Después de la pandemia: ¿un modelo antropogenético o nuevos capitalismos aún más poderosos?

 

ÁNGEL DE LA VEGA NAVARRO*

 


 

Les capitalismes à l’épreuve de la pandémie.
Robert Boyer.
París, La Découverte, 2020.

 

Desde el inicio de la pandemia han abundado análisis en campos relacionados con las ciencias médicas y también los que estudian las consecuencias de la irrupción de un virus que, además de afectar la salud y la vida de una parte importante de la población, ha enfermado las economías, con consecuencias graves en el plano del crecimiento, el empleo, el consumo, las inversiones, las finanzas públicas y el comercio, entre otros ámbitos.

Así es muchas veces la organización del trabajo académico, en compartimentos estancos, sin buscar conexiones interdisciplinarias. En contrapartida, el reciente libro de Robert Boyer, Les capitalismes à l’épreuve de la pandémie [Los capitalismos a prueba de pandemia], propone una inmersión de la economía en los procesos sanitarios, sociales y políticos. Da continuidad, en torno a un tema específico, a un proyecto de investigación de la “Escuela de la Regulación”, uno de cuyos iniciadores principales fue precisamente Boyer, en los años setenta del siglo pasado. Una motivación a lo largo de esos años no ha variado: contribuir a la construcción de una teoría para comprender el capitalismo contemporáneo, su diversidad y sus transformaciones. De hecho, más que una teoría, ha producido enfoques y métodos de análisis en los cuales destacan los históricos e institucionales. La historia, la ciencia política y la economía contribuyen a entender las transformaciones del capitalismo y también a buscar salidas a una crisis como la actual.

 

Del análisis de la crisis a la búsqueda de salidas

 

El capitalismo a lo largo de su historia se ha transformado, en particular para salir de las crisis profundas que ha tenido que enfrentar. De la pandemia y sus consecuencias el capitalismo puede salir considerablemente reforzado, según Boyer: desde un capitalismo de la información y del control hasta un “modo de desarrollo antropogenético”.

Así, cuando la economía se refugia muchas veces en su lobreguez,1 Boyer nos incita a reflexionar sobre alternativas y posibilidades. Más que declararle la guerra a un virus, como se ha hecho en su país con el terrorismo o en el nuestro con el narco, propone buscar soluciones para una salida duradera, cambiando prioridades que han predominado: acumulación de capital sin límites, renuevo permanente de bienes de consumo con obsolescencia incorporada, degradación del medio ambiente, patrones de crecimiento que conducen al calentamiento global, etc. La alternativa a todo eso podría ser ese “modo de desarrollo ‘antropogenético’, fundado en la producción del hombre por el trabajo humano”, en una “búsqueda del bienestar que debería convertirse en el pilar fundamental de las sociedades”, en la posibilidad de un desarrollo centrado en la educación, la salud y la cultura.

En tensión con ese planteamiento, Robert Boyer orienta su análisis a bosquejar otras posibles salidas. Destaca la de un “capitalismo con fuerte impulso estatal” y la de un “capitalismo de plataformas”, centrado en la explotación de la información bajo formas múltiples e ilustrado por las actividades de las gafam (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft). Este capitalismo se extiende ya en el plano transnacional y saldrá de la crisis sanitaria todavía más poderoso, con una economía digitalizada que entró en sintonía con exigencias del confinamiento, con sus bases privadas de datos a las cuales incluso las administraciones públicas recurren para elaborar sus políticas. Más que a un desarrollo “antropogenético”, se apuntaría más bien hacia una sociedad de vigilancia, digitalizada, desigual.

El lector del libro se interesará probablemente en buscar las contradicciones entre esos planteamientos. Aquí se buscará más bien entreverarlos con base en un punto de partida que no se encuentra en otras crisis: lo que está pasando en el mundo no es una recesión como las que se conocían hasta ahora, producto de factores endógenos. Lo que se vive es el resultado de una decisión de los gobiernos de “congelar” las economías con una preocupación por la salud y la sobrevivencia de la población. Se ha dado así una inversión de valores al poner la salud antes que la economía. No sólo eso: “La novedad radical del coronavirus ha sido la de perturbar el dominio de las finanzas sobre la economía, de la economía sobre la política, de la política sobre las opciones de salud pública”.

 

Congelamiento de la economía, daño a configuraciones institucionales prevalecientes y diversidad de nuevas configuraciones

 

Con el congelamiento de la economía, el consumo se ha tenido que ajustar a restricciones de una producción que con la entrada del coronavirus se limitó a bienes considerados esenciales: alimentos, salud, servicios públicos básicos, transporte para trabajadores que continuaban activos. Algunas de las consecuencias no esperadas fueron que buena parte de la producción se reveló como “no indispensable” y parte importante del trabajo se ha realizado a distancia, cuando éste anteriormente estaba limitado a empresas innovadoras y a cierto tipo de actividades.

No se ha tratado solamente de una caída del crecimiento, del consumo o del empleo: esa situación se ha visto acompañada de afectaciones a la mayor parte de los arreglos institucionales que aseguraban la coordinación de la actividad económica: marcos jurídicos estables, previsibilidad de los mercados, complementariedades sectoriales, cierta seguridad sanitaria, sincronización de los tiempos sociales (escuela, transporte, trabajo, tiempo libre). Impensable el regreso a todo lo que prevalecía hasta 2019; esta pandemia puede abrir el camino a un cambio de regímenes socioeconómicos que requerirán, obviamente, nuevos bloques hegemónicos que aseguren su viabilidad.

La difusión del coronavirus y la gestión de la crisis sanitaria se han convertido en un nuevo factor de diferenciación. Algunos estados han concretado acciones, además de las que están directamente vinculadas a la salud: apoyo a los ingresos de los trabajadores, garantías de crédito a las empresas, exención de impuestos y cotizaciones sociales. Otros actores, como los financieros, esperan que disminuya la incertidumbre con los progresos de las ciencias médicas; algunos más esperan un régimen monetario y financiero estable. Gobiernos de países desarrollados se dan cuenta de su dependencia para conseguir equipos y medicamentos, a causa de las deslocalizaciones que tuvieron lugar hacia países emergentes o en desarrollo con el objetivo de reducir costos y asegurar la rentabilidad.

Estados “masivamente intervencionistas” se han reforzado en detrimento de libertades individuales, han cerrado sus fronteras a la inmigración, han incrementado la protección de la producción local, han buscado ventajas en los mercados internacionales para adquirir equipos y medicamentos de manera urgente. En lugar de que la pandemia haya propiciado una seguridad sanitaria que podría haber contribuido a la construcción de un bien público mundial, lo que se ha dado es un fraccionamiento en varios espacios nacionales.

En medio de la pandemia, el balance entre el valor atribuido a la vida humana, a las pérdidas económicas por el confinamiento y la mayor o menor tardanza en regresar de él, se han convertido en un criterio de diferenciación en la relación entre la salud y tipos de capitalismos:

 

    • En países emergentes como Brasil o México, con una parte importante de trabajo informal, población joven y fuertes desigualdades sociales que hacen que la mortalidad pese sobre los más pobres, el confinamiento ha sido corto y poco exigente.
    • “Países ricos y relativamente igualitarios” en términos de salud (Francia, Italia, Alemania) admiten pérdidas económicas privadas, sobre todo por la existencia de una cobertura social. Han aceptado confinamientos más largos e, incluso, como en Francia, la posibilidad de un estado de urgencia por razones sanitarias.
    • “Países ricos y desiguales”, como Estados Unidos, se caracterizan por la prioridad a la creación privada de riquezas, por una sobremortalidad entre clases populares y minorías, por un sistema médico que excluye a los más pobres. La presión ha sido, sobre todo en el ámbito federal, por retomar la actividad lo más pronto posible.

 

La pandemia no implica una convergencia ni de modelos económicos ni de estilos de reacción que dependen de los impactos del virus, de su duración y de comportamientos e intereses de diferentes actores.

 

De vuelta al tema: ¿hacia dónde dirigirse en contextos de incertidumbre radical? ¿Un modo de desarrollo centrado en la salud, la educación y la cultura? ¿Nuevos capitalismos?

 

En lo inmediato se presentan tres imperativos difíciles de conciliar: proteger la vida y la salud de la población, impulsar actividades que vayan más allá de las necesidades esenciales y lograr el consenso de la ciudadanía. Se impone, además, una inversión de tiempos: el mediano y el largo plazos deben dirigir al corto, lo cual implica controlar los tiempos financieros.

Como en un futuro cercano el regreso al crecimiento rápido parece excluido, es posible intentar iniciativas centradas en calidad de la vida, en la búsqueda del bienestar y no en la producción mercantil, en un modo de vida más frugal. Para empezar, los recursos disponibles pueden dirigirse hacia la investigación biológica, médica y epidemiológica, sin olvidar la que estudia los determinantes sociales de difusión del coronavirus. Esos campos se han desatendido, además de que ha habido subinversión en instalaciones y equipos.

La simple formulación de objetivos como los mencionados sobre la salud provoca de inmediato un llamado a desentrañar tendencias que ya se dibujan: capitalismos de Estado que buscan apoderarse de la salud como instrumento de legitimación, “capitalismos de plataformas y de vigilancia” que encuentran en todo ello una fuente de ganancias enormes.

Un apoyo importante del regreso con fuerza del Estado se encuentra en los “perdedores de la globalización y del cambio impulsado por las ntic [Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación]”: trabajadores reclasificados que perdieron empleos bien remunerados, trabajadores con certificaciones de poco valor o bien aquellos que dependen de coberturas sociales para continuar un nivel de vida decente y no tienen otro actor a quien dirigirse. En todo ello no sólo hay fermentos populistas: el Estado puede convertirse también en un escudo de la democracia, “en reacción a su captura por el poder económico y financiero” y a todas las prerrogativas que le quitó el largo proceso de internacionalización.

En el caso de China, el Estado utiliza en su provecho los mecanismos del mercado y se ha convertido en vector de la modernidad económica, buscando una inserción en las cadenas globales de valor para adquirir y dominar tecnologías avanzadas. Otros países no son capaces de negociar con las multinacionales ni cuentan con estructuras productivas competitivas para satisfacer la demanda interna; están condicionados por las fluctuaciones de sus exportaciones y de las inversiones extranjeras; además, han visto destruidas algunas de sus ventajas institucionales al integrarse internacionalmente.

 

Economías interconectadas, pero sin nuevas coordinaciones internacionales

 

Los estados-nación regresan con mayor fuerza, pero se hacen patentes divergencias entre ellos sobre la construcción de nuevas reglas en la escena internacional, incluso dentro de zonas que han avanzado en la integración, como lo muestra la Unión Europea. En temas globales como el cambio climático, a pesar de reuniones como las cop, de acuerdos como el de París, las dificultades de la comunidad internacional para conciliar diferencias y actuar no auguran un nuevo modo de desarrollo global que integre plenamente el ambiente.

Dos “grandes” están ahora presentes en la escena internacional, China y Estados Unidos, y confrontan sus sistemas de innovación. Liderarán en el futuro, probablemente, dos zonas en materia comercial, con sus normas técnicas y sus monedas: “Dado el tamaño de la economía china, esta evolución da crédito a un escenario de fracturas de la economía mundial”.

Al terminar la lectura de este libro, con análisis de gran interés y actualidad, queda lo más importante, es decir, preguntas con cargo al lector que deberá darles continuidad. ¿Pueden combinarse virtuosamente cuidados al medio ambiente y derechos sociales en nuevos modos de desarrollo? ¿Puede darse una restauración de las bases de una sociedad democrática gracias a una lucha por la igualdad en todos los campos (económico, político, cultural, sanitario)? ¿Puede implementarse una economía social y solidaria como alternativa a la destrucción e inestabilidad del capitalismo?

¿Cómo avanzar ante la concentración sin precedente del poder económico en los dos capitalismos que parecen imponerse: el “transnacional de plataformas y vigilancia” (Estados Unidos) y el de “fuerte impulso estatal” (China)? ¿Habrá entre ellos un espacio para un “capitalismo democrático al servicio de los ciudadanos”? La posibilidad de este último la refiere Robert Boyer sin duda a países europeos, a los cuales, por cierto, dedica los mejores adjetivos (“ricos y relativamente igualitarios”, basados generalmente “en un mayor respeto del criterio de justicia social y en el universalismo de los derechos sociales”). Advierte, sin embargo, que entre los dos primeros es el segundo el que parece imponerse, tomando en cuenta las evoluciones de las dos pasadas décadas. Europa, por su parte, no ha creado suficientes empresas de la economía digitalizada y se dirige a una dependencia tecnológica, sin dejar de lado una posible crisis del euro: “La Unión Europea no se ha convertido en el polo de la economía mundial más dinámico, encarnando al mismo tiempo un ideal de justicia social”.

Cuando no se conoce el futuro, en tiempos de incertidumbre radical, Robert Boyer contribuye sin duda con sus poderosos análisis a desbrozar el camino. La lectura de su libro nos incita a acompañarlo, con perspectivas propias, pensando en lo que se viene para nuestro país ante las perspectivas planteadas.◊

 


 

1 De acuerdo con Thomas Carlyle, la economía es “sombría, desolada y, de hecho, bastante abyecta y angustiante, lo que podríamos denominar […] una ciencia lúgubre”. La traducción de las citas del original es del autor.

 


* ÁNGEL DE LA VEGA NAVARRO

Es economista. Trabaja como profesor y tutor en Posgrado de Economía de la unam. Sus principales líneas de investigación son cambio institucional y reorganización de las industrias energéticas, integración energética en América del Norte y crecimiento, cambio climático y transformación de los sistemas energéticos. Entre sus numerosas publicaciones destaca el libro La evolución del componente petrolero en el desarrollo y la transición de México.