El español, lengua policéntrica

El español es una de las lenguas más importantes en el planeta, tanto por número de hablantes como por relevancia cultural. No obstante, está lejos de ser monolítica. María Ángeles Soler examina uno de los aspectos fundamentales del español, el policentrismo de la lengua, frente a los proyectos monocentristas de las instituciones que pretenden homogeneizar un idioma que se resiste a cualquier petrificación.

 

MARÍA ÁNGELES SOLER ARECHALDE*

 


 

El español es, en la actualidad, una lengua con un gran peso en el ámbito mundial, peso que podemos explicar con base en diversos factores, como su extensión geográfica, el número de hablantes con que cuenta, su importancia cultural, su carácter internacional, su capacidad comunicativa y su sorprendente homogeneidad, a pesar de sus variantes dialectales.

Según el informe El español en el mundo 2019, presentado por el Instituto Cervantes en octubre pasado, se trata de una lengua internacional hablada por 580 millones de personas alrededor del globo, cifra que representa 7.6% de la población mundial. De estos 580 millones, 483 la tienen como lengua materna y los casi 100 millones restantes la utilizan como una segunda lengua o la poseen como lengua de competencia limitada. Ocupa el segundo lugar, después del chino mandarín, en cuanto a hablantes de lengua materna, y el tercero, después del chino y del inglés, por su número de hablantes en general (nativos o no).1

En cuanto a su espacio geográfico, se encuentra distribuida en varios continentes; el español es la lengua oficial o principal en España, Hispanoamérica y Guinea Ecuatorial: en total, 22 países. Además, se habla, se conoce o se estudia en muchos países europeos, en el norte de África, en el cercano y lejano Oriente, en Australia y en los países no hispanohablantes de América, especialmente en Estados Unidos y Brasil.

 

Diferenciación y unidad

 

Una lengua tan extendida en el número y en el espacio tiene, por fuerza, que presentar una buena cantidad de variedades, reflejo de las influencias de los distintos ámbitos en los que se desarrolla. Pensemos en las diferencias de pronunciación, entonación, vocabulario y sintaxis, sobre todo en los tres primeros aspectos, entre el habla de un madrileño (que distingue /s/ de /θ/, usa la segunda persona de plural [vosotros amáis], emplea palabras como zumo [jugo], acera [banqueta], ducha [regadera], móvil [celular], etcétera), frente a la de un bonaerense (seseante, con su /y/ tan característica que a veces es ya una sh: posho [pollo]; voseante [vos amás], que usa palabras como vereda [banqueta], frutilla [fresa], mozo [mesero], trencito, manito); o a la de un habanero (con sus eses aspiradas o elididas y sus erres y eles que se confunden, que come rositas [palomitas de maíz], anda en guagua [autobús], la guagua tiene gomas [llantas o neumáticos] y, si se va la luz, se alumbra con una candela [vela]); o finalmente a la de un nativo de la Ciudad de México (seseante, con eses tensas, en cuyo léxico están las palabras jugo, banqueta, regadera, celular, etcétera).  Incluso dentro de un mismo país encontramos diferencias: contrastemos por ejemplo el habla de este nativo de la Ciudad de México, al que no sabemos cómo llamar (¿chilango, mexiqueño, citadino? Defeño ya no, afortunadamente), con la de un yucateco (que glotaliza las oclusivas [caballo] y pronuncia como oclusivas las fricativas intervocálicas [caballo], que usa costurar en lugar de coser e hilera en vez de hilo y considerable léxico de origen maya, como tutupiche [perrilla], chichí [abuela], cocai [luciérnaga], etcétera); o comparémosla con la de un veracruzano (aspirante de eses, que a los bolillos o teleras les dice michas, lechero al café con leche, pachis a sus amigos, ñapa al pilón o adehala, “pequeña cantidad de mercancía que da el vendedor al comprador como obsequio”); o con la de un sonorense (con su sh [coshe], su ese aspirada y su d intervocálica relajada o perdida [ese pelao está cansao], además de palabras como bichi [desnudo], morra [mujer], cordones [agujetas], ferear [cambiar un billete o un cheque], etcétera).

A pesar de las diferencias entre distintas variedades en el interior de un país, o bien entre distintos países, la comprensión, la comunicación entre los hablantes de español es bastante buena: escuchamos hablar al madrileño o al bonaerense, o bien al yucateco, al veracruzano o al sonorense y, salvo pequeños ajustes, entendemos prácticamente todo lo que dicen. Esto se debe a que existe una considerable homogeneidad en español, ya que la variación interna entre dialectos presenta índices bajos de diferenciación si se compara con la que hay dentro de otras lenguas del mundo.

 

Prestigio lingüístico

 

Ahora bien, aunque desde un punto de vista estrictamente lingüístico todas las variedades de una lengua tienen el mismo peso, ya que permiten una comunicación fluida entre los usuarios de cada una de ellas, desde otros puntos de vista no sucede así. Hay variedades de lengua más importantes, más prestigiosas que otras, como consecuencia del poder político, económico, social o cultural del grupo que las habla. Este prestigio, adquirido por causas extralingüísticas, las convierte en focos irradiadores de características lingüísticas y normas de uso hacia sus correspondientes zonas de influencia.

Originalmente, el castellano, luego español, la lengua compañera del imperio —como la llama Nebrija—, tuvo su foco irradiador, su centro de prestigio, en la península ibérica, en la metrópoli, a partir de la que se imponían modas, normas y usos a las colonias. Precisamente la Real Academia Española (rae) data del periodo colonial; fue fundada a principios del siglo xviii, en 1713, con la finalidad de vigilar el buen empleo de la lengua, teniendo como modelo ejemplar el uso castellano. Esta situación tendió a modificarse con la independencia de las colonias en América, proceso que se inició a principios del siglo xix y que trajo consigo la constitución de las naciones hispanoamericanas, libres y soberanas, autónomas, cada una con su forma peculiar de hablar el español. De todas maneras, la concepción monocentrista de la rae se mantuvo mucho tiempo después, casi hasta nuestros días; así, por ejemplo, no fue sino hasta 1956, en el Segundo Congreso de Academias de la Lengua Española, que se admitió el seseo, no como un “vicio de pronunciación” sino como una norma con el mismo nivel de prestigio que la distinguidora de /s/ frente a /θ/.2

La realidad es que el español de hoy en día, a causa de su expansión numérica y espacial, es una lengua policéntrica. Esto quiere decir que presenta varios focos irradiadores, varios centros de prestigio, que normalmente son ciudades capitales de algunos países hispanohablantes. Las ciudades que la mayoría de los investigadores menciona en este sentido son: Madrid, la Ciudad de México, Bogotá y Buenos Aires, núcleos políticos, económicos, culturales y sociales de gran importancia en el ámbito hispánico y mundial. Las variedades estándar habladas en estos centros de irradiación se difunden a través de la escuela, del gobierno, de las leyes y de los medios de comunicación masiva: editoriales, prensa, radio, televisión, cine e internet funcionan como modelos para sus zonas de influencia, que en muchas ocasiones van más allá de las fronteras de los países que encabezan.

Hemos de señalar, sin embargo, que existen más elementos en común que elementos diferenciadores entre estas variedades prestigiosas, especialmente en el nivel de las modalidades estándar o hablas cultas, lo que ha permitido mantener la unidad de la lengua y que pueda considerarse el español un idioma con un buen nivel de homogeneidad, como ya lo hemos mencionado antes.

 

Monocentrismo frente a policentrismo

 

Frente a la actitud normativa y prescriptivista del pasado, con un enfoque monocéntrico, que suponía el predominio de una única modalidad lingüística, de preferencia literaria y castiza, la tendencia actual —más flexible y abierta, incluso en las academias— consiste en dar cuenta de las diferencias entre las variedades del español y limitarse a señalar y corregir sólo aquellas “incorrecciones” que atentan contra el sistema de la lengua. No se trata de imponer un único modelo, sino de tener conciencia de que existen varios, conocerlos, comprenderlos y tener la capacidad de ajustarse, según determinadas necesidades y expectativas, para lograr una buena comunicación.

Esta concepción policéntrica intenta permear las recientes publicaciones de la rae y de la asale (Asociación de Academias de la Lengua Española): el Diccionario panhispánico de dudas y las últimas ediciones de la Ortografía, el Diccionario y la Gramática en sus tres versiones (extensa, manual y básica). Pero abandonar la postura monocéntrica no es tan sencillo en los hechos (aunque sí en las palabras) y esporádicamente sale a flote en algunos puntos de estas obras. Y también se percibe en el apoyo que la rae brinda a instituciones españolas como la Fundéu (Fundación del Español Urgente) que pretende “velar por el buen uso del español” y “certificar” el manejo que hacen de esta lengua las empresas editoriales, publicitarias, de medios de comunicación, entre otros, en el mundo hispánico.3

Pero dejemos de lado a la Academia y a la Fundéu. Como hemos señalado, el español hoy en día tiene varios polos de irradiación, cada uno con sus diferencias. Hasta ahora, tales diferencias no han puesto en peligro la unidad idiomática, pero ¿podría suceder que se hicieran más profundas y se rompiera la relativa homogeneidad en un futuro, cercano o lejano? Todo parece indicar que, al menos en un futuro cercano, no. La intensa comunicación entre los hispanohablantes a través de los viajes, las migraciones, los medios de comunicación (prensa, radio, televisión, cine) nos permite estar en contacto con hablantes y escribientes de distintas variedades del español en muy diversas partes del mundo. Finalmente, el internet nos pone en contacto con nuestros interlocutores de manera inmediata. Según los datos proporcionados por el Instituto Cervantes en su informe de 2019 (que hemos citado al principio de este texto), resulta que el español ocupa el tercer lugar de uso en las redes, después del chino y el inglés; 8.1% de la comunicación en redes se hace en español. Este contacto y proximidad aseguran, por el momento, la unidad de nuestra lengua.

Las preocupaciones para el español actual residen en otra parte, debido a su poca presencia en los ámbitos científico y tecnológico. Se mantiene un poco en las publicaciones de ciencias sociales, ciencias médicas y artes y humanidades, pero en los demás campos el predominio del inglés es prácticamente absoluto. Lo más preocupante es que nuestras propias instituciones nos presionan para que publiquemos trabajos (por ejemplo, de sintaxis o de léxico del español) en inglés. El peligro aquí es que la lengua pierda funcionalidad para la ciencia y el pensamiento crítico.4 Y esto sería tan grave, o más tal vez, según mi modo de ver las cosas, que la pérdida de cierta unidad y homogeneidad.◊

 


1 https://www.cervantes.es/sobreinstitutocervantes/prensa/2019/ noticias/ np_presentacion- anuario.htm [consulta: 11 de mayo de 2020].

2 Guillermo L. Guitarte, Siete estudios sobre el español en América, México, unam, 1983, p. 104.

3 La instalación de este grupo en México, en la primera década del siglo, nos llevó a organizar una mesa redonda, en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam, para revisar el concepto de certificación y los problemas que plantea. Una revisión de la página de la Fundéu para México y en Google arroja que la mayor parte de los comentarios de esta fundación consiste en señalar que México y mexicana/-o deben escribirse con X aunque se pronuncien con J. Algo que siempre hemos hecho los mexicanos. Ahora tenemos permiso de la Fundéu… Muchas gracias. https://fundeu.do/por-que-mexico-se-escribe-con-x-y-no-con-j/; https://www.fundeu.es/recomendacion/mexico/; https://www.fundeu.es/dudas/palabra-clave/mexicano/, etcétera (consulta: 15 de mayo de 2020).

4 Como lo señala Luis Fernando Lara en Historia mínima de la lengua española, Colmex, México, 2013, p. 494.

 


* MARÍA ÁNGELES SOLER

Es lingüista, docente e investigadora. Trabaja en el Centro de Lingüística Hispánica del Instituto de Investigaciones Filológicas de la unam.