El duelo como práctica colectiva

La violencia en México, recrudecida en el marco de la guerra contra el narco (2006), necesita ser pensada desde distintos enfoques; el académico es tan importante como incipiente. Drama social y política del duelo (2017), de Carolina Robledo Silvestre, investigadora y periodista colombiana, responde oportunamente a esta necesidad.

 

– DIANA DEL ÁNGEL* –

 


 

Carolina Robledo Silvestre,
Drama social y política del duelo.
Las desapariciones de la guerra
contra
las  drogas en Tijuana,
México, Centro de Estudios Sociológicos
El Colegio de México,
2017, 223 pp.

 

¿Cómo se le habla al desaparecido?
Con la emoción apretando por dentro.
Rubén Blades

 

La violencia en México, recrudecida en el marco de la guerra contra el narco (2006), necesita ser pensada desde distintos enfoques; el académico es tan importante como incipiente. Drama social y política del duelo (2017), de Carolina Robledo Silvestre, investigadora y periodista colombiana, responde oportunamente a esta necesidad. El libro es producto de una investigación de campo etnográfica y documental (2009-2012) en la que la autora presenció los diversos procesos socioculturales del duelo, individual y en grupo, de los familiares de desaparecidos en Tijuana. Si bien el estudio se enfoca en la Asociación Unidos por los Desaparecidos de Baja California (audbc) —primero Asociación Ciudadana Contra la Impunidad (acci)—, hay una constante referencia al marco nacional, por lo que el análisis del caso nos ayuda a reflexionar sobre las desapariciones en el resto del país.

La autora hace énfasis en la poca atención que ha merecido el tema del duelo en el contexto de las desapariciones, desde la perspectiva sociológica, por lo que su texto sienta las bases teóricas para entender el fenómeno como un constructo social. Además de recurrir a estudiosos como Víctor Turner, Susan Sontag, Laura Panizo y Judith Butler, entre otros, Robledo incorpora testimonios, entrevistas, llamadas telefónicas, correos electrónicos, corridos y charlas informales para tejer el andamiaje argumentativo. La aparición de estos soportes da cuenta de la inmediatez con que se llevó a cabo la investigación, así como de la cercanía con los hechos. Como apunta Sergio Aguayo en el prólogo, este libro ilustra el trabajo “académico comprometido”; de ahí su valía y la urgencia de su lectura.

La teoría del “drama social” propuesta por Turner es el eje que guía el análisis. De acuerdo con el antropólogo escocés, hay cuatro fases: quiebre de lo regular, crisis, acción de desagravio y reintegración. Robledo nos ofrece un cuadro donde se aprecia la coincidencia entre las etapas propuestas por el teórico y las desapariciones en Tijuana. Así, de una manera esquemática, la autora nos lleva a conocer las distintas interacciones y efectos que la desaparición de una persona genera en su comunidad. El miedo y la culpa suelen ser sentimientos experimentados por los familiares. A la pérdida, describe la estudiosa, se suman los actos de revictimización, que van desde la ambigua manera de tratar las cifras de personas desaparecidas hasta la vinculación de éstas con el crimen organizado para explicar-justificar lo sucedido.

A lo largo del trabajo, Robledo Silvestre tiene un especial cuidado en el uso de los términos, un cuidado de la palabra en aras de mantener la objetividad del estudio. Asimismo, examina en detalle cómo la lucha de los familiares de desaparecidos en Tijuana se da también en el escenario del discurso. Por ejemplo, para nombrar los hechos, hay una serie de categorías legales —extravío, desaparición forzada, secuestro, privación ilegal de la libertad— que han sido rebasadas por la realidad. Para las víctimas no es menos confuso, pues tampoco ellas saben cómo nombrar lo que las aflige. Robledo nos da un dato alarmante: en los formularios, uno de cada tres familiares deja vacío el espacio para describir el hecho, es decir, no sabe cómo narrarlo. Si no hay palabras para nombrar la desaparición, ¿cómo puede llevarse a cabo el duelo?

Las familias encuentran sentido a la desaparición de un ser querido en la organización, en la búsqueda de cuerpos, en la protesta, en la dignificación de la memoria del ausente. Como nos cuenta Robledo, este proceso no ocurre sin experiencias dolorosas por las interacciones entre el gobierno y las víctimas, la impunidad sistemática, las rupturas entre las mismas organizaciones, las distintas posturas políticas y la relación con otros movimientos en busca de desaparecidos. La estudiosa da cuenta de las particularidades de la lucha de las familias: en Tijuana, por ejemplo, la llegada del ejército supuso una contención y no un aumento de la violencia. En otro orden, la tardanza que tuvo el estado fronterizo para relacionarse con movimientos en búsqueda de desaparecidos de índole nacional también se explica por la forma peculiar de los tijuanenses para relacionarse entre sí y con el resto del país. La decisión política de no adoptar el lema “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”, bandera de muchas otras organizaciones —Comité Eureka, que acuñó la frase, en los años setenta, Fuerzas Unidas por nuestros Desaparecidos en Coahuila, los Padres de los 43, entre otras— tiene una explicación histórica y sociológica que Robledo se esfuerza por mostrarnos.

La ausencia del cuerpo, ausencia de muerte corporal, impide la realización de un duelo en los términos acostumbrados en la sociedad mexicana. En un cuadro que está hacia el final del libro, Robledo plantea los “sentidos asociados al cuerpo” para los familiares de desaparecidos, para los perpetradores y para el gobierno. Para los primeros, es un “testimonio de una memoria excluida, prueba de la violencia, sacrificio en el contexto de una guerra”; para los segundos, el cuerpo es un “mensaje, una subversión del orden”; mientras que para el tercero, es un “daño colateral”. De ahí que la búsqueda del cuerpo para darle sepultura sea central en la reconfiguración del duelo, pues en la mayoría de los casos —otra particularidad tijuanense— se da por sentado que los desaparecidos ya están muertos. Esta doliente respuesta fue trastocada por la detención y posterior declaración de Santiago Meza, alias “El Pozolero”, quien confesó haber disuelto en sosa cáustica al menos 300 cuerpos. Los restos, dientes y uñas, fueron enterrados en un predio de Valle Bonito, a las afueras de Tijuana. Esta nueva variable sólo añadió dolor a la ecuación.

El trabajo de Carolina Robledo es tan sobrio como profundo, acucioso y honesto, avasallador —ella misma confiesa que la cantidad de información rebasó la investigación—, paciente y humilde. Nos enseña un camino para entender un caso específico de la violencia que nos contiene y, al mismo tiempo, nos deja aprender de las familias junto a las que elaboró la investigación; su sola existencia invita a la réplica en otras ciudades, en otros casos. Drama social y política del duelo construye una narrativa del entendimiento para lo que pareciera escapar a nuestra comprensión; pone al servicio de una realidad dolorosa las herramientas del escrutinio académico y nos permite categorizar el dolor. Ante la ruptura del equilibrio que supone la desaparición de más de 30 mil personas en el país, este libro pone en el centro de la reflexión al duelo no como una experiencia individual, sino como una práctica colectiva que se reconfigura en el espacio público con la resistencia de las familias, sus caminos, sus nuevos rituales, su palabra.◊

 


* DIANA DEL ÁNGEL
 Poeta, ensayista y defensora de derechos humanos.