El pulque en la literatura mexicana

 

ANTONIO CAJERO VÁZQUEZ*

 


Un pulque literario
(A la sombra de las pencas del maguey)
.
Rafael Olea Franco. México,
El Colegio de México, 2020, 337 pp.

 

Mientras leía el más reciente libro de Rafael Olea Franco, Un pulque literario (A la sombra de las pencas del maguey), fui haciendo memoria de mi propia relación con el sabroso tema: no sólo había yo nacido en Metepec (de metl, maguey, y petl, cerro), Cerro de los Magueyes, sino que, de niño, me fascinaba la escena de los repartidores de púlmex: en medio de un remolino de perros, guiados por un arriero solitario, burros y acémilas cruzaban las calles polvorientas con un par de cueros de pulque a los costados: ¿monstruos, gigantes descabezados, osos despelucados, fantasmas encarnados? Eso y más eran en mi tierna imaginación; luego, los equinos fueron sustituidos por camionetas de redilas y, finalmente, los cueros por barriles. En las celebraciones de la familia nunca faltaban los curados de tuna roja, de cacahuate, de jitomate, de piñón; en las faenas agrícolas de largo aliento (como la siembra o la cosecha), sólo se servía pulque puro y un poco recio para contrarrestar el cansancio; mientras, las madres que amamantaban recibían, a mediodía o en la comida (horas en las que pululaban las garrafas de plásticos multicolores, jarrones de barro y aun jarras de vidrio), su generosa dotación de tlapehue.

Mi universo lingüístico estuvo plagado de la actividad pulqueril en las tertulias familiares, en las fiestas patronales de los barrios, en la fiesta mayor del pueblo dedicada a San Isidro (aunque la advocación sea a San Juan Bautista) y en el tianguis de los lunes que los crudos aprovechaban para celebrar a este santo. Además de los apodos y los dichos relacionados con el pulque que Rafael Olea Franco reproduce a partir de testimonios multigenéricos y en soportes múltiples (orales, gráficos, literarios, históricos, cronísticos, cinemáticos, de historietas y de letras de canciones), hay palabras y expresiones que aún hoy me parecen ingeniosas, como el verbo “empulcarse” o el sinónimo de pulquería, “pulcata”, que sugería la imagen de una blanquecina catarata, acaso asociada al sinsentido en el que alguien decía “Va a llover” y otro contestaba con sorna: “Y agua”; finalmente, el primero remataba, con un tono más burlón: “¡No, pulque!” (o alguna de sus variantes: “¡Ni modo que pulque!”). Oí también un polisémico “Vete por mi pulque” cuyo sentido dependía del tono y, por supuesto, del contexto, como todo albur.

Los mitos sobre las bondades del pulque tampoco escaseaban: que si volvía más fértil al bebedor (“un litro del chamaquero”, exigían los libadores), que si nutría más que la carne o la leche (“le falta un grado para ser carne” o “sabe mejor que un licuado”), que si estimulaba la producción de leche materna (“para que no se te vaya la leche”, aconsejaban las abuelas); en fin, estos mitos ocupaban un lugar especial desde el nacimiento hasta la muerte, en la pachanga y en el duelo. Sobre la gastronomía no se diga: condimentaba todas las carnes; se empleaba para guisar criadillas y aderezar la famosa salsa borracha, así como para fermentar el pan de pulque.

Lo anterior está referido o insinuado en Un pulque literario; sin embargo, este dilatado ensayo de Olea Franco no se agota ahí. Su autor despliega un ejercicio expositivo en dos planos que se cruzan reiteradamente a lo largo del libro: uno diacrónico, que iría de la época prehispánica hasta finales del siglo xx, aun cuando él expresa su voluntad de concentrarse en “muestras representativas de los siglos xix y xx” (ahí están los códices y los testimonios de los informantes de Sahagún, Alva Ixtlilxóchitl, Sigüenza y Góngora, Humboldt o Francisco Xavier Clavijero); otro, sincrónico, que opera en profundidad a partir de un texto ancla sobre el que converge un discurso crítico nutrido por fuentes históricas, literarias, científicas, cronísticas y gráficas. Un ejemplo: al estudiar la leyenda en verso “Xóchitl”, de José María Roa Bárcena, para desmenuzar el texto Olea Franco acude no sólo a los intertextos asumidos por el autor en el Ensayo de una historia anecdótica de México en los tiempos anteriores a la conquista española (Clavijero y Vieytia) y los hace extensivos a las Leyendas mexicanas: va a fuentes más remotas (verbigracia, el cronista Fernando de Alva Ixtlilxóchitl) y a otros soportes de la leyenda, como la pintura El descubrimiento del pulque de José Obregón.

Como elemento paratextual, el título Un pulque literario (A la sombra de las pencas del maguey) resulta de dos intertextos: el primero proveniente de la crónica homónima de Rejúpiter, “Un pulque literario”, publicada en Multicolor el 18 de enero de 1912; el segundo, como subtítulo, constituye una parodia de A la sombra de las muchachas en flor, el segundo tomo de la saga proustiana. En cuanto a la estructura del ensayo, quisiera destacar algunas peculiaridades, muestras de una marcada deliberación autorial. 1) Los populosos exempla a manera de prefacios en los que desfilan 24 testimonios reacios a la cronología, el estatus social, la perspectiva unidisciplinar o el género discursivo, como si el autor pusiera a conversar textos de varias épocas y de geografías propias y ajenas, podría decirse, en el marco de una democracia textual ad hoc con el asunto retratado. Así, la pulquería convocaba a gente de todas las clases, a veces sin distinción de género (según las sinuosidades legales) frente a los chillantes murales y los jugosos recipientes multicolores. Con esta estrategia expositiva, resultarían obsoletos una introducción o un prólogo, porque los textos, en su aparente falta de jerarquización, hablan por sí mismos y por las afinidades (s)electivas del ensayista. 2) La ausencia de división interna en el desarrollo del ensayo que, no obstante su extensión, fluye sin las trabas de capítulos y subcapítulos que exigiría un tratado o un trabajo formalmente académico. Impera en el análisis un criterio más o menos cronológico que va de “Xóchitl”, de Roa Bárcena, a La escondida y Hasta no verte, Jesús mío, además de un fugaz pero puntual recorrido por las expresiones populares, gráficas, musicales y cinematográficas: Posadas, Vanegas Arroyo, Eisenstein, Figueroa, Gabriel Vargas, Rius, Ferrusquilla, Chava Flores y el mismísimo Cri-Cri testimonian la popularidad del maguey y el aguamiel, que se emplea como base activa del pulque. 3) En lugar de unas conclusiones ex profeso, Un pulque literario incluye al final una serie de anexos que abren nuevas posibilidades para ensayar sobre el pulque, allende su protagonismo literario: desde la sociología, la medicina, la economía, la historia, la antropología, la geografía, la pintura, la gráfica popular, la política, la psicología, las tradiciones populares y la enología. 4) Lo dicho en los puntos 2 y 3, además, constituye un rasgo esencial del género ensayístico, porque la estrategia de sustituir la introducción por una taracea textual prepara el comienzo in medias res del ensayo estrictamente dicho, ad hoc con el carácter hipotético del ensayo, y concluye sin concluir, es decir, en un proceso de construcción de pensamiento abierto hacia el pasado y hacia el porvenir. Así, también se cumple con la sensación de incompletud que desencadena todo buen ensayo.

En relación con las marcas del pensamiento en acción y la autoconciencia soberana del ensayista, quisiera destacar algunos pasajes marcados por un fuerte dejo performativo con el que el autor se inscribe en su contexto o, como diría Ortega y Gasset, donde se observa al hombre y su circunstancia, verbigracia en la captatio benevoletiae con la que se anticipa a sus comentaristas y rectificadores:

Preveo que, conforme el lector avance en este ensayo, vendrán a su mente algunos otros casos donde el pulque (y su padre, el maguey) son protagonistas. No obstante, confío en que las líneas generales de mi exposición seguirán siendo válidas, sin importar la cantidad de nuevos textos que se sumen. En última instancia, uno de los objetivos de este trabajo es mostrar la abundante presencia de estos dos elementos en nuestra cultura. (p. 26)

Obsérvese, primero, que el ensayista prevé posibles añadidos y rectificaciones a su corpus; luego, apréciese la discreta defensa de la tesis desplegada en Un pulque literario; finalmente, una suerte de alquimia que va del individuo a la comunidad, de la intimidad al ágora: me refiero a la conversión de la primera persona del singular (“Preveo”) a una primera del plural implícita en el adjetivo posesivo (“nuestra cultura”). Más significativos por su adecuación al estilo ensayístico, tanto porque están marcados textualmente entre paréntesis como porque indican el desdoblamiento de la voz crítica (irónica, la mayoría de las veces), serían los siguientes ejemplos: “(nota personal: los efluvios de ciertos quesos me parecen desagradables, pero para la mayoría de los franceses transmiten un exquisito aroma; asimismo, en algunas culturas les encanta dejar que la carne de las presas de caza se empiece a descomponer para que se ablande)” (p. 58). He aquí otro en consonancia con el anterior: “(repito: para algunas personas, ciertos quesos franceses maduros poseen un aroma exquisito; para otros [incluido el ensayista], son simplemente apestosos)” (p. 87). Con una picardía mayor, se encuentra la recuperación de un inocente pasaje de la infancia visto por el adulto con el cristal de la ironía:

Este tipo de negocios [las pulquerías] sobrevivieron a lo largo del siglo xx, sobre todo en las entonces colonias periféricas; a algunos todavía nos tocó conocerlas en nuestra niñez, pues no se cumplía la regla de prohibir la entrada a los menores de edad, entre otros motivos porque ahí también se podían comprar refrescos (por si las dudas, aclaro que nunca intenté adquirir otro producto). (p. 76)

Sin ánimos de agotar el recurso del desdoblamiento de la voz ensayística, propongo una última muestra en la que se advierte la instauración del sujeto en el espacio pragmático, fuera de la textualidad de Un pulque literario, como se aprecia en la siguiente interpelación al sentido del humor del “desocupado lector”: “Más allá de la creatividad irónica de Pacheco, mi exposición ha mostrado que Bulnes no tenía prejuicios contra el pulque (aunque hubiera sido estupendo que también lograra su trasmutación alquímica en el inofensivo y saludable yogurt: de este modo, se podría beber el neutle en dos presentaciones)” (p. 117).

No querría concluir estas sucintas observaciones sobre un libro tan sugerente tanto en lo formal como en lo temático sin aludir a las constantes excursiones etimológicas y metalingüísticas, principalmente de nahuatlismos o de sus respectivas castellanizaciones, como en los casos de tlachique (p. 47), tinacal (p. 49) o pulque (p. 50 y ss.), todos relacionados con la producción pulquera. Se agradece, como efecto reconstructor de la memoria, el cúmulo de dichos y frases populares explicadas desde la más remota fuente verbal: “andar hasta las manitas”, “ahogarse de borracho” (o en alcohol), ¿y quién que ha vivido en el campo no ha visto las inmensas “vacas verdes” incólumes ante la vastedad del horizonte?

Hay, sin embargo, un caso en el que la inferencia de Olea Franco bien toleraría una interpretación complementaria: “si no me equivoco, el adjetivo ‘apaneño’ se refiere a la adición de una sustancia azucarada un tanto oscura” (p. 180). A mi parecer, Ciro B. Ceballos adjetiva al pulque apaneño por la cuna paradigmática del buen pulque, Apan o Apam, de donde derivaría dicho adjetivo. Aquí aprovecho, también, para señalar que el ensayista atribuye el seudónimo “Rejúpiter” a Rubén M. Campos y, por lo tanto, la autoría de “Un pulque literario” (que a su vez da título al libro); sin embargo, el mismo seudónimo parece haber sido utilizado por José Rafael Rubio para firmar sus crónicas sobre costumbres y tradiciones; en fin, ahí dejo esta inquietud a cuyo fondo me siento incapaz de llegar (por el momento).

Para cerrar mis comentarios, quisiera insistir en que el tema del pulque, según lo demuestra Olea Franco, cruza diversos géneros literarios, cultos y populares: la leyenda, la poesía, el cuento y la novela; todas las expresiones de la cultura nacional: las artesanías, la pintura, el cine, la música, el cómic, las celebraciones cristianas y paganas, la gastronomía. Así visto, el pulque ocupa un lugar tan trascendente entre nosotros como el chile o el maíz y sus derivados. Juntos creaban el maridaje perfecto de la humilde comida campirana: tacos de papas, frijoles, quelites, nabos o malvas aderezados con salsa y pulque natural (suave o recio) para bajarse la enchilada. Sobre la combinación de la barbacoa y el pulque, la salsa borracha es buen testigo. No me queda sino invitar a leer este ameno e ilustrativo libro sobre un elemento constitutivo de la literatura, en particular, y de la cultura mexicana, en general.◊

 


 

* Es doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México y profesor de Literatura Hispanoamericana en El Colegio de San Luis. Su investigación se centra en la edición crítica de obras de narrativa y poesía hispanoamericanas del siglo xx. Su publicación más reciente es la edición de las traducciones de Gilberto Owen, Versiones a ojo (El Colegio de San Luis, 2020).