a las seis de la mañana. Fuimos allí con ellos; fue también Emma Hurtado, que era una esposa muy atenta, lo fue siempre con Diego. Sí, ella se vino de la urss, pero fue a lo de la inaugurada [sic] del mural; le estoy hablando de cuando fuimos al Hotel del Prado y en cuanto llegamos empezamos a ver periodistas que se asomaban y Diego, que era muy receptivo, me dijo: “Hágame el favor, cíteme para una conferencia de prensa para esta tarde”. Lo decía en previsión de que no se molestaran los periodistas, pues siempre quería avisarles. Entonces fuimos con Diego y alguno de los muchachos que llevó se subió a borrar el letrero y Diego [también] se subió y pintó la fecha de la Conferencia de Letrán y el año, personalmente, con su mano libre, porque había dicho que se hiciera desde antes; que se lo había encargado a Carlos Pellicer, pero Carlos no había tenido tiempo porque entonces estaba ocupado en un cargo muy importante en la Secretaría de Educación.

xg: Dígame una cosa, Gladys March, por ejemplo, da otra versión; hay varias contradictorias. ¿Qué hay de cierto de una visita del cardenal de Filadelfia que apoyó a Diego posteriormente en la rectificación? ¿Qué sabe usted de esto?

tp: Algo oí, algo oí, pero lo tengo muy nebuloso, el nombre me suena, pero no muy bien.

xg: Porque, según como se lo platicó Diego a Gladys March, punto menos que el cardenal regañó al gerente, apoyó a Diego y les dijo que él estaba en lo que antes se llamaba el Santo Oficio y que ahora tiene otro nombre: es la Inquisición. Bueno, que él nunca condenaría a Diego. Regañó y puso como lazo de cochino a estas gentes y le dijo que no apoyaba al arzobispo Martínez.  ¿Todo esto es cierto?

tp: Algo hay de cierto, desde luego, sí, sí, porque, aunque yo no presencié eso, yo sí le oí a Diego hablar sobre el cardenal y Gladys March lo publica relatado por Diego y yo creo que sí tiene razón.

xg: Sobre estos mismos asuntos, a mí me interesa preguntarle sobre el mural del Hotel del Prado. ¿Qué hay de cierto de esta historia también, que corre por ahí, que como en esas épocas, 1947, 1948, etcétera, Lupe Rivera andaba saliendo, o andaba de novia, o se iba a casar, o qué sé yo, con el hijo de Gómez Morin, estas dos familias, en una versión de Romeo y Julieta, los Rivera y los Gómez Morin, encontraron la manera más civilizada de pelear por medio del mural? O sea, ¿Gómez Morin movilizó a las juventudes católicas y Diego movilizó al Partido Comunista y demás gentes que lo apoyaban, de alguna manera, aunque él todavía no había regresado al pc, y de esta manera por medio del mural se pelearon? ¿Es cierta esta historia?

tp: La verdad es que yo nunca llegué a esos [detalles]…

 


* XAVIER GUZMÁN URBIOLA

Es investigador en el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (cenidiap) del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (inbal).