El Quattrocento florentino o el origen de una travesía

 

DAVID HUERTA MEZA*

 


 

El humanismo renacentista florentino.
Presagios, viajes, arte y ciencia hacia
el continente americano
,
Annunziata Rossi, 1a ed., México,
Universidad Nacional Autónoma
de México, 2017, 168 pp.

 

Annunziata Rossi (Italia, 1921-México, 2018) acierta cuando califica su trabajo como un excursus, ya en el sentido de ‘excursión’ ya en el de ‘digresión’, pues su libro comienza con el recuerdo de un viaje, el suyo hacia México —aunque hay una efímera alusión a otro, de carácter intelectual, propiciado por sus interrogantes sobre la travesía de Cristóbal Colón—, el cual llega a buen puerto con El humanismo renacentista florentino (en adelante, El humanismo). Si bien la travesía colombina está presente a lo largo de la obra de Rossi, hay que anticipar que este ensayo histórico —a veces también filológico— no se ocupa del Almirante ni de su trascendental empresa sino del transcurso del siglo xv en Florencia y de sus circunstancias científicas, económicas, filosóficas, ideológicas, literarias, sociales, donde germinó la idea del viaje allende el Atlántico.

Si Dante tuvo en Virgilio un guía en el camino al paraíso, Rossi, con erudición y generosidad, es la nuestra por el Quattrocento florentino o, como ella lo denomina, el humanismo renacentista. Sin embargo, según la autora, el recorrido de este siglo va en sentido contrario del dantesco: de la esperanza hacia el desasosiego. Por supuesto, y si cabe otra metáfora, Rossi no concibe el avance humanista de este siglo en línea recta ni por tierra sino por la mar, lleno de vaivenes entre el Medioevo y el Renacimiento “pleno”, amenazando borrasca, pero divisando y anhelando un halo de calma. También en otro punto El humanismo guarda semejanza con la Comedia de Dante, pues si ésta es, en palabras de la autora, “un universo de personajes y protagonistas de la historia de Florencia e Italia”, el libro de Rossi lo es del Quattrocento. En efecto, en la serie de pequeños ensayos que conforman El humanismo pueden distinguirse claramente dos aspectos que nos dan cuenta de la vida del siglo xv florentino, el primero sobre los protagonistas culturales de la época y el segundo sobre la situación filosófica y científica de su sociedad, las dos caras de la misma moneda.

Pero antes de tratar el Quattrocento y con el fin de comprenderlo más cabalmente, Rossi hace algunas digresiones al pasado “inmediato”, a Dante y Marco Polo —y más adelante a la leyenda del Preste Juan. Ello permite al lector comparar a lo largo del libro dos estadios de pensamiento tradicionalmente opuestos y observarlos más bien como desarrollo del espíritu occidental; sirva de ejemplo el viaje trasatlántico, éste, ilustrado con el pasaje de Ulises en la Comedia, como una alegoría de la tensión entre los límites divinos (las columnas de Hércules, en el actual Gibraltar) y el afán de conocimiento; también nos deja ver la influencia de descripciones medievales en el imaginario colectivo y en el auge de la geografía del Quattrocento, sea por caso, el influjo que tuvo El millón de Marco Polo no sólo en navegantes, como Colón, sino en científicos, como el astrónomo y matemático Paolo dal Pozzo Toscanelli, quien cita al veneciano cuando se le consulta sobre la posibilidad de llegar a China por una ruta más rápida; y por último, nos deja ver cómo la esperanza que se tenía en América como el lugar donde podía construirse un mundo nuevo, un hombre nuevo —si no incorruptible, sí mejor que en la Europa ya corrompida—, era ya una aspiración colectiva medieval materializada en la leyenda del Preste Juan, en cuyo reino la paz es perenne, todos los hombres —incluso el rey— son iguales, donde ni la propiedad privada ni la economía monetaria tienen lugar. Por supuesto que Rossi no descubre el hilo negro de la continuidad de los periodos históricos, pero sus digresiones nos muestran el fino hilado —por bello, no por tenue— que une el Medioevo y el humanismo renacentista.

Como adelanté brevemente, ya “de lleno” en el Quattrocento florentino —entrecomillo de lleno porque la autora alude tanto al pasado como al futuro inmediatos constantemente—, Rossi nos expone en qué consiste la revolución científica, filosófica, espiritual de este siglo, mediante pequeños ensayos biográficos de sus principales actores, como el mencionado Toscanelli; el arquitecto, pintor y orfebre Filippo Brunelleschi; el poeta, pintor y matemático Leon Battista Alberti; el médico, filósofo, lector de Plotino y traductor incansable de Platón, Marsilio Ficino, o el dominico y antecedente de Lutero, Girolamo Savonarola. Con ello, la autora justifica su inclinación por denominar el siglo xv de Florencia como humanismo renacentista y nos ilustra —en sus dos significados, ‘dar ejemplos’ y ‘proporcionar conocimiento’— cómo ahí, durante ese periodo, no “sólo” tuvo lugar la recuperación y el estudio de los clásicos grecolatinos, sino una cercanía tal entre ciencia, arte, filosofía, cuyos actores en muchos casos pasaron de una esfera a otra acaso sin advertirlo. Así, por ejemplo, somos testigos de la influencia que ejerció Alberti con su teoría del espacio —perspectiva tridimensional, captación del movimiento— en el trabajo arquitectónico de Brunelleschi, en especial en la construcción de la cúpula de Santa Maria del Fiore, y de cómo esa nueva concepción del espacio también se manifestó en la que el hombre tenía de sí: creación de Dios, pero libre, constructor y dueño de sí mismo, y al mismo tiempo del mundo, de la naturaleza, concepción de la que abrevarían hombres como Colón.

En relación con la filosofía del Quattrocento, Annunziata Rossi distingue dos corrientes filosóficas opuestas: la primera basada en la tradición latina: Lucrecio, Séneca, Cicerón… que se opone tanto a la metafísica aristotélica como a la escolástica medieval; en esta parte de su ensayo, Rossi defiende el pensamiento filosófico del humanismo renacentista, arguyendo que fue el triunfo de la razón científica, con Descartes, y la búsqueda de principios universales partiendo de la razón, lo que excluyó de la filosofía al pensamiento del Quattrocento, apegado a la singularidad y que parte de la palabra poética —con la multiplicidad de significados—, de la percepción sensorial y la experiencia hacia la razón. La segunda corriente, el neoplatonismo, basada en el Platón metafísico, se afirma a partir de los años 1460 gracias a Ficino, de acuerdo con la autora y propiciado por el ambiente escatológico reinante; Rossi nos explica: una sociedad, la de Florencia, sumergida en una profunda crisis moral, religiosa, encontró esperanza en el mundo ideal neoplatónico y en la ilusión de conciliar diferentes religiones basándose en el postulado de que existe una verdad universal común a toda la humanidad que simplemente se manifiesta de formas parciales mediante las distintas doctrinas religiosas y culturas, lo cual llevaría a una relación armónica y comprensiva con el otro. Este ideal llevó a Pico della Mirandola, en 1486, a tratar de reunir en Roma a los representantes de todas las religiones conocidas para encausar la comprensión recíproca; sin embargo, una acusación de herejía impidió que esta convención tuviera lugar y Pico tuvo que refugiarse en Francia.

Para terminar, Rossi dedica casi al final de su libro un texto exclusivamente a Cristóbal Colón. A primera vista, éste puede parecer superfluo, pues, como adelanté, el Almirante y su viaje están presentes a lo largo de toda la obra, a veces de manera directa, otras, indirecta, pero no lo es en absoluto. De la biografía sucinta que la autora hace de Colón —de la contradicción que encarna en cuanto franciscano y su incapacidad para comprender al otro— se desprende una pregunta quizá ociosa, pero, considero, de suma importancia: ¿Cómo sería la época moderna si Colón hubiera llevado consigo la que acaso sea la más importante de las aportaciones del humanismo renacentista: la voluntad de comprender al otro y de dialogar con él?◊

 


* DAVID HUERTA MEZA

Es investigador de programa en el Diccionario del español de México, del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México.