
01 Abr El Convento de la Merced: un contraste al estilo mudéjar
Este ensayo relata las vicisitudes de uno de los edificios más interesantes de la Ciudad de México: el Convento de la Merced, ejemplo del sincretismo entre el estilo mudéjar de la España musulmana y las técnicas arquitectónicas indígenas del “Nuevo Mundo”.
DANIEL OCHOA*
Aunque la arquitectura mudéjar resulta bastante típica en España, a América llegaron sólo algunos ecos frágiles e intermitentes. Acaso la complejidad que implicaba este estilo, combinada con la premura por “erigir el Nuevo Mundo”, provocó que se optase por otras corrientes. Pese a ello, desde el siglo xvii, yace en la Ciudad de México una inusitada pieza de este arte. Se trata del Convento de la Merced, uno de los pocos ejemplares desperdigados fuera de Europa.
El arte mudéjar es complejo, al igual que su historia. Pletórico de ornamentos, da cuenta de una larga concatenación de tradiciones que se le han incorporado con el paso del tiempo: no se puede observar una obra de esta clase sin dejar de atender lejanas reverberaciones que se remontan a tiempos y tierras distantes. Por su variado linaje, pareciera que el mudéjar, más que un estilo, fuese un sistema estético que admite casi cualquier influencia y que, de uno u otro modo, encuentra la manera de integrarla con gracia en un gesto único. En su semblante recoge aires bizantinos, románicos, góticos y musulmanes que, finalmente, pone al servicio del catolicismo ibérico.
La arquitectura concebida bajo este estilo es desenfadada y elocuente, pero, ante todo, redentora, por cuanto permite conciliar aparentes contradicciones: la sobriedad de las formas románicas se funde con el delirio ornamental del arte islámico; la pureza del ladrillo, con el fulgor del mosaico; el arco de medio punto, con el polilobulado. Esta inclinación por mezclar distintivos provoca que casi no queden espacios exentos de ornamento en los edificios. Nada se escapa de esta obsesión por la exuberancia. Incluso una fachada construida únicamente con ladrillos puede adquirir gran diversidad de texturas, relieves y sombras por efecto del ingenio al colocar dichas piezas.
El mudéjar no detuvo su singular anexión de influencias después de atravesar el Atlántico y, en efecto, en el continente americano le esperaba un nuevo desafío: adoptar las destrezas y habilidades de las culturas indígenas. Pese a las diversas expresiones que llegaba a asumir en Europa, este estilo arquitectónico no podía prescindir de una pomposa ornamentación, preferentemente con ladrillo o yeso, según la usanza hispana. En la Nueva España, esta necesidad tuvo una respuesta alternativa, aunque igualmente provechosa: no había diestros yeseros ni artesanos ladrilleros con larga experiencia, pero prevalecía una centenaria tradición en el tallado de la piedra. La destreza de la escultura en este material —y, sobre todo, su trabajo en bajo relieve— se pusieron al servicio de los designios de este arte.
La condición anterior se materializa elocuentemente en el Convento de la Merced, ejemplo por excelencia del arte mudéjar en América, emplazado en uno de los barrios culturalmente más ricos de la Ciudad de México. La añeja capacidad de este estilo de provocar intrépidos mestizajes volvió a ratificarse en dicha obra: las ideas y formas españolas se cruzaron con las emociones y materiales mesoamericanos. El resultado fue osado en todas partes, pero especialmente en el adorno. La cantera, atavío pétreo del edificio, devino prácticamente en el único material usado para plasmar este delirio ornamental de influencia musulmana. En otra tierra hubiese parecido un desvarío, pero no hay que olvidar que se trataba del Nuevo Mundo: las antiguas limitaciones habían quedado atrás y en este sitio no parecían ser un impedimento. La rigidez de la piedra era sólo una cuestión temporal en un lugar encantado, noción que la cosmogonía indígena había dejado muy clara al naciente pueblo novohispano: darle vida a lo inanimado era plausible. Para entenderlo, bastaba tener en mente el descenso de la serpiente emplumada durante los equinoccios en Chichén Itzá. El artificio de la fantasía escapaba del imperio de la razón, condición perfectamente natural en aquel tiempo. Vivir por siglos con esas representaciones hizo posible llegar a este tipo de soluciones en el espacio del convento: sus dinteles, arcos y columnas están profusamente tallados con diferentes motivos que, en conjunto, provocan un ademán de piedra en movimiento.
Desgraciadamente, el asombro por la historia que converge en este edificio no ha sido suficiente para ponerlo a salvo de la demencia, y en varias ocasiones ha materializado el encarnizado debate de las ideas. El fundamentalismo reformista provocó que, a mediados del siglo xix, parte de este conjunto arquitectónico fuese demolido: aunque se toleró el convento, el templo no corrió con la misma suerte. En el siglo xx, la ampliación de un mercado contiguo amenazó con el derrumbe parcial de la construcción. Más recientemente, la fachada fue modificada sin razón aparente y con aún menos explicaciones. Entre otras conclusiones, ello denota que la imprudencia, más que el tiempo o el intemperismo, es el principal enemigo de la arquitectura.
Después de promulgarse las Leyes de Reforma, aproximadamente setenta años tuvieron que pasar para que, en un intento por proteger lo que restaba de la construcción, el convento fuese declarado monumento histórico. Al menos discursivamente, esta categoría aseguraba protegerlo; lo que no garantizaba era la dignidad de sus condiciones. Desde entonces, el abandono sólo ha acelerado el declive de la obra. En ese sentido, el Convento de la Merced no sólo ha soportado las amenazas o las hostilidades del tiempo, sino también las constantes decepciones de promesas no cumplidas. A lo largo de casi un siglo se han acumulado propuestas por recobrar su vitalidad al transformar el uso: museo, centro cultural, hemeroteca, centro de investigación, escuela. Ninguna ha prosperado.
No hay historia de un gran edificio que carezca de uno o varios momentos estelares y, aunque cunda la decrepitud, siempre pueden hallarse vislumbres de lucidez, una luz que titila entre tinieblas. Particularmente, este inmueble tuvo varias disrupciones artísticas que, según las anécdotas, llegaron a devenir en verdaderas tertulias de arte. Guillermo Kahlo, padre de Frida, retrató su interior y logró captar el dualismo de su historia mediante los contrastes típicos de luz y sombra. El pintor Gerardo Murillo, mejor conocido como el Dr. Atl, lo usó como refugio por un tiempo, justo después de escapar de la cárcel. Su irrupción significó un periodo de profusa creación artística. A su vez, Nahui Olin, artista polifacética, escribió emotivas líneas inspiradas en este espacio: “y te amo vetusta casa solariega como la única cosa que guarda viviente siempre mi fiera voluntad de amar”. Pareciera que hay algunas piezas de arquitectura que se concibieron para materializar el prodigio y la locura de los pueblos. Ésta es una de ellas.
Actualmente, el edificio permanece invadido por comerciantes: sus salones se usan como bodega; las columnas, como tendedero. Las puertas de madera fueron hurtadas y la humedad no cesa de desgastar los muros. A la elegante pasión entre Nahui Olin y el Dr. Atl le sucedió la vulgaridad de la pornografía y de la mercancía de contrabando que hoy se almacena en su interior. El convento llegó a tal decadencia porque siempre hubo un proyecto más importante que su conservación: secularizar el país, fomentar la economía, renovar la imagen del barrio. Entendidos de manera binaria, esos propósitos no admiten una coexistencia pacífica con esta obra arquitectónica. Es una cosa u otra, pero nunca ambas. Nadie sabe qué otro dislate le depare más adelante.
Entre amenazas y promesas sobrevive el Convento de la Merced, ejemplar de un estilo que ha podido integrar aparentes contradicciones y contrastes. Quizá la esencia del mudéjar no ha acabado por entenderse en la historia del edificio. Ojalá la capacidad mexicana por domar los materiales presuntamente indómitos pudiese enseñarnos a dominar la antipatía y el abandono; al menos, saber que el convento puede convivir gentilmente con otros proyectos. Sirvan estos párrafos para constar una joya olvidada en México, para que, quizá algún día, se le haga justicia.◊
* DANIEL OCHOA
Es egresado de la Maestría en Estudios Urbanos de El Colegio de México.