
01 Oct Discriminación y salud mental
En las siguientes líneas, Adriana Segovia nos acerca a las repercusiones psicológicas de la discriminación, así como a la necesidad de tomar medidas personales, sociales y políticas para atender a las personas desde el ámbito de la salud mental con una perspectiva de derechos.
ADRIANA SEGOVIA URBANO*
Una perspectiva de derechos
La no discriminación es, ante todo, un derecho fundamental reconocido por los más importantes tratados internacionales; el principal, la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Al ser insuficiente esta Declaración general, ha sido necesario visibilizar en distintos instrumentos otras discriminaciones, como la de las mujeres (cedaw, 1979) o la de las diversas identidades sexuales (Principios de Yogyakarta, 2006), así como la de otros grupos vulnerables susceptibles a la discriminación: niños y niñas, personas con discapacidad y migrantes. Asimismo, ha sido necesario reconocer y combatir la discriminación racial o religiosa. De estos tratados, convenciones y principios derivan responsabilidades en los gobiernos que se adhieren a ellos y de ahí devienen instituciones y políticas públicas. En nuestro país, por ejemplo, existe el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), mismo que define la discriminación como “un trato desfavorable o de desprecio inmerecido a determinada persona o grupo”.
¿Por qué empezar hablando de derechos en un texto sobre salud mental? Porque ese trato desfavorable, de desprecio o maltrato que las personas reciben a partir de su diferencia respecto a un grupo o a una cultura dominante afecta irremediablemente su integridad, su bienestar físico y mental, y estos aspectos deben ser atendidos en el ámbito de la salud mental, pero incluyendo una perspectiva de derechos: las personas que por discriminación han sido afectadas de esta manera necesitan posicionarse desde un entitulamiento (Monroy y Ordaz, 2020), es decir, desde la introyección de que un derecho ha sido violado y que, por lo tanto, el peso de su desequilibrio personal recae en la falta del otro, en la violencia ejercida sobre su persona y no en una incapacidad personal. A la vez, su recuperación psicológica está relacionada con las acciones sociales y políticas que contribuyen a la eliminación de la discriminación que dañó su integridad.
Efectos psicológicos de la discriminación
La discriminación implica la existencia de un imaginario social de unos otros y unas otras: de aquellos que son diferentes y de los que se construye una imagen de amenaza para el grupo o cultura dominante. La discriminación puede observarse en actos manifiestos de odio, rechazo o violencia, o bien, de formas más “sutiles” y menos perceptibles, no porque sean menos dañinas, sino porque se traducen en discursos totalmente normalizados de exclusión y menosprecio.
Se ha convenido que la violencia es una forma de discriminación (cedaw, 1979), pero, a su vez, ésta se expresa en formas que son violencias en sí mismas. Si hay condiciones discriminatorias, se configurarán factores para las violencias. En consecuencia, las personas o grupos que han sido víctimas de discriminación, ya sea en un evento particular o por una condición sistemática, manifiestan efectos psicológicos en diversos grados, y esas afectaciones son las propias de los efectos de las violencias y del estrés postraumático: depresión, vergüenza, culpa, insomnio, ansiedad, angustia.
Estrés de minorías
Otro efecto psicológico de la discriminación es el llamado “estrés de minorías”, un concepto importante, ya que los grupos y las personas discriminadas tienden a ser estigmatizados por sus comportamientos; sin embargo, Ian Meyer (1995) reforzó con este concepto que los grupos minoritarios sufren por el hecho de estar en desventaja numérica y política; por lo tanto, sus síntomas y comportamientos tienen que ver con el trato a las minorías y no con problemas intrínsecos. Las minorías sufren siempre los mismos síntomas de depresión y angustia en contextos de discriminación. Hay afirmaciones que pretenden describir conductas, pero que no sólo son discriminatorias y estigmatizantes —como “los migrantes son sucios”, “las mujeres son irracionales”, “los homosexuales son promiscuos”—, sino que es desde esa visión discriminadora que se crean síntomas.
Planteamiento emocional de la discriminación
La discriminación se ha enfrentado desde el plano legal, sin duda indispensable, y desde las políticas públicas. En el campo de la salud mental, quisiera aquí tan sólo apuntar algunas ideas importantes para su abordaje: 1) el reconocimiento de los contextos sociales, familiares y personales que favorecen la discriminación; 2) el reconocimiento de prejuicios y de tratos, conductas, prácticas, actitudes y discursos discriminatorios: sexismo, homofobia, transfobia, racismo, clasismo, edadismo, disfobia y gordofobia, entre los principales; 3) el trabajo con los síntomas de estrés postraumático; 4) el reconocimiento de los efectos de esos contextos para la formación de una imagen propia desvalorada; 5) la coconstrucción de condiciones personales para el entitulamiento del derecho a la no discriminación.
La discriminación en sus expresiones “sutiles”
En los casos clínicos, los consultantes en ocasiones se dan cuenta de que han sido víctimas de discriminación, pero la mayor parte de las veces no les resulta tan claro: podrían expresar síntomas de ansiedad o depresión y en muchas ocasiones su narrativa gira en torno a su propio “fracaso personal”. Es verdad que ninguna discriminación es en sí misma la causa, porque la discriminación se da en contextos más complejos que incluyen otras vulnerabilidades o desigualdades; por lo tanto, el primer punto para el abordaje es el reconocimiento de los contextos sociales y familiares que favorecen la discriminación. Eso significa descubrir quiénes y cómo le han tratado de una forma descalificadora, ya sea de manera explícita o implícita, al apuntar a una diferencia personal que le ha hecho sentir de ese modo. Podría tratarse de discursos machistas y sexistas del tipo “las mujeres no sirven para llevar los negocios familiares; nadie las toma en serio”, o racistas, como las familias que todo el tiempo hacen alusión al tono de piel de sus miembros o de las personas de su entorno. Estos discursos pueden expresarse de forma agresiva o a partir de la creencia de que están dichos en un ambiente “bromista y divertido”, pero que siempre que señala estas diferencias subraya un más y un menos: unos son mejores que los otros. Los otros merecen la burla y el desprecio, que es una violencia, aun dicha de broma o de “cariño”. Es justamente en ambientes tan agresivos y confusos que las personas aprenden que son “menos” que las otras.
Reconocimiento de prejuicios y prácticas discriminatorias
El sexismo, la homofobia, la transfobia, el racismo, el clasismo, el edadismo, la disfobia y la gordofobia son conductas y prácticas discriminatorias que no sólo se expresan de forma abierta, sino que también son conformaciones internalizadas e inconscientes (Fortes, 2003). Los profesionales de la salud mental tendrían que hacer trabajos personales en permanente diálogo con sus pares para reconocer sus propios prejuicios, discursos y prácticas discriminatorias. Sólo a través de una toma de conciencia personal sobre esos puntos ciegos será posible acompañar a los consultantes en su propia toma de conciencia. Es, por ejemplo, un comentario y un pensamiento discriminatorio utilizar una característica que sólo describe un atributo (niña, delgado, gay) y usarlo como un calificativo casi siempre peyorativo. Ni siquiera me refiero a las formas más groseras e intencionalmente agresivas (“juegas como niña”; “no le entiendes a la tecnología: pareces viejito”; “no me contestó como doctor, sino como si fuera secretaria”; “actúa como retrasado mental”); me refiero a las expresiones más cotidianas como “se está portando como adolescente”, “como es gordita, creo que no tiene autoestima”, “X está haciendo una transición de identidad; yo creo que tiene problemas con la figura masculina”.
Asimismo, muchos profesionales de la salud mental se posicionan ante ciertos temas con intervenciones prejuiciosas y discriminatorias, pero expresadas como verdades científicas. Esto ocurre especialmente en las poblaciones lgbt+ (Angulo y Jarillo, 2017): algunos todavía patologizan la homosexualidad u otras diversidades sexo-genéricas y tratan de encontrar un origen en la conducta; otros se posicionan en visiones heteronormativas y binarias cuando insisten en meter a una familia homoparental, por ejemplo, en el molde de quién desempeña el rol femenino y quién el masculino, o cuando tienden a atribuir necesariamente cualquier malestar existencial a la diferencia, las sexo-genéricas y todas las enumeradas arriba. Por lo tanto, un profesional de la salud mental debería trabajar en hacerlos conscientes y eliminar sesgos machistas, heterosexistas, familistas, racistas, adultocéntricos y nacionalistas, entre otros.
Reconocimiento de los efectos de los contextos discriminatorios en la formación de una imagen devaluada de uno mismo
Una vez que se han reconocido las prácticas discriminatorias del entorno que afectan la integridad, es necesario vincular esos contextos con los malestares personales. Por ejemplo, una joven universitaria con problemas de depresión y ansiedad, entre otros síntomas, descubre, después de un tiempo en terapia, que fue abusada sexualmente cuando era una niña de cinco años; el trabajo terapéutico no se limita a la complejidad del abuso, sino que uno de los rasgos de la imagen negativa que tiene ella de sí misma y que los otros le regresan es el de ser “enojona y explosiva”. Cuando recuerda cómo fue manejado el abuso cuando niña, reconoce que empezó comportándose, según decían, como una niña “difícil, enojona y explosiva”. El discurso alrededor de ella siempre estuvo recargado en “es que es una niña enojona”, y en el “niña” iba implícita una idea de “ni le hagan caso, no es importante, sólo es un berrinche”. Habría marcado una gran diferencia que alguien respetara su sentir de niña y explorara más qué le estaba pasando o qué le había pasado. Una visión adultocéntrica discrimina a las niñas y a los niños como si sus emociones no fueran importantes “por ser niños”, y niega así su existencia misma, por lo que, en este caso, los síntomas no sólo corresponden a los de la violencia del abuso, sino también a los derivados del manejo discriminatorio de la situación.
Coconstrucción de condiciones personales para el entitulamiento del derecho a la no discriminación
Un abordaje clínico de la salud emocional con perspectiva de derechos intenta contribuir a las condiciones para que los consultantes reconozcan, se den el permiso de ser titulares del derecho a la no discriminación (y a otros derechos). Esto se logra, para resumir un proceso complejo, deconstruyendo las premisas internalizadas que les hicieron sentir merecedores del trato discriminatorio y conectándolas con un contexto social y político que tiende a reproducir la hegemonía de unos sobre otros. Así, la persona reconocerá que no existen tales “merecimientos” o carencias personales, sino que tales narrativas opresivas se construyeron. A su vez, este trabajo lleva a promover la agencia personal y el empoderamiento para rechazar la discriminación en las formas que la persona elija. Esta intervención exige, al mismo tiempo, una mirada interseccional, de manera que quede en evidencia el modo en el que se entrecruzan diversas opresiones, desigualdades y vulnerabilidades, y también los valores y los factores de resiliencia. Un valor importante para incorporar al discurso es el de la igualdad. Un ejemplo muy común es el de niñas y niños migrantes que llegan a otro país e ingresan a una escuela sin saber el idioma o conociéndolo muy poco. Ciertamente, la mayoría logra adaptarse después de un tiempo, pero es posible que, en el proceso de aprender el idioma para poder atender las actividades escolares y sociales, el infante tienda a sentirse inadecuado, incapaz. Desde luego que hay casos de francas agresiones y discriminaciones raciales, pero en cualquier caso valdrá la pena manejar con el afectado que no se trata de un déficit, sino de una diferencia y que está en su derecho de tomarse el tiempo de adaptación y aprendizaje del idioma.
Finalmente, es importante reiterar que cuando las personas que han sido discriminadas hacen un proceso de entitulamiento, de agencia personal y empoderamiento, esto repercute definitivamente en su recuperación emocional, por lo que se trata de un proceso recursivo.◊
Referencias
Angulo Menassé, Andrea, y Édgar C. Jarillo Soto, Familias homoparentales. Una mirada sistémica desde la salud colectiva en México, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2017.
Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (cedaw), México, Diario Oficial de la Federación, 1981.
Fortes, Jacqueline de Leff, “Racism in Mexico: Cultural Roots and Clinical Interventions”, Family Process, Vol. 41, Núm. 4, 2002, pp. 619-623.
Meyer, Ian, “Minority stress and mental health in gay men”, Journal of Health and Social Behavior, Vol. 36, Núm. 1, 1995, pp. 38-56.
Monroy, Lilia, y Guadalupe Ordaz, Revisitando la importancia de los contextos y la diversidad familiar en la Terapia Familiar, tesis de maestría, ilef, 2020.
Principios sobre la aplicación de la aplicación de la legislación internacional de Derechos Humanos en relación con la orientación sexual y la identidad de género (Principios de Yogyakarta), 2006, consultado en agosto de 2021.
* Es socióloga y maestra en Terapia Familiar. Fue miembro del equipo de atención e investigación en violencia Cavida en el Instituto Latinoamericano de Estudios de la Familia (ilef) por 25 años. En ese instituto es docente y supervisora clínica. Ejerce la clínica privada. Colabora en la revista digital Mujeres Más con la columna “Política de lo cotidiano”.